¿Eres comedor compulsivo?
No pueden parar de engullir, sobre todo, alimentos no saludables. Pero no lo hacen por gula. El trastorno por atracón es una enfermedad mental que afecta al control de los impulsos.
A media tarde, se me despierta un dragón que tengo en el estómago y arremete contra todo lo que tengo en casa. Me lo como todo”. Así resume María un ataque de trastorno por atracón, que empezó a padecer a los veintiocho años, entrelazado con una profunda depresión. Aún los sufre de vez en cuando, a pesar de que lleva años rehabilitada. Prefiere no dar su nombre verdadero, porque esa es la política de Comedores Compulsivos Anónimos (CCA), la asociación a la que pertenece desde hace una década y de la que es portavoz. Una Nochevieja, cuando sus familiares llegaron a su casa para cenar, no había nada de postre... María se había comido todo lo que había comprado para convidarlos, mazapanes, mantecados, polvorones y turrones.
Pero el problema no solo está en esa ansia de zampar sin medida. “Te sientes mal después porque tu cabeza no lo acepta. Te tratas mal, te culpabilizas y te invaden las emociones negativas que te llevan, otra vez, a darte otro atracón. Caes en una espiral de la que no ves salida. Es como el drogadicto que no quiere caer y, cuando cae, se siente fatal y tapa ese sentimiento drogándose más”, nos explica. Esta conducta está recogida desde hace poco en el manual de enfermedades mentales DSM-5 –elaborado por la Asociación Estadounidense de Psiquiatría– y es el trastorno alimentario más frecuente en EE. UU. En España, se estima que alrededor de un 2,5 % de la población lo padece, es decir, se da atracones frecuentes y recurrentes, al menos, una vez por semana, durante varios meses. Pero “el síntoma que más claro hace el diagnóstico es el gran malestar que experimentan los enfermos, mientras y después de dar rienda suelta a la tentación. Influye a todos los niveles en su vida.
Planifican su día a día y todo su comportamiento en base a la comida, piensan en ella todo el rato. Además, como se avergüenzan, comen a escondidas, se aíslan. Muchos acaban separándose de su pareja para que no interfiera en su obsesión”, explica a MUY el psiquiatra Ignacio Basurte, jefe de la Unidad de Trastornos Alimentarios del Hospital Gregorio Marañón de Madrid. Por eso, María lo llama “la enfermedad del aislamiento”. Y nos confiesa que, antes de rehabilitarse, “esperaba a que todo el mundo se fuera a la cama para hincharme a comer. Antes o después, con los que te rodean siempre surge algún conflicto, porque el malestar, la frustración que sientes se vuelve contra los seres cercanos. Así que yo prefería no estar con nadie, sola me soportaba mejor”.

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Una dolorosa gula
“Comen aunque no tengan hambre”, puntualiza el psiquiatra. Al mismo tiempo, la compulsión tampoco está ligada al placer de disfrutar de la mesa. “Ni siquiera saborean la comida, existen casos en que pueden llegar a comerse el contenido del congelador... cuando todavía no está descongelado”, señala. Según este experto, no se trata de un hábito, sino de una enfermedad cerebral ligada al circuito de recompensa –situado en la zona interventral central y núcleo accumbens del encéfalo–, relacionado con la liberación de dopamina –neurotransmisor vinculado al placer– e implicado en las adicciones en general. También se ven afectadas el área de la motivación –córtex orbitofrontal– y las zonas responsables de funciones ejecutivas como el control cognitivo, que se ocupan de regular e inhibir el comportamiento –en el lóbulo frontal–. En este sentido, Basurte nos explica que el único tratamiento aprobado por la Administración de Alimentos y Medicamentos estadounidense (FDA) es la dimetilanfetamina –el fármaco Elvanse–, similar al que se usa para trastornos del neurodesarrollo como el trastorno por déficit de atención e hiperactividad, donde también necesitan un empujón las funciones de control del cerebro, esas que se encargan de decirle “no” a un tentador pedazo de pastel. Es una medicación que funciona bastante bien, nos asegura el psiquiatra, aunque, en su experiencia, la enfermedad debe abordarse también en consulta con el psicólogo y, sobre todo, con terapia grupal.
