Cuida a las bacterias que cuidan de ti
Cien billones de microorganismos alojados en nuestros intestinos conforman el llamado microbioma humano, implicado en un montón de funciones básicas, como la digestión y el fortalecimiento del sistema inmunitario. Del equilibrio de este ecosistema dependen nuestra salud y calidad de vida. Por eso, la ciencia se plantea abordar enfermedades de todo tipo desde las tripas, con estos multifuncionales compañeros en el punto de mira.
Tu cuerpo contiene más bacterias que células humanas: diez microorganismos por cada célula propia. La cantidad es tan asombrosa que hasta excede al número de estrellas de la Vía Láctea. Sin embargo, todas juntas, tan solo pesan entre uno y dos kilos. En la misma línea, su material genético supera con creces la información de tus cromosomas. Algunos expertos hablan de un segundo genoma, ya que el de nuestra microbiota maneja 150 veces más genes que tu ADN.
La mayoría de estos microorganismos se encuentran en el sistema digestivo, donde la cifra asciende a cien billones. En especial, tienen predilección por el intestino grueso y el colon, el tramo final de la digestión donde se acumulan las sobras de la comida que nuestro cuerpo no ha absorbido. Allí hallan un lugar cálido y seguro en el que alimentarse y sobrevivir. Pero, aparte de las tripas, hay otros lugares por los que sienten un gran entusiasmo. Las otras tres grandes comunidades, aunque menos pobladas, están en la boca, la piel y, en el caso de las mujeres, la vagina.
Así, de entrada, los microorganismos foráneos que habitan en ti no son ni buenos ni malos. En general, la mayoría contribuye a funciones que son vitales para nuestra existencia. Algunos ayudan a digerir alimentos, a producir determinadas vitaminas, a formar un escudo de protección que contribuye a entrenar a nuestro sistema inmunitario y a otros procesos que no podríamos llevar a cabo sin su colaboración. En otras ocasiones, como demuestra cada vez con más fuerza la evidencia científica, su presencia, ausencia o desequilibrio influyen en la aparición y el curso de algunas afecciones y problemas de salud, como las alergias y la diarrea. Este año, por primera vez, se celebró el Día Mundial del Microbioma –27 de junio–, a propuesta de la Universidad de Cork (Irlanda). El objetivo de la jornada fue visibilizar y concienciar a la población general de la importancia de las bacterias para la salud y ofrecer una serie de consejos destinados a mantener feliz y en buen estado a esta colonia de pobladores liliputienses.
Si bien es cierto que cada persona tiene una composición distinta de microorganismos, hace unos años se descubrió que existían tres grandes grupos de comunidades bacterianas. En 2011, el proyecto europeo MetaHit concluyó que se podía clasificar a los seres humanos según el tipo de especie que dominaba su flora intestinal, tal y como recoge un artículo publicado en la revista Nature.
Cada uno de los tres enterotipos, como llamaron a estos grupos, está dominado por un tipo de bacterias que es independiente de factores como el origen, la edad y la salud de la persona. Descubrimientos como este contribuyen al diseño de una medicina más personalizada, al poder adaptarse en función del perfil de cada individuo. Así, en los últimos quince años, se han publicado multitud de estudios que ahondan en esta disciplina. Ha sido bautizada con el nombre de microbioma humano, para referirse al libro de instrucciones de nuestros microbios intestinales.
El interés que suscita es tan relevante que hasta los Institutos Nacionales de Salud estadounidenses cuentan con un proyecto específico para caracterizar a estas bacterias y conocer cuál es su impacto sobre la salud, en especial, en los partos prematuros y en la aparición de la diabetes de tipo 2 y la enfermedad inflamatoria intestinal. En Europa, MetaHit también invirtió millones de euros, entre los años 2008 y 2012, en estudios centrados en nuestro tracto intestinal.
Los investigadores piensan que el conjunto de la microbiota es como un ecosistema donde conviven en armonía bacterias, virus y hongos, entre otros. Por eso, como en cualquier otra comunidad, cuando la convivencia se rompe, aparecen los conflictos. Esta teoría provocó que, hace unos años, los científicos se dieran cuenta de que la salud y la enfermedad no solo pueden entenderse mirando al cuerpo, sino que hace falta fijarse en todo este ecosistema. Además, la idea abría un mundo de posibilidades para el tratamiento de algunas dolencias, ya que el microbioma es más accesible y manipulable que el genoma humano.
