Halitosis: ¿es fácil de solucionar?
Apestar a ojos de los demás cada vez que abres la boca es un gran problema. La halitosis tiene nada menos que ochenta posibles causas; entre ellas, alguna enfermedad subyacente. La buena nueva es que, en la mayoría de los casos, no resulta grave y es fácil de solucionar.
“Puedes sentir afecto por un asesino… pero no por un hombre cuya boca apesta. Por mucho que desees lo mejor para él o admires su mente y su personalidad, si su aliento apesta, él se volverá horrible y, en el interior de tu corazón, lo odiarás”. En su novela El camino a Wigan Pier, George Orwell sintetiza, casi con crueldad, el sentimiento de rechazo que provoca el mal aliento. Ciertamente, pocas afecciones nos incapacitan socialmente tanto como la halitosis, y no precisamente porque en nuestros días nos hayamos vuelto más tiquismiquis con los olores corporales. Ya desde Hipócrates hasta Shakespeare, desde el Talmud hasta el Génesis y el Corán, encontramos referencias al aliento desagradable. En los textos sagrados, filosóficos y literarios de la Antigüedad se describe como algo intolerable, digno de reprobación.
¿Es que estoy podrido?
Nuestros antepasados no pensaban en que pudiera haber un problema médico detrás, tan solo consideraban su impacto en las relaciones sociales o amorosas, en las distancias cortas, en el boca a boca. En cambio, los médicos antiguos sí sospechaban que pudiera indicar la presencia de alguna enfermedad. Aun así, su primera descripción como una entidad clínica no se produjo hasta 1874, cuando Joseph W. Howe publicó el libro The Breath, and the Diseases which Give it a Fetid Odor (El aliento y las enfermedades que le dan un olor fétido), en el que detalla sus posibles causas, analiza su relación con la digestión y con el estreñimiento, y apunta diversas opciones de tratamiento. Curiosamente, Howe no llegó a utilizar la voz halitosis. Este vocablo es, en realidad, puro marketing: en 1921, un avispado publicista combinó la forma latina halitus –aire espirado– con la terminación griega -osis, sufijo que utilizamos para describir una alteración patológica. Así, conformó este término con el que bautizó un enjuague bucal. La palabra tuvo éxito y enseguida pasó a la literatura médica.
Tres mil gases distintos
Sin embargo, pese a su sufijo, no se trata de una enfermedad. “Es una señal, un síntoma de que algo está sucediendo. Hay más de ochenta fisiopatologías que pueden hacer que una persona tenga su aliento alterado y que los demás perciban como desagradable esta alteración”, explica el doctor Jonas Nunes, director del Instituto del Aliento y de la primera Unidad Hospitalaria de Halitosis de Europa. Con estas palabras ya nos anticipa que la definición de halitosis es social: “Se trata de un olor molesto en el aire espirado –ya sea por nariz o por boca– que es detectado por los demás. Por mucho que uno pueda pensar que le huele mal la boca, si las personas próximas no lo perciben, no hay halitosis”, puntualiza. Bien, ¿y a qué se debe? Para entenderlo, tenemos que partir de un dato que seguramente nos inquietará: en el aliento pueden estar presentes más de tres mil gases distintos en concentraciones diferentes. Para que el olor se pueda percibir, es necesario que haya una proporción determinada de cada gas, que se supere un determinado umbral. Algo parecido a cuando empezamos a subir el volumen de la radio, que no es incómodo hasta que no se alcanza un determinado nivel de decibelios. Además de la cantidad, importa la calidad: los gases más pestilentes son los que se conocen como compuestos sulfurados volátiles (CSV), y no es de extrañar, ya que contienen azufre en su composición. Entre ellos, los responsables de un mayor número de casos de halitosis son el sulfuro de hidrógeno, el metilmercaptano y el dimetilsulfuro.

