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Cómo prevenir y tratar el vértigo

Si el delicado sistema vestibular del oído no hace bien su trabajo, te puede hacer sentir que el mundo se tambalea bajo tus pies. Los expertos exploran las causas de esa sensación ilusoria de movimiento y sus posibles remedios.

Imagina cómo te sentirías si, falto de experiencia en la danza, te lanzases a dar giros sobre tus pies cual grácil bailarina. Uno, dos, tres, cuatro... once, doce. El colocón sería tal que, mareado y con el equilibrio perdido, terminarías de bruces contra el suelo. Normal, ¿no? Lo que no es tan normal es que te suceda eso sin hacer piruetas. Que de forma brusca todo a tu alrededor empiece a dar vueltas. Que se te revuelva el estómago de repente en mitad de la calle, en la oficina, en el supermercado.
O cuando te giras en la cama en mitad de la noche. Incluso, sentado tranquilamente al volante del coche. Sin previo aviso. Sin motivo aparente. Pero ocurre. Millones de hombres y mujeres acuden cada año al médico aquejados de este problema. Tienen averiado el sexto sentido humano, que, en contra de lo que solemos pensar, no es la intuición, sino el equilibrio. Como la audición, se sitúa en las entrañas del oído, justo detrás del tímpano. Trabaja veinticuatro horas al día y siete días a la semana, calculando una y otra vez nuestra orientación respecto de la gravedad –¿dónde está el suelo?– y la dirección y velocidad de los movimientos para corregir la postura del cuerpo. Sin embargo, no solemos acordarnos de él hasta que lo perdemos. Entonces, tareas tan sencillas como caminar derecho, subir escaleras, leer un libro, mirar la pantalla del ordenador o montar en bicicleta se convierten en odiseas.


Ojos delatores


De tratar los trastornos del equilibrio se encargan los otoneurólogos, como José Antonio López-Escámez, del Hospital Virgen de las Nieves de Granada. Allí, atiende a diario casos de vértigo, que es como llaman los médicos a la sensación ilusoria de movimiento. La mayoría de los afectados salen de la consulta con el diagnóstico de vértigo posicional paroxístico benigno. López-Escámez les explica que los mareos que tanto les inquietan se deben a que en su oído se han formado “cálculos u otolitos que se desplazan en el líquido de los conductos semicirculares al acostarse o al darse la vuelta en la cama”. Los cristales flotando dentro del oído crean una inquietante falsa sensación de movimiento. Y el mundo entero les da vueltas. Claro que el oído interno no es accesible a primera vista. Así que, para hacer su valoración en casos como este, el doctor López-Escámez se basa tanto en el testimonio del paciente como en el movimiento de sus ojos, el signo visible más objetivo con el que cuenta. ¿Por qué los ojos? Muy sencillo. Resulta que el sistema vestibular es el responsable de que el órgano de la visión pueda conservar una imagen en la retina mientras nos movemos. Esta capacidad de fijar la mirada cuando la cabeza gira se conoce como reflejo vestíbulo-ocular. “Si una enfermedad afecta al sistema vestibular, al mover la cabeza, el campo visual se vuelve inestable y no podemos ni siquiera leer”, explica el experto.
Lo cierto es que vista, oído y equilibrio van de la mano. Si los ojos se mueven, el tímpano se mueve. Los libros de texto comparan el tímpano con la cubierta de un tambor que vibra cuando un sonido llena de ondas el aire. Lo que no cuentan es que, si mueves los ojos a uno y otro lado en absoluto silencio, el tímpano también tiembla. No es un fenómeno paranormal. De acuerdo con un estudio de 2018 liderado por Jennifer Groh, de la Universidad Duke (EE. UU.), hay una explicación neurocientífica.
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Los comandos motores que controlan ambos movimientos en lo más profundo del cerebro están solapados. Hasta el punto de que los tímpanos empiezan a vibrar instantes antes de que los ojos se desplacen. Y se detienen un poco antes de que estos dejen de moverse.


Suelo y paredes ondulantes

“Es como si el cerebro dijera: ‘Voy a mover los ojos, así que les diré a los tímpanos que se desplacen también’”, explica Groh. Es más, cuanto mayor es el movimiento ocular, más amplias son las vibraciones. Según la investigadora, esto demuestra una coordinación entre lo que vemos y el oído muy superior a la que imaginábamos. No acaba ahí la cosa. Con el equilibrio alterado, empiezan a suceder fenómenos extraños en la visión. Cuando el ojo solo utiliza sus propios movimientos como única referencia, lo que percibimos a nuestro alrededor es “como la imagen que puede grabar al caminar una cámara de vídeo que oscila verticalmente a cada paso que damos, tambaleada y borrosa”, aclara la investigadora.
Es lo que se denomina oscilopsia, y hace que parezca que todos los objetos a nuestro alrededor saltan o vibran. Simultáneamente, el paciente tiene un movimiento anormal, rápido, repetitivo e involuntario de los ojos, llamado nistagmo, que puede ser de lado a lado, de arriba abajo o rotatorio. Vivir con vértigo posicional paroxístico benigno tiene tela, pero no es nada comparado con lo que implica caer en las garras de la enfermedad de Ménière. Los afectados se sienten rodeados de paredes que parece que se inclinan y hasta los golpean si se acercan. A sus ojos, el suelo tiene un fondo ondulado que cambia con cada paso. Les cuesta un mundo mantenerse erguidos mientras caminan. Y, como tampoco fijan la vista, no pueden concentrarse y sufren crisis vertiginosas con sudores fríos, mareos, dolor de cabeza, ansias... Es fácil imaginar el desconcierto, la angustia y el pánico que llegan a sentir.
A quienes la padecen, se los reconoce, entre otras cosas, porque perciben ruido o silbidos en el oído como preámbulo a importantes crisis de vértigo. A lo que se suma una pérdida de audición fluctuante –hipoacusia, según la jerga médica– que, en pocos años, se suele volver permanente. Para colmo, algunos experimentan un vértigo tan extremo que pierden súbitamente el equilibrio y se pegan batacazos sin venir a cuento. Con lo que eso implica para su calidad de vida, sus relaciones y a su situación laboral. Estos episodios turbadores se llaman crisis de caída.
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Pistas en los genes

Con todo, el mal de Ménière no es lo más extraño que nos puede ocurrir en relación con el vértigo. Este también se desencadena por tumores raros, infartos y enfermedades autoinmunes. “El caso más anómalo que he tenido es el de un paciente que perdió la audición en ambos oídos y el equilibrio de forma brusca y pasó de ser un hombre que hacía una vida completamente normal a padecer en solo una semana una sordera profunda bilateral y caminar con un andador. No pudimos establecer un diagnóstico del origen de aquella extraña dolencia”, añade con pesar el doctor López-Escámez.
La única manera de evitar que historias como esta se repitan es esclarecerlos intríngulis de la pérdida del equilibrio. “Las bases moleculares y genéticas de los trastornos vestibulares son aún poco conocidas. Es necesario descifrarlas para poder desarrollar tratamientos eficaces”, subraya el otoneurólogo granadino. En esas andan en el Centro de Genómica e Investigación Oncológica (GENYO), donde trabaja actualmente. Su equipo indaga en las bases genéticas de la enfermedad de Ménière que, en un 8 % a 9 % de los casos, se hereda. De momento, ya han reunido la mayor colección de muestras de ADN humano de pacientes. Y han encontrado mutaciones concretas en los genes FAM136A, PRKCB, DTNA, DPT y SEMA3D.

Mientras, en el Reino Unido, manejan otras pistas. Con datos del biobanco británico, un equipo de investigadores ha llegado a la conclusión de que existe cierta relación entre esta dolencia y los trastornos del sistema inmune y del sistema nervioso. Sus pesquisas apuntan a que las defensas no funcionan al cien por cien en estos pacientes. Y puede que la circulación sanguínea tampoco ande muy católica. Otros trabajos sugieren que las crisis de vértigo y las migrañas tienen en común una reducción intermitente del riego sanguíneo, en este caso, el que recibe el oído interno. Por eso, si la enfermedad de Ménière se combina con factores de riesgo cardiovasculares, como apnea del sueño, aterosclerosis y tabaquismo, la mezcla puede ser explosiva.
Mientras tanto, otorrinos de la Universidad de Kansas tienen bajo el punto de mira a un gen llamado ATOH1. Es el responsable de que se formen las células ciliadas del oído interno, que detectan el equilibrio cuando aún somos embriones. Los investigadores han empezado a usar terapia génica para ponerlo a funcionar en adultos con el equilibrio perdido, mediante un compuesto llamado CGF166. Por ahora, su estrategia les ha permitido repoblar la mitad de un oído interno dañado, porcentaje suficiente para recuperar el equilibrio y la audición. Esperanzador. Por otra parte, si la genética es la pata derecha de la otoneurología, la izquierda es la neurociencia. Sobre todo después de que se haya descubierto que el secreto contra el vértigo podría esconderse en la cabeza de los bailarines profesionales. Esos que, sorprendentemente, nunca se marean.

Vueltas con cabeza


Dicen los que saben de danza que su truco consiste en mirar a un punto fijo durante el mayor tiempo posible mientras giran. Pero es mucho más que eso. Un estudio británico publicado hace poco en la revista Cerebral Cortex demostró que quienes se dedican al baile clásico experimentan cambios cerebrales que impiden a toda costa que se mareen. Concretamente, su encéfalo aprende a suprimir señales procedentes del oído interno que podrían hacerles perder el equilibrio. Como en el común de los mortales, el líquido que llena los órganos vestibulares de los bailarines da vueltas en espiral mientras sus cuerpos rotan. Es más, una vez que cesan los giros, ese líquido sigue virando por pura inercia.

El movimiento es detectado por las células ciliadas, que mandan señales al cerebro, para avisar de que la cabeza da vueltas. Hasta ahí, todo normal. La diferencia clave estriba en que el encéfalo de los danzantes entrenados desoye esos datos. Los escáneres muestran que tienen menguadas ciertas zonas del cerebelo y de la corteza cerebral que procesan la información acerca del equilibrio y el mareo. Gracias a eso, no se marean ni siquiera cuando se les hace girar en una habitación totalmente a oscuras, donde no hay opción de mirar fijamente a un punto. La estrategia, auguran los neurocientíficos, podría emularse en la clínica para eliminar de un plumazo los problemas de vértigo.

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