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Los cibervigilantes

Nos guste o no, cada vez hay más cámaras, micrófonos, sensores y detectores a nuestro alrededor. La mayoría cumple funciones de seguridad, ¿pero es lícito que proliferen sin control? Mostramos las últimas novedades en el mercado de los espías.


La realidad empieza a parecerse peligrosamente a la ficción. En mayo de 2001, David Brin, prolífico autor de novelas de ciencia-ficción pronosticaba: "La tecnología podrá vencer cualquier barrera que establezcamos para proteger nuestra intimidad. En el futuro, será posible, por ejemplo, camuflar una cámara en una mosca artificial".

En diciembre de 2002 su predicción empezaba a tener cierto sentido: el Pentágono presenta sus intenciones de construir un gran sistema de vigilancia con el expresivo nombre de Total Information Awareness (Conocimiento Total de la Información), una vasta red de datos que permitiría rastrear la huella que cualquier ciudadano deja al efectuar transacciones bancarias, alquileres de vehículos, compras con tarjeta, contratos de suministro de luz o teléfono, etcétera.

Otra vez la ficción: en 1787, el filósofo Jeremy Bentham sugiere un modelo de prisión conocido como Panóptico en el que todos los reos pueden ser observados durante las 24 horas del día por un carcelero instalado en lo alto del edificio sin que éste tenga que mostrar siquiera su cara. Se trata de una cárcel de vigilancia total...

Y la realidad: los asistentes a la final del Campeonato Nacional de Fútbol Americano en Tampa en febrero de 2000 apenas se percataron de que una cámara de televisión estaba grabando su entrada, uno a uno, en el estadio. La policía de Florida había puesto en marcha un prototipo de vigilancia biométrica consistente en comparar los rostros de estos miles de personas con los de delincuentes y sospechosos.

Algunos expertos nos alertan de que nunca antes la intimidad de los ciudadanos del mundo había estado tan amenazada. Reg Whitaker, profesor de Ciencia Política de la Universidad de Toronto, admite para MUY que "la defensa de la intimidad ha empezado a carecer de sentido desde el momento en que cada transacción, cada contacto que realizamos con una nueva tecnología puede ser rastreada por alguien. Yo no digo que alguien nos vigile a cada momento, pero la tecnología permite que quien quiera hacerlo, lo haga".

De hecho, el abaratamiento de las nuevas tecnologías de vigilancia y el estado de temor derivado de los atentados del 11-S han empujado a departamentos de policía, agencias estatales, bancos, comercios, parques recreativos, estadios, padres preocupados y jefes de personal a usar todo tipo de cámaras, algoritmos de reconocimiento, bases de datos, herramientas de biométrica, etc. para proteger sus bienes materiales o morales.

Evidentemente, creer que cualquier ciudadano puede estar siendo espiado de por vida roza más la paranoia que el análisis sosegado de la realidad. Pero no cabe duda de que todas esas fuentes de información desperdigadas son susceptibles de ser reunidas en una gran red de vigilancia a disposición de las autoridades que quieran utilizarlas: ¿Es eso lo que pretende el Pentágono con sus nuevos planes?

Evidentemente, el país más afectado por el asunto, al menos a corto plazo, es Estados Unidos, donde la administración Bush, a lomos de su nuevo superministerio de Seguridad, ha dado vía libre para potenciar la vigilancia global. "La tecnología evoluciona a la velocidad de la luz, pero las leyes de protección de la privacidad están todavía en la Edad de Piedra", advierte el director de la Unión Americana para la Defensa de las Libertades Civiles, Barry Steindhart. Para Simos Davies, fundador de la organización Privacy International, "es sólo cuestión de tiempo que la presión social y política introduzcan las cámaras en nuestras casas. Para 2020, es probable que el alcance de la invasión de la intimidad sea absoluto".¿Está exagerando? Un vistazo a lo ocurrido en los últimos años nos ayudará a evaluar estas predicciones.

En 1986 en el Reino Unido (patria del George Orwell, por cierto), se tomó una medida pionera en el mundo: la localidad de King?s Lynn, cerca de Londres, introdujo tres cámaras de videovigilancia en las calles más concurridas. Hasta esa fecha se habían registrado 58 crímenes muy cercanos en el tiempo. En los dos años posteriores a la medida, no se registró ni uno solo. El aparente éxito de la iniciativa hizo que el Gobierno favoreciese instalaciones en otras ciudades del país. Como resultado, centenares de redes transmiten imágenes en teoría inocuas de ciudadanos desprevenidos. ¿Qué pasaría si algún organismo oficial o, simplemente, un grupo criminal pudiera acceder a esa información desde fuera del sistema? Las probabilidades no son escasas, teniendo en cuenta la fragilidad demostrada tradicionalmente por las redes de transmisión de datos. Hoy en el Reino Unido la instalación de sistemas de vigilancia ha llegado a ser un "quinto servicio esencial después del agua, el gas, la electricidad y la línea de teléfono", advierte Stephen Graham, de la Universidad de Newcastle.

Desengañémonos, vivimos en un mundo vigilado, basta mirar hacia el techo del banco cada vez que sacamos dinero del cajero. Y las cámaras de circuito cerrado de televisión parecen juguetes en comparación con las tecnologías de control biométrico que analizan rasgos faciales, texturas de piel, gestos... Quizás tengamos que acostumbrarnos a que las fuerzas de seguridad nos cacheen digitalmente antes de realizar cualquier acción social sospechosa. O quizás haya que empezar a ponerle puertas al apasionante campo del ciberespionaje.












