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La amnesia más extraña

La fuga disociativa propicia desapariciones involuntarias: los individuos no saben quiénes son ni recuerdan a sus familiares, pero eso no merma su capacidad para planear un viaje y marcharse lejos de casa. No es algo que se pueda fingir.

No todos reaccionamos igual ante las adversidades, ya sean estas económicas o personales. Hemos oído hablar de quienes deciden huir de los problemas de forma consciente; pero hay otras personas que lo hacen de manera inconsciente. Hablamos de un trastorno, la fuga disociativa, que propicia desapariciones involuntarias: los individuos no saben quiénes son ni recuerdan a sus familiares, pero eso no merma su capacidad para planear un viaje y marcharse lejos de casa. Y no es algo que se pueda fingir, ya que los expertos son capaces de distinguir los casos simulados de los reales.
Tras seis días perdido, los agentes de policía encontraron a Juan –nombre ficticio– dando vueltas por un pueblo cercano a su lugar de residencia. Los efectivos lo trasladaron al Hospital Universitario de Getafe (Madrid), donde afirmó no recordar nada de cómo era su vida antes de esas 144 horas. De hecho, afirmaba que en ese tiempo había estado paseando por el río y pensaba que siempre había vivido allí. Los psiquiatras del Servicio de Neurología determinaron que sufría  amnesia biográfica, ya que no recordaba quién era ni a qué se dedicaba. La huida se correspondía con un trastorno llamado fuga disociativa, un viaje repentino lejos del hogar acompañado de una incapacidad para recordar el pasado y confusión sobre su propia identidad. La psiquiatra Livia de Rezende Borges fue una de las especialistas que trató al paciente, y su caso aparece publicado en la Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría. “La mayoría de los episodios de fuga disociativa están relacionados con sucesos traumáticos, como situaciones de abusos, guerras y desastres naturales, aunque en ocasiones los antecedentes traumáticos son previos y no ocurren al inicio del cuadro”, destaca la especialista.
En el caso de Juan, había consumido cocaína y heroína en el pasado y llevaba años de abstinencia. Asimismo, había sufrido depresión diecisiete años atrás, tras separarse de una pareja –también su padre, con dos ingresos psiquiátricos y un intento de suicidio, había sido diagnosticado con ese mismo trastorno del estado anímico–. Juan llevaba conviviendo con su nueva pareja nueve años y no tenían hijos. Era cocinero y disfrutaba del nuevo trabajo desde hacía dos meses. Su mujer fue quien informó de todos estos datos a los médicos, porque el paciente no recordaba nada y se mostraba en todo momento pasivo e indiferente. “Cuando vayan llegando las cosas, irán llegando”, declaró en la consulta.
Según su mujer, “un día se fue, desapareció”. Un mes antes de la fuga había pedido dinero a un amigo para saldar una deuda y un anticipo en el trabajo. En entrevistas posteriores, su pareja reconoció que tenían problemas y que se estaba planteando la separación. El día previo a su huida, mantuvieron una discusión. “Su manera de enfrentarse a las adversidades es escapar”, señaló a los médicos. Casos como el de Juan son muy poco comunes. Su prevalencia es de tan solo el 0,2% de la población. En la última edición de la biblia de los psiquiatras, el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (también conocido por el acrónimo de sus siglas en inglés, DSM-5), la fuga disociativa se clasifica como un subtipo de amnesia disociativa –donde la pérdida de la memoria está vinculada a sucesos traumáticos, a un intenso episodio de estrés psicológico– y ya no se considera una categoría diagnóstica principal, como en el número anterior. Sin embargo, como aclara la doctora De Rezende, en la décima edición de la Clasificación internacional de enfermedades, el CIE-10, sí se mantiene su diagnóstico diferenciado.
