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Consejos para evitar el estreñimiento

Solucionar esta alteración requiere llevar una dieta rica en frutas y verduras, beber agua y hacer ejercicio, pero a veces no basta. Si el atasco intestinal es crónico, puede deberse a razones psicológicas o enfermedades ocultas.

Palacio de Versalles, un día cualquiera de finales del siglo XVII. Espiemos por una rendija la rutina de Luis XIV, el Rey Sol, y veamos cómo, en pleno salón del trono y en presencia de consejeros, servidumbre y oficiales del reino, el galeno real administra un enema a su majestad, quien acto seguido, evacúa ante la mirada impertérrita de los testigos.

Ni un gesto de asombro: en aquellos años, este recurso era una práctica habitual del monarca –está acreditado que recibió al menos 2.000 irrigaciones– y, por imitación, de todas las cortes europeas. Se charlaba con naturalidad de cuanto tuviera que ver con el tránsito intestinal, y cada cual se liberaba allá donde podía. No se daba tregua al estreñimiento.

Volvamos a nuestros días y hagamos examen de conciencia. ¿Cuántos hablamos sin sonrojarnos de nuestra experiencia al respecto? No se trata de que imitemos los hábitos del Rey Sol –bendita sea la privacidad del cuarto de baño–; es solo una reflexión sobre cómo una función del organismo tan natural como el comer ha terminado convirtiéndose en un tabú.

Pese a ser un problema que afecta a una de cada cinco personas del mundo desarrollado, no se cita y se oculta bajo una enorme capa de eufemismos para no parecer groseros y no caer en lo que entendemos por mal gusto. Sin embargo, aunque no hablemos de él, está ahí. Tecleamos el término en Google y nos encontramos con millón y medio de páginas en español; si nos vamos al inglés, la búsqueda arroja más de treinta millones de resultados. El tema nos interesa. Ahora bien, ¿estamos todos de acuerdo en lo que es? Parece una obviedad, pero, como aclara Fermín Mearin, del Servicio de Aparato Digestivo del Centro Médico Teknon, en Barcelona, y miembro del Grupo Español de Motilidad Digestiva (GEMD), no resulta tan evidente: “Es la manifestación subjetiva de un estado de malestar. Por tanto, su significado puede ser distinto según las personas: mientras que para algunas indica dificultad en la evacuación, emisión de heces de escaso volumen o de consistencia muy dura, o dolor al defecar; para otras implica deposición infrecuente o sensación de que esta es incompleta”.

¿Y desde el punto de vista médico? ¿Hay algún criterio que lo defina? El más aceptado, apunta el doctor Mearin, es el de la frecuencia: “En general, se acepta que es normal tener entre tres y veinte semanales”. En contra de la idea generalizada, no necesitamos ir al baño todos los días para que el cuerpo funcione bien.

El estreñimiento, tal y como indican desde la Sociedad Española de Patología Digestiva (SEPD), se puede explicar como “la situación en la que una persona presenta menos de tres deposiciones a la semana, coincidiendo con presencia de excrementos duros, de escasa cuantía y más secos”. De forma subjetiva para la persona que lo sufre, se definiría como una disminución del número de veces que evacúa, con dificultad para expulsarlas y en una cantidad o volumen reducidos.

Esta distinción entre lo que vivimos como estreñimiento y lo que la medicina considera como tal es la que explica que haya muchas más personas que consideran que tienen este problema –un 29,5 % de la población española– que aquellas que entran en los criterios médicos: un 14 %.

En cualquier caso, son muchos millones. “Alrededor del 70 % de mis consultas corresponde a personas que lo sufren”, asegura la doctora Irina Matveikova, directora de la Clínica de Salud Digestiva de Madrid y autora del libro Inteligencia digestiva. “Se trata de un malestar tan común, persistente y difícil de tratar –señala medio en broma medio en serio– que pienso un día juntar a mis pacientes y fundar el Club de los Estreñidos (quizá busque un nombre más atractivo y sofisticado)”. En su opinión, el asunto es tan relevante que “sería importante una reeducación de los hábitos higiénicos y de la alimentación, así como brindar apoyo psicológico en algunos casos”.

Antes de entrar en los remedios, deberíamos entender las causas que llevan a que tanta gente sufra persistentes atascos digestivos. Y para ello hemos de saber que dentro del estreñimiento hay dos grandes grupos: el primario, que se produce por alteraciones en el funcionamiento del propio intestino; y el secundario, en el que el problema está causado por otra enfermedad.

