El matrimonio francés que falleció fotografiando volcanes
Dos vulcanólogos pioneros en el mundo de la fotografía de volcanes murieron en 1991, mientras registraban la erupción de un volcán en Japón. Esta es su historia.
Hubo una época en la que fotografiar los ríos de lava no era algo tan fácil como estamos viendo en las últimas semanas en la erupción de Cumbre Vieja, La Palma. Los drones y los equipos de última generación nos están dando imágenes sorprendentes que eran imposible hace a penas medio siglo. En este artículo hablamos de dos personas pioneras en fotografía vulcanológica y que fallecieron haciendo su trabajo: el matrimonio francés formado por Katia y Maurice Krafft.
Katia y su marido Maurice se conocieron en la Universidad de Estrasburgo. Casi con una mano delante y otra detrás ahorraron para ir a estudiar el volcán Estrómboli, situado en la isla homónima italiana, muy cercana a Sicilia. Rápidamente vieron que la gente se interesaba por su documentación gráfica, así que se convirtieron en un frente de divulgación vulcanológica que aún sigue vivo, como todas esas imágenes que se han quedado para el recuerdo. En uno de sus muchos libros se mostraba la forma en la que los vulcanólogos se acercaban a la lava del Estrómboli. “Los volcanes y sus secretos”, un libro de 1984 en el que ya se usaban cascos de fibra de vidrio para proteger cabeza y cuello de las bombas volcánicas de este volcán que sigue vivo desde 1932. Eran expertos en materia de medidas de seguridad, a pesar de que ambos murieron en la erupción de un volcán.
Parábolas volcánicas

Comparativa parábolas

Estrómboli

Portada
Las bombas volcánicas salen disparadas a tal velocidad que pueden alcanzar kilómetros y, con frecuencia, incluso ya llegan solidificadas. Fue un asunto muy estudiado por el matrimonio. Este tipo de objetos puede adoptar diferentes formas dependiendo de factores diversos. Las bombas de corteza de pan, por ejemplo, son las que se solidifican durante el vuelo y desarrollan grietas en la superficie. Pero otras no se solidifican del todo y siguen siendo plásticas. Estas últimas son conocidas con un nombre poco agradable: bombas de plasta de vaca o estiércol de vaca. Los Krafft fueron capaces de acercarse y exponer la película lo suficiente como para captar las trayectorias de esas bombas potencialmente asesinas. Y atraparon de tal forma la imagen que en sus fotografías de los años 80 se ven trayectorias parabólicas perfectas. Pero esto va más allá que un entretenimiento para físicos, pues este tipo de documentos visuales sirven para calcular la zona de seguridad que deben respetar los vulcanólogos. Aunque parezca una temeridad: se está más seguro bajo la curva que en zonas alejadas, que es donde caen las bombas.
Katia, la intrépida pionera

Katia
No es común que una francesa nacida en 1942 decidiese con tan solo seis años ser vulcanóloga. Fue una chica extremadamente curiosa e inadaptada para su época. Por ejemplo, la gustaba jugar al fútbol con los chicos. La madre pensó en todo momento que sería maestra, como ella porque “es una profesión femenina adecuada”. Con trece años se fue con su familia de viaje al Macizo Central (Francia) y fue su primer contacto visual con volcanes extintos. Al año siguiente le comunicó a sus padres sus aspiraciones de futuro: quería ser vulcanóloga. Corría el año 1956 y sus padres no la tomaron en serio. Así que estudió para convertirse durante tres años en profesora de Matemáticas y Ciencias en una escuela de secundaria. En 1960 viaja a Sicilia con la familia y allí conoce el Etna y las ruinas de Pompeya, destruida por el Vesubio. Poco antes había visto la película documental Les Rendez-vous du diable, donde el geólogo Haroun Tazieff filmó volcanes activos en Europa, Indonesia, Japón, América Central, América del Sur y los Grandes Lagos de África. Así que con este cóctel de adrenalina por los volcanes, finalmente se matriculó en Estrasburgo, donde conoció a Maurice. Fue en 1966, a través de un amigo en común llamado Roland Haas, en el café de la Victoire, en Estrasburgo.
No eres nada cuando estás cerca de un volcán

matrimonio
El matrimonio visitó decenas de volcanes en la década de los 70 y los 80, poniendo sus vidas en peligro en múltiples ocasiones, siendo conocidos por ser los primeros en llegar a muchas erupciones y los últimos en abandonar el lugar. Cuando estuvieron quince días tomando mediciones en la cadena de volcanes Virunga en la República Democrática del Congo llegó a describir su estado emocional con las siguientes palabras: “es como si estuvieses en las entrañas de la Tierra. Yo no eres nada. Es una sensación muy agradable: no eres nada cuando estás cerca de un volcán”. Y así fue, todo se torció en 1991.
En junio de ese año fuero a documentar las erupciones en el Monte Unzen (Japón), junto con su colega Harry Glicken. Estuvieron a punto de abandonar, pues las condiciones meteorológicas y los impedimentos gubernamentales no les permitía hacer su trabajo. Justo cuando estuvieron a punto de irse a Filipinas para atender la erupción del Pinatubo, decidieron intentar de nuevo un acercamiento a Unzen. En torno a las 16 h la mitad del domo colapsó, con unos 500 000 metros cúbicos de roca. La corriente piroclástica alcanzó la localización de los Kraffts sin que tuviesen tiempo de ponerse a salvo. Cuarenta y tres personas murieron, entre ellos taxistas, bomberos y periodistas. Fue el final para Katia Krafft, Maurice Krafft y Harry Glicken. Lo cierto es que a pesar de las medidas de seguridad, perdieron el miedo a la muerte, si es que alguna vez lo tuvieron. Cuando una vez le preguntaron a Maurice sobre qué sentía ante las erupciones contestó: “lo mismo que tú sientes ante una erección”. Y lo dejó muy claro, posiblemente hablando por los dos: