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¿Tiene usted talento?

Todos creen saber lo que es, pocos son capaces de definirlo. Hay empresas de "cazatalentos", pero no parece evidente que sepan reconocerlo. Psicólogos y neurocientíficos intentan descubrir dónde reside, si se trata de una propiedad congénita o, más bien, se adquiere a través de la educación y el estudio.



Cuentan de un intelectual que, obsesionado por profundas dudas existenciales, decidió viajar al Himalaya en busca del que se decía que era el hombre más sabio del mundo. Tras una ardua expedición, en la que pasó todo tipo de penalidades, llegó hasta la humilde cabaña donde habitaba el gurú. Una mezcla de reverencia y emoción se juntaban en su corazón cuando empezó a articular la pregunta que durante tanto tiempo había martilleado su cerebro. Ahora, un ser pequeño y enjuto la iba a responder: "Maestro -dijo-, ¿cuál es el sentido de la vida?" El hombrecillo levantó la vista y con una mirada vivaz respondió: "¡Oh! Esperaba que usted pudiera contestarme a eso". Responder a la pregunta de qué es el talento es igualmente esquivo. La Real Academia de la Lengua lo define como la capacidad para el desempeño de una ocupación. Definición aséptica y poco útil, como aquélla de Montesquieu: "El talento es un don que Dios nos hace en secreto y que nosotros revelamos sin saberlo". Eso sí, todos sabemos qué quiere decir nuestro interlocutor cuando habla de ello... ¿Es el talento algo absoluto o sólo circunstancial? ¿Momentáneo o permanente? ¿Se puede ejercitar y desarrollar? ¿Es lo mismo que aptitud? Cualquiera de nosotros se sentiría capaz de contestar a estas preguntas... pero quizás no fueran las respuestas correctas. De hecho, los cazadores de talentos y headhunters, los consultores que se autoerigen en reconocedores y evaluadores del talento ajeno, buscan algo que no saben definir. Es más: ¿se puede detectar el talento o simplemente se lo reconoce cuando se encuentra? Algunos expertos creen que es una mezcla de método e intuición, de papel y nariz.

Cómo convertirse en un cazatalentos de éxito

En los años 90 del siglo XX se produjo lo que se llamó The War for Talent. Un equipo de tres consultores de McKinsey & Co -Ed Michaels, Helen Handfield-Jones y Beth Axelrod-, la mayor y más prestigiosa consultora de gestión y administración de empresas -management, en el anglomaníaco lenguaje empresarial-, dirigieron un estudio donde se enviaron cuestionarios a 6.000 directivos de todo EE UU y fijaron su atención en 77 potentes empresas, donde entrevistaron desde el consejero delegado hasta el personal de recursos humanos. Tras tan intenso trabajo, los tres consultores decidieron que el recurso más importante de una empresa triunfadora es el talento: ejecutivos inteligentes y sofisticados, conocedores de la tecnología, astutos y ágiles a la hora de actuar. La búsqueda de este "talento" es una guerra de desgaste continua, una lucha sin victoria final. Como expresó el director de McKinsey y jefe del proyecto, Ed Michaels: "Lo único que importa es el talento. El talento gana". Así que estos expertos recomendaban que la única manera de mantener a los talentosos en el redil era ofrecerles continuamente prebendas desorbitadas y dejarles hacer lo que quisieran. Como confirmación a su descubrimiento, en 2000 completaron una segunda vuelta de entrevistas -13.000 ejecutivos y 112 empresas- que confirmaron sus conclusiones iniciales.

