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Lee en exclusiva un extracto del libro 'Vivir feliz con mi perro'

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Hombre con su perro

Hombre con su perroiStock

Una de las preguntas que lanzo a mi alumnado de la universidad cuando hablamos sobre la especial relación que mantenemos actualmente los perros y el ser humano es esta: ¿qué razón existe para que las personas que convivimos con estos animales les facilitemos comida, cobijo, cedamos nuestros lugares de descanso e invirtamos tiempo y dinero en una relación donde el perro no aporta un trabajo específico como puede ser la guarda, el pastoreo u otra labor? La respuesta no es sencilla. Sin embargo, gracias a la antrozoología, la genética, la arqueología y, particularmente, a los estudios de las interacciones humano-perro que se han desarrollado en los últimos tiempos, hoy tenemos algunas claves que pueden ayudarnos a comprender y entender esta relación forjada hace miles de años. Quienes han convivido con un perro, seguramente habrán tenido la experiencia de compartir con ellos espacios de descanso con ellos: quizá en la cama o en el sofá mientras ponen una serie en la televisión.

Si eres de las personas que no se ha planteado cuál es el motivo por el que ese animal —pariente cercano del lobo y que, no hace muchos miles de años, podría haber sido nuestro depredador— ocupa un lugar tan privilegiado como nuestra cama o nuestro sofá; quizá este sea el momento de hacerlo. Determinadas razas de perro nos recuerdan a los propios lobos y, sin embargo, ahí están: copando nuestros cómodos colchones sin que para nosotros suponga amenaza o temor alguno. Podría decirse, salvando las distancias, que hemos metido a un lobo en nuestra cama: el lugar más íntimo de cualquier hogar.

El perro es un pariente cercano del lobo: son dos especies diferentes, cercanas a nivel genético, pero diferentes en cuanto a razas, tamaños o colores. Sobre todo, y evidentemente, son muy distintos en su comportamiento. Por lo general, los lobos nacen en libertad y rehúyen el contacto con las personas, salvo algunos casos de lobos criados en cautividad que muestran cierto nivel de socialización con los humanos. Investigadores del grupo Family Dog Project de la Universidad Eötvos Lorand de Budapest han realizado diferentes experimentos en los que se pone de manifiesto estas diferencias.

Podría decirse que, en términos generales, el perro es mucho más sociable que el lobo respecto al ser humano y, por tanto, sus respuestas ante problemas que deben resolver están mediadas por las personas. Por su parte, el cánido salvaje no busca este tipo de apoyo, ya que no lo encuentra habitualmente en la naturaleza. Así, en uno de los experimentos realizados, los investigadores comprobaron que, si encerramos a un perro y a un lobo en un habitáculo donde la única salida es una trampilla que hay en el lado opuesto a la puerta de entrada, el lobo resolverá el problema y encontrará la salida en apenas unos segundos. El perro se quedará esperando en la puerta a que llegue una persona y abra. Este sencillo experimento sirve para ilustrar esa completa diferencia entre estos primos lejanos y la importancia de la mediación de los humanos en el aprendizaje del perro.

No son pocas las personas que han intentado una convivencia con lobos teniéndolos en casa desde cachorros. En raras ocasiones el resultado ha llegado al lugar que esperaban los hospedadores: establecer una relación similar a la que mantenemos con los perros. Y es el que el lobo conserva un perfil independiente y de escasa comunicación hacia el ser humano. Además, muestra un alto temor ante personas no conocidas, activa procesos de huida tanto cuando se encuentra acompañado como cuando se queda solo en casa. Algunas de las personas que han intentado esta convivencia relatan cómo los lobos, ya en los primeros meses, aprenden a abrir todo tipo de puertas, ventanas o cerrojos, realizan diferentes destrozos y que rara vez buscan el contacto con las personas con las que conviven. Algo similar relatan algunos tutores del perro lobo checoslovaco, un híbrido entre perro y lobo que se ha popularizado en los últimos años en ciertos lugares de Europa. Así, la vida tranquila y previsible que esperamos encontrar junto a un perro se complica indudablemente al lado de un lobo. Y es que ambas especies, aun con un pasado en común, han seguido caminos diferentes en su evolución, dando lugar a las que hoy conocemos.

El Canis lupus familiaris es un mamífero social de la familia de los cánidos cuya especie originaria es el lobo: Canis lupus. Esta transformación en la nueva subespecie familiaris tiene lugar a través de un proceso de miles de años de socialización con el ser humano, con el que hoy comparte nicho ecológico en una gran parte de países de Europa, América y parte de África y Asia. Según diferentes estudios, dicha socialización podría remontarse incluso a hace más de doscientos mil años, tal y como describen los estudios genéticos del ADN mitocondrial encontrado en individuos hallados con esta datación citados por el científico Peter Rowley-Conwy. Otros estudios señalan una antigüedad de unos treinta mil años, como veremos más adelante. Sin embargo, la mayor parte de las evidencias consideran que el inicio de esta relación con el ser humano puede remontarse a una horquilla temporal entre los diecisiete mil y los quince mil años, tal y como indica el investigador turco Orhan Yilmaz, y parece haberse dado a la vez en tres entornos diferentes: Europa, el sureste asiático y el medio oeste norteamericano. No se descarta que esta socialización pudiera ser simultánea y en procesos independientes unos de otros. Atendiendo a esta estimación, y teniendo en cuenta las de otras especies consideradas domésticas, se podría decir que el perro fue la primera con la que empezamos a compartir grupo social. Hay que tener en cuenta que otros animales como el gato comenzaron su andadura junto al ser humano hace tan solo unos cinco mil años, el caballo hace seis mil quinientos, y el cerdo o la cabra hace nueve mil y one mil años respectivamente.

'Vivir feliz con mi perro'

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