Y es que cada vez más estudios científicos apuntan a que una microbiota alterada influye en la desregulación del sistema inmunitario y permite la progresión de enfermedades entre las que se cuentan el asma, la celiaquía y la obesidad. Por otro lado, el desequilibrio microbiano aumenta el riesgo de sufrir cáncer de colon, el más frecuente del aparato digestivo.

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Durante la etapa de gestación, el feto crece en un entorno libre de microorganismos. Es en el momento de nacer cuando las bacterias vaginales de la madre colonizan al bebé a través del canal del parto. La herencia de la microbiota se demostró en 2010, cuando un trabajo estadounidense, publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS), concluyó que los bebés nacidos por cesárea mostraban deficiencias en dos tipos de microorganismos que contribuyen al proceso digestivo de los neonatos. un regalo de mamá. Más adelante, los mismos investigadores se plantearon cómo restaurar la microbiota de estos niños para que se beneficiasen de la misma flora que los llegados al mundo por vía vaginal. Lo que hicieron fue frotar bacterias de la vagina de la madre a los bebés nacidos por cesárea, para así dotarlos de los microbios beneficiosos que habitan en el canal del parto. Para ello, en distintas zonas del bebé aplicaron gasas que habían estado en contacto con la vagina de la madre antes de la cesárea. Los resultados, que aparecieron en la revista Nature, mostraron la eficacia de esta estrategia.
Asimismo, aparte de la forma de nacer, los primeros días y meses de vida son muy importantes en la configuración de una microbiota saludable. Por eso, no es recomendable el uso –o abuso– de antibióticos a edades tempranas. Dichos fármacos barren las bacterias patógenas pero también los microbios beneficiosos para la salud. Este impacto preocupa, especialmente, al tener consecuencias en el equilibrio de la flora intestinal a largo plazo. En la vida adulta, los niños que han tomado muchos antibióticos tienen más papeletas para ser obesos y padecer asma, diabetes, alergias y otras dolencias autoinmunes.
Ya hace unas cuantas décadas, el inmunólogo estadounidense David P. Strachan intentó explicar el aumento de este tipo de enfermedades y las alergias en los países desarrollados con su popular hipótesis de la higiene, publicada en 1989 en el British Medical Journal. Según su autor, la falta de exposición a microorganismos durante los primeros años de vida merma el buen funcionamiento de las defensas, que atacan a las células de su organismo como si fueran patógenos. Desde entonces, diversos estudios han apoyado esta teoría que continúa en el terreno de la suposición.
Más recientemente, hace tres años, un equipo de investigadores canadienses fue pionero en demostrar que, durante los primeros cien días de vida del bebé, las bacterias intestinales regulan el desarrollo del sistema inmunitario y que cualquier desequilibrio está relacionado con la aparición de asma.
Los científicos estudiaron a niños con riesgo de desarrollar la enfermedad y vieron que tenían una menor cantidad de cuatro bacterias concretas. Luego probaron sus resultados en ratones: al introducir estos microorganismos en los animales que acababan de nacer, observaron que mostraban menos complicaciones respiratorias.
Aparte del asma, el exceso de peso es otro problema de salud que podría estar mediado por los microbios digestivos. Se ha visto que la prescripción de antibióticos en bebés menores de seis meses está asociada de forma significativa con la obesidad durante el desarrollo, tal y como recoge una revisión publicada hace ocho años en Nature. El año pasado, unos investigadores estadounidenses observaron que, a las quince semanas de vida, sus ratones nacidos por cesárea eran un 33 % más gordos que los que vinieron al mundo por el canal vaginal.
Pero la microbiota no es estable y cambia en función de distintos factores. Uno de ellos es la alimentación.
Los humanos tardamos entre dos y tres horas en hacer la digestión. Cuando hemos absorbido los nutrientes necesarios, guardamos los restos en la parte final del recorrido, el intestino grueso y el colon, durante un par de días. Allí, los microbios se alimentan de lo que nuestro organismo no ha aprovechado.
