La increíble historia de cómo las ranas ayudaron a inventar la prueba de embarazo
Ya antes del siglo XX había diversas formas de comprobar el estado de gestación, pero un método realmente fiable no apareció hasta la década de 1930.

El embarazo es un proceso que da lugar a profundos cambios en la persona gestante. Además de los síntomas más evidentes, como el aumento de volumen en el vientre o las mamas, hay otros efectos más sutiles, pero que comienzan a suceder desde el principio de la gestación. Náuseas, vómitos, cambios de humor y de apetito, y por supuesto, la menstruación cesa.
Sin embargo, estos síntomas no son exclusivos de un embarazo; determinados problemas de salud pueden desencadenar una sintomatología similar. Por otro lado, no todas las personas reaccionan igual, en muchos casos el embarazo no llega a producir síntomas evidentes. Por eso, para tener ciertas garantías, se opta por las pruebas de embarazo.

Mujer embarazada - AsiaVisión/iStock
Breve historia de los test de embarazos
Desde hace 3000 años, se ha hecho uso de la orina para comprobar si una mujer estaba o no embarazada, y hasta donde se tiene constancia, los primeros en hacerlo fueron los antiguos egipcios. Utilizaban una muestra de orina de la candidata, y la diluían en agua para reducir su toxicidad. Posteriormente, regaban con ello semillas de trigo y cebada, y esperaban unos días a la germinación. Según la tradición, si crecía cebada es que se esperaba un niño, mientras que si se estaba gestando una niña, crecería el trigo; si ninguno de los dos cereales germinaba en una semana, la mujer no estaba embarazada.
Esta prueba se ha mostrado absolutamente inútil para identificar el sexo de la criatura; sin embargo, sí tiene cierto nivel de acierto cuando se trata de averiguar el estado gestacional en sí. Según los análisis realizados actualmente, la prueba tiene una sensibilidad del 70 %, es decir, siete de cada diez embarazadas dan resultado positivo.

Figurilla de la diosa egipcia Tueris, protectora de las embarazadas — CC Louvre
No obstante, lo ideal para una prueba de embarazo es que sea fiable, cómoda, sencilla y rápida; aunque para la época, el método egipcio podía proporcionar resultados más que aceptables, poner a germinar semillas no es ni rápido, ni cómodo, ni sencillo, y un 30 % de falsos negativos puede desembocar en muchas sorpresas, y no permite decir que esta prueba sea precisamente fiable.
Desde la antigua Grecia hasta bien entrada la Edad Media, existían lo que podríamos llamar ‘catadores de orina’ —en la Inglaterra medieval se les llamó the cult of piss-prophets, literalmente, “el culto de los profetas del pis”— que examinaban y dictaminaban resultados en función del color, la transparencia, el aroma y el sabor de la orina. Su fiabilidad resultó ser nula, no acertaban más allá de lo esperado por el azar, pero gozaban de buena fama, como la mayoría de las profesiones adivinatorias de la época.
Diversas técnicas se trataron de desarrollar a lo largo del siglo XIX, pero al desconocer la base bioquímica sobre la que trabajar, no eran capaces de obtener resultados fiables. En 1933, los investigadores Willard M. Allen y George W. Corner, de la Universidad de Rochester, descubrieron y describieron la hormona relacionada con el embarazo, la progesterona. Y este descubrimiento revolucionó la capacidad de detectar embarazos.

Rana de uñas africana (‘Xenopus laevis’) — Freder/iStock
El test de la rana
La rana de uñas africana (Xenopus laevis) es una especie muy utilizada en estudios biológicos, sobre todo, en el pasado. Son fáciles de mantener en condiciones de laboratorio, y presentan una gran resistencia a las enfermedades; su ciclo de vida es muy corto, con huevos relativamente grandes, y tienen respuesta reproductiva durante todo el año, no sujeta a las estaciones. Todas estas razones convierten a la rana, también, en una especie invasora en España y muchos otros lugares del mundo.
Durante la década de 1930, los ensayos con rana de uñas africana ayudaron a la identificación de hormonas. En 1933, se descubrió que esta rana era sensible a la inyección de extractos de la glándula pituitaria bovina. A partir de este suceso, y con el reciente descubrimiento de la hormona progesterona, los fisiólogos H. A. Shapiro y H. Zwarenstein, de la Universidad de Ciudad del Cabo, Sudáfrica, desarrollaron, al año siguiente, un método para su detección en la orina empleando ranas.
El proceso consistía en inyectar una muestra de orina en el saco linfático dorsal de una hembra de rana de uñas africana. Si la muestra pertenecía a una gestante, la progesterona presente en la muestra inducía en la hembra el proceso de puesta, que apenas se retrasaba entre 8 y 12 horas desde la inyección.
Así pues, el primer test de embarazo eficaz fue una rana. El método fue introducido en Europa por el biólogo británico Lancelot Hogben, pupilo de Zwarenstein, y recibió el nombre de ‘prueba de Hogben’. La prueba era rápida, eficaz, y no implicaba el sacrificio del animal, de ahí que pronto se extendiera por casi todo el mundo.
Curiosamente, el método funcionó también con otras especies de anfibio. En 1947, el endocrinólogo argentino Carlos Galli Mainini desarrolló un método similar. Él empleó machos de sapo común sudamericano (Rhinella margaritifera), comprobando que la progesterona de la orina inducía en el sapo la secreción de espermatozoides, que podían observarse en la orina del sapo con un microscopio. Este descubrimiento permitió acelerar el proceso y a mediados de los años 50, los investigadores estadounidenses E. H. Hon y J. M. Morris, empleando orina tratada y machos de sapo americano (Anaxyrus americanus), desarrollaron una prueba que arrojaba resultados en menos de cinco horas.

Los test de embarazo modernos se basan en inmunoensayos — miljko/iStock
La llegada de los inmunoensayos
Las pruebas en ranas y sapos fueron las más utilizadas, pero no las únicas. Durante décadas se fueron desarrollando métodos que utilizaban otros animales, como ratas y ratones, aunque se emplearon mucho menos; a diferencia de los test con anfibios, estos normalmente requerían la muerte del animal, o la provocaba debido a la toxicidad de la orina.
Pero, en torno a los años 60, todas estas pruebas quedaron obsoletas con la entrada de los inmunoensayos. La primera prueba de laboratorio con técnicas inmunoquímicas se desarrolló en 1959, y permitió detectar la gonadotropina coriónica humana.
En 1960, los inmunólogos Leif Wide y Carl Gemzell desarrollaron la primera prueba de embarazo basada en técnicas inmunoquímicas. Era el primer test de embarazo de la historia que no necesitaba animales vivos para llevarse a cabo. Una prueba tanto o más fiable que la de las ranas, y mucho más rápida, cómoda y sencilla. Tanto que, a día de hoy, con significativas mejoras, es el método que se sigue utilizando; se puede adquirir en una farmacia, es fácil de utilizar y arroja resultados en apenas unos minutos.
Referencias:
- Cannatella, D. C. et al. 1993. Xenopus Laevis as a Model Organism. Systematic Biology, 42(4), 476-507. DOI: 10.1093/sysbio/42.4.476
- Ferreira, H. P. 1954. The relative merits of the various biological tests for pregnancy. Postgraduate Medical Journal, 30(345), 355-359. DOI: 10.1136/pgmj.30.345.355
- Haarburger, D. et al. 2011. Historical perspectives in diagnostic clinical pathology: development of the pregnancy test. Journal of Clinical Pathology, 64(6), 546-548. DOI: 10.1136/jcp.2011.090332
- Shapiro, H. A. et al. 1934. A Rapid Test for Pregnancy on Xenopus lævis. Nature, 133(3368), 762-762. DOI: 10.1038/133762a0