Con apoyo del grupo, más fácil
“El problema lo tenemos en la cabeza, porque repetimos un comportamiento absurdo, se convierte en una obsesión. Mentalmente, tenemos bastantes complicaciones para afrontar la vida”, admite María. La clave está en que “cualquier emoción que aparece la tapamos con comida. Pero, en vez de eso, hay que aprender a sentirlas, a gestionarlas”, aconseja. Para ella, lo esencial es, aunque haya recaídas, “volverse a levantar, no caer en el círculo vicioso de frustración y atracones, y seguir adelante con el plan de recuperación”.
Además de reuniones presenciales y por internet, en Comedores Compulsivos Anónimos “tenemos un sistema de apadrinamiento, una persona que lleva un recorrido en el programa ayuda a otra a recuperarse. También estamos en contacto telefónico y tenemos un sistema de SOS las 24 horas, para apoyarnos en momentos críticos”, afirma María. Para ella, el banquete de una boda puede ser todo un reto. “Antes, era una oportunidad de darme un atracón. Ahora, no repito ningún plato y, si hay algún alimento compulsivo, como el postre, no lo tomo o lo sustituyo por una fruta”, nos confía satisfecha. También está recomendada la consulta con el especialista en nutrición, que enseñará al paciente a usar “diarios para registrar cada comida, episodios de atracones y el contexto en que se dan. Una herramienta muy eficaz es crear una dieta pautada con tres comidas al día y dos o tres colaciones, sin más de cuatro horas entre comidas, con distribución semanal de grupo de alimentos, técnicas culinarias saludables y control de cantidades”, apunta la nutricionista María Dolores Sousa, especialista de la Unidad de Trastorno de la Conducta Alimentaria del Hospital San Agustín de Dos Hermanas (Sevilla).
Además, esta experta puntualiza que, dentro de la enfermedad, existen grados, que clasifica por el número de atracones a la semana: leve –1 a 3–, moderado –4 a 7–, grave –8 a 13– y extremo –más de 14–. Los casos más suaves pueden corregirse con el apoyo de consultas periódicas, pero los más severos requieren de hospitalización. “La situación puede ser tan caótica que llegan a dormir con comida en la cama y no salir de casa salvo para ir al supermercado. Si es así, lo habitual es que requieran un ingreso de 24 horas para lograr la estabilización y atender a su salud física y mental”, nos cuenta la doctora Nieves Gómez-Coronado, psiquiatra en el mismo Hospital San Agustín.
El eje central del día
En todos los pacientes, un rasgo común es organizar toda su vida en función de la comida. “Empecé a visitar restaurantes de comida rápida entre horas, uno detrás de otro. Hasta tenía calibrados qué bocados eran mejores para engullirlos mientras conducía y cuáles eran más indicados para devorar en casa. Si tenía que viajar, lo preparaba todo para llegar siempre a tiempo para la hora de comer o de cenar. Mi mente estaba siempre planificando el siguiente atracón y cómo ocultarlo”, escribe Ryan Sheldon, autor del blog Confessions of a binge eater (Confesiones de un comedor compulsivo). Por otra parte, Basurte nos cuenta cómo el trastorno, por lo general, se da en pacientes con un largo historial de dietas. Es más, “el desencadenante suele ser el inicio de un régimen. Intercalan periodos de restricciones con atracones en un círculo vicioso”, relata. Es lo que le pasó a María, que empezó a hacer dietas alrededor de los treinta años. “Adelgazaba con todos los regímenes, pero al día siguiente me daba el atracón, comía más y más... Hasta que llegó un momento en que pasaba seis meses a dieta y seis meses engordando. Y mi peso iba creciendo”, recuerda.

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Por otra parte, lo padecen más mujeres que hombres, en una proporción de tres a dos, según la Binge Eating Disorder Association estadounidense. Algo que, en opinión de la portavoz de CCA, es una cuestión cultural: “El hombre siempre ha estado más cerca del bar, y la mujer, de la cocina”.
La báscula no tiene la palabra
Es un trastorno mental que, por otra parte, no está vinculado obligatoriamente a la obesidad. “Somos de todas las tallas”, afirma María. Ni todos los gordos lo padecen, ni padecerlo implica necesariamente estar gordo. Pero, claro, como apunta Sousa, en el 50 % de los casos desemboca en una masa corporal por encima de lo indicado, con el consiguiente riesgo para la salud. En este escenario, artritis, sobrecarga de articulaciones, osteoporosis, diabetes, hipertensión, y problemas cardiovasculares o digestivos son algunas de las dolencias asociadas, además de la depresión y ansiedad inevitables cuando uno no se siente a gusto con su vida o con su propio comportamiento.
