Los visigodos en Hispania: el pueblo que cambió nuestra historia
¿Quiénes fueron los visigodos y cuándo se asentaron oficialmente en Hispania? ¿Cómo se organizaba su sociedad y por qué fueron tan importantes en nuestra historia? Conversamos con David Nogales Rincón, tras la coordinación reciente del libro colectivo Hispania Visigoda (Pinolia, 2023), que incluye la participación de algunos de los principales expertos en el período visigodo.

El período de la Hispania visigoda abarcó desde mediados del siglo V hasta principios del siglo VIII y fue un período amplio de gran importancia en la historia de España. Durante este tiempo, los visigodos se establecieron en la península ibérica y fundaron un reino poderoso.
Este reino se extendió más allá de la península ibérica e incluyó partes de la actual Francia y otros territorios en las Galias e Hispania. A pesar de enfrentar desafíos internos y externos, el Reino visigodo logró consolidarse como una fuerza importante en la región.
Sin embargo, a pesar de su poder y estabilidad relativa, el Reino visigodo finalmente cayó a principios del siglo VIII. Aún así, su legado perdura en la rica historia y cultura de nuestro país.
Por todo ello, la historia de la Hispania visigoda es fascinante y ofrece una mirada única a un período crucial en el desarrollo de nuestra propia historia. Con intrigas políticas, batallas épicas y logros culturales impresionantes, es un período que vale la pena estudiar y comprender.
Con motivo de la publicación de Hispania Visigoda por parte de la editorial Pinolia, entrevistamos a su coordinador, David Nogales Rincón.
Pregunta. ¿Quiénes eran y cómo aparecieron los visigodos?
Respuesta. De una forma cierta, gracias a los autores romanos, sabemos que los godos o gothi se encontraban, al menos, desde el siglo III d.C., en esta área al norte del río Danubio, que marcaba la frontera natural del Imperio romano en la Europa oriental. Existen, no obstante, unos orígenes nebulosos y más imprecisos, que sitúan su origen último en el ámbito de Escandinavia, que conocemos gracias a posibles tradiciones orales, que serían puestas por escrito ya de forma tardía, como sucede con el relato del historiador de origen godo Jordanes en su obra Getica, finalizada hacia 550-551. Los visigodos, como ha puesto de relieve Santiago Castellanos, lejos de constituir un pueblo unificado, en el fondo serían una amalgama o mezcla de grupos diversos, que habrían ido tomando forma seguramente en el área al norte del Danubio, al que antes nos hemos referido. Desde esta perspectiva, en la actualidad, hay serias dudas sobre su unidad étnica o racial, pues es probable que a lo largo del tiempo se hubieran producido numerosos intercambios genéticos con otros pueblos, como los galos o los pueblos nómadas de las estepas asiáticas desplazados hacia Occidente.
P. ¿Crees que sin la batalla de Vouillé, y cómo terminó, los visigodos hubieran tomado la decisión de trasladar realmente su reino a Hispania?
R. La historia se basa en la reconstrucción del pasado, y la historia ficción, es decir, lo que pudo ser y no fue, escapa propiamente a la materia de estudio del historiador. No obstante, en algunos casos, puede ser de interés reflexionar sobre estas cuestiones, con el fin de entender el peso que tienen ciertas causas en los procesos históricos. En este caso, la aceleración del traslado de los visigodos hacia a la península ibérica a partir de la derrota visigoda ante los francos en Vouillé (507), a unos 350 km al suroeste de París, es, en términos generales, el resultado inmediato de la presión franca.
