Bebés laboratorio
Los chicos buscan chicas; los espermatozoides corren al encuentro del óvulo. Ésta era la rutinaria historia de la reproducción humana, hasta que el profesor Robert Edwards, fisiólogo de la Universidad de Cambridge, en Inglaterra, materializó el milagro de la concepción en una probeta. En noviembre de 1977, el equipo de Edwards consiguió que un óvulo extraído de Lesley, una mujer de Bristol con una lesión en las trompas de Falopio que le impedía ser mamá, fuera fecundado en un pocillo -un recipiente de vidrio usado en el laboratorio- por un espermatozoide facilitado por su esposo John Brown.
Los chicos buscan chicas; los espermatozoides corren al encuentro del óvulo. Ésta era la rutinaria historia de la reproducción humana, hasta que el profesor Robert Edwards, fisiólogo de la Universidad de Cambridge, en Inglaterra, materializó el milagro de la concepción en una probeta. En noviembre de 1977, el equipo de Edwards consiguió que un óvulo extraído de Lesley, una mujer de Bristol con una lesión en las trompas de Falopio que le impedía ser mamá, fuera fecundado en un pocillo -un recipiente de vidrio usado en el laboratorio- por un espermatozoide facilitado por su esposo John Brown.
El día 10 de aquel mes, el embrión resultante fue transferido al útero de Lesley. Tras un embarazo sin complicaciones, el 25 de julio nació en el Hospital General de Oldham la pequeña Louise. El primer bebé probeta de la historia había venido al mundo. El profesor Edwards sabía que el alumbramiento constituía un hito en la historia de la medicina, pero jamás imaginó que había abierto las puertas a una impredecible era de la reproducción humana. Desde Louise, más de un millón de bebés probeta ha nacido en todo el mundo; 80.000 de ellos en nuestro país. Recordemos que el primer bebé probeta español, Victoria Ana, fue concebido mediante fecundación in vitro (FIV) en la Clínica Dexeus de Barcelona, hace 19 años.
Hoy por hoy, la mayoría de hombres y mujeres con problemas de fertilidad tiene una alta posibilidad de ser papás gracias al elenco de técnicas de reproducción asistida que ha emergido en los últimos 30 años y que permite solventar situaciones de esterilidad antes inimaginables. Sin ir más lejos, los científicos han aprendido a congelar ovocitos -óvulos inmaduros- y tejido ovárico procedentes de mujeres con alto riesgo de sufrir una menopausia precoz, de aquellas que pueden quedar infértiles debido a un tratamiento médico, como la quimioterapia; o de las que simplemente desean postergar la maternidad. Este material criopreservado ya se ha empleado para cosechar más de un centenar de embarazos en todo el mundo, cinco de ellos en España.
Y en ciertas esterilidades masculinas, los especialistas pueden recuperar espermátidas -células precursoras de los espermatozoides- de los testículos de hombres estériles y microinyectarlas en el interior de un óvulo. Pero los avances científicos en el campo de la reproducción asistida también están originando situaciones insólitas que plantean serios dilemas bioéticos y legales, y desatan sentimientos de indignación y rechazo por parte de ciertos sectores de la sociedad. Por ejemplo, el pasado mes de julio una pareja de lesbianas del Reino Unido se convirtió en la primera en engendrar un bebé con semen adquirido por Internet y, por las mismas fechas, la prensa se hizo eco del nacimiento en la Fertility Clinic de Gante, en Bélgica, de un niño cuyo sexo había sido elegido por deseo expreso de los padres -la elección de sexo en España y otros países europeos sólo está autorizada por motivos médicos?.
