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La salud tiene sexo y género

Hasta ahora, por lo general, el modelo en la investigación de enfermedades y de terapias ha sido el hombre. ¿Cómo afecta esto a la salud femenina?

Las mujeres son más resistentes a las enfermedades infecciosas que los hombres y más vulnerables a las autoinmunes; algunas dolencias cardiovasculares se expresan de forma distinta según el sexo; los medicamentos afectan de diferente manera a hombres y mujeres... De estas y otras muchas peculiaridades se encarga una especialidad, la medicina de género, tan incipiente en países como España que a muchos profesionales sanitarios les suena literalmente a chino. Parte de una evidencia: la fisiología de ellos y ellas es distinta, y, por tanto, la prevención y el diagnóstico de muchas enfermedades, así como las terapias que se les aplican, deben serlo también.

Numerosos estudios han demostrado que los síntomas que experimentanlas mujeres en un infarto difieren de los que presentan los hombres, y no identificarlos se traduce en diagnósticos erróneos y, por lo general, en una atención de peor calidad. Casi dos décadas después de que aparecieran las primeras investigaciones al respecto, algunos médicos siguen sin tenerlas en cuenta, y solo hace seis meses que el Ministerio de Sanidad, Consumo y Bienestar Social español incorporó la perspectiva de género a sus planes de prevención de las enfermedades cardiovasculares.

Existe la percepción social de que estos problemas tienen un perfil básicamente masculino y, sin embargo, no es así.

Mortalidad por enfermedades cardiovasculares

Según el Instituto Nacional de Estadística, el 30 % de la mortalidad femenina se debe a estos males, cinco puntos porcentuales más que en el caso de los hombres –25 %–. La diferencia es significativa, y responde a factores que estudia la medicina de género y que podrían corregirse. En el retraso del diagnóstico de los infartos en las mujeres no solo influye que la sintomatología no se identifique en ocasiones con un ataque cardiaco; es determinante también el tiempo que transcurre hasta que son atendidas. “Somos más sufridas que los hombres, minimizamos los síntomas, los achacamos a otras cosas, y a la hora de demandar asistencia sanitaria es invariablemente más tardía, siempre hay algo que hacer antes”, explica a MUY Natalia Royuela, coordinadora de la Unidad de Cardiología Críticos del Hospital Marqués de Valdecilla de Santander.

Estas circunstancias y otras similares ejemplifican por qué la medicina de género ha adoptado este nombre. No responde a una moda, y pone el foco en lo femenino –y en ese sentido tiene un componente ideológico–, pero lo más relevante desde el punto de vista médico es que reivindica la evidencia científica. Además de las diferencias fisiológicas entre hombres y mujeres, contempla, entre otras cosas, los roles sociales que desempeñan unos y otras, un aspecto por lo general ignorado en el cuidado de la salud, pero imprescindible por las repercusiones que tiene en nuestro bienestar.

Las consecuencias del cambio de visión que propugna la medicina de género resultarían beneficiosas, sobre todo, a las mujeres, porque hasta ahora, por lo general, el modelo en la investigación de enfermedades y de terapias ha sido el hombre. “Eso ha llevado a que haya dolencias que están invisibilizadas, mal diagnosticadas y mal tratadas. El conocimiento que aporta la perspectiva de género mejoraría la salud femenina, permitiría abordar las enfermedades de una manera más efectiva y podría emplearse en la prevención y en la promoción de la salud de las mujeres que todavía están sanas”, explica María José Cao, decana de la Facultad de Enfermería de la Universidad de Valladolid y coordinadora del curso Perspectiva de Género en la Salud, que se celebró el pasado mes de noviembre en la ciudad castellanoleonesa.

La espondiloartritis, una forma crónica de la artritis –antes conocida como espondilitis anquilosante–, es un ejemplo de esa invisibilidad. En los hombres se manifiesta con rigidez en la columna vertebral, mientras que en las mujeres los síntomas aparecen en pies y manos. Sin embargo, ese diagnóstico diferencial con frecuencia no es tenido en cuenta. “Esto hace que a las pacientes se les diagnostique erróneamente de fibromialgia, por ejemplo, cuando lo que tienen es una enfermedad grave que necesita tratamientos biológicos y caros para que no evolucione”, explica María Teresa Ruiz Cantero, catedrática de Medicina Preventiva y Salud Pública de la Universidad de Alicante. La principal consecuencia es que algunas mujeres, de consulta en consulta, tardan hasta nueve años en averiguar qué enfermedad sufren.

