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Lo que nuestra voz dice sobre nosotros

Tiene una doble actividad: el habla y el canto –de hecho, con un buen entrenamiento y el dominio de la respiración, casi todos podemos entonar bien–. Pero, cuidado, porque la voz dice de nosotros mucho más de lo que creemos, ya que si mentimos o pretendemos ocultar sentimientos, lo más probable es que el tono nos delate.

Respira profundamente, abriendo los brazos como si fueras un águila. Muy bien. Ahora que tienes los pulmones llenos de aire, baja los brazos a la vez que lanzas al suelo un sonido, cualquiera, el que tú elijas: un grito, un alarido, un gruñido, un maullido, una vocal...”. Así empieza una clase de canto con Carlos Jiménez Villanueva, más conocido por su nombre artístico, Carlos Vila. En 2004, su música sonó en todas las radios españolas, incluso llegó a ser número uno en la lista de Cadena Dial con el sencillo


Nadie nos entiende

Ahora, este excantante se dedica a dar lecciones a “aspirantes a los cástines de La Voz, actores, maestros o, sencillamente, a personas que pretenden cantar mejor en la ducha de casa, —explica a MUY—. Con este tipo de juegos, puedo valorar cómo es la respiración de la persona, si usa o no el diafragma y los abdominales cuando coge y suelta el aire, la tensión de su musculatura, la afinación, el estado de apertura de su voz, si la proyecta, etcétera”, nos aclara.


Lo de la respiración es más importante de lo que puede parecer a simple vista. Por algo, la máxima de los profesores de canto italianos de hace dos siglos, aún vigente, era: “Chi sá ben respirare saprá ben cantare” (‘quien sabe respirar bien sabrá cantar bien’). Normalmente, respiramos en dos fases, inspiración y espiración. La primera, contrayendo el diafragma y ensanchando el tórax para llenarnos de aire, y la segunda haciendo justo lo contrario. Los versados en el tema consideran que, al cantar o hablar, tenemos que añadir una fase de retención previa a espirar, que prepara el cierre de las cuerdas vocales y nos coloca en posición activa para emitir sonidos.


Si alguna vez has asistido a clases de yoga, no te sonará a nuevo que existen tres tipos de respiración: la clavicular –se eleva la clavícula y los hombros–, la intercostal –se abre la caja torácica– y la diafragmática o abdominal. Para cantar o hablar, lo ideal es decantarse por la tercera. Más que nada, porque moviliza el epigastrio, es decir, la parte más alta del abdomen, que es donde radica el mayor control voluntario de la respiración. Además, hay que saber que los sonidos largos y fuertes se generan utilizando los abdominales largos. Pero que, cuando se trata de notas picadas, hay que echar mano de los intercostales. Afinar también tiene su intríngulis.


Dar con la nota adecuada resulta misión imposible para, al menos, un 40 % de la población. ¿Por carecer de talento? Esa fue la pregunta que se hizo Sean Hutchins, investigador canadiense de la Universidad de Montreal, cuando se topó con tan alto porcentaje. Después de cinco experimentos diferentes, llegó a la misma conclusión que Carlos Vila y que otros muchos instructores de canto: no es un problema de talento. Solo falta entrenamiento. “Los buenos cantantes son los mejores atletas de la voz, solo eso”, asegura Hutchins. No hay más misterio.

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A interpretar melodías puede aprender casi todo el mundo si entrena y aprende a coordinar los músculos de los diferentes órganos que usamos para emitir un sonido afinado, desde los pulmones hasta las cuerdas vocales. Y decimos casi porque hay un pequeño porcentaje de la población, un 2% que carece de la capacidad de detectar la diferencia entre las notas. Lo que coloquialmente llamamos tener un oído enfrente del otro.

Otra buena noticia es que, cuando llega la hora de dar la nota, contamos con cierto margen de error. Resulta que, con la falta de precisión de la voz, los humanos somos bastante más permisivos que con la desafinación de los violinistas o de los trompetistas. Hutchins lo denomina generosidad vocal. Para que te hagas una idea, se calcula que los oyentes somos capaces de detectar desviaciones en el tono de una melodía de una décima parte de semitono –10 cents, en la unidad de medida de intervalos musicales–. Pero esa sensibilidad no impide que los cantantes puedan llegar a desviarse de los tonos teóricos en más de 40 cents –¡casi medio semitono!– sin que su público deje de aplaudirles entusiasmado.


