Elena Gómez-Díaz: “La cooperación con investigadores africanos es fundamental para erradicar la malaria”
El parásito causante de la malaria es todo un profesional en el arte del escapismo. ¿Sabes cómo se las ingenia para evadir nuestros ataques? Hablamos de esto, y de mucho más, en esta interesante entrevista con una experta en la materia.
Foto: Fundación BBVA
Elena Gómez-Díaz es bióloga y centra sus investigaciones en la epigenética del parásito de la malaria. Aunque ha dado muchas vueltas, actualmente la encontramos en el Instituto de Parasitología y Biomedicina López-Neyra (CSIC) en Granada, y desarrolla buena parte de su trabajo de campo en Burkina Faso. Por si fuera poco, Elena está muy implicada en la divulgación científica: se ocupa de realizar esta labor de comunicación en su centro de investigación, es coordinadora de Pint of Science en Granada y también participa en el evento Desgranando Ciencia.
En nuestra entrevista hemos hablado, sobre todo, de retos. Los retos para vencer en la lucha contra la malaria, una enfermedad que cada año afecta a millones de personas. Pero también los retos para salvar a la investigación en nuestro país, porque aquí se hace mucha ciencia, y de la buena, pero falta apoyo. Y de los retos para romper el techo de cristal y conseguir la ansiada igualdad de hombres y mujeres en el ámbito académico.
Tu trabajo se centra en estudiar la epigenética del parásito de la malaria, ¿puedes explicarme un poco más? ¿En qué trabajas ahora mismo?
Estamos investigando los mecanismos que permiten al parásito cambiar de forma en diferentes contextos. Las proteínas que tiene en superficie son una especie de camisa que puede modificar, y que le permiten ser capaz de sobrevivir en el ambiente humano, de evadir las respuestas de nuestro sistema inmune. Y lo mismo sucede también en otras fases de su ciclo de vida en el mosquito.
De hecho, una de las razones principales por las que aún no hemos conseguido una vacuna o estrategia efectiva contra el parásito de la malaria es precisamente esta capacidad que tiene para cambiar continuamente, porque cada medicamento o vacuna nuevos que probamos provoca modificaciones en esas proteínas.
Esta capacidad de cambiar está ligada a mecanismos epigenéticos, que son las modificaciones que hay por encima de su material genético.
Esta capacidad que tiene para cambiar sus proteínas sería entonces una especie de resistencia, ¿no? Si se introduce un nuevo fármaco, el parásito puede provocar modificaciones en su genoma de tal manera que sintetiza unas proteínas distintas…
Exacto. Cuando nuestro sistema inmune genera anticuerpos frente al parásito, este cambia a expresar otro gen distinto que produce otra proteína diferente que impide la unión con el anticuerpo. De esta forma, evade nuestras defensas.
Estos procesos se están estudiando en humanos, pero también se dan en otros momentos del ciclo de vida del parásito, y sobre eso no se conoce casi nada.
Esa es nuestra línea de investigación principal, y tiene mucha importancia ya que, al final, el mosquito es el vector que transmite el parásito y el que tiene mayor capacidad para dispersarlo. Además, allí tiene lugar la reproducción sexual, que es una fuente de variabilidad genética. Por otro lado, obviamente no podemos experimentar con humanos, pero sí con mosquitos, y esto nos permite ver de forma muy precisa cómo están ocurriendo estos procesos.
¿Y esos mecanismos de reacción son similares cuando el parásito está dentro del hombre?
El parásito necesita diferentes proteínas en diferentes partes de su ciclo de vida. El ambiente de un mosquito no tiene nada que ver con el ambiente humano. El parásito lo que hace es activar distintos grupos de genes dependiendo de dónde esté.
Nuestra hipótesis es que las proteínas van a ser diferentes en el mosquito y en el humano, pero, sin embargo, los mecanismos moleculares que conducen a la expresión de unos genes u otros van a ser los mismos. Estudiando al parásito en el mosquito podemos ver cuál es esta regulación epigenética que, en teoría, sería aplicable a todos los estadios del ciclo de vida.
Con esta capacidad tan grande de cambio, entiendo que a la hora de elaborar una estrategia de prevención o de tratamiento habrá que actuar a ese nivel que tú me cuentas. Es decir, por encima de los genes.