Alquiler de úteros
El alquiler de úteros, el cribado de embriones mediante tests genéticos, el embarazo artificial de mujeres menopáusicas y mayores de 60 años, la clonación de embriones, la misma congelación de óvulos, los llamados embarazos post mortem de viudas con semen congelado de su compañero y la concepción de bebés para salvar la vida de un hermano constituyen actos que son observados por la sociedad en general y por la comunidad científica en particular con más preocupación que admiración. Sin duda alguna, los progresos continuos en las técnicas de reproducción asistida (TRA) han sido acogidos por la población como avances encomiables para ayudar a ese 15 por 100 de parejas que tiene algún problema para concebir hijos. Pero, como se ha mencionado, una parte de la sociedad mira con recelo este tipo de tratamientos, quizás por el fantasma del abuso de una técnica nueva; o tal vez por ideas religiosas que chocan frontalmente con el manejo de un material biológico como es el embrión o con un hecho tan sacralizado como es la reproducción dentro de la institución matrimonial. Sin miedo a equívocos, éstos y otros hechos han influido notoriamente en los legisladores y comités científicos a la hora de encauzar y poner cotas a la reproducción artificial. La legislación en esta materia resulta dispar en distintos países, lo que está propiciando una situación que empieza a ser conocida como turismo reproductor. En ocasiones, la normativa hace aguas en algunos apartados y deja las puertas abiertas a prácticas polémicas; y muchos expertos se quejan de que las leyes andan a la zaga de los avances en medicina reproductiva.
Ciertas propuestas no ayudan a despejar el panorama: el anuncio por parte de una secta del engendramiento de niños por clonación, técnica cuya inocuidad para el futuro bebé no está constatada, ha provocado reacciones de repudia; y la reciente creación experimental de un embrión hermafrodita a partir de células masculinas y femeninas a manos del profesor Norbert Gleicher, de la Fundación de Medicina Reproductiva de Chicago, en EE UU, ha sido criticada con ferocidad por muchos científicos del área reproductiva.
Por otro lado, voces disonantes advierten de que algunas de las técnicas de inseminación artificial en uso, como la denominada inyección intracitoplásmica de espermatozoides (ISCI), el empleo de ovocitos criopreservados, la transferencia de embriones congelados y la reciente aparecida maduración in vitro de ovocitos (IVM), no han sido evaluadas lo suficiente. Ciertos estudios controvertidos apuntan que estos procedimientos podrían acarrear alteraciones cromosómicas en los embriones. Tampoco hay que olvidar que la estimulación ovárica practicada para optimizar la fertilidad no resulta inocua: aumenta el riesgo de gestar mellizos o trillizos y, por ende, el de alumbramientos de niños prematuros. Además, las propias TRA generan un sobrante de embriones que acaba siendo criopreservado durante un tiempo límite de entre 1 y 8 años, según el país. En el nuestro, la Ley de Reproducción Humana Asistida de 1988 establecía un periodo máximo de cinco años, pero no especificaba el destino de los embriones caducos.
Embriones congelados
Las cifras oficiales hablan de la existencia de unos 35.000 embriones congelados: el 18 por 100 de éstos ha sobrepasado el plazo legal de criopreservación. La reforma de la Ley puesta en marcha introduce medidas que intentan paliar esta acumulación. Así, sólo se podrá transferir, salvo casos excepcionales, un máximo de tres embriones -hasta ahora no había límite- por ciclo, a la vez que se restringe a este mismo número el máximo de ovocitos que pueden ser fecundados en dicho ciclo. Por otro lado, la modificación legal precisa que los embriones sobrantes "se mantendrán criopreservados por un plazo equivalente a la vida fértil de la mujer, con el objeto de que le sean transferidos en intentos posteriores". ¿Pero cuál será el devenir de los hasta ahora preservados en los congeladores de las clínicas de reproducción?
La modificación contempla que sus dueños podrán elegir de forma voluntaria entre estas tres opciones: mantener los embriones congelados hasta que sean transferidos, donarlos con fines reproductivos a otras parejas que estén en lista de espera de fecundación in vitro o permitir que el material biológico obtenido tras la descongelación pueda ser usado en investigación para fines terapéuticos. En este punto hay que subrayar que el embrión humano se ha convertido en objeto de deseo de la llamada medicina regenerativa, ya que constituye una fuente de stem cells o células madre. También conocidas como troncales, estas células tienen la virtud de poder convertirse en cualquiera de las 220 variedades celulares que integran nuestro organismo.
