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Cuando todo indicaba que el smartphone iba a fracasar

En el año 2007, Apple sacaba al mercado el primer smartphone tal y como lo conocemos actualmente. La mayoría de la gente creyó que estaban equivocados.

Sergio Parra

Cuando Steve Jobs apareció con su característico jersey negro de cuello alto en el Moscone Center de San Francisco en enero de 2007, recibió una tímida acogida al deslizar la idea de un avanzado dispositivo de comunicación por internet al que llamó iPhone.

No solo el público, sino también muchos expertos levantaron una ceja escéptica. Fue el caso del ex director ejecutivo de Microsoft, Steve Ballmer, que consideraba imposible que la gente adquiriera un producto tan caro que combinaba una pantalla táctil, un reproductor de música, un teléfono y acceso de internet: "No hay manera de que el iPhone se vaya a llevar una participación importante del mercado", afirmó.

Poco antes de que el iPhone se pusiera a la venta, se publicó un informe por parte de la agencia de medios y publicidad Universal McCann que pronosticaba el rotundo fracaso de aquel dispositivo. Miles de personas respondieron a encuestas en las que declaraban que no iban a cambiar sus reproductores de música, sus cámaras o sus teléfonos móviles por un solo aparato que lo aglutinara todo con una menor calidad que sus contrapartes individuales. Sin contar que, en caso de rotura o robo, no se perdía un dispositivo, sino todos a la vez.

Aproximadamente, solo el 30 % de los alemanes, japoneses o estadounidenses encontraban algo positivo en disponer de un teléfono móvil de esas características tan particulares, si bien el porcentaje ascendía al 70 % en el caso de los indios, malasios o mexicanos.

La imposibilidad de pronosticar tecnologías

A pesar de que, a toro pasado, todos parecemos entender las causas que producen el éxito de determinadas tecnologías, lo cierto es que resulta bastante difícil pronosticar qué dispositivo va acabar adoptándose de forma masiva, tal y como explica Derek Thompson en su libro Creadores de Hits.

Por esa razón, aquel móvil que no inspiraba ninguna confianza cuando fue presentado por Jobs, solo una década después se había convertido en "el invento más rentable de los últimos cincuenta años". A pesar del vaticinio agorero de Steve Ballmer, "el negocio del iPhone de Apple alcanzó en menos de una década un valor mayor que todo Microsoft".

Así pues, lo más interesante que había sucedido con el iPhone a nivel sociológico fue que, en efecto, cuando apareció en el mercado la gente no lo necesitaba. O más concretamente: la gente todavía no era consciente de que lo necesitaba.

Este fenómeno, de hecho, es muy común en las tecnologías disruptivas. Así, por ejemplo, el físico y matemático británico Lord Kelvin (1824-1907) afirmaría tajantemente: "La radio no tiene futuro". El cine incluso fue crucificado por su propio inventor, Louis Lumière (1864-1948): "Mi invento podrá ser disfrutado como curiosidad científica […] pero comercialmente no tiene el más mínimo interés". Y en 1943, el presidente de IBM Thomas John Watson advirtió: "Creo que existe mercado para unos cinco ordenadores en todo el mundo".

Incluso en una fecha tan cercana como 1977, el cofundador de Digital Equipment Corporation Ken Olsen llegó a determinar: "No hay razón alguna para que alguien quiera tener un ordenador en casa".

Sencillamente, resulta muy difícil saber qué nuevas necesidades despertará una tecnología disruptiva. Qué nuevo escenario propiciará. Qué nuevas dinámicas sociales se pondrán en marcha. Nos faltan datos e imaginación para proyectarnos hacia el futuro, así que solo podemos ir tanteando el terreno hasta que, casi por casualidad, algo llegue a funcionar, sobre todo si nadie vio venir.

Y precisamente por esa razón, el iPhone tuvo un éxito rotundo a nivel económico, como concluye Thompson: "Siempre es agradable estar en el lado correcto de la historia, pero es un hecho económico que predecir el futuro es más valioso cuando todos piensan que estás equivocado". Sobre todo si hay personas como el comisario de la Oficina de Patentes de Estados Unidos Charles H. Duell (1850-1920), que llegó a sentenciar: "Todo lo que puede inventarse ya ha sido inventado".

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