Otros problemas psiquiátricos que suelen convivir con el trastorno por atracón tienen que ver con “el control de impulsos, consumo de sustancias, y trastorno de personalidad u obsesivo-compulsivo. Es frecuente que, además, presenten más de uno”, indica Gómez-Coronado. ¿Y cuál es el perfil típico de paciente? “Si hubiera que generalizar, podríamos decir que suele tratarse de mujeres jóvenes o de mediana edad, con más tendencia al descontrol de impulsos, más extrovertidas y cuyas relaciones familiares son menos afectuosas o más faltas de confianza, si se comparan con las pacientes anoréxicas”, afirma la psiquiatra.
Por otra parte, nos recuerda que los genes juegan un papel importante, tanto que diversos estudios estiman que la enfermedad es hereditaria en entre el 41 % y el 57 % de los casos. En cuanto a las causas, existen varias hipótesis. “Hay estudios que apuntan hacia la baja producción de serotonina, que hace que aumente el deseo de tomar alimentos para incrementar esos niveles. Asimismo, se habla de las dietas restrictivas que no aportan todos los nutrientes que el cuerpo necesita, del estrés, de sentirse vacío o insatisfecho con la propia vida, del modelo de consumo actual...”, enumera Sousa. En el polo opuesto, la nutricionista afirma que varias investigaciones han dejado claro que un patrón de dieta saludable, como la mediterránea, se asocia de manera inversa al riesgo de padecer trastorno por atracón.
“A mí, mandadme comer cualquier cosa, pero poco no, mucho, que todo me gusta”, les decía María a los dietistas en la consulta. De todas maneras, hay comidas que desatan la compulsión más que otras, sobre todo, “las percibidas como prohibidas”, nos comenta la doctora Gómez-Coronado. Es decir, las que llevan sal, azúcar y grasas. Son los llamados “alimentos compulsivos” que, en palabras de María, “se te meten en la cabeza como una obsesión y estás todo el día pensando en eso. Para cada uno son diferentes, aunque algunos tienen más papeletas, por su composición”, explica. Su perdición personal es la mezcla de harina y azúcar –“si encima lleva grasa, mejor”–, además del chocolate y los helados.
¿Es hora de acudir al médico?
“Existen aspectos de conducta que pueden ser signos de alarma, como comer grandes cantidades muy deprisa, sin hambre o comer de manera caótica, además de aspectos psicológicos como sentimientos de culpa después de las comidas, insatisfacción corporal o baja autoestima”, nos señala Gómez- Coronado. Pero las consultas suelen ser tardías y detonadas por otros trastornos asociados, psicológicos o físicos. En este sentido, Basurte advierte de que, “mientras la anorexia es más llamativa, porque se observa rápido la pérdida de peso, el trastorno por atracón puede pasar desapercibido, ya que el paciente puede tener un peso normal. Además, el sentimiento de vergüenza que suele acompañarlos hace que no consulten en problema hasta bien entrada la edad adulta”.
Si alguien sospecha que tiene un comportamiento anómalo o no se siente cómodo con la comida, Marí aconseja que haga el test que ofrece la web de CCA (www.comedorescompulsivos.es), que contacte con ellos y que pruebe a ir a una de las reuniones. “Somos un complemento del cuidado médico. Además, la participación es anónima, gratuita y no hay obligación de permanencia, la asistencia es libre”, indica. Por su parte, Ryan Sheldon asegura que el trastorno se puede superar, “pero primero tienes que identificarlo y admitirlo”.
“Yo ya me he librado de las dietas y sigo recuperándome. Tengo un peso corporal saludable y lo mantengo. Y tengo el programa –de CCA– que me ayuda a afrontar las situaciones que la vida me va presentando. Aunque el problema está siempre ahí latente”, nos cuenta María. Por suerte, como aclara Gómez-Coronado, es el trastorno alimentario que mejor pronóstico tiene. Según la Sociedad Española de Medicina General, el 80 % de los enfermos consigue dejarlo atrás.