Esta capacidad que es total en los embriones de apenas unos días -células totipotentes-, aparece limitada en los estadios posteriores del desarrollo embrionario ?células pluripotentes- y muy restringida en la vida adulta -células multipotentes-. Los ensayos médicos con stem cells constituyen a todas luces un destello de esperanza para quienes padecen patologías hoy incurables. Por ejemplo, la inyección de células madre en el hígado produciría nuevos hepatocitos que rejuvenecerían los órganos afectados por la cirrosis y la hepatitis. Las stem cells también podrían ser obligadas a diferenciarse para regenerar los corazones infartados, reparar el páncreas de los diabéticos, soldar la médula espinal de los tetrapléjicos y atajar trastornos neurodegenerativos, como el Parkinson y el mal de Alzheimer. Incluso podrían devolver la visión a los ciegos.
Medicina reproductiva
La propia medicina reproductiva saldría beneficiada de las stem cells procedentes de embriones sobrantes en FIV, según el especialista Alan Trounson, del Instituto Monash de Reproducción y Desarrollo, en Ritchmond (Australia). Por ejemplo, las células madre podrían hacer padres a ciertas parejas que son incapaces de producir sus propios gametos o células reproductoras. "En el futuro, podremos hacernos con un puñado de células y reconstruir a partir de ellas el equivalente a los óvulos y los espermatozoides", vaticina el doctor Trounson. Los primeros ensayos en esta dirección ya están en ciernes. En Tokio, Toshiaki Noce, del Mitsubishi Kagaku Institute of Life Sciences, ha cultivado stem cells extraídas de embriones de ratones para que espontáneamente se transformen en diferentes estirpes celulares y recoger sólo aquella encaminada a la producción de gametos masculinos. Este trabajo aún está sin publicar, pero Noce asegura que en el cultivo han aparecido células germinales primordiales (CGPs) masculinas, que surgen en los primeros estadios de la espermatogénesis, es decir, la producción de espermatozoides. Estas CGPs no van más allá en un medio de cultivo, pero, cuando el científico nipón las trasplantó a los testículos de un roedor, comprobó que al cabo de tres meses habían madurado en células capaces de fertilizar óvulos. Ahora, la prueba de fuego está en determinar si de los embriones nacen ratoncitos sanos. ?No podemos saber hasta qué punto estos espermatozoides son normales, ya que incluso los tarados pueden activar los óvulos?, advierte Noce. Otro ensayo dirigido por George Daley, del Instituto Whitehead de Investigación Biomédica, en Cambridge (Massachusetts), apunta en la misma dirección.
Este biólogo experto en células troncales afirma que ha obtenido espermatocitos -un estado posterior al de CGP en la formación del esperma- a partir de stem cells embrionarias de ratón. Los resultados del ensayo tampoco han sido publicados, aunque Daley nos adelanta que su equipo ?está tratando de ver hasta qué punto puede aislar espermatozoides con capacidad de fertilizar la célula sexual femenina?. A pesar de las promesas terapéuticas de las stem cells procedentes de embriones -en concreto, de los sobrantes en reproducción asistida-, diferentes asociaciones antiabortistas y estamentos religiosos se oponen a su destino terapéutico, ya que supone su destrucción. Argumentan que el embrión humano, aun en su estado de zigoto -la célula resultante de la fusión del espermatozoide y el óvulo-, es un nuevo individuo de la especie humana. Muchos científicos discrepan y les responden que en el estadio de blastocisto -64 células-, el embrión aún no cumple dos requisitos indispensables para ser considerado un nuevo ser humano: el de unicidad -ser único e irrepetible- y el de unidad -ser uno solo?.
Éste es uno de los problemas del llamado estatuto del embrión humano que se discute desde hace muchos años y que tardará tiempo en quedar zanjado. La aplicación de las células troncales con fines terapéuticos y en especial en el área de la medicina reproductiva sólo es la punta del iceberg de los nuevos dilemas bioéticos que se avecinan. Éstos emergen en un goteo incesante de los trabajos que están efectuando los biólogos enfrascados en la síntesis artificial de células sexuales, esto es, pergeñadas fuera de los testículos y los ovarios. El interés resulta patente: la incipiente clonación terapéutica requerirá un acopio de ovocitos humanos para transformar las propias células del paciente en tejidos que reemplazarán a los perdidos por la edad, las enfermedades y los traumatismos.