Es complicado poder afirmar lo que hubiera podido suceder en caso de una victoria visigoda. En cualquier caso, es posible asegurar tres cosas: en primer lugar, que el interés por la Península no era algo novedoso, pues era un territorio con el que habían entrado en contacto desde la década de 410, en su condición de aliados del poder imperial. En segundo lugar, que los visigodos habían mostrado un deseo manifiesto de controlar el territorio peninsular, al menos, de forma parcial, si tenemos en cuenta las iniciativas de los reyes visigodos Teodorico II (453-466) y Eurico (466-484), quienes enviaron guarniciones a algunas de las principales ciudades hispanas y no dudaron en ocupar partes de la provincia de la Tarraconense, que se extendía el ámbito noreste de la Península. En tercer y último lugar, que los visigodos no tuvieron una voluntad real de abandonar el ámbito franco y que, si lo hicieron, fue forzados por las circunstancias, pues vemos cómo estos pudieron retener la franja de la Septimania, en el sur de Francia, de la que formaban parte ciudades como Narbona, Carcasona o Béziers, que quedaría integrada en el reino visigodo hasta el momento de su desaparición en 711. Podemos decir, por todo ello, que la batalla vino a acelerar un proceso de migración hacia Hispania que fue previo a la batalla que, además, se prolongó en el tiempo hasta entrado el siglo VI.
P. ¿Cómo y dónde se asentaron en la Península Ibérica? ¿Encontraron algún tipo de resistencia?
R. Los visigodos, en el marco de este paulatino proceso de asentamiento en la Península, debieron asentarse tanto en ámbitos rurales como urbanos. Fue probablemente en las grandes ciudades de Hispania, como Toletum (Toledo), Hispalis (Sevilla), Emerita (Mérida) o Tarraco (Tarragona) donde quedaron instaladas las principales familias de la aristocracia visigoda. Aunque durante décadas se pensó que los visigodos habían acabado asentándose sobre todo en la Meseta castellana, especialmente a partir de la excavación de un conjunto de necrópolis, hoy en día se tiende a pensar que no hubo un asentamiento exclusivo en esta área.
En este proceso, las aristocracias hispanorromanas estuvieron lejos, al menos, en casos concretos, de tener un papel pasivo frente a las pretensiones de conquista de la Península por parte de los visigodos, en un momento en el que, además, estas aristocracias habían asumido el poder, ante la descomposición el poder imperial en Occidente. De estas resistencias a los visigodos tenemos buenos ejemplos en las iniciativas de figuras como Burdunelo y Pedro quienes, en el ámbito de la Tarraconense, desafiaron al poder visigodo a fines del siglo V e inicios del siglo VI.
En cualquier caso, es probable que, más allá de esta resistencia activa, en este proceso de asentamiento se llegaran con frecuencia a acuerdos de reparto de tierras entre los visigodos y las aristocracias locales hispanorromanas, como sugiere, como ha indicado Santiago Castellanos, la presencia, en un momento tardío como es mediados del siglo VII, de leyes antiguas (antiquae) que regulaban el reparto de tierras entre romanos y visigodos. Estos contratos de hospitalidad (hospitalitas), que debieron afectar especialmente a las grandes propiedades, serían el punto de arranque de una temprana fusión entre las aristocracias goda e hispanorromana. De ello tenemos un buen ejemplo, como llama la atención Pablo Poveda, en el enlace del que acabaría siendo el rey Teudis (531-548) con una gran propietaria hispanorromana. Aunque estos repartos pudieron generar fricciones y tensiones iniciales, pronto se fueron limando, conforme fue teniendo lugar la integración entre una y otra aristocracia. La elite hispanorromana, además de fusionarse con la aristocracia goda, encontró otra plataforma para garantizar su poder a través de la monopolización del episcopado católico. Cuestión diferente es la masa hispanorromana campesina, que probablemente debió de aceptar con cierta resignación la llegada de una minoría militarizada, llamada a gobernarlos hasta 711.
En cualquier caso, en el marco de su presencia en la Península, los reyes visigodos tuvieron que hacer frente a otros pueblos, tanto indígenas (los pueblos del norte peninsular) como foráneos (suevos), que se habían instalado en la Península y habían configurado sus propios reinos. Unos enfrentamientos que se prolongaron en el tiempo, de los que tenemos excelentes manifestaciones en las campañas de Leovigildo contra cántabros (574) y vascones (581) o la conquista, por parte del mismo rey, del reino suevo de Gallaecia (585).