Quien canta, su acento espanta

Cuesta adivinar en qué zona de España están las raíces de Pablo López cuando canta, acompañado del piano, “fuera, vete de mi casa, tú no eres mi amiga...”, los primeros versos de su exitosa canción El patio. Sin embargo, su marcado acento malagueño sale a relucir rápidamente en cuanto abre la boca para decir unas palabras. Y lo mismo le pasa al almeriense David Bisbal. O al roquero Mick Jagger, que neutraliza por completo su arraigado acento británico cuando sube al escenario y podría pasar por un estadounidense de pura cepa. ¿Por qué ocurre esto si usamos la misma laringe y las mismas cuerdas vocales para hablar que para cantar?


Al parecer, todo está en el cerebro. Dice el otorrinolaringólogo británico Gerald Brookes que, cuando parloteamos, entra en juego el hemisferio izquierdo del cerebro, mientras que al cantar es la mitad derecha la que toma el timón para producir el ritmo y la melodía. Por eso, y porque el entrenamiento muscular que se precisa para cantar bien entonado es casi atlético y exige cambios importantes en la vocalización, el acento regional desaparece por completo, hasta en un simple tarareo. Pocas voces ha habido tan genuinas como la de Constantino Romero, el ya difunto presentador y doblador de cine que le puso voz a Arnold Schwarzenegger en Terminator, y también al malvado Darth Vader. O la de Mercedes Montalà, a la que es posible que no reconozcas por ese nombre, pero que sin duda te sonará, nunca mejor dicho, en cuanto sepas que siempre dobla las voces de tres actrices míticas: Michelle Pfeiffer, Julia Roberts y Sharon Stone.

Que logre encandilar nuestros oídos tiene mucho que ver con su timbre natural. Esa cualidad del sonido de la voz de una persona o de un instrumento musical que permite distinguirla de otro del mismo tono. El timbre depende de la estructura de las cuerdas vocales, de cómo vibran y, sobre todo, de la forma y tamaño de la faringe, la nariz e, incluso, el cráneo.

En otras palabras, de las cavidades naturales de resonancia con las que cuenta cada persona. Para entender bien cómo funcionan, basta con que te pases un rato platicando dentro de una catedral y luego salgas al aire libre para continuar con la charla. La diferencia es impresionante. Los espacios huecos de la boca, la nariz y el cráneo funcionan como la cubierta de una catedral, con lugares específicos y diferenciados donde las ondas sonoras rebotan. Y eso determina cómo suenas.


Chivata de sentimientos

El eminente físico británico Stephen Hawking se pasó años comunicándose con un sintetizador de voz adosado a su silla de ruedas. Y, aunque el aparato cumplía su función bastante bien, tenía un déficit importante: las palabras que emitía no eran capaces de expresar duda, poner énfasis en una parte del discurso, usar un tono irónico o transmitir miedo o alegría en el mensaje. Es decir, el traductor de pensamiento de Hawking era incapaz de regular la entonación a medida que hablaba, una característica fundamental del lenguaje humano que hace que lo que transmitimos de viva voz contenga más información que cualquier texto escrito.


Esa entonación universal te permite diferenciar un eslogan publicitario de la confesión íntima y susurrada de un amigo, aunque hablen en el ininteligible dialecto de una recóndita tribu de la selva africana. De controlar los cambios de tono se encarga una zona del cerebro muy concreta, según pudo averiguar no hace mucho Edward Chang, investigador de la Universidad de California en San Francisco. Gracias al trabajo con sus pacientes, este neurocirujano dio con un grupo de neuronas de la corteza motora laríngea dorsal que controla la tensión de las cuerdas vocales y, por lo tanto, el tono. Son ellas las que dictan los agudos y los graves de nuestro discurso, las que marcan dónde ponemos énfasis, o dónde metemos esa cuñita en mitad de un comentario despectivo. Cambios de tono importantes para una especie tan social como la nuestra, que de este modo intercambia mucha información necesaria para relacionarnos unos con otros.

