Cazatormentas y vulcanólogos: científicos que murieron estudiando desastres naturales
Héroes de la ciencia que dieron su vida por hacer un poco mejor la nuestra.

Un equipo de científicos recogía muestras en el cráter de un volcán. Pero no de cualquier volcán. Stanley Williams lideraba la investigación del Galeras, considerado el volcán más activo de Colombia y uno de los más peligrosos del planeta. Pero, a pesar de conocer los riegos, la ciencia avanza asumiéndolos. Hacia el mediodía, Williams dio por terminada la jornada y se disponía a descender del volcán junto a sus compañeros. Pero un temblor sirvió como aviso: no tendrían una salida fácil.

Volcán Galeras al atardecer.
La tragedia del Galeras
El grito de Williams para advertir a los científicos fue eclipsado por un estruendo morrocotudo, como si estuvieran en el parto de la madre de los truenos. La expresión de alarma en los rostros de los científicos debió tornarse en pánico cuando vieron rocas más grandes que una mesita de noche salir despedidas del cráter hacia el cielo. Aquello se convirtió en una lluvia de proyectiles que silbaban en los oídos de aquellos científicos que huían despavoridos. El aire se cubrió de cenizas y una lava viscosa gateaba por la superficie al mismo y peligroso ritmo que subía la temperatura en el ambiente. Algunos miembros del equipo se refugiaron tras grandes rocas, otros rodaban por el suelo para intentar apagar sus ropas, prendidas en fuego por el contacto con la ceniza incandescente. Cada vez se veía menos y se respiraba peor. Aquellos que fueron alcanzados por la lluvia de proyectiles se vieron incapacitados para moverse y solo podían esperar un rescate que tardó varias horas en llegar. Geoff Brown, Igor Menyailov, Fernando Cuenca, José Arley Zapata, Carlos Trujillo y Néstor García fueron los seis científicos que murieron el 14 de enero de 1993 mientras trabajaban en el Galeras.
Científicos con capa
El planeta que habitamos puede ser tan bello como cruel e inhóspito. En regiones aparentemente idílicas se dan desastres naturales de manera periódica y, peor, imprevisible. La erupción de un volcán, un tornado, la llegada de un tsunami o los temblores de un terremoto han sido la razón de muchas de las mayores tragedias de la historia de la humanidad. Aunque sea imposible evitar la hecatombe, cada vez estamos un poco más preparados para enfrentarnos a los desastres naturales. Parapetos contra tsunamis, edificios con estructuras resistentes a terremotos y tecnología avanzada procurando monitorizar un posible desastre para minimizar los daños. Estos pasitos hacia la supervivencia se dan gracias al conocimiento que vamos acumulando sobre los desastres naturales. De ello se encarga la ciencia y, mientras un robot no pueda hacer todo el trabajo de un humano, son los científicos los que se juegan el pellejo en escenarios peligrosos para hacernos un poquito más fácil la vida a los demás.
El Vesubio es, sin duda, el volcán más famoso del mundo. Su erupción en el año 79 sepultó la ciudad de Pompeya y otros enclaves vecinos. Con este desastre natural nació la ciencia de la vulcanología y ya en su nacimiento se cobró la primera vida de un científico. Plinio el Viejo decidió acudir a investigar qué estaba ocurriendo con aquella “montaña” que escupía fuego y cenizas. Nunca regresó.
Tomar riesgos para proteger a la población
David Alexander Johnston trabajaba para el Servicio Geológico de los Estados Unidos. El 18 de mayo de 1980 le cambió el turno a un compañero que necesitaba realizar una entrevista. Johnston llegó a su puesto, donde monitorizaba el volcán Santa Helena, en el estado de Washington. Por entonces llevaban semanas detectando más de 50 terremotos de pequeña escala al día. Se había evacuado a gran parte de la población porque temían que el volcán entrara en erupción. Johnston estaba a 10 kilómetros del cráter cuando comenzó. Tal y como cuenta Eugenio Manuel Fernández en su obra “Eso no estaba en mi libro de historia de la ciencia”:
“[Johnston] estaba convencido de que los científicos debían tomar riesgos para proteger a la población de los desastres naturales; de hecho, fue el que dio la voz de alarma de que la erupción había comenzado. Lo hizo por radio y fueron sus últimas palabras antes de ser alcanzado por el flujo piroclástico”.

David Alexander Johnston 13 horas y media antes de morir en la erupción del volcán Santa Helena. 1980.
Las tragedias a veces reservan carambolas macabras. Harry Glicken fue el compañero al que sustituyó Johnston el turno que acabó siendo su último día. Lamentó la pérdida y se sintió culpable de no haber ocupado el lugar de Johnston. Glicken murió diez años después en otra erupción mientras estudiaba el volcán del monte Unzen, en Tokio.
Cazatormentas cazados
El proyecto TWISTEX se fundó para investigar los tornados. El 31 de mayo de 2013, en Oklahoma hubo un coche de TWISTEX que salió disparado a casi un kilómetro de distancia por la fuerza de vientos a 400 kilómetros por hora. Tim Samaras, fundador del proyecto, su hijo y el meteorólogo Carl Young iban en el coche. Ninguno sobrevivió.
Cada 13 de octubre se celebra el Día Internacional para la Reducción de los Desastres. Uno de los lemas no podría ser más adecuado para el mensaje que habría que sacar de esta lectura:
“Aprendiendo de los desastres de hoy para las amenazas de mañana”.
Referencias:
- Fernández, E. M. 2018. Eso no estaba en mi libro de historia de la ciencia. Guadalmazán.
- William J. Broad. Tocado por el aliento del infierno. elpais.com.