P. ¿Cuál era la actividad principal en la que se sustentó la economía de los visigodos en Hispania?
R. La actividad económica fundamental se basó, en continuidad con el período romano, en la explotación agrícola, principalmente el cultivo del cereal (especialmente el trigo, como nos informan algunos documentos escritos sobre pizarra, aunque también estuvo presente la cebada o la escanda e incluso la producción de huerta, gracias a la continuidad de los regadíos de origen romano). A ello se sumaría el cultivo del olivo y de la vid, que en zonas menos productivas se completaría con la práctica de la ganadería, que debió de ser especialmente relevante en áreas como la Lusitania, la Tarraconensis y la Meseta castellana. Dentro del sector ganadero, destacó, junto a la cría del caballo (especialmente vinculada, además de a la agricultura, a las actividades militares de la elite), la ganadería ovina, sin olvidar el ganado bovino y porcino.
Esta base económica parece que se completaría con la práctica de la artesanía y del comercio, probablemente más ligados al ámbito urbano, pero, en cualquier caso, mal conocidos. De la actividad artesana contamos con algunos testimonios aislados sobre las prácticas vinculadas a la producción cerámica y metalúrgica, gracias a las aportaciones de la arqueología. Los distintos profesionales estaban organizados en una suerte de asociaciones profesionales (collegia), entre las que se encontraban los orfebres, escultores, carpinteros, etc. En lo que se refiere al comercio, aunque en época visigoda, junto al comercio local y regional, tuvieron continuidad las grandes rutas internacionales, que aprovisionaban de trigo o producciones de lujo (como telas de seda) a la Península, estas rutas parecen decaer a partir del siglo VII. Por supuesto, prácticas como la economía de subsistencia o el autoabastecimiento tenían una amplia presencia en la sociedad visigoda, al igual que la producción agrícola ligada a grandes latifundios.
P. ¿Cómo se organizaba su sociedad y sus leyes?
R. Se trataba de una sociedad en la que convivía una minoría goda (en algunos casos se ha hablado de entre 100.000 y 200.000 individuos), convertida en la clase dominante, y una mayoría hispanorromana, a los que se sumaban algunas minorías religiosas, como los judíos, y poblaciones foráneas, como sirios o griegos, en cuyas manos estaba el comercio de larga distancia. Como decíamos antes, dentro de esta elite goda pronto se fueron integrando parte de las elites hispanorromanas con el fin de garantizar su poder. Con el paso del tiempo, la fusión que había afectado a las elites acabó extendiéndose al resto de la sociedad, especialmente gracias a las iniciativas tanto del rey Leovigildo como de su hijo Recaredo, en la segunda mitad del siglo VI. El primero eliminó formalmente la prohibición de los matrimonios mixtos entre godos y romanos. El segundo llevó a cabo la conversión de los godos al catolicismo, la confesión mayoritaria en el reino, propia de los hispanorromanos.
Nos encontraríamos, en su conjunto, ante una sociedad muy jerárquica, que, se articularía, como ha señalado Pablo Poveda, en torno a la diferenciación entre una minoría privilegiada, que controlaba los resortes políticos y económicos (maiores personae) y una masa popular sometida (minores personae). Si hay un aspecto que caracteriza a la sociedad visigoda, en continuidad con tendencias del mundo tardorromano, es el avance de los lazos de dependencia privados, que permitieron articular la sociedad en un momento de inestabilidad, en el que el poder público había perdido peso. Ello dio lugar a la creación de una gran masa de siervos, alimentada por el campesinado libre y esclavo, puestos bajo la protección de grandes propietarios a través de la figura del patrocinio (patrocinium). Un proceso que podemos documentar igualmente en niveles superiores, donde tanto el rey como los aristócratas comienzan a rodearse de grupos de fieles armados. Incluso adicionalmente en la Iglesia, donde este tipo de relaciones de subordinación articulan las relaciones entre el clero, pero también entre aquellos que quedaban sujetos a la Iglesia como dependientes dentro de una relación de patrocinio, que daría lugar a las denominadas, en algunas fuentes, como familiae ecclesiae (familias de la Iglesia), vinculadas a iglesias o monasterios.