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Al otro lado de la cama
En principio, que nos huela mal la boca no significa que tengamos un problema médico. Por eso, los especialistas hacen la distinción entre halitosis patológica y fisiológica. Esta última, también llamada halitosis transitoria, es la que todos hemos tenido en alguna ocasión –o en muchas, reconozcámoslo reconozcámoslo–. Es el caso, por ejemplo, del odioso mal aliento matutino, provocado por el escaso flujo salival durante el sueño y por la acumulación de bacterias anaerobias. O de la que se produce por presencia de restos de comida, en especial, cuando se trata de alimentos con compuestos sulfurados. Un buen control de placa que incluya cepillado de dientes y raspado lingual, disminuye mucho las probabilidades de padecerla.
Buen barrido de lengua
La halitosis patológica o verdadera, en cambio, no logra solucionarse con los habituales métodos de higiene. Se trata de encontrar el origen, algo que no siempre es sencillo; al fin y al cabo, ya apuntábamos antes que hay más de ochenta posibles causas. De ellas, la gran mayoría las hallamos dentro de la cavidad oral. “Existe la creencia popular de que es un problema de origen estomacal. De hecho, muchos pacientes acuden a consultar a un especialista en aparato digestivo, cuando el profesional de elección debería ser el odontólogo, ya que hoy sabemos que la boca es responsable de la mayoría de las halitosis. De ellas, el 80 % se deben a lo que denominamos cubrimiento lingual”, nos cuenta la doctora Laiqi Xiang, odontóloga en el Centro Dental CORE y miembro de la Asociación Internacional para la Investigación del Aliento (IABR).
Sí, muy a menudo la clave está en la superficie de la lengua, donde, por su especial morfología, “se acumula una capa blanquecina que contiene las bacterias que producen los gases responsables del mal olor”, continúa la doctora Xiang. Son varias las especies implicadas –Fusobacterium nucleatum, Tannerella forsythia, Actinobacillus actinomycetemcomitans, Porphyromonas gingivalis y Prevotella intermedia–, que son más prevalentes y se encuentran en mayor cantidad en las personas con halitosis. La buena noticia es que, en muchos casos, el tratamiento es sencillo: higienizar o limpiar la lengua con un raspador, una práctica que debería formar parte de nuestra higiene bucal diaria. “En consulta, instruimos a los pacientes para que lo utilicen bien.
A veces, hay que complementar este barrido mecánico con algún compuesto de control bacteriano químico, como son los antisépticos. La otra gran causa de halitosis de origen bucal son las enfermedades gingivales y periodontales. Según la doctora Xiang, los gérmenes presentes en el biofilm gingival y causantes de estas dolencias pueden provocar también mal olor. “Entonces, se ha de tratar la enfermedad en cuestión, lo cual suele conllevar una mejora en la calidad del aliento. Ahora bien, hay personas en las que ese control de la placa no es tan sencillo; depende mucho de las características locales y sistémicas de cada individuo”, añade la experta.
Cuando el problema no se resuelve, hay que seguir buscando posibles causas y el diagnóstico puede complicarse. Las amígdalas, por ejemplo, pueden ser también las responsables. Según sea su morfología, tamaño y posición, es más o menos fácil que retengan restos de alimentos y de queratina, conformando los cáseos, unos cálculos putrefactos que a menudo son la causa de malos efluvios. El 60 % de los pacientes que acuden a una consulta en el Instituto del Aliento, nos cuenta el doctor Nunes, sufren halitosis de origen oral, pero es un porcentaje que va disminuyendo, gracias tanto a la mejora de la atención odontológica y de la higiene bucodental como a que hay mayor facilidad para obtener un diagnóstico en consultas de atención primaria o en odontología.
Ahora bien, hallar la causa puede llegar a ser una ardua tarea para un profesional no formado en la materia, sobre todo, cuando el origen está en el aparato respiratorio, en el tubo digestivo o tiene una base sistémica.
