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El dilema polaco: una nación atrapada entre dos potencias

Tras la Primera Guerra Mundial, Polonia lograba su ansiada independencia. Pese a su reciente creación, participó en el Tratado de Versalles como una potencia vencedora con el fin de delimitar sus fronteras, una cuestión problemática.

Tras más de un siglo de ausencia, la Polonia independiente volvía al mapa de Europa después de la Primera Guerra Mundial. Su nombre oficial era Segunda República Polaca, y se trataba de un país multicultural y multiétnico donde coexistían, como siglos atrás, varias culturas y minorías: ucraniana, judía, bielorrusa y alemana. En este período de entreguerras se produjo una explosión de la cultura, la ciencia y la industria, hasta hacía poco frenadas por los países que se habían repartido Polonia. Pero, como toda la Europa de entreguerras, sobreviviría solo 20 años.

Desde finales del siglo XVIII, Polonia había ansiado la independencia nacional y la misma fue obtenida como resultado de la Primera Guerra Mundial. Durante la guerra, el presidente Woodrow Wilson había apoyado las esperanzas polacas de un Estado independiente con acceso al mar. En el programa de los Catorce Puntos de Wilson, el decimotercero se refería al restablecimiento de un Estado polaco independiente. Polonia fue invitada a las negociaciones de paz en Versalles como una de las potencias victoriosas, aun cuando en realidad la nación había surgido al finalizar la guerra.

La derrota de los imperios alemán y austro-húngaro, así como los conflictos internos de la Rusia revolucionaria, permitieron la reconstrucción del Estado Polaco en el otoño de 1918. Pero los comienzos no fueron fáciles: debían crearse las bases de la estructura estatal, uniendo de nuevo las tierras separadas desde hacía más de un siglo; por otro lado, Polonia tenía que luchar en defensa de sus fronteras. Todas estas cuestiones condicionaron la política internacional europea de toda la primera mitad del siglo XX.

Así pues, la cuestión polaca fue uno de los principales puntos que se trataron a la hora de reestructurar el mapa europeo en 1919. La primera complicación era establecer qué forma había de tomar un Estado que no había existido en más de un siglo. Una vez realizada esta tarea, los retos que tenían que enfrentar los dirigentes del nuevo Estado eran enormes. ¿El motivo? Debían integrar en un solo Estado un territorio en el que, antes de la Primera Guerra Mundial, se utilizaban tres códigos legales, cuatro idiomas oficiales y seis sistemas monetarios.

Delimitar fronteras, un asunto complicado

Pero si hubo un asunto muy controvertido en Versalles fue la delimitación de sus fronteras, las cuales por otro lado nunca habían estado muy claras. En este asunto chocaban los intereses de muchos países, especialmente los de la propia Polonia y los de las nuevas nacionalidades aparecidas en su entorno.

Conviene aclarar en este sentido el por qué de la volatilidad de las fronteras de Polonia a lo largo de la historia. Esto se ha debido, por un lado, a la ausencia de barreras naturales claras al este o al oeste –solo podrían actuar como tales los Cárpatos y el mar Báltico–; y por otro, a la gran diversidad étnica característica de este espacio. Estas razones han favorecido la falta de estabilidad a la hora de establecer límites con sus vecinos tradicionales más directos, Alemania y Rusia.

De esta manera, las negociaciones territoriales acerca de las fronteras de Polonia fueron arduas en Versalles, puesto que rápidamente chocaron también los intereses del renacido país y los de las potencias que habían vencido en la guerra. Roman Dmowski, quien velaba por los intereses polacos, proponía basarse en las fronteras que tenía Polonia antes de ser repartida entre Austria, Prusia y Rusia a finales del siglo XVIII. Es decir, quería delimitar el país de igual manera que la antigua República de las dos Naciones –un gigantesco Estado que había surgido de su unión con Lituania en 1569, marcado por una gran diversidad étnica, y que perduraría hasta 1795-. Sin embargo, pronto fue evidente que las grandes potencias no iban a dejar que fuera la propia Polonia quien decidiera sus fronteras.