Los visigodos se dieron un conjunto de leyes y costumbres que, sin embargo, debieron de ir cayendo en el olvido ante la adopción de las leyes romanas, dentro de lo que Javier Alvarado Planas denomina como la “romanización jurídica”, que se manifestó en un doble proceso: la adopción del derecho romano y la asimilación de las instituciones visigodas a las propias de dicho derecho romano. Esto último aseguró, en cierto sentido, la pervivencia de los principios del derecho consuetudinario germánico, es decir, tradicional o basado en la costumbre, bajo un nuevo ropaje romano. Si seguimos a Alvarado Planas, hasta época de Leovigildo, es decir, hasta la segunda mitad del siglo VI, debió de haber una duplicidad en la aplicación del derecho: los romanos quedaban sujetos al derecho romano, mientras que los godos se regían por su derecho tradicional y, en ausencia de normas, por el derecho romano, que actuaba a modo de derecho supletorio; es, decir, el derecho que se aplica cuando el caso juzgado no aparece contemplado en el ordenamiento ordinario. Este uso se prolongaría, según algunos autores, hasta la promulgación por Leovigildo del hoy desaparecido Codex Revisus (580), cuando godos y romanos quedarían sujetos a este código de leyes. No obstante, según otros autores, esta unificación solo tendría lugar más tardíamente, en el conocido como Liber Iudiciorum, promulgado por el rey Recesvinto en el año 654. En cualquier caso, la situación es lo suficiente compleja como para intentar resumirla en unas pocas líneas.
P. ¿Cuáles eran sus costumbres más arraigadas?
R. Podemos conocer algunas de las costumbres de los visigodos gracias a distintos códigos legales que conservamos, algunos de ellos ya citados. Estas costumbres se vieron progresivamente influidas tanto por el mundo romano (que los godos adoptaron progresivamente por contacto directo con la civilización romana y como fruto de la romanización del derecho visigodo) como por la propia Iglesia católica, tras la conversión de los visigodos al catolicismo, en el III Concilio de Toledo (589). En este sentido, simplemente a modo de ejemplo, es posible observar cómo, si el derecho visigodo contemplaba aspectos como que el recién nacido pudiera ser expuesto, es decir, abandonado, o muerto antes de la admisión por parte del padre, posteriormente, por influencia de la Iglesia católica, se prohibirá la exposición y muerte del recién nacido.
Algunos aspectos históricos previos a la entrada de los godos en la Península marcaron algunos de los aspectos más característicos de esta elite bárbara durante su estancia en Hispania, como el hecho de que los visigodos se hubieran convertido al cristianismo bajo la confesión arriana, es decir, la doctrina formulada por el presbítero de Alejandría (Egipto) de nombre Arrio. Este, a partir de 318, había difundido la idea de que, dentro de la Trinidad, las personas del Padre y del Hijo no mantenían una posición de igualdad, por cuanto el Segundo había sido creado por el Primero y, por lo tanto, se encontraba subordinado a Él; el peso de las estructuras familiares, plasmada en la noción de sippe (grupo familiar), que determinaría el especial peso de este realidad dentro de la legislación visigoda; o la relevancia del principio de acceso al trono real mediante elección, siguiendo la tradición germánica.