Del estómago a los pulmones
“Cuando tenemos un paciente que ya tiene una higiene oral correcta, con una alimentación no muy rica en alimentos de olor y sabor intenso y, al menos aparentemente, está sano, ya hay una justificación médica para hacer una investigación avanzada”, apunta el doctor Nunes. Se trata de estudiar los gases presentes en el aliento, de hacer un estudio microbiológico avanzado, análisis bioquímicos, prueba de la incubación salivar, monitorización del amonio… “Es así como llegamos a un diagnóstico etiológico y podemos decirle: ‘Tu halitosis está provocada por esto’. Pero no tiene sentido hacer pruebas tan especializadas sin haber pasado por atención primaria y por el dentista”, comenta. También en las causas extraorales es frecuente que hagan su aparición las bacterias. Una de ellas es la Helicobacter pylori, ya que algunas de sus cepas tienen capacidad para producir compuestos con mal olor. “Tenemos que ver todas las estructuras a lo largo del tubo digestivo y del aparato respiratorio. Son frecuentes los problemas rinosinusales: en personas con problemas para respirar por la nariz, la mucosidad estancada puede favorecer la acción de las bacterias”, nos explica el especialista.

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Con respecto al intestino, es cierto que, en principio, del duodeno para arriba los gases salen por la boca, mientras que del duodeno para abajo salen por el recto. Ahora bien, la microbiota digestiva puede producir gases que traspasan la pared intestinal, circulan por el torrente sanguíneo y son liberados, con la respiración, por la boca. “Por eso, una persona con un estreñimiento de diez días puede tener un aliento con olor a heces. Es importante tener en cuenta este mecanismo de absorción intestinal que propicia la circulación de gases por la sangre hasta llegar a los pulmones. El aliento sale por la boca, pero procede del pulmón”, recalca. Identificado el origen, llega la hora del tratamiento. Teniendo en cuenta que hay más de ochenta posibles causas, también hay muy diversas opciones terapéuticas: lo primero será, siempre, corregir la enfermedad subyacente. Ambos expertos, la doctora Xiang y el doctor Nunes, coinciden en señalar que, si bien puede haber algunos abordajes más complejos que otros –pueden ser necesarias pequeñas cirugías, incluso–, lo más difícil es “tratar el problema a nivel emocional.
La halitosis provoca muchísimo sufrimiento y es frecuente que, tras años de vivir avergonzado, reprimido, aislado, el paciente no termine de creer que ya no huele. Queda por delante un largo trabajo para que recupere su autoestima y su felicidad”, asegura Nunes.
La opinión de los demás
Volvemos así al principio, al aspecto social del problema. El Informe europeo de hábitos sexuales nos habla de que la principal causa de inhibición femenina ante el sexo es el mal aliento –29 %–, por delante del egocentrismo masculino, la pereza o la arrogancia de su pareja. Aun teniendo tanta importancia, aun causando tanto rechazo, la halitosis sigue siendo un tabú. De hecho, muchas de las personas que acuden a consulta lo hacen en secreto, a escondidas de su familia. Recelan de su aliento, pero no se atreven a preguntar. Y esto tiene su importancia: el primer requisito de la halitosis, ya lo hemos dicho, es que sea percibido por terceros. La cuestión es que la autopercepción nos puede engañar, tanto en un sentido como en otro. Es posible que tengamos una boca de alcantarilla y no seamos capaces de darnos cuenta, ya que no hay correlación científica entre lo que huelo yo y lo que huelen los demás. Es posible, asimismo, que pensemos que nos apesta y no sea así.
“Si les preguntas a cien personas con reflujo si se sienten con mal olor de boca, la gran mayoría te dirá que sí. Pero, luego, aplicamos la nariz electrónica y vemos que están equivocadas”, indica el doctor Nunes. Es un problema que se conoce como pseudohalitosis: el paciente tiene esa sensación horrorosa de quemazón y ácido; tiene vergüenza, usa caramelos, chicles, enjuagues… Y no hay mal aliento. Por cierto, eso que hacemos de espirar en la mano para ver si nos huele mal, no sirve para nada: “La autopercepción no es fiable, porque la información que llega al cerebro está influida por múltiples factores. No hay un método científicamente seguro de autoverificar. Lo único que sirve es preguntar”, advierte.
Cuestión embarazosa
Sin embargo, nos cuesta hacerlo y, también, responder. Nos da apuro. Según el doctor Nunes, “es una obligación que tenemos hacia los seres más cercanos, y por dos motivos: uno, porque la persona puede no ser consciente, y todos desearíamos que, si nos pasara, nos lo dijeran; otro, porque puede haber una patología subyacente que, además de provocar mal aliento, ponga en riesgo su salud”.