Sobrediagnosticadas y sobremedicalizadas

En otras ocasiones los síntomas no cambian según el sexo del paciente, pero sí lo hace el diagnóstico. Para empezar, hay una singularidad: los especialistas en este campo de la medicina coinciden en que las mujeres están sobrediagnosticadas y sobremedicalizadas. Esto ocurre, por ejemplo, en algunos procesos naturales, como son el embarazo, el parto y la menopausia. Marta Evelia Aparicio, profesora de la Facultad de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid y del Máster de Estudios de Género, señala que “si un hombre va al médico y le dice que está cansado, que se encuentra triste y que no tiene ganas de mantener relaciones sexuales, este no le diagnostica una depresión, sino que le da unas vitaminas; si va una mujer, lo más normal es que salga de la consulta con la receta de un ansiolítico o un antidepresivo”.

Desde comienzos de siglo, el consumo de psicofármacos en España se ha triplicado, hasta el punto de que constituye el grupo de medicamentos que ha registrado un mayor crecimiento. Casi una de cada cinco personas consume ansiolíticos, pastillas para dormir o antidepresivos, y el número de mujeres que los toman duplica al de hombres, según datos de la Sociedad Española de Medicina Familiar y Comunitaria ­(SEMFyC). ¿Está justificada esa diferencia?

En opinión de los especialistas consultados por 'MUY', muchas pacientes podrían prescindir de inmediato del psicofármaco, porque no va a resolver su problema y va a conducir a que este se cronifique. Aparicio se plantea lo siguiente: “A lo mejor lo que tienen es una sobrecarga de roles. Si es así, lo que procede es reorganizar el tiempo y delegar funciones en otras personas. Cuando la sobrecarga se reduce o desaparece, los niveles de ansiedad disminuyen”. Esa labor es una cuestión personal, pero también concierne al profesional sanitario, porque, para establecer un diagnóstico preciso, es imprescindible determinar el origen de los síntomas.

Noelia Somarriba, profesora de Economía de la Cátedra de Género de la Universidad de Valladolid, participa en un grupo de investigación que estudia los factores socioeconómicos que influyen en la salud y explican por qué las mujeres la tienen, en general, peor que los hombres. Para superar ese sesgo de género considera que una de las herramientas más poderosas es la educación: “Por un lado, proporciona más conocimiento de todo lo relacionado con la salud y, por otro, permite tener mayores niveles de renta que dan acceso a mecanismos que favorecen la conciliación. Como consecuencia, la mujer tiene menos estrés y mejores niveles de salud”.

Los especialistas en medicina de género apuntan que el conocimiento que aporta a otras muchas ramas, como la cardiología y la farmacología, es clave para la sostenibilidad del sistema sanitario, ya que mejoraría su eficiencia. Para ello es imprescindible que la profesión médica –de todas las especialidades– reconozca el hecho de que las necesidades de hombres y mujeres, en numerosos aspectos de la salud, son diferentes. Estas disimilitudes nacen muchas veces de las meras diferencias fisiológicas de sus cuerpos, que se desarrollaron durante millones de años para mejorar las posibilidades de supervivencia y hoy, aunque ya no representen una ventaja evolutiva, siguen presentes.

Efectos de los plaguicidas

La especialista en medicina ambiental Marion Moses dispone de un centro de investigación en San Francisco (EE. UU.) especializado en los efectos a medio y largo plazo de los pesticidas. Se conocen muy bien por el uso masivo de los pesticidas en la agricultura desde que en 1945 se empezara a comercializar el dicloro definil tricloroetano –más conocido como DDT– y por los numerosos problemas que ha provocado. En sus investigaciones, sobre todo en poblaciones rurales, Moses ha documentado una relación entre el uso de este compuesto químico y el aumento de alteraciones en la reproducción, del párkinson y de algunos tipos de cáncer; y también ha obtenido un dato revelador: la incidencia de estos problemas es mayor en mujeres que en hombres. ¿Por qué?

Carme Valls-Llobet, endocrinóloga, explica la característica común que comparten los insecticidas con los productos de limpieza clorados, usados como desinfectantes, que convierten estas sustancias en una bomba en el cuerpo femenino: “Son liposolubles y se depositan en las células grasas del cuerpo. Como el organismo de las mujeres tiene de un 15 % a un 20 % más de grasa de forma natural que el de los hombres, las consecuencias a largo plazo se prolongan más tiempo y son más intensas en ellas que en ellos”.