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Hombre con maleta de viajeiStock

Otro episodio llamativo que recoge el Journal of Medical Case Reports es el de un joven nigeriano de veintiocho años y estudiante de Medicina. En su caso, no recordaba lo que le había pasado durante los dos días en que permaneció huido, hasta que llegó a la casa de su hermano menor, situada a 634 kilómetros de su lugar de residencia. Según contó después a los psiquiatras, mientras estudiaba en su habitación por la noche vio de repente un esqueleto humano leyendo en la misma mesa y sintió que toda la habitación giraba a su alrededor y se volvía irreal. Recordaba haber sentido mucho miedo y, lo siguiente, estar en casa de su hermano dos días más tarde. No sabía cómo había viajado esas ocho horas por carretera, qué autobuses había cogido ni dónde había dormido.
“El estudiante padecía un estrés financiero y académico serio que estaba asociado a un trastorno depresivo”, describe Monday N. Igwe, el psiquiatra que trató al paciente y que dirige el Departamento de Medicina Psicológica de la Ebonyi State University, con sede en Abakaliki (Nigeria). Aunque tenía ideas suicidas, nunca había intentado quitarse la vida. Para hacer frente al estrés que le rodeaba, se había apuntado a actividades religiosas, pero eso no evitó el episodio de huida de la realidad. Seis meses después, el paciente seguía sin recordar lo que le había ocurrido en esas cuarenta y ocho horas, pero no volvió a sufrir más periodos de amnesia ni volvió a alejarse de su lugar de residencia. El doctor Igwe ha seguido de cerca su evolución y afirma que el joven consiguió aprobar sus exámenes finales y actualmente trabaja como médico en un hospital privado.
Dada su baja incidencia entre la población, Celso Arango, jefe del Servicio de Psiquiatría del Hospital General Universitario Gregorio Marañón (Madrid), afirma que la fuga disociativa es más frecuente en las películas que en la vida real. Filmes como El caso Bourne (2002), en el que el protagonista es rescatado por unos pescadores y no recuerda nada sobre su identidad, ilustran bastante bien estos raros episodios, que se enmarcan dentro de los trastornos disociativos. Esta familia de desórdenes se caracteriza por que, como su nombre indica, el pensamiento se separa de la realidad.
“Lo vemos mucho en población infantil y juvenil”, afirma Arango. Cintas como La vida de Pi (2012) están protagonizadas por menores que se imaginan un mundo de fantasía para no afrontar los traumas que les ha tocado vivir. De acuerdo con el psiquiatra, los menores de ambos sexos que sufren acoso sexual, abusos y malos tratos por parte de personas queridas muchas veces hallan en el desarrollo de trastornos disociativos la forma de afrontar una realidad tan traumática. “La disociación es frecuente, mientras que la fuga disociativa es más infrecuente”, recalca el especialista.
En su carrera como psiquiatra, ha diagnosticado muy pocas fugas, y la duración de estas ha sido de horas o de días, no de meses –como suele verse en la gran pantalla–. Las guerras y otros conflictos pueden originar estas huidas a realidades paralelas, pues también se han dado casos de este tipo de amnesia en refugiados. “Implica la pérdida de la identidad previa y, en ocasiones, el desarrollo de una nueva. A veces conlleva alejarse de la vida anterior”, detalla David Spiegel, profesor de Psiquiatría y Ciencias del Comportamiento de la Universidad Stanford (EE. UU.).
Los expertos alertan de que este tipo de escapadas se pueden simular, y solo un buen diagnóstico es capaz de diferenciar el episodio real del falso. “Hay más casos de huida de la realidad en los que los abogados se agarran al término fuga disociativa que los que son realmente”, aduce Arango. Para saber si están ante un engaño, los psiquiatras tienen sus estrategias, entre las que se incluyen preguntas trampa. También les resulta útil analizar la huella que deja el episodio en el organismo del paciente. Aunque es difícil extrapolar los resultados –dado los pocos casos que se dan–, un estudio publicado en la revista Neurophysiologie Clinique analizó las imágenes cerebrales de tres episodios de pacientes con amnesia autobiográfica; dos de ellos, con fuga disociativa. Las imágenes obtenidas por tomografía por emisión de positrones (PET) mostraron que ninguno sufría lesiones estructurales del encéfalo. Sin embargo, comparados con sujetos sanos, los participantes mostraron un deterioro metabólico del giro temporal posterior derecho, ubicado en el lóbulo temporal del cerebro y relacionado con el procesamiento de sonidos, la comprensión del lenguaje y la cognición social.
