La depresión que cambió el mapa de Europa
Carlos V, el emperador de dos mundos, dejó todo para establecer su última morada en Yuste, alejado del ambiente político que tanto le afligía.
En el siglo XVI el mundo se encontraba en una profunda transformación, el Viejo Continente salía de la crisis del medioevo, un cambio auspiciado por un enorme desarrollo económico y demográfico, al tiempo que se producía un resurgimiento de las artes y las letras.
En aquellos momentos el dueño de Europa era Carlos V, paladín del cristianismo y unos de los precursores de la idea de una comunidad europea supranacional. Fue un adelantado a su tiempo pero también, muy a su pesar, un sufridor, un enfermo impertérrito que tuvo que hacer frente no solo a sus adversarios sino luchar también con sus dolencias.

Carlos V en la Batalla de Mühlberg
Fue en 1542 cuando el emperador confesó al embajador portugués Lorenzo Pires de Tabora que llevaba casi siete años abrigando la idea de abandonarlo todo y dedicarse en cuerpo y alma al servicio de Dios.
El emperador confesó al embajador portugués Lorenzo Pires de Tabora que llevaba casi siete años abrigando la idea de abandonarlo todo
La abdicación que modificó fronteras
El 22 de octubre de 1555 tuvo lugar el gran acto solemne de la abdicación imperial. El lugar elegido para tan magna ocasión fue Bruselas. Allí cedió la soberanía de los Países Bajos a su hijo Felipe, en quien recayeron también los reinos peninsulares más los indianos -en enero de 1556-, y la corona imperial a su hermano Fernando, un suceso que tendría lugar de facto el 12 de septiembre de 1556.
La abdicación causó una enorme sorpresa incluso entre el círculo de los más allegados, que se preguntaban por las razones últimas de la decisión. La verdad es que había un enorme abanico de motivaciones, desde el impacto causado por la muerte de su madre –doña Juana de Castilla- hasta el quebrantamiento de su salud, tanto desde una vertiente física como psíquica.
En cualquier caso no debemos entender esta decisión como una simple dejación de sus responsabilidades ni como un signo de debilidad, lo más acertado es interpretarlo en clave de un fin de ciclo.
Deprimido y gotoso
El emperador llevaba varias décadas sufriendo los efectos de la gota, una enfermedad metabólica que participó de forma activa en la quiebra existencial, en las expectativas del ser. Y es que en aquellas coordenadas geográficas e históricas, ¿qué se podía esperar de un emperador que no podía montar a caballo?
La otra arista, no menos importante, era la depresión, una enfermedad psiquiátrica que muy probablemente, y con los ejes actuales de la psiquiatría, etiquetaríamos de “depresión mayor”.
Por una parte hay que tener en cuenta que en el emperador existía una cierta predisposición a sufrir trastornos afectivos relacionados con el humor, ya que en la familia había un historial familiar de depresión. Sufrieron esta enfermedad su bisabuela materna –Juana- y su madre –Juana de Castilla-, esta última padeció una depresión con rasgos psicóticos.
No han sido pocos los psiquiatras que se han acercado a la figura de Carlos V con fines patobiográficos, destacando un estado de ánimo con tendencia al aburrimiento y la constricción, salvo la breve etapa de su matrimonio con la emperatriz Isabel. Aquel disconfort interior permanente lo combatió entregándose a los goces de la mesa.
Por otra parte, la merma de su autoestima se vio acentuada por el fallecimiento de su esposa, el fracaso de la defensa del cristianismo frente a luteranos y musulmanes, el fracaso de la expedición de Argel y el del asedio de Metz.
Última parada Yuste
Cuando llegó el momento de dejarlo todo y retirarse escogió un recóndito lugar de su imperio, en la abrigada resolana de la sierra de Tormantos. Un lugar tranquilo, alejado de los ambientes cortesanos, poco accesible y en el que no faltaba el agua. Muchos otros en su lugar seguramente se habrían decantado por una gran mansión palaciega.
Entre aquellos que no habrían elegido ya no solo Extremadura sino también España estaba Erasmo de Rotterdam. Y es que cuando en 1517 el cardenal Cisneros le invitó a realizar una visita su respuesta no pudo ser más contundente: “Non placet Hispania”. Sobran los comentarios.

Presentación de don Juan de Austria al emperador Carlos V, en Yuste
Carlos V prefirió descansar en un palacete adosado a la iglesia de un convento, compuesto por dos plantas, y acompañado de un séquito de no más de una cincuentena de servidores, de distinta preparación.
Eso sí, la mesa del emperador se cuidó hasta los más ínfimos detalles, hasta allí viajaron pescados de todos los mares, las aves más renombradas, las carnes y frutas de todo el imperio.
Salvo los aspectos culinarios, los únicos consuelos que encontró en sus últimos meses de vida fueron dos objetos: el retrato de su difunda esposa, Isabel, y un cuadro de “La Gloria”, ambas obras pintadas por Tiziano. En esta última aparecen tanto el emperador como su familia ascendiendo al cielo. Era tal el cariño que tenía a este cuadro que pidió expresamente morir ante este lienzo.