En este caso, más que nunca, tiene sentido decir aquello de “somos lo que comemos”, ya que las personas nos relacionamos con nuestra microbiota a través de la alimentación. Una de las maneras de cuidarla es seguir una dieta equilibrada y rica en vegetales. En cambio, un exceso de grasas y azúcares perjudica a la diversidad y composición de la flora. Y esto tiene un impacto en la aparición de enfermedades.

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De la estrecha relación entre alimentación y salud nacieron los probióticos, bacterias y levaduras que incluyen alimentos y suplementos nutricionales para beneficiar a su consumidor. Algunas personas los toman para mejorar su microbiota y, de esta manera, fortalecer el sistema inmunitario y prevenir infecciones y diarreas. Pero cabe ser precavido. A nivel legal, Europa no cuenta con una regulación concreta para este tipo de productos, que incluso se pueden encontrar en supermercados.
Ello hace que las empresas puedan poner presuntos probióticos en el mercado sin tener que demostrar su eficacia. Otro detalle a tener en cuenta es que estos compuestos no nos afectan a todos por igual. Según un estudio reciente del Instituto Weizmann de Ciencias de Israel, algunas personas rechazan la colonización de probióticos externos. Es algo que, según publicaban los investigadores en la revista Cell, depende de la genética individual y de las condiciones ambientales. Por eso, sus autores reiteran que son más recomendables los tratamientos personalizados.
Por otra parte, existen dos clases de suplementos. Si entendemos los probióticos como las semillas de un jardín, los prebióticos serían el abono que fertiliza la tierra para contribuir al crecimiento de árboles y flores, según describía la revista Nature hace unos años. Su misión es nutrir a las bacterias intestinales para ayudarlas en sus funciones beneficiosas. El ejemplo más ilustrativo es la fibra, que estimula la actividad intestinal.
Así las cosas, vemos cómo el sueño de conocer a fondo la microbiota y manipularla nace de sus innumerables posibilidades. En el terreno de la medicina preventiva, la clasificación de las personas en función de su perfil microbiano puede ser muy útil para conocer el riesgo de enfermedades, ya que su papel es clave en la regulación de las defensas. En cuanto a los tratamientos, estos microorganismos suponen una oportunidad, sobre todo para abordar dolencias crónicas que no cuentan con una terapia efectiva.
El caso más paradigmático es el del trasplante fecal. Se trata de una intervención clave en la cura de la diarrea recurrente, un trastorno asociado al consumo habitual de antibióticos que está causado por la bacteria Clostridium difficile. Hasta hace poco, no había ninguna solución médica para evitar la descomposición y las visitas constantes al baño. Ningún antibiótico podía acabar con la presencia de este microorganismo, que reaparecía en la mayoría de los casos.
Hace unos años, el trasplante fecal supuso una revolución, al mostrarse eficaz en más del 90 % de los casos. Consiste en introducir bacterias sanas de un donante en los intestinos del paciente mediante una sonda nasogástrica o colonoscopia, con lo que se combate el bichito que causa la diarrea.
En el futuro, la idea es administrar este mismo remedio en pastillas, por vía oral. Por ahora, esta terapia no cuenta con el aval definitivo de la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA, por sus siglas en inglés) de Estados Unidos ni, evidentemente, de su homóloga española. Eso sí, a principios de este año, un grupo de científicos pidió que las heces de donantes no se regulasen como fármaco, sino como tejido, para garantizar que los pacientes que necesitasen este tratamiento lo recibieran. Aparte de la diarrea recurrente, el trasplante fecal también puede ser útil para el síndrome del colon irritable y más afecciones caracterizadas por una alteración de la microbiota intestinal.
Por último, en el campo de la biología sintética, el Instituto Wyss de la Universidad de Harvard planteó hace unas semanas la posibilidad de que las bacterias intestinales monitorizasen la salud humana. Los investigadores de este centro de ingeniería biológica trabajan en el diseño de probióticos artificiales para mandar y recibir señales que regulen la actividad de los genes amigos y nos mantengan sanos. Esta y muchas otras aplicaciones abren todo un campo nuevo, en el que el intestino se posiciona como el segundo cerebro y nos recuerda que la vida sin estos diminutos compañeros es inimaginable.