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El ser humano sigue evolucionando, pero de manera diferente a lo que algunos cuentan

A pesar de la creencia popular de que la evolución humana ha llegado a su fin, la ciencia demuestra lo contrario: los humanos seguimos evolucionando, aunque quizás de una manera diferente a lo que algunos imaginan.

El ser humano sigue evolucionando, pero de manera diferente a lo que algunos cuentan (Alvaro Bayon)

La evolución biológica sucede por todas partes, a nuestro alrededor. Constantemente hay organismos que adquieren nuevas adaptaciones que, seleccionadas favorablemente por el ambiente, se fijan en el acervo genético de las poblaciones. En muchos casos, el ser humano ha participado activamente en este proceso evolutivo, ya sea consciente o inconscientemente.

Son ejemplos de este tipo de evolución por selección artificial deliberada todas las variedades domésticas de animales y todas las plantas de cultivo o de jardinería que han evolucionado diferenciándose de sus formas silvestres.

Los casos accidentales son menos evidentes, pero también los hay. Al pescar peces grandes y liberar a los más pequeños, gracias a campañas tan exitosas como la de la década de los 80 en España, con el pegadizo eslogan de «Pezqueñines no, gracias (debes dejarlos crecer)», aquellos que alcanzaban la edad adulta con una talla menor a la mínima tuvieron más éxito, y ahora tenemos en nuestras costas peces adultos más pequeños que antes. De forma similar, la preferencia de los cazadores de elefantes por los con colmillos más grandes, supuso para los animales con colmillos más pequeños una ventaja reproductiva, y el tamaño medio de los colmillos de los elefantes ha descendido.

Mujer bajau en su bote

Mujer bajau en su bote, en Semporna, Malasia. — Cn0ra/iStock

Pero al hablar de evolución del ser humano en concreto, todo son dudas. Algunos piensan que nos hemos desligado tanto de la naturaleza, que ya no evolucionamos. Otros creen que ya hemos alcanzado el mayor nivel de complejidad posible y no podemos evolucionar más. Y otros piensan que nuestro uso de la tecnología y los cambios en nuestra forma de vida hará que desarrollemos dedos más largos, ojos más grandes, cerebros más pequeños, etcétera.

¿Hemos dejado de evolucionar?

Rotundamente no. El ser humano no ha dejado de evolucionar. Según la ley de Hardy-Weinberg —que modeliza cómo las poblaciones cambian o no sus frecuencias genéticas—, para que una población de seres vivos no evolucione se tienen que dar, al menos, dos circunstancias: que no exista variación en las poblaciones, es decir, que no aparezcan mutaciones; y que no haya presión selectiva, es decir, que el ambiente no sufra ningún cambio. La alternativa a esa opción, para dejar de evolucionar, sería extinguirse.

En el ser humano no sucede ninguna de las dos circunstancias. Es un animal que se reproduce de forma sexual, y por lo tanto, su descendencia contiene mezclas de genes de los dos parentales. Si este factor no fuese suficiente para producir variación en las poblaciones, las mutaciones suceden tanto si queremos como si no. Y el ambiente en que vive el ser humano no es, en absoluto, estático. Por todo ello, asumir que el ser humano no evoluciona carece totalmente de fundamento.

Algunas adaptaciones evolutivas, relativamente recientes, y que de hecho, ni siquiera toda la humanidad comparte, demuestran que el ser humano aún evoluciona.

Lácteos

El consumo de productos lácteos supone una importante presión selectiva que favorece a los mutantes que toleran la lactosa. — nevodka/iStock

Adaptaciones recientes del ser humano

La mayoría de las personas son capaces de contener la respiración durante varios segundos, quizá hasta uno o dos minutos; superar esos tiempos requiere de un entrenamiento en apnea. Sin embargo, el pueblo de los Bajau, habitantes del sudeste asiático, pueden mantener la respiración bajo el agua durante más de 10 minutos, en actividad, y sin muchos problemas.

Parte de esta capacidad está en el entrenamiento que desarrollan toda su vida, puesto que su forma de vida depende del mar y pasan más de la mitad de su jornada de trabajo bajo el agua. Pero hay una predisposición genética que les ayuda a mantener esas marcas tan asombrosas. Los bajau presentan como adaptación evolutiva un bazo mucho más grande que el resto de las personas; este órgano hipertrofiado es el que proporciona a estos buceadores natos un aumento significativo en los niveles de oxígeno en sangre, permitiéndoles resistir la apnea con mayor facilidad.