La frontera occidental: una salida al mar

Uno de los puntos más peliagudos de la negociación fue definir el límite occidental del nuevo Estado, que se trazaría a costa de las antiguas provincias orientales del Imperio alemán y siguiendo criterios étnicos. Algunas de estas zonas que recibió Polonia fueron la Poznania, con capital en Poznán –en alemán Posen; se había levantado en armas hacia el final de la guerra a favor de una Polonia independiente-, la mitad sur de la Alta Silesia –zona codiciada por su riqueza minera, que votó la anexión a la nueva Polonia– y el área alrededor de la ciudad de Danzig, que quedó como Ciudad Libre en una solución que no convenció ni a polacos ni a alemanes. Pese a todo, Polonia había logrado el que era uno de sus objetivos principales: una salida al mar. Se realizaba así un auténtico desmembramiento de Prusia, una desgermanización que llevó a los alemanes orientales a emigrar progresivamente hacia el oeste, una escena que se repetiría a partir de 1945.

El dilema polaco: una nación atrapada entre dos potencias

Firma del Tratado de Versalles

La frontera oriental: la amenaza rusa

Si ya hemos visto que la delimitación de la frontera occidental acarreó muchos problemas, podemos decir lo mismo de la oriental. De hecho, las tensiones con la Rusia bolchevique llevaron a la confrontación armada en 1919-1920.

En noviembre de 1918 había sido proclamado jefe provisional del Estado Polaco el general Józef Pilsudski (1867- 1935), quien pretendía conciliar simultáneamente las pretensiones territoriales polacas con las de los independentistas ucranianos y lituanos. Sostenía que era poco realista la creación de varios Estados entre Alemania y Rusia cuyos límites fueran en función de criterios étnicos. Esta había sido la intención manifestada por los aliados en 1919 durante la Conferencia de París. Pero en opinión del militar polaco, estos pequeños Estados-naciones no solucionarían los problemas políticos de esta región, ya que la mayoría de ellos continuarían abrigando muchas minorías étnicas. Además, estaba convencido de que la inseguridad diplomática aumentaría, porque estos Estados resultarían muy vulnerables frente a una Rusia que ansiaba expandirse y reconstituir su imperio.

Rusia obsesionaba a Józef Pilsudski, ya que pensaba que siempre constituiría un impedimento para la independencia polaca. Por eso, para él la solución era constituir una federación de Estados nacionales liderados por Polonia –a sus ojos, la única potencia de la región capaz de frenar las ambiciones expansionistas rusas-. Pretendía que fuera una asociación de todas las nacionalidades que, de una manera u otra, habían sufrido el “yugo ruso”. El conservador Roman Dmowski, su rival político, desconfiaba también de Rusia pero veía en Alemania una amenaza mayor. La historia dio la razón a los dos.

Al contrario de lo que esperaba Pilsudski, su proyecto provocó el rechazo general. La Entente, Lituania y Ucrania veían en él una forma disfrazada de expansionismo, y no fue entendido por los grupos de derecha ni de izquierda. Pilsudski decidió pasar a la ofensiva, y el llamado conflicto polaco-bolchevique tuvo como primer campo de operación los territorios lituano-bielorrusos. Los ejércitos polacos ocuparon Vilnius en abril de 1919 con la intención de revivir la unión polaca-lituana contra Rusia, lo que no provocó sino la protesta encarnizada de las autoridades lituanas, que considerarían el gesto de Pilsudski como una nueva ocupación extranjera.

Desde enero de 1920, Rusia concentró sus tropas en el noroeste, mientras que Polonia hizo lo mismo en el sudeste. Una vez más los polacos tomaron la iniciativa, y el 25 de abril Pilsudski dirigió un ataque sorpresa contra la ciudad de Kiev, apoyado por divisiones ucranianas. Esta ofensiva polaco-ucraniana concretó el acuerdo firmado entre Pilsudski y el dirigente ucraniano Semion Pietliura (1879-1926). En él, Ucrania renunciaba a la región de Galitzia oriental en favor de Polonia y, a cambio, el gobierno polaco reconocía el Directorio dirigido por Pietliura como gobierno ucraniano legítimo y brindaba un apoyo militar a las reivindicaciones territoriales ucranianas contra Rusia.

