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La tecnorropa vuelve a ponerse de moda

Como ha ocurrido en innumerables ocasiones en el mundo de la tecnología –basta pensar en la realidad virtual o la realidad aumentada–, fue víctima de las elevadas expectativas.

A los relojes inteligentes y los auriculares hemos terminado encasillándolos en la categoría de electrónica vestible, pero este término se reservaba hasta hace poco para una idea mucho más revolucionaria: prendas de ropa indistinguibles de las que nos ponemos a diario, pero capaces de sorprendernos con funciones avanzadas gracias al uso de procesadores y fibras inteligentes.
¿Qué pasó exactamente con este sueño? Como ha ocurrido en innumerables ocasiones en el mundo de la tecnología –basta pensar en la realidad virtual o la realidad aumentada–, fue víctima de las elevadas expectativas.
Tras una oleada de entusiasmo inicial, la idea de ese tipo de textiles pasó a habitar lo que suele conocerse como el valle de la desilusión, un periodo de inactividad en el que el interés por los avances decae, la inversión se seca y toda la industria empieza a mirar en otra dirección. No es permanente. Por lo general, tarde o temprano, las ideas aparcadas en este valle se revisitan y vuelven a ganar atractivo. Llega lo que se conoce como la curva del redescubrimiento, y con suerte, las empresas y los innovadores que hay detrás de los proyectos consiguen crear un mercado estable alrededor de sus productos.
Así ocurrió con la realidad virtual cuando Oculus o PlayStation decidieron apostar de nuevo por esa tecnología, y todo apunta a que el proceso se está repitiendo con la ropa inteligente, la auténtica electrónica vestible.
Si hay que buscar algún culpable de esa primera ola de entusiasmo tenemos que hablar del Proyecto Jacquard, integrado en el grupo de Proyectos y Tecnología Avanzada de Google (ATAP, por sus siglas en inglés). Google (o mejor dicho, Alphabet, la multinacional de la que es la primera filial) cuenta con dos divisiones centradas en desarrollar inventos: por un lado se encuentra Google X, que trabaja en ideas de gran calado y hasta cierto punto teóricas o todavía en desarrollo. ATAP, en cambio, funciona más como una incubadora: tiende a dedicarse a los conceptos de los que ya existen prototipos funcionales y que permiten una visión clara sobre las posibilidades de rentabilizarlos.
En 2015, esta última división de Google mostró el primer prototipo de un tejido inteligente: un pequeño trozo de tela con fibras conductivas integradas con la que sería posible crear prendas capaces de responder al tacto, o equipadas con avanzados sensores con los que medir diferentes parámetros de salud o ejercicio. Su nombre era un homenaje al telar de Jacquard, una máquina inventada por el tejedor y comerciante francés Joseph Marie Jacquard en 1804, y que era el primer telar programable mediante tarjetas perforadas. En cierto modo, este tipo de máquinas se pueden considerar como las precursoras de los ordenadores actuales, a pesar de las obvias diferencias. En ese 2015, Google no solo presentó tal prototipo; también anunció un acuerdo con la empresa de ropa Levi’s para crear la primera chaqueta inteligente elaborada con esta tela, que contaba con la ventaja de poder someterse a los mismos procesos industriales que cualquier otro tejido.
El resultado tardó bastante en materializarse. Levi’s no lanzó hasta 2017 su chaqueta, que fue recibida con escepticismo. La prenda permitía controlar algunas funciones de un smartphone emparejado con solo deslizar los dedos por la manga, pero la respuesta no siempre era buena y la experiencia del usuario acababa siendo confusa. Aunque la idea de un panel táctil integrado en la manga de la ropa resulte atractiva, no soluciona un gran problema. Después de todo, no cuesta tanto sacar el móvil del bolsillo o usar un asistente de voz en las situaciones que Levi’s y Google planteaban. Estaba claro que el primer intento de crear una prenda inteligente con una potencial alta demanda había fracasado, y Google comenzó a desviar su atención a otros negocios.
El año pasado, sin embargo, el Proyecto Jacquard volvió a dar señales de vida, aunque con la mala suerte de hacerlo justo antes de la pandemia. En marzo de 2020 anunció junto con Adidas y la empresa de videojuegos EA Sports el lanzamiento de una suela de zapatos capaz de usar aprendizaje automático e inteligencia artificial para detectar la fuerza y dirección de una patada. Pensada para integrarse en botas de fútbol, se sincronizaba con el juego para móviles FIFA Mobile, y recompensaba a los usuarios con mejores jugadores virtuales si con sus movimientos demostraban ser buenos chutadores en la vida real. Fue una idea audaz que llegó en el peor momento. Al mes de presentarse en el mercado, las restricciones al movimiento acabaron con lo de salir a la calle a jugar al fútbol con los amigos. Un año después, continúa siendo una propuesta complicada.
Lo mismo puede decirse de la segunda versión de la chaqueta de Levi’s , también prevista para 2020 y que ha quedado en el limbo ahora que hay pocos motivos para comprarse cualquier prenda que no cumpla la función de estar cómodo en casa y tener un aspecto pasable en las videollamadas.
Sin embargo, un novedoso proyecto del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) sugiere que Google tal vez vaya por el camino correcto, y que, una vez que salgamos de la pandemia, la ropa inteligente podría volver a captar la imaginación de la gente con nuevas e interesantes aplicaciones. En un artículo publicado en Nature Electronics, un equipo del Laboratorio de Ciencias de la Computación e Inteligencia Artificial (CSAIL, en inglés) del MIT ha presentado un nuevo tipo de fibra capaz de detectar la presión y convertirla en señales eléctricas que pueden enviarse a un procesador. Con estas fibras, que se entretejen con algodón y otros materiales, es posible crear prendas de vestir que reconozcan los movimientos de quien las vista. Es un complemento perfecto a los tejidos de Jacquard, que aunque son conductivos, están pensados para funcionar solo como una especie de panel táctil integrado en la ropa.
Este invento del MIT va un paso más alláy transforma estas superficies en sensores que interpretan el movimiento. Una camisa, unos calcetines o unos pantalones notarían si quien los lleva puestos está andando o sentado, lo que permitiría ofrecer al usuario acciones sobre la superficie táctil adecuadas al contexto. Como dice Wan Shou, uno de los investigadores implicados, “esto abre nuevas y emocionantes áreas de aplicación para que los investigadores exploren durante los próximos años”. Imaginemos: en un futuro cercano, la ropa deportiva fabricada con esta tecnología podría indicarnos si estamos haciendo bien un determinado ejercicio. Los uniformes militares que la tuvieran detectarían con bastante precisión el estado de salud de un soldado, y los robots adquirirían sentido del tacto si les pusiéramos unos guantes especiales en las extremidades.
Son posibilidades que ganarán interés a medida que avancemos hacia un mañana en el que estaremos menos pendientes de la pantalla del móvil y más de productos más discretos, como las gafas con realidad aumentada y los auriculares con asistentes virtuales. El ordenador ya no lo llevaremos en el bolsillo, lo llevaremos puesto.

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