“Las epilepsias del lóbulo temporal pueden provocar que las personas sufran amnesia durante ese tiempo y hagan cosas de las que no se acuerden luego”, apunta Arango. En el caso de los trastornos disociativos, un estudio reveló que tanto el volumen del hipocampo como el de la amígdala eran más pequeños en quince mujeres que sufrían estos desórdenes que en aquellas participantes sanas.
Como hemos visto, la fuga disociativa es un subtipo de amnesia disociativa. Los especialistas diferencian entre estos episodios de huida y las amnesias autobiográficas. “La amnesia disociativa es una enfermedad psiquiátrica que, como síntoma central, tiene la amnesia autobiográfica, una condición general que puede ocurrir tras varias enfermedades neurológicas y psiquiátricas”, resume Hans Markowitsch, investigador de psicología fisiológica de la Universidad de Bielefeld (Alemania).
Esta pérdida de memoria implica serias lagunas sobre la propia identidad. La fuga se produce con una huida física del lugar de residencia del paciente, que no recuerda nada de su pasado ni sabe quién es. En un estudio publicado en Neuropsychologia, Markowitsch y el resto de autores analizaron veintiocho casos de personas con amnesias autobiográficas –algunos con episodios de fugas–, en la que quizá sea la muestra más numerosa publicada hasta la fecha. Aunque los casos eran muy heterogéneos, los autores concluyen que, en todos ellos, la pérdida de memoria sobre uno mismo parece cumplir una función protectora al servirles como vía de escape de una vida que les parece difícil de manejar.
“Llevo trabajando con estos pacientes desde 1994”, relata este psiquiatra, que se ha convertido en un especialista de referencia en estos trastornos en Alemania y en los países vecinos. Como rasgos comunes de todos los casos, Markowitsch destaca la inaccesibilidad al pasado personal, el cambio o pérdida de la identidad y lo que se denomina una bella indiferencia, es decir, inconsciencia sobre la propia situación.
Aunque lo más habitual son las fugas aisladas, que suceden una sola vez, a lo largo de la vida del paciente, a veces las hay recurrentes. Es el caso de un sujeto llamado señor K., un comerciante de la India. Su historia, que se recoge en el Indian Journal of Psychological Medicine, bien podría servir de base para un guion cinematográfico.
Casado y con treinta y cinco años, su familia lo llevó a la consulta del psiquiatra tras sufrir su cuarto episodio de fuga disociativa. El primero ocurrió en 2012: tras atravesar problemas económicos en su negocio, se sumió en un estado de shock durante tres días y tuvo que ser hospitalizado; finalmente comenzó a hablar como si no hubiera pasado nada, por lo que los familiares no le dieron demasiada importancia. Dos años después, se produjo el segundo caso, esta vez con un inexplicable viaje a la capital financiera del país, Bombay. La familia, preocupada por su desaparición, recibió una llamada del señor K. dos días más tarde informándolos de que se encontraba en esa ciudad, situada a unos mil kilómetros de su casa. No sabía ni por qué había ido hasta allí ni cómo había viajado. La huida venía precedida por nuevos problemas financieros relacionados con la construcción de su casa.
El tercer episodio tuvo lugar unos dos años después: el señor K. emprendió un nuevo viaje sin saber cómo ni por qué. En este caso, llamó a su familia y les explicó que se encontraba a bordo de un tren rumbo a Madrás. Días antes, también había atravesado un problema financiero. El cuarto caso se produjo solo dos meses después: tras quejarse de dolor de cabeza y dormir un rato, se despertó sin saber quién era su esposa ni conocer al resto de miembros de la familia. Él mismo se atribuyó un nombre distinto al real y afirmó que vivía en otro lugar. En vista de los episodios anteriores, sus seres queridos lo retuvieron cuando se disponía a viajar a Haidarābād, donde decía tener su hogar.