P. Si tuvieras que elegir un episodio o momento crucial de los visigodos en general, ¿cuál sería? ¿Y en Hispania?
R. Un momento fundamental para entender la evolución posterior de los godos es su entrada en el Imperio romano. Una entrada que tiene lugar en el año 376, cuando los godos se instalan en el interior del Imperio tras pedir asilo al emperador romano Valente (364- 378), ante el empuje de los hunos, un agresivo pueblo procedente de las estepas asiáticas que había avanzado hacia Occidente. Lo que fue una decisión motivada por el temor a los hunos, marcó la propia evolución del Imperio en las décadas siguientes: el trauma imperial de la batalla de Adrianópolis (actual Turquía), en 9 de agosto de 378, que enfrentó a unos 10.000 godos frente a aproximadamente 60.000 romanos, dos tercios de los cuales murieron en la batalla, entre ellos el emperador Valente; el Saco de Roma de 410 por parte de los visigodos, liderados por Alarico, tras ser desviados hacia Occidente por parte del emperador de Oriente, Arcadio; y la posterior entrada en Hispania y configuración del reino visigodo de Tolosa a lo largo de la década de 410. Sin duda, esta entrada de 376 fue muy relevante en la evolución posterior de la parte occidental del Imperio.
En lo que se refiere al devenir de los visigodos en Hispania, cabe destacar el reinado de Leovigildo (ca. 572-586), a quien es posible atribuir el deseo de renovar la monarquía visigoda siguiendo el modelo de la realeza imperial protobizantina, es decir, de los emperadores romanos de Oriente. Una renovación que se manifestó en una profundización en la adopción de pautas políticas y rituales tardorromanas que buscaban incidir en la dimensión imperial de la figura del monarca visigodo. Pienso, por ejemplo, en la acuñación de moneda con la efigie y nombre del rey, a partir aproximadamente de 575-579; la fundación en 578, conforme a un prerrogativa típicamente imperial, de la ciudad de Recópolis, en honor de su hijo Recaredo, hoy identificada con el yacimiento de Zorita de los Canes, en Guadalajara; la reforma del que había sido el primer código legal visigodo, el Código de Eurico, dando lugar al hoy desaparecido Codex Revisus; o la profundización en la tradición ceremonial romana en detrimento de la germánica, por cuanto Isidoro de Sevilla (ca. 560-636), probablemente exagerando, diría que Leovigildo “fue el primero que se presentó a los suyos en solio, cubierto de la vestidura real, pues, antes de él, hábito y asiento eran comunes para el pueblo y para los reyes”. Este proceso de renovación de la monarquía vino acompañado del intento de constituir el reino visigodo en el único poder de la Península frente a los enemigos interiores y exteriores.
Además, Leovigildo impulsó la fusión definitiva, que se había producido ya a nivel de las elites, entre la población visigoda e hispanorromana. Primero, de la mano de la fusión étnica impulsada por el rey a través de la legalización formal de los matrimonios mixtos, que leyes anteriores castigaban incluso con la pena de muerte. Y, posteriormente, apostando por una fusión a nivel religioso, que, si Leovigildo intentó inicialmente articular hacia 580 en torno a la herejía cristiana del arrianismo, sería su hijo, Recaredo (586-601), en el III Concilio de Toledo de 589, quien lo hará en torno al catolicismo.

El ejército visigodo fue, contrariamente a lo que se piensa, un verdadero ejército, perfecto conocedor del arte de la guerra y digno sucesor del ejército romano
P. ¿Crees que los visigodos fueron importantes en la historia y el devenir de la Península Ibérica?
R. Los visigodos acabaron sustentando y dando continuidad al mundo político y cultural tardorromano, del que cabe considerarlos, en buena medida, como sus herederos. Como realidad histórica se trata de un momento que podríamos ver como de transición entre el mundo tardorromano y el mundo altomedieval. Sin embargo, más allá de estos aspectos, el reino visigodo se convirtió, ante todo, en un mito político, en tanto que las diferentes formaciones políticas que surjan, al menos, a partir del siglo IX, se van a presentar como sus herederas, dentro del conocido como goticismo. Estas ideas es uno de los fundamentos de lo que se ha denominado contemporáneamente como la ideología reconquistadora, que venía a reivindicar que la lucha de los reinos cristianos frente al islam sería una guerra justa partiendo de la idea de que los primeros no hacían más que combatir por recuperar lo que un día les había sido arrebatado por los musulmanes.
Lejos de desaparecer este mito político con la expulsión de los musulmanes de la Península, este tuvo continuidad en época moderna, hasta el punto de que el humanista Gonzalo Correas, en su Vocabulario de refranes y frases proverbiales (1627), señalaba que “los españoles en común se precian de venir de los godos”; o ya, en el siglo XVIII, durante el reinado de Fernando VI (1746-1759), veremos cómo el benedictino gallego fray Martín de Sarmiento diseña una galería de reyes, hoy dispersa, para el Palacio Real de Madrid que arrancaba, como no podía ser de otro modo, de los visigodos.
Todos estos mitos serían reaprovechados por el nacionalismo del siglo XIX, especialmente a partir del reinado de Isabel II (1833-1868), cuando se encontró en los godos, de la mano de historiadores como Modesto Lafuente (1806-1866), el origen de la unidad de España y las raíces de una nación española que era percibida, ante todo, como católica y que encontraba en el III Concilio de Toledo (589) un hito fundacional. En este sentido, quizá la importancia de los visogodos quepa encontrarla más en la construcción de los mitos que en el campo de la realidad tangible.
P. ¿Cómo sucumbió su reino? ¿Llegaron a desaparecer del todo?
R. El fin del reino visigodo de Toledo tiene lugar como consecuencia directa de la conquista islámica de Hispania en 711, dentro de un contexto más amplio que se corresponde con la expansión de los omeyas por el norte de África. Liderado por Tariq b. Ziyad, el ejército islámico, integrado en su inmensa totalidad por bereberes recién convertidos al islam, pudo conquistar rápidamente el reino visigodo de Toledo entre 711-718, poniendo fin a su existencia. Esta conquista pudo venir ayudada quizá, como señalan algunas fuentes, por las habituales luchas internas por el trono regio entre las elites visigodas; en concreto el conflicto entre los seguidores del difunto rey Witiza (702-710), articulados en torno a Agila II (711-713), y el rey Rodrigo (710-711), antiguo dux o duque de la Bética, que habría llevado a los primeros a pactar con los musulmanes para derrotar al segundo. Ello hasta el punto de que algunas fuentes nos hablan de un tal Yulian o Julián, identificado como conde de Ceuta, quien pudo poner a disposición de los musulmanes sus propios barcos. De ser así, no se trataba de un hecho nuevo, pues estos conflictos internos ya habían propiciado la llegada de los bizantinos a la Península en la década de 550, llamados por Atanagildo (555-567), quien disputaba el trono al rey Agila (549-555).
Sobre si llegaron o no a desaparecer del todo, lejos de ser una pregunta que pueda parecer banal, se trata de una cuestión fundamental que forma parte de los debates sobre si la conquista islámica de 711 supuso una ruptura o una continuidad (o, mejor, una transición) respecto a la realidad visigoda anterior, de la que han participado algunos de los grandes especialistas del período, como Pierre Richard, Manuel Acién Almansa o Eduardo Manzano. Aunque es una cuestión compleja, donde se debe imponer la prudencia, cabe apuntar que, por un lado, parte de las elites visigodas se integraron, previo pacto, dentro de las nuevas elites islámicas con la conversión y la fijación de matrimonios mixtos entre conquistadores y conquistados. Por otro, que la conversión de las poblaciones cristianas del reino visigodo al islam no fue repentina, sino gradual, y esta además no fue completa, pues pervivieron minorías cristianas en al-Andalus.