Reproducción asistida
Y algunos expertos en reproducción asistida ven por primera vez con optimismo el uso de óvulos y espermatozoides cultivados en el laboratorio para hacer felices a las parejas estériles. Las mencionadas stem cells embrionarias constituyen una fuente artificial de gametos, pero no es la única. Durante la XIX Conferencia Anual de la Sociedad Europea de Reproducción y Embriología Humanas, que se celebró el pasado mes de julio en Madrid, Tal Biron-Shental, del Hospital Meir, en Kfar Saba (Israel), dejó perplejos a los asistentes mientras describía su intento de cultivar óvulos a partir de ovarios procedentes de fetos abortados.
Los científicos tomaron células de los ovarios fetales y las mantuvieron en un caldo de cultivo durante un mes. Esto les permitió comprobar que los oocitos -las células precursoras de los óvulos-, que normalmente evolucionan hacia la madurez durante la pubertad, iniciaban su desarrollo al ser rociados con un cóctel de hormonas. ¿Se convertirán los fetos abortados en fuente de óvulos para la FIV? ¿Qué pensaría la opinión pública del origen de este material biológico? La respuesta podría quedar recogida en un titular en la prensa británica: "Tu verdadera madre fue un bebé abortado". Pero aun superando los conflictos morales, el cultivo y producción de gametos en el laboratorio resulta harto complejo. Una de las mayores limitaciones está en convencer a las células sexuales para que reduzcan a la mitad su dotación cromosómica -una célula normal tiene dos juegos de cromosomas-, actividad que involucra una forma de división celular que se conoce como meiosis.
Otra complicación radica en que las células sexuales no crecen ni maduran por sí solas en circunstancias naturales: los espermatozoides necesitan de la colaboración de las llamadas células de Sertoli; y los precursores de los óvulos están arropados y nutridos por las denominadas células granulosas. Pero la ciencia nunca se doblega ante la adversidad. En diciembre de 2002, John Eppig, del Laboratorio Jackson, en Bar Harbor (Maine, EE UU), anunció en una publicación on line el nacimiento de 59 ratones de un total de 1.160 embriones concebidos con oocitos cultivados. Éstos maduraron en un medio de cultivo que contenía una sopa de nutrientes y hormonas. Unos meses después, el japonés Izuho Hatada, de la Universidad Gunma, obtuvo resultados similares con oocitos procedentes de ovarios de fetos de ratón sacrificados en el meridiano de su gestación. A fecha de hoy, resta saber si los roedores son completamente normales o si, por el contrario, portan alguna tara genética.
Patricia Hunt, de la Case Western Reserve University, en Cleveland (Ohio), ya ha detectado ciertas aberraciones cromosómicas en ratones engendrados con oocitos cultivados. Para rehuir el abrupto manejo de los gametos, algunos investigadores pretenden engañar a células normales del cuerpo para que se comporten como si fueran espermatozoides y óvulos. Por ejemplo, Orly Lacham-Kaplan, biólogo que trabaja en el mismo instituto australiano que Trounson, ha conseguido que unos oocitos -aún con el doble juego de cromosomas- de ratón comiencen a multiplicarse como un zigoto tras inyectar en su interior células adultas de un ejemplar macho. No menos fascinante se antoja el experimento llevado a cabo por Gianpiero Palermo, un experto en FIV de la Universidad de Cornell, en Nueva York. Éste ha inyectado el núcleo de células adultas en óvulos desprovistos de sus cromosomas para comprobar cómo estos núcleos pueden reducir a la mitad el número de cromosomas. Esta especie de huevo puede después ser fertilizado para convertirse en un próspero embrión, según Palermo.
Enrique M. Coperías