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Enfermedad X: la próxima plaga

Si una pandemia nos tomara por sorpresa, el número de víctimas sería incalculable. Entre otras cosas, porque somos casi 8.000 millones de humanos en estrecho contacto –gracias a la globalización– y porque las ciudades densamente pobladas son la diana perfecta para las infecciones en masa.

No había vivos suficientes para enterrar a los muertos cuando, entre 1347 y 1350, la peste negra arrasó Europa y se cobró veinticinco millones de víctimas. Más estragos todavía provocó, en 1918, un brote virulento conocido comúnmente como gripe española, del que aún se desconoce el germen causante y que se llevó por delante a ocho millones de españoles y decenas de millones más en otros países. ¿Agua pasada? En absoluto.

Nadie está a salvo

La ilusión de que las epidemias ya pasaron a la historia se truncó definitivamente en la década de 1980, con la llegada del virus de la inmunodeficiencia humana ( VIH), un microbio silencioso nunca antes visto que destruía el sistema inmune. Su irrupción en escena demostró que la evolución de la medicina y los antivirales no bastan para mantenernos a salvo de las infecciones masivas. La suma del cambio climático y la globalización de las comunicaciones y el transporte nos han vuelto más vulnerables, incluso, que nuestros antepasados. Por si cabía duda de que esto es así, al azote del virus que causa el sida le siguieron la gripe aviar, el síndrome respiratorio agudo grave (SARS, por sus siglas en inglés) y el zika.

Aunque, sin duda, el mayor susto nos lo dio el ébola, en 2014, tras infectar a cincuenta veces más personas que ninguna otra epidemia de la historia. Fue en ese momento cuando comprobamos que ni siquiera los habitantes de las grandes urbes están a salvo de las plagas. Análisis posteriores han revelado que, a medida que se expandía, el avispado virus se adaptaba a las personas y se contagiaba más y más rápido. Estuvimos muy cerca del abismo. En gran parte, todo hay que decirlo, porque no supimos dar una respuesta sanitaria adecuada. Encima, todo apunta a que el siguiente golpe vírico, venga de donde venga, será aún peor. Dicen los expertos que saltará en algún rincón del planeta de un animal al ser humano y pondrá en un aprieto la vida de millones de personas. Que es solo una cuestión de tiempo. Digno de un distópico taquillazo de ciencia ficción.


El cambio climático favorece a los virus

“Vivimos en un mundo cada vez más globalizado, donde las enfermedades no entienden de fronteras”, explica a ESTAR BIEN el belga Peter Piot, director de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres. “El calentamiento del clima implica que los mosquitos –que transmiten enfermedades– pueden sobrevivir en lugares que antes eran demasiado fríos para ellos, y eso dispara la probabilidad de epidemias”, puntualiza el investigador, que participó directamente tanto en el descubrimiento del VIH como en el virus del Ébola. La mala noticia es que son muchos los patógenos asesinos que están al acecho, y aún no estamos preparados para hacerles frente con todo nuestro arsenal terapéutico. La buena, que en la última década los científicos al fin se han puesto las pilas para remediarlo.

Mark Woolhouse es un buen ejemplo. No dispone de una bola de cristal para adivinar el futuro desde su laboratorio de la Universidad de Edimburgo; sin embargo, dice que ya tiene alguna idea de cuál podría ser el siguiente microbio en saltar a la palestra. En concreto, ha puesto en el punto de mira a 37 gérmenes conocidos que considera que pronto podrían volverse más contagiosos. En su elenco, figuran el virus guanarito –que provoca la fiebre hemorrágica venezolana–, el junín –causante de la fiebre hemorrágica argentina– y el machupo –culpable del tifus negro boliviano–. Todos ellos ya nos han hecho enfermar en algún momento en el pasado. ¿Un buen motivo para creer a Woolhouse? Que ya hace años señaló al ébola como un virus de alto riesgo, aunque por desgracia le hicieron poco caso.


Los trópicos, zonas calientes


Si fueran solo 37 virus conocidos los que nos amenazan, sería relativamente sencillo pararles los pies. Pero los investigadores que participan en el proyecto estadounidense PREDICT creen que la lista es bastante más extensa. Partiendo de que el 75 % de las enfermedades emergentes son zoonóticas, es decir, capaces de saltar de los animales a los seres humanos, han enfocado su atención en ciertos animales salvajes tropicales. El objetivo no es otro que buscar secuencias genéticas de virus que podrían suponer una amenaza para nuestra especie.