Las secuelas que los plaguicidas producen en el cuerpo femenino se ven incrementadas también por sus efectos neurotóxicos, que podrían explicar, al menos en parte, por qué la frecuencia de algunas enfermedades neurológicas es mayor en mujeres que en varones. “El daño en las neuronas es más intenso cuando tienen poca oxigenación –anemia– o presentan falta de ferritina –carencia que impide el transporte de hierro–. Como en la edad fértil la mayoría de las mujeres sufren distintos grados de anemia o ferropenia, su vulnerabilidad a los neurotóxicos se incrementa”, comenta la doctora Valls-Llobet.

La medicina de género está estrechamente relacionada con la medioambiental, porque la exposición a sustancias químicas depende de factores como el trabajo que desempeña cada individuo y el uso de determinados productos según el sexo o el rol social que se tiene. Por ejemplo, el riesgo que tienen las mujeres de sufrir los efectos potencialmente tóxicos de algunos productos de limpieza se incrementa porque hoy siguen asumiendo más funciones en el hogar que el hombre, lo que incluye las tareas de higiene.

Si hay una característica que define la contaminación ambiental es la ubicuidad. Convivimos con 80 000 sustancias químicas, y lo que es más alarmante: se desconocen los efectos tóxicos de las 3000 más utilizadas. Como muestra, un botón: la relación entre los parabenos –usados durante años en los cosméticos– y el aumento de casos de cáncer de mama está bajo estudio.

Aunque la normativa obliga a los fabricantes a especificar el contenido en los envases, el nombre suele ponerse en un tamaño minúsculo y camuflarse con un prefijo unido al término: metilparabeno, butilparabeno, etilparabeno… En su libro Medio ambiente y salud, la doctora Valls-Llobet señala que hay cremas de manos con aloe vera que contienen hasta siete de estos compuestos.

Dada la controversia que existe, los especialistas en medicina de género reclaman una investigación de los organismos en salud pública para determinar su relación potencial con el incremento de los casos de cáncer mamario .

Uno de los principales retos a los que se enfrenta esta incipiente especialidad médica es conseguir que los medicamentos se prueben en ambos sexos por igual. Debería hacerse, pero las compañías farmacéuticas aducen que en muchos ensayos el porcentaje de mujeres no alcanza el 50 % para no dañar un potencial embarazo. Algunos expertos, en cambio, ven solo un interés económico en esa práctica: es más barato testar el principio activo en hombres, porque entre las mujeres reclutadas se registran más bajas durante los ensayos clínicos, motivadas por la sobrecarga de obligaciones que suelen tener. Lo que resulta evidente son las consecuencias, muy perjudiciales, como explica la profesora Ruiz Cantero: “Hay medicamentos innovadores que no se pueden utilizar en mujeres porque no se ha demostrado su eficacia y seguridad, con lo cual no tienen acceso a los nuevos tratamientos”.

En Estados Unidos, los juicios por mala prescripción de fármacos por efectos adversos están a la orden del día, lo que ha dado lugar a una medicina defensiva. Si la eficacia del medicamento no se ha demostrado –en este caso, en mujeres–, no se emplea. Y como allí la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) fija las condiciones de uso con las que saldrá al mercado ese principio activo, cuando este se comercializa en Europa lo hace con los mismos condicionantes.

La inmensa mayoría de los principios activos que se han venido utilizando hasta ahora se han probado en un perfil muy definido de pacientes: hombres de 70 kilos de peso.

Las normas de uso en las mujeres se regían por un principio tan simple como alejado de la ciencia. La dosis, por ejemplo, se calculaba en función del peso medio de estas, y se ignoraban otros factores determinantes que apunta la catedrática Ruiz Cantero: “Los fármacos interactúan con las hormonas y eso cambia sus efectos. El hecho de que las mujeres tengamos una variabilidad hormonal durante la vida y a lo largo del mes que no presentan los hombres es razón más que suficiente para que se prueben también en nosotras”. Otro factor que también se pasa por alto es que la mayor proporción de grasa del cuerpo femenino hace que se retenga más el fármaco.

Se da la situación paradójica de que incluso un medicamento específico para mujeres se ha probado solo en hombres. Ocurrió en 2015 con la flibanserina, conocida vulgarmente como la viagra femenina, según recogió la revista médica The Lancet . Al comercializarse se comprobó que tenía serios efectos adversos cuando se tomaba con alcohol. El principal de ellos era una caída en la tensión arterial que provocaba incluso desmayos.

Cuando se llevó a cabo un ensayo para analizar las relaciones cruzadas del principio activo con el alcohol, la muestra escogida fueron veinticinco hombres y dos mujeres. Ruiz Cantero lo califica muy claramente: “Esto se llama mala ciencia”. Es un ejemplo, indican los especialistas, de lo urgente que resulta incorporar la evidencia científica que ya existe acerca de las innegables diferencias de género y de sexo a la medicina del siglo XXI.

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