¿De qué está hecho el champú?
Es uno de los productos indispensables de nuestro cuarto de baño. Su objetivo es limpiar el cabello, pero no debe hacerlo demasiado para no eliminar las grasas protectoras naturales que lo recubren; ni debe oler mal a pesar de que algunas de las sustancias que contienen lo tengan. Descubre cuáles son las sustancias con las que cubres tu cabeza cada vez que te lavas el pelo.
¿Quién no ha visto esos anuncios de champús que nos presentan una cabellera envuelta en espuma? Resulta una imagen curiosa... e inútil, pues la espuma no limpia. Los fabricantes la incluyen porque muy pocos comprarían un champú que no la hiciese. Por eso todos incluyen potenciadores de espuma que cumplen a la perfección su cometido de autoengañarnos.
Tampoco pensemos que la limpieza corre a cargo del resto de los compuestos. De la larga lista de nombres raros que descubrimos en la etiqueta encontramos algunos como el distearato de glicol, cuya misión es dar ese tono irisado al champú, o el inevitable perfume, o los no menos importantes espesantes, que le dan esa textura que todos 'sabemos' que debe tener el champú e impiden que se nos escurra de la mano. Uno de ellos es la sal común. Los fabricantes también añaden antioxidantes, antimicrobianos y protectores para que el champú no se degrade ni lo colonicen las bacterias que nos rodean.
Agua y detergente
Entonces, ¿quién limpia el pelo? Como en todo producto de limpieza, un detergente. Si miramos con detalle la composición de cualquier champú, los dos primeros ingredientes son agua y algún tipo de detergente. Ahora bien, como los ingredientes aparecen en orden de concentración, esto quiere decir que ese champú que compramos en nuestra tienda es, esencialmente, agua y detergente; en general, la cantidad de éste último está alrededor de un 15 %. A partir de aquí podemos encontrar muchos aditivos que suelen estar ahí por cuestiones de marketing.
Así pues, uno podría pensar que para lavarse el pelo basta con un poco de jabón y agua. Error. El jabón suele ser alcalino, lo que hace que las células de la cutícula se hinchen y adquieran un aspecto áspero dando al pelo un tono apagado. Para evitarlo, los antiguos libros de belleza recomendaban enjuagar el pelo con vinagre o zumo de limón, que hace que tenga una aspecto brillante y suave. Por esta razón encontramos en los champús algún ácido, generalmente citrato de sodio, una sal del ácido cítrico. Ahora bien, la situación se complica porque el champú hace que el pelo pierda su equilibrio eléctrico. Los cabellos electrificados tienden a repelerse y se ponen a bailar el twist, enredándose. Si encima nos cepillamos el pelo justo después de secarlo agravamos el problema: así lo electrificamos aún más.
La única solución para evitar este enredo es meter la cabeza en un barreño de manteca. La grasa fresca de cerdo -o de pato, si somos más chic- es una buena elección. Como esto no es muy agradable, no queda más remedio que utilizar un acondicionador, que proporciona una capa de cera protectora que mejora la sensación, apariencia y reduce la fricción entre los mechones de cabello, lo que permite un peinado más fácil. Pero ¡cuidado! No utilicemos demasiado el acondicionador porque entonces iremos añadiendo sobre la cutícula capa sobre capa de esa cera grasienta. Pero no todo está perdido: los mismos que nos venden el acondicionador nos proporcionan champús que limpian el pelo “sobreacondicionado”.
De todas formas, si usted es de esos que llaman un manitas y no quiere nada más que tener el pelo limpio, puede hacerse un champú casero: sólo necesita añadir un poco de surfactante (el componente activo de los detergentes) a una buena cantidad de agua y un poco de acondicionador para temperar los aspectos no agradables del detergente. Eso sí, no le pida ni un olor fresco y agradable, ni un pelo terso y suave, ni tampoco una cabellera brillante libre de electricidad estática.
Y si quiere darle un toque natural tan de moda, exprima un kiwi...