Sueldos disparatados para ejecutivos con talento

El voluble mundo de los altos ejecutivos -capaces de los mayores logros y, a la vez, de dar pábulo a tontas obviedades y simplezas del calibre del famoso best seller ¿Quién se ha comido mi queso?- se convulsionó, y numerosos libros aparecieron al calorcillo de lo que el periodista Malcolm Gladwell llamó la "justificación intelectual" para pagar sueldos absolutamente desproporcionados a quienes antes habían abonado, a su vez, las altas sumas que exige obtener un MBA "de prestigio". Porque el talento, según medían los expertos de McKinsey, se encuentra entre quienes pasan, por ejemplo, por la Escuela de Negocios de Harvard. Pero su gran experimento de talento empresarial fue una empresa donde McKinsey condujo 20 proyectos diferentes, a la que facturó 10 millones de dólares anuales, donde el director de McKinsey acudía regularmente a las reuniones de dirección y donde su consejero delegado, el primer ejecutivo de la empresa, había sido un antiguo socio de McKinsey. El nombre de esa empresa era Enron. En abril de 2001 McKinsey publicaba un documento explicando claramente sus ideas; el 2 de diciembre Enron se declaraba en bancarrota, produciendo el mayor escándalo financiero de la historia. Siguiendo el castizo refrán de "sostenella y no enmendalla", los únicos que no se vieron salpicados fueron los consultores de McKinsey; hasta el punto de que, a día de hoy, una de ellos, Helen Handfield-Jones, se sigue presentando como "primera experta en talento para el liderazgo".

La gran "pifia" en la caza del talento empresarial

Como dijo el filósofo y escritor Elbert Hubbard, "existe algo mucho más escaso, fino y raro que el talento. Es el talento de reconocer a los talentosos". Los consultoreseconomistas de McKinsey cometieron el error de creer que era fácil evaluar el talento, incluso por los propios compañeros de trabajo -parte de su "técnica" era una evaluación de cada ejecutivo por el resto-. Creyeron que un alto cociente intelectual (CI) garantizaba un alto rendimiento profesional. Pero Richard Wagner, psicólogo de la Universidad de Florida, revela que eso no es cierto: ningún estudio muestra una correlación significativa entre el CI y el rendimiento laboral. Carol Dweck, de la Universidad de Stanford, experta en motivación para el aprendizaje, ha dirigido dos experimentos reveladores acerca de cómo vemos nuestro propio talento. En general, el ser humano se divide en dos grupos: los que piensan que la inteligencia es algo inmutable y los que creen que es maleable. Así que en la Universidad de Hong Kong, una de las instituciones con mayor demanda de la zona, entregó las notas de inglés a los estudiantes de ciencias sociales -que saben que necesitarán ese idioma en su futuro trabajo- y les propuso clases suplementarias para mejorar sus resultados. Lo que Dweck esperaba era que aquellos con peores notas se apuntaran a la clase. Para su sorpresa no fue así. Sólo los estudiantes que creían en la maleabilidad de la inteligencia manifestaron interés por las clases. Los que creían que con la inteligencia nada se puede hacer, prefirieron quedarse en casa. En otro experimento con preadolescentes Dweck les entregó una lista de problemas a resolver. Al terminar, a un grupo le alabó el esfuerzo y al otro su inteligencia. En este último ocurrió algo curioso: se mostraron reacios a afrontar otros problemas más difíciles -con lo que su rendimiento empezó a disminuir- y a la hora de escribir a un escolar de otro colegio acerca de su experiencia en el estudio, el 40% mintió sobre su puntuación... tirando hacia arriba, naturalmente. ¿Será que moverse en un ambiente donde se ensalza el talento innato acaba por cortarle las alas?

