Pasaportes de inmunidad: por qué la cartilla de COVID-19 es una mala idea
Muchos expertos en redes sociales y en medios de comunicación se han mostrado disconformes con esta propuesta, aseverando desde que es poco útil hasta que se trata de “un disparate”.
Una de las medidas de reinserción de la población en la ‘nueva normalidad’ propuesta por el Gobierno de la Comunidad de Madrid ha sido la propuesta de una ‘cartilla COVID’, una especie de pasaporte de inmunidad que acredita si una persona ha pasado o no la enfermedad provocada por el coronavirus SARS-CoV-2, y que informe además del estado de inmunidad de dicha persona; esta cartilla tendría el objetivo de servir de ‘pasaporte’ para acceder a ciertos recintos, locales privados, o incluso determinados empleos.
Algunos expertos en redes sociales y en medios de comunicación se han mostrado disconformes con esta propuesta, aseverando desde que es poco útil hasta que se trata de “un disparate”. No obstante, la medida ha gozado del apoyo del infectólogo del Hospital Can Ruti Oriol Mitjà, que la recomendó al Gobierno catalán. Sin embargo, ni el ministro de Sanidad ni la OMS, ni ningún organismo científico oficial se ha mostrado favorable a esta medida.
¿Por qué los científicos creen que una cartilla COVID, al estilo de una cartilla de vacunación, puede ser perjudicial? Hemos hablado con dos expertos.
Argumento 1: todavía no somos capaces de detectar buena parte de la inmunidad
Para empezar, debemos comprender que existen distintos tipos de inmunidad. La inmunidad que son capaces de analizar los test que se realizan en los hospitales a la población general son test de anticuerpos, un tipo de proteínas generadas por el sistema inmune. Los test pueden medir si tenemos anticuerpos o no; pero no las cantidades.
Por otro lado, está la inmunidad que proviene de la respuesta celular: los linfocitos T y B, células encargadas de la inmunidad más duradera del organismo. Para medir si existen este tipo de respuesta celular frente al coronavirus, se necesitan test más específicos, complejos y caros, como explica Guillermo Quindós Andrés, catedrático de Microbiología Médica del Departamento de Inmunología, Microbiología y Parasitología en la Facultad de Medicina y Enfermería de la Universidad del País Vasco.
Durante una infección por SARS-CoV-2, los linfocitos B responden con anticuerpos, IgM, y luego van a producirse anticuerpos IgG, en una respuesta mucho más fina y eficaz; y para que se produzca esta, necesitamos a los linfocitos T. “Una parte importante de la inmunidad, la modula por los linfocitos T, todavía no somos capaces de detectarla con métodos generalizados en el hospital, sino que se necesita laboratorio. Estas pruebas llevan tiempo y son caras”, explica el experto.
Esto quiere decir que, aunque una persona no presente inmunidad en los test, puede que ésta sí que exista, solo que es indetectable. “Entre un 10 y un 20 % de las personas que han pasado la COVID-19 ya no tienen anticuerpos detectables al cabo de dos meses, según los métodos de detección actuales; pero eso no quiere decir que no tengan inmunidad, sino que ésta no es detectable con los test habituales”, explica Quindós.
“Con el conocimiento que tenemos ahora de la enfermedad, no es prudente hacer esto porque podríamos causar más daño que beneficio”, concluye.
Argumento 2: no sabemos cuánto tiempo dura la inmunidad
Otro problema que tendría una cartilla de este tipo es que, si bien sabemos que el coronavirus genera cierta inmunidad, todavía no sabemos cuánto dura.
Según el neurocientífico y divulgador Pablo Barrecheguren: “Tener una enfermedad no implica hacerse inmune a ella. Todo el mundo entiende que pasar un catarro no te exime de volverlo a pillar. Por tanto, de haber un documento, tendríamos que estar renovándolo cada cierto tiempo. Esa medida no puede hacer ningún bien”, explica.
Además, como nos recuerda Barrecheguren, la inmunidad es un proceso lento, que se forja en el cuerpo humano durante años. “Los datos que podemos tener sobre la inmunidad de este coronavirus son una recopilación de estudios de tres o cuatro meses, con lo que es una barbaridad tomarlos como sólidos. Es demasiado pronto”.
Con ocurre con todos los patógenos nuevos, hay un tiempo de habituación entre la población. Y pasados unos años, el proceso se equilibra. “Por tanto, durante el proceso, una cartilla no asegura nada”, continúa. “Tal vez sería útil con otro virus o patógeno del que, al menos, tuviéramos muy estudiada la inmunidad, con años de revisiones, como ocurre con las vacunas, que sabemos cuándo tenemos que inocular las dosis de recuerdo, etc. Pero esta no es la situación actual con este virus”, sentencia.
Argumento 3: la cartilla podría incitar a conductas temerarias
Este es un argumento que han esgrimido otros expertos en redes y medios de comunicación.
Dado que se entiende que haber pasado la enfermedad garantizaría cierta inmunidad (aunque ya conocemos las problemáticas de ésta) y, por tanto, el salvoconducto para acceder a ciertos privilegios, como entrar a locales o acceder a ciertos empleos, algunas personas podrían sentirse tentadas de contagiarse a propósito, especialmente las más jóvenes, que sentirían que tienen menos riesgo de sufrir complicaciones graves.
“No podemos permitir que una persona joven se arriesgue a intentar contagiarse, pensando que va a pasar una enfermedad leve. La razón es que, además de que puede luego estar en contacto con un número determinado de personas, es un peligro innecesario, para uno mismo y para el resto”, nos responde Quindós.
“El estado de salud, además, es un tema privado; en este caso, estas forzando casi a que la gente exponga cuál es su situación”, añade.
Por ahora, ninguna sociedad científica se ha pronunciado a favor de esta medida. Por el momento, con los datos que tenemos, podemos concluir que una cartilla COVID resultaría inútil porque podría etiquetar mal a las personas usando datos confidenciales, malgastando tiempo y recursos sanitarios, además de fomentar conductas temerarias que favorecerían la propagación de la enfermedad y pondrían en peligro la salud pública.