El resultado: un inventario de 984 posibles agresores, 815 de ellos totalmente nuevos para la ciencia. Y concentrados en ciertos puntos calientes geográficos, en especial, América Central, sur de Asia y África tropical. Son virus que aún no han aprendido a saltar de un humano a otro e, incluso, los hay incapaces de vivir dentro del cuerpo de una persona. Pero son lo suficientemente listos para aprender y mutar a toda pastilla. Dicen que uno de ellos provocará la enfermedad X, que es el nombre que le ha puesto la Organización Mundial de la Salud (OMS) a una hipotética infección que podría surgir en cualquier momento y causar una pandemia mundial devastadora. Responder antes de que den ese brinco supondría un gran punto a nuestro favor.

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La clave , coordinar esfuerzos

Pero no es una empresa fácil. Hace tiempo que el desarrollo de las vacunas está en manos de empresas farmacéuticas y biotecnológicas privadas, que no pueden permitirse dedicar sus esfuerzos en innovación a fabricar productos solamente “por si acaso”. Sobre todo, con lo caro que resulta su proceso de testado de seguimiento y eficacia. Sencillamente, no les sale rentable.

Por esa razón, no había una vacuna lista para usar cuando, hace unos años, el virus del Ébola nos embistió. Por entonces, los científicos manejaban dos candidatas, ambas en fase de desarrollo, pero aún no se habían probado lo suficiente en ensayos clínicos para poder usarlas con seguridad. Para colmo, en aquella crisis, se cometieron más errores dolorosos que dejaron patente las enormes lagunas que tiene el sistema internacional de salud.

Para no tropezar dos veces con la misma piedra, la ONU y la OMS han pedido a gritos una iniciativa que aúne el esfuerzo del sector privado y el público para crear un sistema nuevo, potente, capaz de plantarles cara a próximas epidemias. Y sus plegarias han sido escuchadas. A finales de 2016, los Gobiernos de la India, Alemania, Japón y Noruega se aliaban con la Fundación Bill & Melinda Gates, Wellcome Trust y varias farmacéuticas para crear la Coalición para la Innovación en la Preparación de Epidemias (CEPI, por sus siglas en inglés). Con el respaldo, además, de la OMS y de Médicos Sin Fronteras.

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Su objetivo es doble


Por un lado, buscan una táctica para desarrollar de forma rápida inmunizaciones seguras y efectivas que permitan contener futuros brotes antes de que se conviertan en catástrofes globales. “Es importante ir un paso por delante, desarrollar vacunas contra enfermedades emergentes que, si no respondemos, devastaran el mundo”, explica Piot, que forma parte de la junta directiva de la CEPI. Pero Piot y sus compañeros tampoco escatimarán esfuerzos para prepararse contra futuros virus aún desconocidos. Claro que, para que todo vaya bien, tienen que superar un importante escollo. Tal y como funcionan las cosas ahora, se necesitan más de diez años para desarrollar y garantizar una vacuna antes de que se pueda usar. Un exceso de prudencia que podría salirnos muy caro, en caso de pandemia. Por eso, Piot asegura que no escatimarán esfuerzos en acortar el tiempo que llevaría producir nuevas vacunas para futuros virus inesperados. “Hay que eliminar barreras, también legislativas”, insiste Piot.


Otro punto importante es aprender a responder todos a una cuando los virus atacan. “Iniciativas como el Equipo de Soporte Rápido de Salud Pública británico, que nos permite poner en marcha a un equipo de expertos en cuarenta y ocho horas para afrontar cualquier crisis médica mundial, son una referencia”, explica el experto. Dice que, si no está claro dónde ni quiénes fabricarán las vacunas para el planeta entero cuando una plaga nos sacuda sin previo aviso, será imposible pararle los pies, por mucho conocimiento que se haya acumulado previamente. Es decir, hay que adelantarse, crear las infraestructuras para la producción de fármacos y los test clínicos. Sin que eso suponga pérdidas económicas para las compañías privadas implicadas, uno de los compromisos de la CEPI.


Protección para ricos y pobres


Las prioridades también están claras. Durante los próximos cuatro años, los responsables de este proyecto mantendrán en el punto de mira a cinco: Lassa, Nipah, MERS, chikunguña y el causante de la fiebre del valle del Rift. Su desafío es manejar, al menos, cuatro candidatos a vacunas para este quinteto antes de que lleguen a protagonizar una epidemia internacional. Y llevar esas vacunas al último estadio de desarrollo posible. Además de prepararse para responder rápido ante esa temida “enfermedad X” que, desde 2018, la OMS incluye en su lista de enfermedades prioritarias. Sin olvidar que deben tener un precio asequible, pues los países pobres son siempre los más castigados por las infecciones contagiosas. Todo lo que haga falta para asegurarse de que la próxima invasión microbiana no nos pille desprevenidos.

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