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Así se vivía la noche hace 500 años

La vida antes de que nuestras casas y ciudades fueran iluminadas por la luz eléctrica era muy diferente: nos ha robado esa sensación de ominoso peligro, pero también hemos perdido la fascinación por lo mágico y misterioso que se oculta en las sombras.

Así se vivía la noche hace 500 años (Miguel Angel Sabadell)

En la época de las velas y las teas, la noche imponía límites fundamentales a la vida diaria, pero al mismo tiempo abría la puerta a toda una imaginería simbolismos especiales. La noche ha sido, y es, la mitad olvidada de la experiencia humana, incluso para aquellos que pasan la mayor parte de sus vidas trabajando en la oscuridad: “somos ciegos la mitad de nuestras vidas” escribió Rousseau en su libro Emilio, o de la educación.

Por supuesto, la violencia siempre ha formado parte del paisaje nocturno: “la noche no conoce el remordimiento”, dice un antiguo proverbio. Los salteadores, nightwalkers en Inglaterra, rôdeurs de nuit en Francia o los andatores di notte en Italia, ponen de manifiesto lo poco seguros que eran los caminos en la noche. Un visitante en Francia afirmaba que "si te roban en la carretera perderás tu dinero y la vida". En el mundo rural eran comunes las bandas compuestas por media docena de hombres: en Francia estaban los chauffeurs, que torturaban a las familias con fuego. Las ciudades tampoco eran seguras al llegar la oscuridad: a finales del siglo XVI los madrileños rara vez se sentían a salvo en la calle por la noche. El miedo a los asaltos en el propio hogar hacía que las casas de Madrid tuvieran puertas de hierro y barrotes en las ventanas. Un visitante del siglo XVI escribió que le parecían "más una prisión que las habitaciones de personas libres".

Noche

Los documentos medievales mencionan frecuentemente la hora del delito y, curiosamente, todos hacen referencia a “la hora sospechosa” o “la hora propicia para las malas acciones” o la “hora prohibida”, esto es, el momento después del toque de queda nocturno. Según las ordenanzas del alcalde de Lyon los taberneros tenían prohibido tener sus establecimientos abiertos después del toque de queda. Sin embargo, ninguno respetaba la prohibición y, entrada la noche, los jóvenes solteros salían de las tabernas y vagaban por las calles buscando qué tontería hacer o a quién agredir.

Dos momentos para el sueño

Pero la vida nocturna no era únicamente miedo y violencia; también había diversión. En el siglo XVII bebidas no alcohólicas como el chocolate, el café o el té eran muy populares, y las cafeterías, conocidas por sus horarios nocturnos, se multiplicaron por todas las ciudades a partir de 1700. A la diversión nocturna contribuyó en gran medida el alumbrado público: en 1660 ninguna ciudad europea tenía alumbrado permanente en las calles, pero hacia 1700 ya existía en Amsterdam, París, Turín, Londres, Copenhague y a lo largo del Sacro Impero Romano, desde Hamburgo hasta Viena.

No hay duda que el sueño es la primera necesidad de la noche. Al contrario de lo que podemos creer, los europeos preindustriales no volaban a sus camas tan pronto como anochecía y permanecían en ella hasta que el sol despuntaba por el horizonte. En realidad, se daba un sueño segmentado: la mayoría experimentaba dos intervalos de sueño. El primero empezaba con la puesta de sol y duraba varias horas. Era seguido de un intervalo de vigilia de una hora o algo más y un segundo sueño hasta el amanecer. El tiempo entre sueños se destinaba al rezo, la conversación, la intimidad o los trabajos de la casa.

Durante la noche

Trabajo nocturno

También se trabajaba de noche. En Hamburgo la actividad laboral de mercaderes, aprendices, artesanos y el servicio doméstico comenzaba a las seis de la mañana, independientemente de la hora de la salida del Sol. Se desayunaba normalmente de noche y se empezaba a trabajar o se atendía a los oficios religiosos. Fue a finales del siglo XVII cuando el comienzo de casi todos los trabajos se retrasó dos horas. En las ciudades el trabajo empezaba a las 7 y terminaba a las 10 de la noche. Por supuesto había empleos puramente nocturnos, como los panaderos, que empezaban su jornada entre las 11:30 de la noche y las 2:30 de la madrugada. Es más, se conserva el registro de un panadero que, junto con sus ayudantes, trabajaba de 8 de la tarde a 7 de la mañana. Por el contrario, otros trabajos estaban prohibidos de noche. El libro titulado Le Livre de Metiers de Etienne Boileau, preboste de París a mediados del siglo XIII, dice explícitamente que los orfebres no podían trabajar durante la noche pues la falta de claridad no les permitía realizar bien su trabajo... y sin trampas.

En el campo normalmente se rellenaba ese tiempo extra en oscuridad haciendo trabajos que exigieran poca precisión o pericia, como cardar o hilar lana. La destilación o la elaboración cerveza debía detenerse al anochecer. Así que, con pocas cosas que hacer, en los pueblecitos del Pirineo de principios del siglo XIV se podían encontrar grupos de vecinos charlando, disfrutando de la comida, criticando a algunos vecinos... A las mujeres del campo les gustaba juntarse por las noches para charlar y alejarse de sus quehaceres domésticos. Tabourot des Accords (Etienne Tabourot) da una descripción de algunos de los lugares que existían para estas reuniones en el siglo XVI: "Las mujeres tenían permiso para abrir una pequeña sala o edificio de forma circular... de tal manera que en la parte de menos viento dejaban abierta una abertura de un pie de largo y dos de alto a modo de entrada, mientras que alrededor había escaños con trapos para que varias personas pudieran sentarse. Allí, generalmente después de cenar, se reunían las jóvenes con sus husos y sus labores charlando hasta medianoche".

Cómo se vivía durante la noche antes

Cuidado donde pones el pie

Poco a poco, a lo largo del siglo XVIII se fue "nocturnalizando" la vida diaria y los mercaderes viajaban toda la noche para poder abastecer a las ciudades por la mañana. Claro que esto era harina de otro costal. El benedictino Richer constató la "amenaza de la noche" que percibió en su viaje desde Reims hasta Chartres en 991. La pobre visibilidad y el mal trazado de los caminos convertían andar de noche en todo un deporte de riesgo (eso sin contar con el peligro de ser atracado). Isaac Watts, del siglo XVII, recomendaba que los viajeros "estuvieran atentos a las débiles sombras de la noche", sobre todo si uno salía de las tabernas con unas pintas de cerveza de más. Caerse en un agujero o un hoyo no era algo inusual, como tampoco lo era irse de cabeza al río en ciudades como París o Londres. Eso cuando no se dedicaban a orinar en las calles: en 1720 la duquesa de Orleans se quejó de que las calles sin pavimentar de París eran un río de pis. Y un madrileño del siglo XVII declaró que "cada día las calles están perfumadas por más de 10.000 zurullos". Había que pisar con cuidado en la noche.

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