Las nuevas tecnologías de registro mediante rayos X han alcanzado un grado de refinamiento tal que algunos defensores de las libertades civiles empiezan a dudar de que sea ético utilizarlas de modo masivo en aeropuertos o lugares públicos.¿Están protegidos nuestros datos médicos?
Las informaciones sobre nuestro historial médico son objeto de protección especial por Ley. Pero abundan los casos en los que el secreto profesional es difícil de mantener.


Se ha parado alguna vez a pensar de qué habla su médico cuando se encuentra con algún colega en el ascensor del hospital? ¿Comentan el último partido de fútbol? ¿Intercambian cuitas familiares? ¿O se dedican a transmitirse chismes sobre la salud de sus pacientes, sus peculiaridades físicas o sus hábitos de higiene? Puede parecer un asunto menor, pero un reciente informe elaborado por el doctor Peter Uber, del Centro Médico de Veteranos de Filadelfia, ha recogido las numerosas quejas al respecto de pacientes de cuatro hospitales del área de Pittsburgh. El trabajo detalla casos como el de un par de médicos que charlan en el ascensor sobre el error cometido por uno de ellos en una operación quirúrgica, sin darse cuenta de que a su lado está un familiar de la víctima. O de facultativos que revelan datos sobre la enfermedad, posiblemente infecciosa, que padece el dueño de un conocido restaurante.

Los datos relacionados con la salud se encuentran entre los más protegidos por las legislaciones de todo el mundo. En 1997, el Comité de Ministros del Consejo de Europa elevó una recomendación a los Estados Miembros para que se aplicaran medidas de protección a las informaciones "relativas a la salud del individuo, incluyendo las genéticas". Siguiendo esta recomendación, la Ley Orgánica de Protección de Datos de carácter Personal (LOPD), aprobada en España en 1999, establece que sólo el personal sanitario o los organismos que trabajen en representación de él están legitimados para recoger y procesar dichos datos, aunque se establecen mecanismos de cesión en acontecimientos de interés general.

Aunque la Ley es clara, a menudo surgen puntos de conflicto que, en ocasiones, llegan a los tribunales. En 2001, el Tribunal Supremo confirmó la sentencia a la doctora A.I.P.M a dos años de inhabilitación y un año de cárcel por haber desvelado a la madre de una paciente datos del historial clínico de ésta en la que aparecían dos interrupciones voluntarias del embarazo.

¿Hasta qué punto nuestros datos médicos pueden ser informatizados, transmitidos y revelados? A nadie le gusta que se husmee en su intimidad clínica pero, en ocasiones, el conocimiento de ciertas informaciones puede redundar en un mejor servicio a los pacientes. ¿Quién debe conocer los datos de los afectados por una epidemia? ¿Han de comunicarse a las autoridades encargadas de la prevención los historiales de personas que portan el virus VIH pero que todavía no padecen sida?

La llegada de nuevas herramientas como la biotecnología y la medicina a distancia complican el panorama, hasta el punto de que la confidencialidad se ha convertido en una preocupación de muchos facultativos. La española Teresa Heitzmann, por ejemplo, es especialista en Otorrinolaringología y dedicó su tesis doctoral al estudio del secreto médico. De su trabajo, realizado entre 186 médicos generales y de familia de Madrid, se desprende "un alto respeto a la confidencialidad por parte de los profesionales". Pero detectó "numerosas fisuras en la transmisión de información entre médicos". "Al 50 por 100 de los facultativos -concluye el informe- les da igual que el intercambio de pareceres entre colegas tenga como escenario un lugar público."



















El test permite conocer en cuestión de segundos si una persona ha consumido drogas.Según se desprende de los análisis de los expertos, en materia de salud, el derecho a la intimidad es un derecho limitado. La LOPD, por ejemplo, establece la posibilidad de que los pacientes soliciten la destrucción o cancelación de los archivos informáticos con sus historiales una vez alcanzado el propósito para el que se abrieron, es decir, el diagnóstico y el tratamiento final. Sin embargo, en algunos casos, se hace imprescindible la conservación de estos datos más allá de la curación del individuo. Por ejemplo, algunas historias clínicas son de gran valor para futuros estudios epidemiológicos que pueden derivar en acciones sanitarias beneficiosas para la sociedad. El problema residiría en saber quiénes están autorizados a utilizar esos datos y quiénes no.

Algunas instituciones, como hizo la corporación sanitaria Parc Taulí de Sabadell en 1999, se han dotado de un código ético propio en el que establecen excepciones en las que un médico puede violar la confidencialidad cuando se trata de proteger a terceros. Un caso típico es si se debe informar o no a una persona de que su cónyuge está infectado con el VIH. En la mayoría de los casos, se intenta convencer al paciente de que sea él mismo quien aporte esa información a su pareja ¿Pero, qué ocurre si éste se niega?

Dilemas como éste son lidiados a menudo por los facultativos de todo el planeta. Y es que no cabe duda de que, a medida que la medicina avanza, la mirada del doctor penetra más profundamente en nuestra información privada. Algunos expertos hacen gala de un hondo pesimismo al anunciar que quizás sea necesario rediseñar el concepto de intimidad para desalojar de él ciertas parcelas de nuestra información médica. Al final, la cadena molecular que conforma nuestro ADN puede que acabe siendo una información tan inocua y universal como la secuencia de nuestro número de teléfono.







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