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El espejo del alma

Una de las premisas de las que parte Carlos Vila cuando se pone a trabajar con sus alumnos es que “la voz está estrechamente relacionada con la esencia de la persona”. Y la ciencia le da la razón. De acuerdo con un reciente estudio de la Universidad de Yale, podríamos asegurar que hasta es “el espejo del alma”. Según han podido demostrar el psicólogo Michael Kraus y su equipo, al oído se le da bastante mejor detectar las emociones que al ojo. Por muy expresivo que nos parezca un rostro, se queda corto si lo comparamos con la capacidad de transmitir emociones de la voz, que en solo un par de frases nos permite detectar si alguien está nervioso, intranquilo, apático, cansado, lleno de entusiasmo, emocionado, sorprendido, avergonzado o cohibido. Es más, los investigadores comprobaron que se nos da mejor identificar el estado emocional de una persona hablando con ella por teléfono que cara a cara. Porque tratar de interpretar su rostro nos confunde. “La voz, sobre todo cuando es la única pista, es el mejor medio para empatizar”, concluye Kraus. Por eso, en cualquier cultura del mundo somos capaces de distinguir un alarido de miedo –“¡ahhh!”– del mismo grito expresando placer. Y, por el mismo motivo, si quieres saber de verdad cómo se siente alguien a quien no tienes cerca, sigue el consejo de Kraus: olvida el Skype y hazle una llamada de voz, a lo tradicional. ¿Y en persona? Sencillamente, escucha con los ojos cerrados.

Otra verdad como un templo es que las palabras a veces engañan, pero el tono de voz no. Analizando las de hombres y mujeres en sesiones de terapia de pareja, científicos de la Universidad de California del Sur han demostrado que es posible predecir si la relación prosperará o se irá a pique por el tono que usan sus protagonistas cuando conversan o discuten. Como parte de su investigación, han desarrollado un algoritmo que, a partir de dicha información, acierta lo que vendrá después con un 79 % de acierto. Bastante mejor que los propios terapeutas.

Este detalle también se pone del lado de la policía forense en el momento de interrogar a un sospechoso o a un testigo. La ciencia revela que, al mentir, usamos un tono más agudo que diciendo la verdad. Y que, aunque intentemos contrarrestarlo para disimular la falta de honestidad, es inevitable que el tono del embuste suba.

Para que te obedezca tu perro


Es un rasgo que no solo transmite la sinceridad o su ausencia. También autoridad. Los asesores de Margaret Thatcher lo tenían tan claro que pusieron a trabajar a la primera ministra británica con el entrenador del habla del Royal National Theatre para dar a su voz profundidad y gravedad. “Pretendían que resultase más convincente; aquel fue un modo bastante eficaz de hacerla parecer más autoritaria y poderosa ante el resto del mundo”, nos cuenta Carlos Vila. Lo más interesante es que la táctica es bastante común en la naturaleza. Hay primates como los macacos o los chimpancés que se comunican con un tono de voz más grave en sus riñas para reafirmar su estatus.


Es más, en nuestra propia especie, se ha demostrado que, de forma inconsciente, el ascenso a puestos de poder –aunque sea presidente de la comunidad de vecinos de nuestro edificio– cambia el tono hacia una voz más profunda. Muy útil, teniendo en cuenta que hay estudios concluyentes que demuestran que las voces graves nos resultan más creíbles. Los expertos recomiendan que bajemos el tono al empezar una conversación, si nuestra intención es que nos perciban como personas dominantes, influyentes y dignas de confianza. O lo que es lo mismo, capaces de llevar la voz cantante. Hablar con voz de pito, por el contrario, nos hará parecer sumisos y maleables.


Eso sí, a la hora de ligar, las tácticas vocales son distintas. Hay que tener en cuenta que los picos de sonido crean expectativas sobre el tamaño de la persona que habla. Según una investigación británica del University College de Londres, los chicos prefieren voces femeninas agudas, que asocian con cuerpos pequeños y delgados. Por el contrario, las féminas se sienten especialmente atraídas por las voces más graves, tonos propios de varones corpulentos. Otro detalle curioso es que las personas cuyas voces resultan atractivas para el sexo opuesto tienen rostros más simétricos, un rasgo directamente relacionado con el atractivo físico. ¿Casualidad? No lo parece.


Lo que la ciencia nos ha dejado bien claro es que el sonido que nos sale de la boca no es un aspecto baladí. Ya sea delante de un micrófono, en una reunión, en una entrevista de trabajo, dando un discurso o en la intimidad, es más importante entrarle a alguien por los oídos que por los ojos.

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