Fue ingresado en una clínica y durante cinco días se mantuvo firme acerca de su nueva identidad; hasta que, de repente, recuperó la memoria y dijo que no recordaba nada de lo sucedido en ese lapso de tiempo. Esta vez también tenía problemas con su negocio. “Cuando vi al paciente durante la fuga, estaba bastante convencido de su identidad y no se sentía cómodo con los médicos que lo estaban evaluando”, recuerda Angothu Hareesh, profesor de Psiquiatría en el Departamento de Rehabilitación Neurológica del Instituto Nacional de Salud Mental y Neurociencias de la India.
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El especialista explica que el diagnóstico fue posible gracias a que la familia llevó al paciente al psiquiatra y a que relataron su historial. En otros casos, cuando la fuga es transitoria y la persona se recupera, no queda constancia de lo ocurrido. También influye el entorno cultural a la hora de acudir o no a un especialista. “Es muy posible que en culturas como la de la India el paciente sea llevado al curandero para someterlo a rituales religiosos hasta que el paciente se recupere”, puntualiza Hareesh.
Los expertos coinciden en afirmar que los casos de fugas pueden aparecer cuando la persona sufre otro trastorno psiquiátrico, como depresión mayor, esquizofrenia, estrés postraumático, trastorno bipolar y adicciones. Asimismo, es más frecuente en adultos que en niños, y se han diagnosticado casos hasta en ancianos. Afecta tanto a hombres como a mujeres, y aunque todavía no se sabe exactamente por qué aparece, la clave podría estar en el estrés, “generalmente interpersonal o traumático”, distingue Spiegel.
Como tratamiento, el psiquiatra y los demás especialistas consultados recomiendan psicoterapia, que puede ir acompañada de hipnosis para ayudar a reconectar con la identidad perdida o resolver el problema del estrés. El objetivo es que no vuelva a aparecer un nuevo episodio. “Con la psicoterapia hay que averiguar por qué se ha producido esa fuga, qué mecanismos han llevado a la persona a disociarse y a estar en una realidad paralela”, mantiene Arango.
La psiquiatra De Rezende recomienda una terapia familiar asociada a la individual, ya que muchas veces los episodios surgen por problemas presentes en el núcleo familiar. Además, en muchos casos, según se van revelando los factores estresantes que originaron la huida, en el paciente pueden aparecer síntomas ansioso-depresivos “que precisarán tratamiento farmacológico”, añade esta especialista.
Aunque sea un trastorno muy poco común, que algunas personas simulan sufrir para evitar responsabilidades –incluidas las de tipo penal–, los psiquiatras que están estudiando estos casos reales van, poco a poco, juntando las piezas de este puzzle mental.
Cada persona reacciona de una manera distinta a los traumas y al estrés, y estos viajes hacia una nueva identidad, aunque solo sea por un breve periodo de tiempo, se convierten en el salvavidas de muchos pacientes.
No sabemos si en la antigua Grecia también existían estas fugas temporales y totalmente involuntarias, pero el orador ateniense Demóstenes (384-322 a. C.) ya en aquel entonces afirmó: “Cuando una batalla está perdida, solo los que han huido pueden combatir en otra”.

La fuga puede producirse años después del trauma

A veces, los episodios de fuga disociativa se producen como una respuesta casi inmediata a una situación estresante; sin embargo, en otras ocasiones pueden aparecer incluso varias décadas más tarde. Es el caso de una mujer de cuarenta y tres años que, pese a no sufrir en apariencia ningún trastorno psiquiátrico, confesó a los médicos que de adolescente había sido víctima de abusos sexuales, lo que pudo provocar que se marchara de su domicilio años más tarde y no recordara nada de esa huida. Los desórdenes también pueden surgir tras un traumatismo cerebral severo, como un accidente de coche. Así, un hombre de sesenta y dos años que casi una década antes había sufrido un fuerte golpe con secuelas en la memoria desarrolló diferentes episodios de fuga y alucinaciones disociativos mucho tiempo después.

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