Las extrañas peripecias del cerebro de Einstein

¿Y si el talento se encuentra en cómo se agrupan y se relacionan las neuronas del cerebro? Así se gestó otra de las grandes pifias en la búsqueda por comprender el origen de las capacidades extraordinarias de ciertos humanos. Todo comenzó en el Hospital de Princeton el 18 de abril de 1955. Ese día moría Albert Einstein y, aunque había pedido ser incinerado, el patólogo Thomas S. Harvey decidió que su cerebro debía salvarse, y se lo extrajo. La vida y milagros de este cerebro, que a tenor de lo que sucedería después parecía esconder las causas de la genialidad, se desconocen hasta que a mediados de los años setenta un periodista, Steven Levy, lo encontró repartido entre dos jarros de conservas en el interior de una caja de cartón en la casa de Harvey. La mayor parte del cerebro había sido seccionado, salvo el cerebelo y partes del córtex. Entre 1985 y 1999 se publicaron tres artículos científicos sobre estudios de partes del cerebro del físico alemán, con los siguientes resultados: sus neuronas tenían mayores demandas de energía, el cerebro pesaba menos pero tenía una mayor densidad de neuronas y sus lóbulos parietales derecho e izquierdo poseían una inusual estructura de surcos, justo en la zona que se supone importante para las matemáticas. No es mucho -de hecho es más bien poco- y con todo han sido duramente criticados por su pobre metodología. Inferir de estos resultados que el talento depende de la densidad de neuronas o de raros surcos del córtex es gratuito. Curiosamente, algo parecido pasó con el cerebro de Lenin, que fue entregado por las autoridades soviéticas al entonces famoso neurólogo alemán Oskar Vogt. Tras dos años y medio de estudio, en 1929 reveló unas conclusiones que son de quitarse el sombrero: el córtex del revolucionario ruso poseía mayor número de un tipo de neuronas llamadas piramidales, y además eran más grandes que en el común de los mortales. En 1993 tres neurólogos rusos repetían la investigación -publicada en ruso en Uspekhi Fioziolgicheskikh Nauk- a la que añadían poco más que diferencias de tamaño y peculiares circunvoluciones en el córtex.

¿Educación activa o predisposición innata?

Querer deducir el talento de una persona por la arquitectura del cerebro puede ser demasiado simple. ¿No influye nada el ambiente? ¿Es necesaria una genética "especial"? Los psicólogos no se ponen de acuerdo si el genio es innato o adquirido. Para el gran inventor Thomas Alba Edison, el genio es un 1% de inspiración y un 99% de transpiración. La inspiración debe llegar mientras estás trabajando. ¿Pero debemos tener una predisposición innata a ello? Anders Ericsson, psicólogo de la Universidad Estatal de Florida es de los pocos que cree que no. "Denme 10 años de práctica deliberada y cualquiera será capaz de adquirir un nivel de desarrollo de prodigio", afirma sin sonrojo.

Convertirse en Mozart sólo trabajando duro

La objeción que se hace a esta idea la llama Brian Butterworth, psicólogo de la Universidad de Londres, "el argumento Mozart": nadie se puede convertir en Mozart a fuerza de trabajo duro. Para Ericsson las extraordinarias habilidades de esas personas, el talento que después se les ha reconocido, se debe a que desarrollaron una memoria poderosa sobre ciertos temas, aquellos en los que fueron talentosos. La neurociencia reconoce que en nuestro cerebro tenemos dos tipos de memoria: la de corto plazo o de uso cotidiano y la de largo plazo. Según Ericsson, los genios son capaces de hacer un uso impresionante de sus memorias a corto plazo porque colocan la información en la memoria a largo plazo de modo que la otra pueda acceder fácilmente a ella. Esta memoria cotidiana a largo plazo es crucial para ser un talento en cualquier campo. ¿Tenemos evidencia de este tipo de memoria? Natalie Tzourio-Mazoyer, de la Universidad de Caen (Francia), está empeñada en medir la actividad cerebral de prodigios matemáticos como Rüdiger Gamm, capaz de calcular la raíz quinta de un número de 10 cifras en segundos, o dar el resultado de una división de dos números enteros con una precisión de 60 decimales. Usando la tomografía por emisión de positrones (PET), el equipo de Tzourio-Mazoyer encontró en 2001 que Gamm usaba más partes del cerebro que los voluntarios escogidos para comparar los resultados. De hecho, en su cerebro se activaban, además de las mismas 12 partes que los voluntarios, 5 más. Tres de éstas se encuentran relacionadas con la formación de memorias episódicas, que es un tipo de memoria a largo plazo. Dicho de otro modo, Gamm parece usar su memoria a largo plazo para almacenar los resultados que va obteniendo a medida que hace sus cálculos. ¿Puede el entrenamiento desarrollar estas facultades? Eso fue lo que se propuso el ajedrecista y psicólogo húngaro Laszlo Polgar a finales de los setenta.