Aunque es cierto que al mes siguiente Pilsudski fue recibido con vítores en Varsovia, la alegría duró poco: el Ejército Rojo había lanzado una ofensiva que amenazaba la independencia polaca.

El 'Puente Rojo' de Lenin

Minsk fue capturada el 11 de julio, Vilnius el 14, Grodno el 19, Bialystok el 28 y Brest Litovsk el 1 de agosto. La retirada de las fuerzas polacas y la caída de estos territorios dejaban el paso libre al Ejército Rojo hacia los alrededores de Varsovia, donde se extendió el pánico, ya que los bolcheviques empezaron a organizar una administración revolucionaria. La intención de Lenin era transformar a Polonia en el “puente rojo” sobre el que pasaría Rusia para exportar su revolución hacia Alemania.

El primer ministro Wladyslaw Grabski viajó a Spa (Bélgica) con el fin de solicitar una ayuda militar. Allí se encontraba reunido el Consejo de los Embajadores de la Entente, que recibió la petición con gran frialdad: consideraban a Polonia el causante directo del conflicto. De esta manera, rechazó involucrarse militarmente en el conflicto, pero ofreció su mediación y también obligó a Grabski a aceptar un trazado de la frontera con Rusia conforme a la línea Curzon. Esta frontera había sido propuesta en diciembre de 1919 por el entonces ministro británico de asuntos exteriores Lord George Curzon y se justificaba a partir de criterios étnicos.Además, Grabski debía pedir inmediatamente un armisticio y someter la cuestión de Vilnius y de Galitzia oriental al arbitraje de la Sociedad de las Naciones.

El enfrentamiento decisivo de esta guerra con Rusia tuvo lugar en Varsovia del 13 al 18 de agosto de 1920. La batalla de Varsovia terminó con 100.000 soldados del Ejército Rojo prisioneros, 40.000 que huyeron hacia Prusia Oriental y tres ejércitos que fueron aniquilados. Con esta victoria la independencia polaca fue salvada, aunque la victoria final se dio con el enfrentamiento a lo largo del río Niemen en septiembre de 1920. Las negociaciones de paz se inauguraron oficialmente en la ciudad de Riga (Letonia), el 18 de marzo de 1921. Pero lo cierto es que pervivieron muchos rencores y frustraciones en ambos bandos, y las relaciones polaco-soviéticas fueron tensas y conflictivas durante todo el período de entreguerras.

Un nuevo conflicto armado polaco-soviético estalló el 17 de septiembre de 1939 cuando el Ejército Rojo atacó una Polonia desbordada por la invasión alemana lanzada dos semanas antes. Stalin logró, gracias a un pacto con la Alemania nazi (pacto Ribbentrop-Mólotov), extender la frontera soviética hasta la línea Curzon, acuerdo que hizo ratificar por los aliados angloamericanos en Yalta en febrero de 1945. Además, Polonia estaría integrada en su esfera de influencia hasta 1989.

Problemas económicos en la Polonia de la Segunda República

Pero volvamos a la década de 1920 para explicar cómo era la recién nacida Segunda República Polaca. En ese momento Polonia tenía una extensión de 388.634 km², lo que la convertía en el sexto país más grande de Europa, y contaba con 27,2 millones de habitantes en 1921. Sin embargo, la situación económica del nuevo país era muy delicada. A la devastación provocada por la guerra se unía un notable desequilibrio en el desarrollo de las diversas regiones, puesto que mientras la industria se concentraba en el antiguo noroeste prusiano -Alta Silesia y los alrededores de Varsovia-, la región oriental y la antigua zona austriaca eran casi en su totalidad rurales y mucho más pobres.

Las comunicaciones entre las distintas regiones eran escasas, ya que las potencias que se habían repartido la antigua confederación habían acaparado las comunicaciones con la metrópoli. Galitzia contaba con ocho líneas férreas que la conectaban con el resto del Imperio austrohúngaro, pero solo dos la unían con el resto de los territorios polacos. Y lo mismo ocurría en centros urbanos como Poznán o Lódz -que, como hemos visto, habían sido regidos por el Imperio alemán-, conectados con una sola vía férrea con Varsovia mientras disfrutaban de conexiones ferroviarias directas con ciudades alemanas como Berlín, Danzig, Stettin, Breslavia o Königsberg.

Otra dificultad del nuevo territorio era la inmensa diversidad en legislación, divisa, fiscalidad y funcionamiento de las empresas. Existían en enero de 1919 un total de nueve sistemas legislativos en uso en la nueva nación y cinco tipos de moneda diferentes, tanto las creadas por el gobierno polaco como las heredadas de Austria, Alemania y Rusia, más las generadas como resultado de la Primera Guerra Mundial.

Las tareas de reconstrucción y unificación del país eran ingentes y requerían una gran cantidad de ingresos al Estado, que no disponía de ellos, dado que la recaudación de impuestos era escasa y caótica (a estos gastos hemos de unir los derivados de la guerra con los soviéticos).

Una gran preocupación del nuevo gobierno era satisfacer las necesidades de las clases pobres, aunque quizá con un espíritu paternalista, más ansioso de prevenir conflictos y malestar social –dado que el peligro de revueltas sociales estaba siempre presente- que de implantar un igualitarismo democrático.

Toda esta situación generó una gran inflación en el país casi desde la misma declaración de independencia, puesto que el Estado cubrió las necesidades de capital poniendo moneda en circulación.

La luz al final del túnel

Solo hacia 1923-1924 se alcanzó una cierta estabilidad de la hacienda polaca y se logró la unificación fiscal de todos los territorios del país, así como la unificación de las regiones en todos los aspectos (administrativo, de comunicaciones, etc.). También la economía empezó a modernizarse en ese momento gracias a una serie de reformas económicas que privilegiaron una moneda fuerte y un aumento del intercambio comercial con el resto de Europa en vez de apoyar una autarquía económica.

Por otro lado, el gobierno polaco impulsó desde 1926 una serie de planes masivos de alfabetización tanto en zonas rurales como urbanas, con el fin de implantar la instrucción general en idioma polaco, promoviendo la lengua y cultura polacas como factor de cohesión nacional entre los habitantes de las tres áreas antes dominadas por imperios diferentes. Pero no todos aprobaban estas medidas: los habitantes ucranianos y rutenos –que eran muy numerosos en las zonas rurales de las provincias orientales- acusaban al gobierno de Varsovia de promover una polonización forzosa de su minoría étnica como herramienta de discriminación y control político. Y es que el país distaba de ser una entidad nacional homogénea, ya que contaba con una cantidad apreciable de minorías, siendo las más importantes los eslavos no polacos (ucranianos y bielorrusos), que sumaban el 18% de la población. Otras minorías importantes eran los judíos (10%) y los alemanes (5%).Como Polonia tenía problemas con todos sus vecinos –excepto con Rumanía, con quien existía una pequeña frontera en el extremo suroriental del país-, buscó siempre el apoyo de Gran Bretaña y de Francia a nivel internacional, y firmó acuerdos de no agresión con sus vecinos más amenazantes: la Unión Soviética (en 1932) y Alemania (en 1934), tratando en vano de apaciguarlos. Al final, ambos tratados serían papel mojado, ya que ninguno de sus vecinos los respetaría.

Pocos límites de Estados europeos reflejan tan bien como los de Polonia los vaivenes de la política internacional del siglo XX, y pocos han tenido tanto protagonismo e importancia en lo que el historiador británico Eric Hobsbawm llamó la “Era de los Extremos”.

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