¿Cómo afecta la contaminación acústica a las aves?
La urbanización de las ciudades ha acabado convirtiéndose en un problema cada vez mayor sobre la biodiversidad. Y un buen ejemplo lo encontramos en las aves y la contaminación acústica.
La urbanización de las ciudades, en general, supone un impacto negativo cada vez mayor sobre la biodiversidad. Las ciudades alteran el entorno de muchas maneras, consumen una gran cantidad de recursos naturales; el asfalto convierte el suelo en una superficie prácticamente impermeable, y el alcantarillado canaliza las precipitaciones a otros lugares, secando el subsuelo — ya muy perturbado por las construcciones e infraestructuras—.
Por otro lado, se genera una gran cantidad de residuos que terminan en el entorno natural y contaminan el agua y el aire, algo que en algunas grandes ciudades como Madrid, España, puede observarse durante días, como la famosa ‘boina’ de contaminación. Además, presentan un efecto conocido como ‘isla de calor’, bien por efecto de las calefacciones durante el invierno o de los aires acondicionados durante el verano, de modo que las temperaturas en la ciudad siempre están varios grados por encima de su entorno natural.
Y otro impacto característico de las ciudades es la contaminación acústica; un fenómeno que no pasa desapercibido para sus habitantes; es habitual que personas que intercalan su tiempo entre la ciudad y el campo expresen este tipo de molestia. El tráfico, el gentío, las sirenas… las ciudades son ruidosas.

Las ciudades son ruidosas. - M.Guti / iStock
Las aves de las ciudades
Fruto de todo lo anterior, se puede concluir que el entorno urbano representa un ecosistema con muy poca variedad y riqueza. La mayor parte de su biodiversidad se concentra en puntos específicos de su trazado, especialmente en parques y jardines. Quizá, el grupo de vertebrados más habitual de las ciudades es el de las aves. Gracias a su gran capacidad de movimiento, pueden entrar y salir del ecosistema urbano, aprovechar de él todas las ventajas que les proporciona y regresar al medio natural cuando lo necesiten.
Sin embargo, en las últimas décadas las ciudades españolas se están vaciando de aves, ya sea porque simplemente desaparecen, o porque migran a entornos más amigables. Varias son las causas de pérdida de aves de las ciudades: la pérdida y fragmentación de hábitats adecuados para ellas, el efecto barrera provocado por edificios cada vez más altos, la reducción de la cantidad y la calidad del alimento disponible para ellas y la contaminación creciente, con el consiguiente aumento de la mortalidad. Y por supuesto, también, la contaminación acústica.
El ruido constante y bullicioso de una ciudad afecta negativamente el comportamiento de las aves. La mayor parte de las aves se comunican entre sí mediante vocalizaciones y otros sonidos, pero debido al ruido ambiental, su canto ya no puede escucharse desde tan lejos, lo que reduce la cantidad de receptores; lo que implica a su vez la dificultad para emparejarse y su éxito reproductivo. Por ejemplo, entre los petirrojos de las ciudades se ha observado un cambio en el patrón de canto. Los machos prefieren cantar durante la noche, cuando hay menos ruido, pero también cuando las hembras, potenciales receptoras del canto, están dormidas.

Petirrojo en un banco urbano. - Caron B. / iStock
La contaminación acústica como factor de pérdida de especies
Es cierto que algunas aves son menos susceptibles a los efectos del bullicio y mantienen sus poblaciones estables incluso en entornos muy ruidosos. Pero otras muchas desaparecen paulatinamente a medida que aumenta la contaminación acústica. La consecuencia es clara: el ruido tiende a simplificar las comunidades de aves, favoreciendo a unas especies respecto a otras, y reduciendo el número total.
La urbanización es, de hecho, una de las causas más importantes de la homogeneización de la biodiversidad, es decir, de la reducción de la biodiversidad al convertir ecosistemas complejos en otros más simples, en los cuales el número de especies y sus relaciones quedan reducidas a sus expresiones mínimas.
Esta norma no solo se aplica a entornos urbanos y su comparación con entornos rurales o silvestres, sino que se produce una zonación dentro de las propias ciudades. Por ejemplo, en la ciudad de Madrid se ha observado que zonas más silenciosas presentan una mayor riqueza de especies de aves que los barrios más ruidosos.

Halcón peregrino en una ciudad. - F.Hildebrand / iStock
Una ciudad silenciosa es una ciudad mejor
Recientemente, los esfuerzos de urbanización se orientan cada vez más hacia la integración de las ciudades en el entorno natural, creando una suerte de ‘ciudades verdes’. Para ello, se cubren muros o azoteas con vegetación, o se establecen corredores de biodiversidad. Para este tipo de iniciativas debe también tenerse en cuenta los efectos del ruido, especialmente en la planificación de las ciudades.
Promover ciudades menos ruidosas debe convertirse en una prioridad. Entre las medidas podrían incluirse la instalación de barreras acústicas —los parques funcionan muy bien en este sentido—, y por supuesto, otras que actúen directamente sobre la fuente del ruido. La reducción de la presencia del tráfico de motor o las aglomeraciones; el fomento del uso de la bicicleta , mediante infraestructuras adecuadas; la peatonalización de un mayor número de calles; y la organización urbanística adecuada para que los ciudadanos dispongan de todos los servicios básicos a su alcance, sin tener que tomar el coche para viajar largas distancias.
Referencias:
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