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Este segundo es el menos habitual, pero siempre hay que tenerlo en cuenta a la hora de hacer un diagnóstico correcto. Se ha visto que las enfermedades endocrinas y metabólicas –especialmente la diabetes y el hipotiroidismo– pueden producir este trastorno, y también que algunas alteraciones del sistema nervioso provocan una disminución de los movimientos intestinales. Otra causa habitual es la toma de alguna medicación: en efecto, los fármacos para tratar el dolor, la hipertensión, las enfermedades neurológicas o la depresión ocasionan con frecuencia problemas de evacuación. También cabe la posibilidad, mucho menos corriente, de que obedezca a algún tumor de colon; por ello, es importante que, si estos problemas se acompañan de sangre en las heces, se acuda al médico para descartar la presencia de un cáncer. un colon perezoso. Si no nos encontramos en ninguno de los casos anteriores, el nuestro será un estreñimiento primario. “El cuadro más típico es el que se produce porque el colon es perezoso”, explica Marcos Rodríguez Martín, coordinador de cirugía del Hospital Quirón San José de Madrid. “Se suele acompañar de distensión abdominal, hinchazón y retención de gases. Es lo que conocemos como colon irritable –la mitad de las consultas en los servicios especializados son por este trastorno–, y a menudo se debe a malos hábitos: una dieta pobre en fibra, ingesta deficiente de líquidos y falta de actividad física”, añade. Sí, una mala alimentación está detrás de muchas obstrucciones intestinales.

Seamos honestos: no es cierto que en España se siga una dieta mediterránea, y cada vez son más los hogares en los que prima la comida rápida y se cocina para salir del paso. los platos de la abuela. Comemos poca fibra, nos recuerdan infinidad de reclamos publicitarios, pero Ángel Álvarez, del Hospital Clínico San Carlos de Madrid, sugiere que para resolver esta carencia no nos compliquemos la vida buscando en herbolarios, farmacias y supermercados productos ricos en ella: “La solución está en los fogones, en comer más sopa de  verduras, menestra o lentejas con cebolla. La fibra soluble –podemos encontrarla también en patatas, calabaza, arroz y coles- atrapa agua y reduce el pH de los excrementos, lo que contribuye a acelerar el tránsito”.

Además es básico ingerir suficiente líquido para lograr que surta efecto. ¿Cuánto? Entre uno y dos litros de agua, pero no hace falta que nos bebamos una decena de vasos al día: también cuentan los líquidos que tomamos a través de frutas o sopas.

El sedentarismo es otro gran amigo del estreñimiento. La cosa tiene su lógica: si la persona no se mueve, el intestino tampoco. La actividad física, apunta el doctor Álvarez, “ayuda tanto a evitar que aparezca como a aliviarlo cuando ya se ha presentado. Y no hace falta machacarse en el gimnasio; es suficiente con caminar a buen ritmo una hora al día, nadar, ir en bicicleta o bailar”.

Estas recomendaciones son el pan nuestro de cada día. Las vemos hasta en los anuncios de televisión. “Come más fibra y haz ejercicio… Es correcto, sí, pero poco específico, y no ayuda demasiado, ya que hay muchas razones para tenerlo”, opina la doctora Matveikova. Su experiencia le indica la existencia de una estrecha relación entre el bienestar emocional y el digestivo. En este sentido, sugiere que una ciencia reciente, la neurogastroenterología, está ayudando a entender la raíz de trastornos como el síndrome del colon irritable y el estreñimiento crónico: “Son alertas emocionales; el colon irritable suele darse en personas hiperactivas, nerviosas, con tendencia a las fobias y problemas de autoestima, pero no sabemos realmente qué ha sido antes: si esa personalidad ha provocado el trastorno, o si este condiciona la manera de ser. Hace falta una entrevista muy detallada para llegar a la raíz”.

En cuanto al estreñimiento crónico, el perfil del paciente sería el de “una mujer insatisfecha, perfeccionista y con poca expresión emocional. Posiblemente le sería útil acudir a un psicólogo, pero es bastante improbable que alguien vaya a terapia por un problema de este tipo. Sí es cierto que, una vez que empezamos a tratar sus alteraciones digestivas y a desintoxicarlos, experimentan una sensación de bienestar que muchas veces les impulsa a acudir al especialista para resolver sus conflictos emocionales latentes”, añade la doctora Matveikova.

Por cierto, la relación entra la psicología y este desorden y otros males digestivos es una de las bases de la medicina tradicional china. Centrémonos nuevamente en los aspectos fisiológicos y en cómo tratarlos. La primera línea será un cambio de hábitos basado en la dieta y la actividad física. Pero comer legumbres y beber más agua no será probablemente suficiente cuando nos encontramos ante un problema crónico. En estos casos, apunta la doctora Matveikova, “se produce con frecuencia un desequilibrio importante de la microflora intestinal y aparecen intolerancias alimentarias y déficit en la producción de bilis y ciertas enzimas”.