Además, cabe apuntar hacia la importancia del componente visigodo en la constitución de las primeras formaciones políticas cristianas que van surgiendo en el norte de la Península tras la conquista islámica. Una cuestión sin duda compleja, que en buena medida se ha articulado en torno al debate sobre el origen de don Pelayo (718-737), el primer rey de Asturias, y sus orígenes visigodos o astures, en los que se sustancia respectivamente la idea de continuidad o ruptura del reino de Asturias respecto al desaparecido reino visigodo de Toledo. En cualquier caso, al margen del origen de don Pelayo, no parece extraño que los nuevos reyes conocieran algunas nociones básicas acerca de la condición regia de los desaparecidos reyes visigodos. Unas nociones que, de forma más sistemática, serían recuperadas e impulsadas, al menos, desde época de Alfonso III de Asturias (866-910), cuando tiene lugar una reivindicación del reino de Toledo, en el marco del referido goticismo. Una ideología que pudo venir alimentada por la influencia de la población mozárabe que estaba llegando a Asturias. Esta nueva ideología probablemente tuvo, ante todo, una función identitaria y legitimadora de la monarquía y la Iglesia del reino de Asturias, especialmente de sus iniciativas de expansión territorial hacia el sur, eso que tradicionalmente se conoce bajo el controvertido término de Reconquista.
Este proceso de reivindicación de la memoria de los visigodos tendría su paralelo en otros ámbitos de la realidad institucional del reino de Asturias, donde se manifestaría la probable influencia goda: el campo del derecho, donde es posible documentar la pervivencia de prácticas jurídicas ligadas al Liber Iudiciorum, promulgado, como hemos visto, por Recesvinto en el año 654; el ámbito ritual, donde se puede documentar, al menos, desde el siglo X, el ritual de partida del rey a la guerra, posiblemente inspirado en referentes visigodos, y algo antes, la ceremonia de unción real, un ritual de origen visigótico, presente, al menos, desde época del rey visigodo Wamba (672), que adoptan algunos reyes de Asturias, de León y de Castilla; o en los modelos artísticos, en torno al posible papel de la ciudad de Toledo como modelo para la Oviedo erigida por Alfonso II de Asturias (791-842), como han sugerido Isidro Bango Torviso o Alexandra Uscatescu.
P. ¿Qué nos ha quedado de la presencia de los visigodos en la Península Ibérica?
R. En primer lugar, nos encontramos con el evidente legado material, entre el que destaca un conjunto de iglesias visigóticas, sujetas en la actualidad a revisión cronológica, como Santa María de Melque (Toledo), San Juan de Baños (Palencia) o Santa Lucía del Trampal (Cáceres), y numerosas piezas de orfebrería, en las que ocupa una posición central el conocido como Tesoro de Guarrazar (Museo Arqueológico Nacional). Más allá de este, cabe referir la impronta (que no fue especialmente intensa) de la lengua germánica en el actual léxico de la lengua española, en torno a los conocidos como germanismos. Una cuestión sin duda compleja, dada la influencia múltiple (franca, goda) que experimenta la lengua latina o las diversas vías de incorporación de este léxico al español actual, como ha puesto de relieve el filólogo Antonio Quilis Morales. En cualquier caso, palabras de uso común en castellano parecen tener un origen germánico, como álamo, ropa, esquilar, espiar o gavilán, así como nombres propios, como Álvaro, Alberto o Elvira. También el período legaría a la posteridad obras de indudable influencia en el mundo medieval, como las Etymologiae de Isidoro de Sevilla.
No obstante, por encima de estos aspectos materiales, se encuentra la capacidad evocadora del reino visigodo de Toledo como mito identitario a lo largo del tiempo hasta llegar al momento actual. Su memoria, más de 1.300 años después de su desaparición, es reivindicada, dentro de la construcción del imaginario de lo español, como una prefiguración de la unidad de la nación española, sobre cuya recuperación se asentaría la imagen de la Reconquista, uno de los principales mitos de la identidad española contemporánea.