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El Everest no ha estado siempre ahí

Aunque parece que lleve allí toda la vida, la montaña más alta del mundo es una recién llegada desde el punto de vista geológico. De hecho, tiene la misma edad que los Pirineos y los Alpes.

El Everest no ha estado siempre ahí (Miguel Angel Sabadell)

Cuando al explorador británico George Leigh Mallory le preguntaron: “¿Por qué asciende el monte Everest” sucintamente contestó: “Porque está ahí”. En 1924 intentó la ascensión por segunda vez. Durante el ataque final el geólogo de la expedición, Noel Odell, miró hacia arriba desde los 7900 metros en donde se encontraba. A través de un claro entre las nubes pudo vislumbrar las borrosas siluetas de Mallory y Andrew Irvine encarando una pronunciada pendiente cerca de la cima. Pero las nubes rápidamente cerraron esa ventana; a Mallory y a Irvine nunca más se les volvió a ver.

Esta fugaz imagen de Mallory no fue lo único memorable que Odell vio en la expedición de 1924. Allá arriba también descubrió los fósiles de criaturas marinas con caparazón que habían quedado enterradas en un mar poco profundo hacía 250 millones de años. ¿Cómo es posible que el fondo de un mar pudiera convertirse en el techo del mundo?

George Leigh Mallory

George Leigh Mallory

El Everest no es el único lugar del Himalaya donde se pueden encontrar restos de arcaicos habitantes marinos. En los pueblos de la garganta del río Kali Gandaki, donde los granjeros recolectan fruta y grano a la sombra de los más de 8100 metros del Dhaulagiri, los niños nepaleses venden por las calles salagramas, que no son otra cosa que ammonites.

Casar continentes

El mismo año de la malhadada expedición de Mallory aparecía la traducción inglesa de una breve monografía de un meteorólogo berlinés, hijo de un predicador, llamado Alfred Wegener. Era la tercera edición de una idea que publicó en 1915 y provocó acaloradas discusiones durante el segundo cuarto del siglo XX. Su propuesta era simple y explicaba la formación de cordilleras y algo que cualquier escolar que haya mirado un mapamundi se da cuenta: América del Sur y África parecen estar hechas la una para la otra. En definitiva, que los continentes no han estado siempre ahí sino que se desplazan por la corteza terrestre como icebergs a la deriva.

Así Wegener defendía que toda la tierra emergida había estado unida en un «supercontinente», Pangea, que se había fragmentado y cuya dispersión dio lugar a la actual disposición de los continentes. Pero sus contemporáneos no le creyeron. Y no era para menos; estaba echando por tierra uno de los dogmas de la geología. Hoy, sería totalmente imposible que ningún geofísico o geólogo obtuviera una plaza de profesor si no creyera la tectónica de placas, hija natural de la deriva continental de Wegener.

Expedición de George Leigh Mallory

El techo del mundo es una excepción

La cordillera del Himalaya es la prueba palpable de las dramáticas consecuencias de la tectónica de placas. Cuando dos continentes chocan ninguno de ellos subduce (se hunde bajo el otro) como sucede al encontrarse dos placas oceánicas o una continental y otra oceánica. Las rocas que lo componen, al ser relativamente ligeras, resisten el hundimiento, y se comportan como dos icebergs chocando en el mar.

Así, hace 50 millones de años las placas India y Euroasiática colisionaron. La consecuencia no sólo fue la aparición del Everest, sino que una región del tamaño de Francia situada al norte del Himalaya fue lanzada hacia arriba un promedio de unos cinco kilómetros sobre el nivel del mar: es el Plateau Tibetano.

El imparable y terriblemente ascenso de la cordillera más alta del mundo se ha producido en los últimos 10 millones de años y aún hoy sigue subiendo a razón de dos milímetros por año. Si un lejano descendiente de Edmund Hillary quisiera plantar su bandera en la cima al finalizar el siglo XXI habrá subido casi tres metros más que su antepasado. Ahora bien, ¿por qué continúa ascendiendo? Explicarlo es un reto importante para la tectónica de placas.

Para los geofísicos Sean Willet y Christopher Beaumont el Himalaya es una excepción a la regla: se ha producido una zona de subducción entre las dos placas de modo que la Euroasiática está hundiéndose bajo la India. Para entenderlo debemos tener en cuenta que las placas están compuestas por dos capas: la superior, que constituye la corteza terrestre, y la inferior, que corresponde a la parte superior del manto de nombre manto litosférico. Normalmente, y a pesar de que ambas están compuestas por diferentes tipos de rocas, actúan como una: donde va la corteza, le sigue el manto. Sin embargo, en este caso no ocurre así. El manto litosférico de la placa Euroasiática está subduciendo bajo la placa India.

Noel Odell

Curiosamente, el Himalaya también tiene importancia para la meteorología. La época del monzón en el sur asiático se encuentra precedida en el verano por una baja presión atmosférica en todo el plateau tibetano. Y no sólo eso. Según la oceanógrafa Maureen Raymo y el paleoclimatólogo Bill Ruddman, la aparición del Himalaya remodeló el clima de la Tierra al reducir, por diferentes mecanismos, la cantidad de dióxido de carbono presente en la atmósfera. Justo al contrario que el famoso efecto invernadero, su práctica desaparición causó un descenso continuado de las temperaturas hace 55 millones de años que culminó con un ciclo de edades del hielo que en los últimos dos millones de años ha cambiado el aspecto del planeta.

Gracias a esta hipótesis se explica por qué esta cordillera sufrió un rápido ascenso hace dos millones de años -justo en el momento de la primera edad del hielo-: un ambiente más frío propicia un mayor efecto erosivo por parte de los glaciares en los valles, que se llevan gran cantidad de material y, como si de un corcho se tratara, ascienden los picos circundantes. Aunque todavía no se ha demostrado esta hipótesis, resulta curioso comprobar que tanto los Pirineos, como las Rocosas o los Alpes parecen haber aumentado su altura en los últimos tres millones de años.

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