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¿Cuál ha sido la epidemia que más vidas se ha cobrado a lo largo de la historia de la humanidad?

¿Te imaginas vivir en una época en la que una epidemia pudiera acabar con una gran parte de la población mundial? El SIDA, la peste negra, la gripe española, el cólera... ¿cuál ha sido la más mortífera de todas?

El nómada cazador-recolector del Paleolítico se hizo sedentario a lo largo del Neolítico, un periodo de la prehistoria que abarca entre el 6.000 y el 3.000 a. de C. Este paso no fue brusco, sino que debió de suceder a lo largo de miles de años.

En esta época se construyeron viviendas de maderas que se rodearon de empalizadas defensivas, se domesticaron animales, los hombres trabajaron la tierra y se hicieron ganaderos. Este cambio de vida propició que los animales surtiesen a nuestros antepasados de carne, leche y ropa.

Se calcula que, durante el Neolítico, la vida media estaba en torno a los treinta años y la longevidad del hombre era superior a la de la mujer, puesto que los partos y los embarazos tenían una elevada mortalidad y las mejores piezas de carne debían reservarse para los varones, con la finalidad de que su nutrición fuese óptima y pudieran salir a cazar.

Esta revolución económica y social también tuvo su cara B, ya que influyó en la aparición de nuevas enfermedades: la convivencia extrema con animales y el hacinamiento humano facilitaron la aparición de enfermedades infecciosas, como por ejemplo la viruela, la tuberculosis, la lepra y las infecciones entéricas. Otras enfermedades como el paludismo debieron aparecer antes, pero fue en el Neolítico cuando cobraron un mayor protagonismo. En aquella época las enfermedades no infecciosas, como el cáncer o la diabetes, debieron ser excepcionales.

¿Cuál ha sido la epidemia que más vidas se ha cobrado a lo largo de la historia de la humanidad?

El azote de la humanidad

A lo largo de la historia de la humanidad las diferentes pandemias que ha sufrido el ser humano han puesto de manifiesto nuestra vulnerabilidad, como diría Harari nos han privado del pódium reservado a los dioses y nos han devuelto al que nos corresponde, al del Homo sapiens, un animal más.

Una de las pandemias más terribles ha sido, sin duda, la del SIDA. Desde su nacimiento en el continente africano hasta la fecha actual ha provocado entre 35 y 45 millones de muertes.

Una cifra muy elevada pero que, en cualquier caso, se queda por debajo de la mortalidad ocasionada por la mal llamada gripe española. De acuerdo con las últimas estimaciones propuestas esta pandemia habría causado el fallecimiento de entre 50 y 100 millones de personas.

Muy lejos de estas pandemias, al menos en cuanto a mortalidad se refiere, se encuentra la Peste Negra, una plaga que ha alcanzado un estatus casi legendario. A lo largo de la historia esta enfermedad, causada por la bacteria Yersinia pestis y transmitida a través de la pulga de las ratas, ha provocado en torno a 200 millones de muertos.

Indudablemente todas estas cifras son desoladoras, pero muy lejos de las ocasionadas por la viruela humana, cuya tasa de mortalidad se cifra en torno al 30%, especialmente entre niños y bebés. Sabemos que a lo largo de los siglos esta enfermedad se propagó en brotes epidémicos y fue, por ejemplo, un aliado decisivo de los conquistadores españoles cuando llegaron al Nuevo Mundo. Se estima que hasta que la Organización Mundial de la Salud declaró su erradicación en 1979 pudo haber causado la muerte de 350 millones de personas.

Una enfermedad terriblemente contagiosa

Fue muy probablemente en el Neolítico cuando la viruela hizo su aparición. Se trata de una enfermedad infecciosa, extremadamente contagiosa, provocada por un virus que se manifiesta clínicamente como una enfermedad cutánea eruptiva.

Una vez producido el contagio, y durante una o dos semanas, el tiempo en el que el virus se multiplica en nuestro organismo, aparece fiebre intensa, postración extrema, malestar general, cefalea y lesiones cutáneas, el cuerpo se cubre de pequeñas manchas rojas que se sobreelevan en la piel hasta alcanzar los 2 o 3 mm de diámetro.

La peste de Atenas

La peste de Atenas (1652), por Michael Sweerts.

Generalmente las lesiones dérmicas comienzan en la cara y en menos de veinticuatro cubren todo el cuerpo, transformándose con el paso de los días en vesículas y, finalmente, en pústulas (vesículas con pus) dolorosas, que se ulceran y devienen en costras, hacia el decimocuarto día de la enfermedad.

Si el enfermo tiene la fortuna de sobrevivir las costras se acaban desprendiendo, dejando unas cicatrices de por vida, especialmente en el rostro. De ahí surgió la expresión “estar picado de viruelas”.

Ahora sabemos que los enfermos son contagiosos hasta que la última costra ha sido eliminada, motivo por el cual el aislamiento de los enfermos es fundamental y, además, debe ser muy riguroso. Hasta la aparición de la vacuna la única medida efectiva para evitar la infección era haber pasado la enfermedad.

El último brote de viruela se declaró en Somalia en 1977. Gracias al Programa de Erradicación de la Viruela llevado a cabo por la OMS, con la vacunación en anillo –inmunizando a todas las personas que habían estado en contacto con algún infectado- fue posible eliminarla de la faz de la Tierra.

En este momento la viruela, el azote de la humanidad, es la única enfermedad infecciosa que ha sido erradicada. Esperemos que en los próximos años la lista se vea incrementada.

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