Sí, actualmente los esfuerzos más grandes se encuentran en caracterizar esas proteínas reguladoras del genoma, que actúan como si fueran un jefe de orquesta que indica qué genes se encienden y cuáles se apagan. Estos jefes de orquesta se llaman factores de transcripción, y cada uno de ellos es capaz de unirse a muchos genes diferentes y activarlos. Es decir: hablamos de que una sola proteína controla un montón de genes diferentes, por lo tanto si queremos luchar de manera eficaz contra la malaria, hay que ir a por ellas.
Por otro lado, ¿cómo va a afectar o está afectando el cambio climático a los ciclos de vida de Plasmodium y de sus vectores? ¿Qué consecuencias habrá a nivel epidemiológico?
El reto está a dos niveles: el cambio climático y la globalización. Y esta última también es muy importante porque ahora hay un gran movimiento de personas por todo el globo.
Las enfermedades infecciosas causan muchísimas muertes cada año, y muchas de ellas tienen su mayor prevalencia en países tropicales y subtropicales. La mayor parte de los mosquitos que transmiten algunas de estas afecciones viven en zonas con un clima muy determinado, pero con la subida de temperaturas, los rangos de distribución de estas especies de mosquitos aumentan y estos acaban llegando a otros países, con lo cual el riesgo se hace global.
Por otro lado está el movimiento de especies nuevas a otros hábitats. Un caso claro de especies invasoras es el mosquito tigre. No existía en España ni en toda la cuenca mediterránea, pero ha encontrado aquí unas condiciones muy favorables y ahora está por todas partes. Y es el vector del dengue…

Malaria
Foto: Elena Gómez-Díaz
La malaria es un problema importante de salud mundial. A nivel de investigación, ¿cuáles son los retos más urgentes para seguir avanzando en la lucha contra esta enfermedad?
El último informe de la Organización Mundial de la Salud decía que una de las prioridades es precisamente anticiparse a esta capacidad de adaptación, tanto del parásito como del mosquito, que se adecúa muy rápido tanto a los insecticidas como a las mosquiteras. Es muy importante conocer cuáles son estos mecanismos que les permiten adaptarse para ser capaces de anticiparnos a ellos.
¿Y a nivel social y político? ¿Qué se necesita?
El gran reto es la prevención y el tratamiento, no es suficiente solo con investigar. Todas estas enfermedades van muy ligadas al estado de desarrollo de los países con mayor prevalencia. Si hubiese un buen saneamiento de agua y una mayor capacidad económica de las personas el problema no sería tan grave. La malaria a día de hoy es tratable y curable.
Gran parte del esfuerzo que se realiza va de la mano de la educación de las comunidades locales, se incide en el uso de mosquiteras, o en que ante la detección de síntomas se vaya rápido al médico para tomar el tratamiento.
Y, por otro lado, además de educar también hay que formar a los científicos africanos. Uno de nuestros retos como países desarrollados y como investigadores es el de ayudar a nuestros colegas de allí. Necesitan más investigación propia, son ellos los que más conocen la enfermedad de la malaria y los que tienen más herramientas para involucrar a la gente en la lucha contra la enfermedad. La experiencia nos dice que la cooperación con investigadores africanos es fundamental para conseguir erradicar la malaria.

Malaria - Burkina Faso
Foto: Elena Gómez-Díaz
Hablando de África, gran parte de tu investigación se desarrolla en Burkina Faso, donde has estado recientemente. ¿Cómo era tu día a día de trabajo allí?
Para empezar, allí todo va mucho más lento. La gente tiene una concepción del tiempo más laxa. Allí las cosas se hacen, como ellos dicen, “mora mora”: poco a poco, con calma. Eso nos rompe mucho los esquemas.
En un día normal en el laboratorio te levantas con la luz natural. Allí el trabajo consiste, por un lado, en hacer test de malaria a niños que van a entrar en la escuela. Para ello nos levantábamos a las 4 de la mañana, cogíamos el coche y nos íbamos a las aldeas. A las 5 empezábamos los test, que consisten en una pequeña punción en el dedo para sacarles una gota de sangre. Trabajamos en colaboración con investigadores y estudiantes de Burkina Faso. En uno de estos días que te cuento podíamos hacerles el test de sangre a unos doscientos niños. También, por supuesto, hablábamos sus familias y a todos los que estaban infectados se les daba tratamiento.
En el microscopio mirábamos cuántos de esos niños eran portadores del parásito y a algunos les pedíamos que participasen como voluntarios, les sacábamos más sangre y con ella infectábamos mosquitos en el laboratorio. De esta forma obteníamos mosquitos que contenían el parásito y ya podíamos estudiar su ciclo en diferentes momentos.