Convertir en grandes ajedrecistas a las hijas

Una de las creencias más extendidas entre los jugadores de ajedrez es que las mujeres no son buenas en los torneos: el ajedrez es un juego bastante machista. Decidido a demostrar la equivocación, comenzó a entrenar a sus tres hijas -Zsuzsa, Sofia y Judit- en un experimento de psicología que aún continúa. En 1992 las tres se encontraban entre las diez mejores jugadoras del mundo, y la más pequeña, Judit, era el Gran Maestro más joven de la historia, con 15 años y 4 meses, un mes menos que el legendario Bobby Fischer. Laszlo, no contento sólo con eso, les dio también clases de idiomas y de matemáticas. Zsuzsa, por ejemplo, habla siete idiomas. El experimento de Polgar pone de manifiesto lo que puede hacerse con entrenamiento continuado -a costa de no ver televisión y no jugar en la calle- pero no está claro si no hay una predisposición genética para el talento. Con todo, se debe distinguir entre genio creador y superdotado. Según explica el psiquiatra Francisco Alonso- Fernández, "suelen transitar por vías distintas... el creador pasa por ser un estudiante de baja calidad, y hasta un insuficiente; el superdotado no encierra ninguna atracción especial para la sociedad ni para la historia". Superdotado triunfador y genio incomprendido, parece ser la norma. ¿Tienen ambos talento? Un caso extremo son los llamados idiot savant o genios subnormales, personas con un CI propio de una deficiencia mental ligera -heredado o adquirido en los primeros años de vida a causa, por ejemplo, de una meningitis- pero con una capacidad creativa fuera de serie. Un ejemplo fue Kiyoshi Yamashita, que en los años 80 era conocido como el "Van Gogh japonés" y tenía un CI de 68 -el límite de la normalidad está en torno a 75-. Incluso ha habido escultores magníficos con un CI de 40?

Oculto en las redes neuronales del cerebro

Sin embargo, otros psicólogos y neurocientíficos apuestan más por el talento innato. Definido como una eficiencia en el funcionamiento del cerebro por encima de la media, apoyan sus resultados en los trabajos de la heredabilidad de la inteligencia, que parecen apuntar a que sucede entre un 60 y un 80%. Esa efectividad del funcionamiento cerebral está determinada por dos factores que se encuentran interconectados: el contexto social y la organización cerebral, más en concreto el número de neuronas y la densidad de redes neuronales, que se organizan durante el periodo prenatal y se activan durante los primeros 4 años de vida. Así, para investigadores como los hermanos Andrew y Alexander Fingelkurts, el contexto social únicamente es importante en las primeras etapas del desarrollo del individuo, cuando se organizan los procesos cognitivos, asociados al desarrollo neuronal. Al parecer, el volumen de la materia gris ?las "pequeñas células grises" que daban al detective Hercules Poirot su capacidad deductiva- decrece progresivamente tras cumplirse los 4 años. Además, diferentes trabajos, como los de Newman en 1997, apuntan a que las sinapsis neuronales crecen fuertes cuando se las estimula regularmente en ciertos periodos particulares, lo que sugiere que un ambiente rico en variedad, estimulación y actividad puede ser una ayuda importante a la hora de desarrollar el talento.

Acoholismo y depresión, el lado oscuro del talento

Sea como fuere, el talento no es sólo una suerte; también es una desgracia. Hay un precio que se debe pagar. Así, hay correlaciones significativas entre talento y miopía, alergias e incluso enfermedades autoinmunes. Aún más. Aquellos agraciados suelen sufrir depresión o episodios depresivos, ser solitarios y tener fuertes cambios de humor. Cuadros esquizofrénicos y epilepsia también son frecuentes. Un estudio en un grupo de 15 pintores expresionistas abstractos de la Escuela de Nueva York a mediados del siglo XX encontró que más de la mitad sufría alguna psicopatología, distribuida entre depresión, personalidad ciclotímica -alteraciones del estado de ánimo, las clásicas subidas y bajadas- y alcoholismo. Seis de ellos, el 40%, recibía tratamiento psiquiátrico y dos se suicidaron... lo que demuestra que la Naturaleza, como dice ese conocido refrán, no da duros a cuatro pesetas.

Miguel Ángel Sabadell

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