Cuando la quinina era tan importante que se traficaba con ella y hasta te permitía ganar guerras
La quinina era el único fármaco contra la malaria, una de las enfermedades más letales de la historia, así que era sumamente valiosa.
En total, hay más de 450 tipos diferentes de parásitos de la malaria, inoculados por 70 de las 480 especies de mosquito anófeles. Solo cinco afectan a los humanos, pero eso es suficiente como para que la malaria acabe con la vida de una persona cada 30 segundos. Así no es sorprendente afirmar que la mortalidad debida a la malaria haya sido mayor que cualquier otra enfermedad en todo el mundo.
En 1964, España fue declarada libre de malaria y recibió el certificado oficial de erradicación, si bien África continúa siendo una región donde mueren miles de personas cada año, sobre todo niños.
Durante mucho tiempo, la quinina era la única defensa que se tenía contra esta especie de Parca disfrazada de mosquito, por eso llegó a usarse como estrategia para ganar guerras.
La quinina salvó al Norte
Desde 1861 hasta 1865, en Estados Unidos se libró la Guerra de Secesión, una cruenta guerra civil en la que la quinina fue tan importante a nivel estratégico que se convirtió, de hecho, en una parte fundamental de las municiones del arsenal de la Unión. Las fiebres maláricas, sin embargo, se cebaron con el bando contrario, la Confederación, lo que significó finalmente que la Unión gozara de una ventaja tan importante. Así pues, fue la quinina, sobre cualquier otro factor, el que propiciaría salvar el Norte.
Para vencer a la malaria, la Unión distribuyó a sus soldados del orden de 19 toneladas de quinina refinada, una cifra muy superior a la que contaron los rebeldes de la Confederación. Esto hizo que los precios de la quinina ascendieran astronómicamente, y que paralelamente los contrabandistas encontraran un negocio en ella mucho más importante que en cualquier otro material. Así, apenas 30 gramos de quinina llegaron a costar unos 4 dólares en 1861, 23 dólares en 1864 y hasta 400 y 600 dólares hacia el final de la guerra.
Para introducir el contrabando de quinina entre los Confederados, se usaban estrategias similares a las que ahora se emplean en el tráfico de drogas: se introducía de relleno en muebles, en tapicerías o en muñecas para niñas; también se usaban "mulas" como las que ahora vemos en los aeropuertos o los puestos fronterizos, pues la quinina se cosía en las faldas de las mujeres, en falsos fondos del equipaje o se transportaba cuidadosamente empaquetado en el recto o los intestinos del ganado.
La quinina es el más fuerte de los cuatro alcaloides que se encuentran en la corteza de los árboles del género Cinchona. Se aisló y fue nombrada en 1820 por los investigadores franceses Pierre Joseph Pelletier y Joseph Bienaimé Caventou. Durante décadas fue el único bote salvavidas de una enfermedad que llegaba por el aire y contagiaba a millones de personas.
Sin embargo, aunque la quinina sigue usándose hoy en día con buenos resultados para las formas más graves de malaria, fue a partir de la Segunda Guerra Mundial cuando se descubrió la cloroquina, que era más eficaz, barata y segura. La primera vacuna contra la malaria fue aprobada en 2015 por parte de la Agencia Europea de Medicinas (EMA, en inglés) y ha sido desarrollada por la compañía GlaxoSmithKline, GSK. Si bien su eficacia es limitada (llega al 40 % de los casos) y solo sirve para la malaria causada por Plasmodium falciparum (la más frecuente) es un porcentaje importante para ser la primera vacuna para prevenir esta patología. Concretamente, en los primeros 18 meses de seguimiento tras tres dosis los casos de malaria se redujeron casi a la mitad en niños de entre 5 y 17 meses en el momento de la primera vacunación, y un 27% en los lactantes (entre 6 y 12 semanas). Tras cuatro dosis se alcanzó una reducción de casos del 39% en niños de entre 5 a 17 meses y de un 27% en lactantes (seguimiento de cuatro años).
Poco a poco, pues, estamos dejando de depender de la quinina, ese fármaco que llegó a ser tan codiciado como el oro.