En el laboratorio, además, hacíamos disecciones bajo la lupa, que consisten en abrir al mosquito, sacarle las glándulas salivales -que es donde está el parásito-, el estómago, etc. Es un trabajo muy minucioso.
No os aburríais…
¡Qué va! Y ahora, además del trabajo que hacemos con el mosquito, también ponemos la sangre de los voluntarios en placas de Petri y conseguimos crecer los mosquitos in vitro, así podemos mantener a los parásitos más tiempo y también analizarlos en esa otra parte de su ciclo de vida. Y luego todo ese material nos lo traemos a España y aquí estudiamos qué genes están activos, en qué momento, qué función cumplen… toda esa parte de la epigenética que te he comentado antes.

Burkina Faso
Foto: Elena Gómez-Díaz
Además de lo que es el trabajo puro y duro, seguro que de África te has llevado muchas experiencias, buenos y malos momentos…
Sí. Recuerdo muy bien mi segunda expedición, en 2014, pues coincidió con la revuelta popular que derrocó al dictador Blaise Compaoré que llevaba más de 25 años en el poder y acababa de proponer una reforma legal para perpetuarse en el cargo.
Burkina es uno de los países más pobres de África, pero su gente es muy orgullosa y fiera. Se proclamó el estado de sitio, los militares salieron a la calle y el país estuvo al borde de una guerra civil. Nosotros estuvimos un par de semanas encerrados en casa, sin internet, sin poder salir… no sabíamos a donde conducía eso, había piquetes en las calles... En fin, era una situación de mucha incertidumbre.
Y yo tenía mis experimentos en marcha, así que me vi en una disyuntiva: o tiraba a la basura todo mi trabajo de meses, o intentaba llegar al laboratorio. Uno de mis compañeros me acompañó. Vivimos algunos momentos de mucha tensión pero conseguí salvar el experimento. Al final me sentí feliz de haber estado allí, para ellos fue una batalla ganada, recuperaron el control del país y empezó una nueva etapa, todo el mundo estaba feliz. Vivir ese momento histórico de un país al que quiero muchísimo fue muy bonito.

Elena Gómez-Díaz
Foto: Fundación BBVA
Nos venimos ahora a España. ¿Qué dirías de la situación de la ciencia en nuestro país?
El otro día me preguntaban por qué hago divulgación. A nosotros nos pagan por hacer ciencia, pero también porque esa ciencia tenga una repercusión en la sociedad. La gente tiene que saber qué hacemos, por qué lo hacemos y lo importante que es esto. Hay que comunicar esa importancia, si la gente valora la ciencia, esta se financiará mejor, porque el mayor problema aquí es que no se invierte en investigación.
En España se hace ciencia muy buena y hay profesionales excelentes, pero todo se puede ir al traste si no hay financiación. Un país no puede ser innovador ni pionero si no tiene un tejido científico y tecnológico potente. Eso es algo en lo que España tiene que cambiar el chip cortoplacista, ese que piensa que si algo no da riqueza inmediata no es interesante.
Conozco muchos compañeros muy válidos que están siendo expulsados por el sistema porque no hay suficiente financiación. Hay que cambiar esta mentalidad porque nos vamos a cargar el futuro de nuestro país. Al final, sin hay ciencia no hay futuro y eso no es algo que lo diga yo. Los países que mejor han salido de la crisis son los que están invirtiendo en ciencia y tecnología.
Últimamente hablamos mucho de la importancia de promover vocaciones científicas entre las mujeres. ¿Tuviste algún referente femenino a la hora de elegir tu camino profesional?
Mi supervisora en el postdoctorado era una mujer muy fuerte y fiera, reivindicativa, que no se conformaba con lo que le daban. Ella fue mi inspiración, pero también mi familia: mi madre siempre ha sido muy luchadora e inconformista y de ahí creo que viene también mi carácter.
El tema de inspirar vocaciones es fundamental, pero también es importante preguntarse a dónde estamos llevando a esas mujeres que estamos inspirando a ser científicas. Creo que para que funcione, esto también debe ir de la mano de una reforma estructural de nuestro sistema científico, porque mientras no haya más conciliación laboral en nuestros institutos y un ambiente en el que no se tolere el acoso, la discriminación y la violencia contra la mujer, no tiene mucho sentido inspirar nuevas vocaciones.
Tenemos que animar a cualquier persona, hombre o mujer, a hacer aquello que le apasione, y además construir un entorno donde haya cabida para todos, que sea igualitario y libre de violencia para las mujeres.