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¿Cómo experimenta la evolución con el sexo?

A algunas personas más que a otras, pero todas tenemos cierto gusto a experimentar con nuevas vivencias en lo que al sexo se refiere. Si se me permite la antropomorfización, la evolución biológica no está exenta de esa curiosidad.

En el reino animal la diversidad sexual es algo ampliamente generalizado. No son pocas las especies animales que presentan comportamientos que denominaríamos altersexuales, es decir, que no se ajustan a la artificiosa heteronormatividad, y la especie humana es un ejemplo tan bueno como cualquier otro. Existe una gran cantidad de especies animales que presentan comportamientos homosexuales y bisexuales, así como casos transgénero, intersexuales o de androginia. Animales que cambian de sexo en función de la edad, la temperatura, la presión del entorno, e incluso animales que se hacen pasar, en aspecto y comportamiento, por miembros del sexo opuesto, en una suerte de travestismo. En contra de lo que muchas personas quieren hacer creer, la diversidad sexual, lejos de ser algo antinatural, está presente en la naturaleza.
Hasta un 30 % de las hembras de ciervo participan exclusivamente en relaciones de tipo homosexual, y un 40 % adicional presenta un comportamiento abiertamente bisexual. Mientras tanto, algunos de los machos carecen de cornamenta y adquieren roles de comportamiento propios de las hembras. Por un lado, eso les permite tener mejor supervivencia —al no participar en las luchas por el apareamiento— y por otro lado, mayor probabilidad de reproducirse, al compartir espacio con ellas de forma más permanente.
Ejemplos como este hay innumerables: parejas de flamencos macho que cuidan de huevos y polluelos abandonados; machos homosexuales de elefantes que, antes de la cópula, desarrollan juegos eróticos y onanísticos entre ellos; hembras de pingüinos que se emparejan de por vida, e incluso situaciones de mènage a trois de cisnes, en los que un macho bisexual se empareja a la vez con otro macho y una hembra para criar juntos (con o sin la hembra) a la descendencia. Un comportamiento curioso que, aunque conocemos desde hace más de 85 años, pertenece a una especie que tradicionalmente es descrita como monógama, incluso en los libros de texto actuales.
A algunas personas más que a otras, pero todas tenemos cierto gusto a experimentar con nuevas vivencias en lo que al sexo se refiere. Si se me permite la antropomorfización, podemos decir que hay una gran cantidad de ejemplos extraordinarios que podrían calificarse como experimentos de la evolución en términos sexuales. Hembras caníbales en las que el macho debe defender a la prole, machos parásitos de las hembras, hembras que absorben el cuerpo del macho hasta reducirlo a un par de testículos, machos de peces que paren a sus crías vivas… el catálogo es amplio. Pero, hablando de sexo, de entre todos los animales con los que la evolución ha experimentado, el grupo de las chinches de las camas, o cimícidos, es, quizá, el que se lleva el premio a la originalidad.
Un cimícido o chinche de las camas

Un cimícido o chinche de las camasUn cimícido o chinche de las camas

La situación general alrededor de la que se arremolina todo lo subsiguiente es la forma de copular, físicamente hablando. Los machos de este grupo de insectos dispone de un pene modificado en forma de sable que usa para perforar literalmente el cuerpo de la hembra, e inseminar directamente en su aparato circulatorio, ignorando el hecho de que ellas siguen teniendo un aparato sexual perfectamente funcional. Los espermatozoides buscan, entonces, por su cuenta, el camino a los órganos reproductores nadando libres por dentro del cuerpo de la hembra.
Pero la evolución también ha desarrollado una forma de defensa en las hembras. En la mayoría de las especies se puede observar una serie de órganos paragenitales a modo de diana, donde la cutícula es más fina y, para el macho, resulta más fácil penetrar sin causar graves destrozos. En algunos casos, bajo esas dianas hay una serie de conductos que se aproximan o incluso desembocan en el aparato reproductor femenino.
Pero aquí no termina el asunto. Resulta que los machos, cuando tratan de reproducirse, no muestran preferencia por copular con una hembra o con otro macho. Son completamente bisexuales. Esto lleva a una nueva adaptación evolutiva, esta vez para defender a los machos de otros machos. En el particular caso de la especie Afrocimex constrictus, se alcanza un extremo tal que los machos, de hecho, presentan los mismos órganos para-genitales externos que las hembras.
Sin embargo, parece que en estos casos, los machos al copular, lo hacen durante menos tiempo con otros machos, y por tanto, causan menos destrozos internos a estos, que a las hembras. Esto lleva a una nueva adaptación: ellas, con frecuencia, desarrollan la apariencia de machos, disminuyendo con ello el daño causado por la penetración. Al tener cópulas más cortas, la cantidad de semen inoculado es significativamente menor, pero se compensa con una mayor supervivencia postcoital.
Qué sucede con el esperma en el macho pasivo es algo que aún no está claro. Antaño se tenía la hipótesis de que éste almacenaba en sus órganos reproductivos el esperma del macho que le había penetrado, y que lo transmitía después —en lugar del suyo, o tal vez, mezclado con el suyo— cuando él mismo copulaba. Sin embargo, hasta hoy, no se han encontrado pruebas de que suceda realmente.

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