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Sandía sin semillas. ¿Es mala para la salud?

La sandía sin semillas no es un transgénico, sino que es fruto de una hibridación de la que se obtiene una fruta estéril.

Mar Aguilar

Cada vez se ven más en las fruterías y los mercados. Las sandías sin semillas son, desde hace unos cuantos años, uno de los grandes éxitos del verano. Hay quien las tacha de ser poco naturales y dañinas para el organismo. ¿Qué hay de cierto en todo esto?

Para empezar, la sandía sin semillas no es algo nuevo. El “invento” fue desarrollado en Japón en 1939 y en algunos países lleva vendiéndose más de 40 años. Su éxito es fruto de la gran demanda que tiene frente a la sandía “normal”, la típica con semillas negras, y es que es más cómoda de comer, sobre todo para los niños (grandes consumidores de esta fruta) y los ancianos. Además, con ella se puede reducir el riesgo de ahogamiento, aunque la sin semillas también tiene, pero menos.

No se trata de una fruta transgénica sino de una hibridación. ¿Y qué es esto exactamente? La hibridación consiste en cruzar dos plantas cuyos cromosomas son incompatibles. Tal y como explica Miguel Ángel Lurueña, tecnólogo de los alimentos, en su blog Gominolas de Petróleo, lo que hace en el caso de las sandías sin semillas es cruzar el polen masculino de una sandía diploide con la flor femenina de una sandía tetraploide. El resultado que se obtiene es una sandía triploide, que no es capaz de generar semillas maduras, siendo, por tanto, estéril.

En cuanto a si es menos sana que la de semillas negras, la respuesta es no. Lurueña afirma en su blog que la variedad sin semillas puede ser hasta más segura de comer ya que con sus pequeñísimas semillas es difícil atragantarse. También hace referencia a una serie de estudios no concluyentes que apuntan a que la sin semillas podría contener más licopeno que la tradicional. Pero son eso, no concluyentes.

¿Y qué pasaría si la sandía sin semillas en vez de ser un híbrido fuera un transgénico? La tecnóloga de los alimentos, Beatriz Robles, lo explica en su libro Come seguro comiendo de todo: “Que en tu estómago digieres sus genes y las proteínas que estos genes han codificado, exactamente como haces con cualquier otro producto. Ese ADN no se incorpora en tu genoma ni tiene capacidad de alterar nada. Si fuera así, ya serías morado por haber comido berenjenas normales y corrientes, que también tienen genes”.

De hecho, pensar que las sandías que no tienen semillas no son naturales es equivocarse de pleno. Tal y como apunta Lurueña, casi todos los alimentos que cultiva el hombre son fruto de su intervención. El ser humano desde los inicios de la actividad agrícola y ganadera ha ido seleccionando y cruzando especies y variedades para obtener los alimentos que más le gusta o necesita. Natural, natural sería una fruta silvestre y la sandía que lo es, es mucho más pequeña que las que vemos en la frutería (con o sin pepitas) y su sabor no es dulce sino amargo.

“Llevamos jugando con los genes de forma rudimentaria desde los inicios de la agricultura y la ganadería, haciendo injertos, cruzando y seleccionando variedades que diesen frutos más dulces o que tuvieran descendencia más musculada. Pero la manipulación era a lo loco, a base de prueba y error. Lo que hacemos ahora es dirigir bien el tiro para conseguir las mejoras que queramos, ya sea aumentar la resistencia a la sequía o a las plagas (con la consecuente reducción de pesticidas, por ejemplo) o mejorar su calidad nutricional”, explica Robles en su libro.

Un último apunte, las sandías plagadas de semillas negras a las que muchos estábamos acostumbrados no van a desaparecer porque se comercialicen menos. Son necesarias para obtener la variedad sin pepitas.

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