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Cuando la erección no quiere seguir el juego

La satisfacción del hombre en las relaciones eróticas no depende solo de la turgencia del pene, como tampoco su masculinidad ni su talento como amante.

Es verdad que el pene puede dar muchas alegrías, pero ni tiene vida propia ni debe cargar con más responsabilidades de las que le corresponda. Dicho de otro modo, un pene es solo un pene. Estafa todas sus variedades en formas y tamaños y con muy parecida funcionalidad. Pero solo un miembro. La potencia es otra cosa.


Choque con la dura realidad

Imaginemos la situación. Todo está preparado para una cena especial: el mejor de los vestuarios, velas, música romántica, nada de prisa, nada de ruido y, ahora, nada de ropa y con toda la noche por delante. Sin embargo, sucede algo imprevisto: gatillazo. El fantasma de la impotencia entra en escena. Toca improvisar otro final y olvidarse de la música celestial y los fuegos artificiales. Supongamos, además, que esta vez no se le puede echar la culpa al consumo elevado de alcohol, que sabemos que se lleva mal con la respuesta sexual, en general, y con la erección, en particular. Tampoco a la pareja.
Ambos estaban por compartir el mismo juego, ya sea el del amor y el compromiso o el del encuentro casual. Pero ¿por qué se produce el fallo si todo está aparentemente un favor? Muy sencillo: el mundo real no es como el de los sueños, donde todas las piezas encajan y resulta fácil controlar los ritmos, las posturas, la lubricación, el cansancio, las turgencias o la intensidad. La realidad es más compleja. O, dicho de otro modo, ni la voluntad ni las expectativas continúe el resultado. De hecho, convertir el deseo de que salga todo bien en una obligación es el origen de muchas impotencias.
Lo primero es quitarse la etiqueta. Que suceda una vez no significa que tenga que volver a pasar. No es lo mismo hablar de un episodio de impotencia que de un impotente. Lo primero es algo que todos los hombres deberían asumir con deportividad, porque es algo con lo que, a buen seguro, se tropezarán en algún momento de su vida erótica. Una manera de afrontarlo es no cambiar de objetivo. A partir de ese episodio, las relaciones eróticas siguen siendo para disfrutar, para el placer compartido.

No puede ser que ahora el objetivo sea “conseguir la erección”. Ni demostrar –o demostrarse– que uno sigue funcionando. La paradoja está en que cuanto más pendientes estemos de que no vuelva a ocurrir, más probable será que se repita.
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Por qué llega el gatillazo

Hay muchas posibles causas, en esto también cada sexualidad es distinta. Motivos que, por cierto, también cuenta a las mujeres y a su respuesta sexual. El miedo al embarazo; el temor a ser descubiertos o a que te oigan; el pretender que no se noten los nervios; el querer parecer ducho en la materia; estimulación o cortejo inadecuado; estar demasiado pendiente de la nota final o de las comparaciones con otras parejas. Además de otros factores menos eróticos, como problemas laborales, familiares, enfermedades no diagnosticadas y efectos secundarios de la medicación.


La erección es prescindible

Algunas de estas causas tienen fácil solución. Basta con reconocer los nervios o asumir la inexperiencia. Otras requieren de algún método –Por ejemplo, anticonceptivo– o de un mejor espacio para compartir intimidad sin interferencias. También es importante tratar de no convertir la relación en un examen. O, llegado el caso y ante otro tipo de preocupaciones, saber decir que no y abandonar el papel de tener que estar siempre dispuesto.
Por supuesto, también puede ser sensato hacer una consulta a profesionales de la medicina o la sexología, antes de dejar seguir creciendo al fantasma. De todos modos, la impotencia no significa nada de nada. Que el pene no logre la turgencia poco tiene que ver con las manos que acarician o con los besos o la lengua que besan y recorren la piel o las palabras que se comparten. Sin la erección, se puede ser muy potente. Es decir, dar y recibir mucho placer.


Lograr muchos orgasmos

Basta con creerse que una cosa son las relaciones eróticas y otra la penetración. El placer no se mide únicamente por el roce del pene erecto en la vagina. Las relaciones son entre dos cuerpos.

La potencia y la impotencia tienen muchas lecturas, y ambas son cuestión tanto de hombres como de mujeres.
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Afrodisíacos y pastillas

A partir de un estímulo, externo o interno –fantasías– y con la intervención del sistema nervioso y el cerebro, el tejido eréctil del pene aumenta de tamaño, grosor y dureza gracias al incremento del flujo sanguíneo. ¿Qué tiene que ver todo esto con mejillones, ostras, almejas, nabos, zanahorias, percebes o pan horneado en forma de pene y testículos? ¿Y con las comidas que se supone que llevan asociada la potencia, como los testículos de toro o carnero, o con el polvo de cuerno de rinoceronte o con la miel? Sin embargo, el efecto placebo puede ser real.

Quizá porque crea ambiente, da seguridad, libera de tensiones, hace sentir bien, despierta los deseos... Muy distinto son los medicamentos, Cialis o Viagra, entre otros. En estos casos, inciden directamente en el mecanismo de la erección y pueden ser un buen recurso, siempre bajo seguimiento profesional. Aunque son solo parte de la solución. Y, por supuesto, parte no significa todo.

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