Otra adaptación reciente en el ser humano tiene que ver con la capacidad de beber leche. El resto de las especies de mamíferos, terminado el período de lactancia, deja de producir la enzima lactasa, —la que permite digerir adecuadamente la lactosa—. Así pues, todos los mamíferos adultos son intolerantes a la lactosa, excepto el ser humano.

Cerca del 35 % de la humanidad tolera la leche, y puede digerir la lactosa en su etapa adulta. Este porcentaje de tolerancia a la lactosa cambia según la región; en España alcanza entre el 60 y el 80 % de la población.

La tolerancia a la lactosa procede de cinco mutaciones que sucedieron hace entre 5500 y 9000 años, de forma independiente: una en algún lugar del norte o centro de Europa, otra en Oriente Medio y tres en África Orienta. Se fijaron en el acervo genético de las poblaciones de tradición ganadera, por mera presión selectiva. Es un ejemplo claro de cómo la selección natural sigue funcionando en la especie humana. Y, efectivamente, los mutantes en este caso son los tolerantes a la lactosa, y no los intolerantes.

¿El futuro que nos espera es tan extraño?

Cada cierto tiempo, de forma más o menos recurrente, aparece en algunos medios algún artículo que habla sobre cómo será el ser humano en el futuro. En esta especie de profecía evolutiva se dice que dentro de mil años, el ser humano desarrollará unos dedos largos y una posición de pinza, por el uso de dispositivos táctiles; bajar la vista a las pantallas, emisoras constantes de luz, llevaría a las personas del futuro a arquear la espalda y el cuello, y a desarrollar un segundo párpado translúcido en el ojo. Además, al almacenar cada vez más datos en dispositivos tecnológicos, el cerebro perderá volumen.

Mindy

Mindy, una hipotética predicción del futuro del ser humano, carente de sentido. — Maple Hollistics

En realidad, desde el punto de vista biológico, estas predicciones no tienen sentido. Las posibles deformidades de las extremidades o de la espalda, producto del abuso de la tecnología, son rasgos adquiridos en respuesta a una actividad determinada, simples aclimataciones que no se graban en nuestros genes ni se reflejan en la epigenética. Si una pareja que presenta esas deformidades tiene descendencia, y esta no cae en los mismos malos hábitos, no adquirirá esos rasgos.

Afirmar lo contrario implica una concepción lamarckista del proceso evolutivo, que sabemos errónea. Asumir que deformidades anatómicas causadas por defectos posturales se transmitan a la descendencia como rasgos evolutivos tiene el mismo sentido que asumir que si un hombre se afeita mucho, su hijo tendrá menos barba.

Respecto a las características que realmente puedan tener carácter evolutivo, como la reducción del tamaño del cerebro o el desarrollo de un tercer párpado, también carece de sentido. Para que estos rasgos se fijen en la población, es necesario, en primer lugar, que sucedan las mutaciones adecuadas, y además, estas variaciones deben generar una mayor aptitud a los individuos que las portan, desde el punto de vista reproductivo, de modo que la selección natural las halle favorables. Predecir qué mutaciones van a suceder en el futuro es un ejercicio más adivinatorio que científico.

Finalmente, el tiempo también es un factor relevante. En el caso de mutaciones puntuales, como la digestión de la lactosa, han hecho falta varios miles de años para que apenas un tercio de la humanidad presente la adaptación. Teniendo en cuenta que se trata de una mutación con un factor selectivo muy fuerte, se hace muy complicado que en solo mil años se adquieran adaptaciones tan extraordinariamente complejas como la aparición de un nuevo párpado traslúcido.

Referencias:

  • Beja-Pereira, A. et al. 2003. Gene-culture coevolution between cattle milk protein genes and human lactase genes. Nature Genetics, 35(4), 311-313. DOI: 10.1038/ng1263
  • Chiyo, P. I. et al. 2015. Illegal tusk harvest and the decline of tusk size in the African elephant. Ecology and Evolution, 5(22), 5216-5229. DOI: 10.1002/ece3.1769
  • Enattah, N. S. et al. 2007. Evidence of Still-Ongoing Convergence Evolution of the Lactase Persistence T-13910 Alleles in Humans. The American Journal of Human Genetics, 81(3), 615-625. DOI: 10.1086/520705
  • Schagatay, E. 2011. Human breath-hold diving ability suggests a selective pressure for diving during human evolution. En M. Vaneechoutte et al., Was Man More Aquatic in the Past? (pp. 120-147). Bentham Science Publishers.
  • Ségurel, L. et al. 2017. On the Evolution of Lactase Persistence in Humans. Annual Review of Genomics and Human Genetics, 18(1), 297-319. DOI: 10.1146/annurev-genom-091416-035340

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