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En esta situación, hay que aplicar un tratamiento médico y diseñar una dieta individualizada con el fin de regenerar, cicatrizar y restablecer el equilibrio ecológico interno”. En ocasiones se hace necesario recurrir a terapias farmacológicas. La más habitual, claro está, es el laxante.

Atrás quedó la época gloriosa de los enemas; hoy se tira de productos de farmacia como si de gominolas se tratara. Un ejemplo cercano: en España, en los años 2005 y 2006 se dispensaron más de veintitrés millones de unidades de diversos preparados laxantes. En un estudio realizado por Vicente Garrigues Gil, del Hospital La Fe de Valencia, se observó que más del 40 % de individuos que cumplían los criterios de estreñimiento habían consumido laxantes en algunas ocasiones durante el último año, y entre un 25 % y un 40 % los utilizaban al menos una vez a la semana.

Los expertos no se cansan de advertir contra el uso indiscriminado de estos medicamentos, una de las causas de que se dañe el sistema nervioso intestinal y se perpetúe el problema. Y recomiendan que, en caso de necesitarlos, se consulte previamente con el médico, pues los hay de muy diverso tipo –formadores de masa, surfactantes, osmóticos, lubrificantes– y será el especialista el que, dependiendo de las características del paciente y del trastorno, prescriba uno u otro.

Una fórmula simple para al menos mejorar el problema es optar por evacuar adoptando la misma postura que nuestros abuelos: en cuclillas. De esta manera se relaja el músculo puborrectal–el más importante de los que interviene en la evacuación– y se rectifica el ángulo entre el ano y el recto, lo que facilita la expulsión de las heces. Además, en esta posición se evita sobrecargas del suelo pélvico y el consiguiente riesgo de lesiones. Según los especialistas, la postura forzada que utilizamos en el baño provoca que tardemos más tiempo en defecar: alrededor de 130 segundos, en lugar de los cincuenta necesarios para hacerlo agachados, como antiguamente.

Otra terapia interesante es la reeducación esfinteriana, más conocida por sus nombres en inglés: bowel retraining o biofeedback. Se basa, explica el doctor Mearin, “en la posibilidad de control por parte del paciente de funciones corporales de las que antes no tenía conciencia. Esta alternativa está dirigida a mejorar la capacidad de vaciar el recto a voluntad, enseñando a reconocer la sensación de deseo defecatorio, a realizar una compresión abdominal adecuada y a relajar eficazmente el esfínter anal”.

Se use una u otra terapia, hay que abordar el problema, pues evacuar es una función básica determinante en la salud. ¿Qué pasaría si no expulsáramos las heces? Moriríamos. Es lo que le ocurrió a una joven en Inglaterra; falleció de un ataque al corazón por llevar dos meses sin defecar. La muchacha, que tenía autismo, pasaba largas temporadas sin ir al baño. Finalmente, su intestino grueso engordó tanto que terminó comprimiendo el corazón.

1. Por una disminución de los movimientos del colon. Suele darse en personas con alteraciones neurológicas como el párkinson. En los pacientes con este trastorno, los excrementos tardan mucho en llegar al recto y por ello las deposiciones no se producen con la frecuencia normal. Para diagnosticarlo se hace una medición de esta actividad que permite calcular con precisión la velocidad con que los restos orgánicos se mueven a través del intestino.

2. Por la ausencia de relajación anal. Se produce al cerrar de forma involuntaria el esfínter. Por tanto, aun cuando las heces hayan completado su recorrido, la persona no puede expulsarlas. Se evalúa con una manometría anorectal, es decir, midiendo las presiones en esta zona.

3. Por una falta de fuerza abdominal. El individuo tampoco es capaz de eliminar los excrementos, pero en este caso es debido a que no se produce una contracción del abdomen con la suficiente intensidad. Es frecuente en personas muy ancianas y en aquellas que han perdido mucha musculatura debido a alguna enfermedad.

4. Por la escasa sensibilidad del recto. Se da en pacientes que no notan que las heces han alcanzado el último tramo del intestino y, por tanto, no sienten el impulso de defecar. A menudo sucede tras haber ignorado este deseo, por condicionamientos personales o sociales, durante años. Se diagnostica hinchando un baloncito dentro de esta zona y determinando el volumen necesario para que el paciente lo note y sienta ganas de evacuar.

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