El asedio de Numancia: el nacimiento de un mito hispano
Los historiadores antiguos exageraron la resistencia para engrandecer la victoria de Escipión.

El brutal y dramático desenlace del asedio de Numancia recogía todos los elementos dramáticos necesarios para hacer de ello una epopeya. Una guerra que, a pesar de la enorme desigualdad de fuerzas que había entre la mayor potencia del momento y una modesta ciudad, fue exagerada por los historiadores antiguos para hacer de Escipión, el cónsul que sometió a la ciudad, un personaje decisivo para Roma.

“El último día de Numancia” por Alejo Vera. 1881.
Los irreductibles numantinos
En el año 124 a. C., el cónsul Quinto Cecilio Metelo Macedónico tenía una misión: sofocar las rebeliones y lograr el control de pueblos lusitanos y celtíberos de la península ibérica. No encontró mucha oposición a su poder militar excepto por un enclave fortificado en tierra de los arévacos: Numancia. No era la primera la vez que algún iluso con exceso de confianza se estampaba contra los muros numantinos, así que Metelo actuó desde la prudencia. Tanta que no le dio tiempo a hacer mucho más antes de ser sustituido.
Quinto Pompeyo, cónsul en el 141 a. C., llegó con aires de gallito a las cercanías de Numancia y salió vapuleado. Con un ejército de más de 30 000 hombres no logró rendir una ciudad con apenas 4000 guerreros y su precipitación tuvo como resultado la retirada del ejército romano de las murallas numantinas. En la siguiente campaña, Pompeyo ya se sabía la lección y evitó un ataque frontal. Intentó cortar el suministro de víveres a Numancia, pero los numantinos atacaron a unos romanos desmoralizados y cansados tras años de servicio sin relevo. Pompeyo se vio de nuevo en una situación precaria.
Los romanos se ponen serios
Tras él desfilaron una serie de cónsules que no lograron apuntarse ningún tanto positivo frente a las murallas de Numancia. Lenas, Marcino, Lépido, Furio y Pisón fracasaron en sus intentos de conquista y, por el contrario, solo se puede contar de ellos alguna que otra derrota y la humillación que supuso para los soberbios romanos. El Senado no quería continuar ni una campaña más con este despropósito. Exigieron la rendición incondicional de Numancia y se dejaron de nombrar a ineptos para dicho objetivo. El siguiente cónsul al frente de las tropas en la Celtiberia fue Escipión Emiliano, destructor de Cartago, hijo del conquistador de Macedonia y nieto del vencedor de Aníbal. La cosa se puso seria.
Escipión llegó a Hispania y lo primero que hizo fue restablecer la confianza del ejército e imponer una rígida disciplina militar. Su siguiente objetivo fue devastar todas las zonas donde los numantinos podían encontrar aprovisionamiento. En otoño del 134 a. C. inició el asedio de Numancia.
“Escipión se abstiene de cualquier clase de enfrentamiento. Estrecha herméticamente el cerco de la plaza y, apostando por el factor tiempo, espera pacientemente poder reducir a Numancia por el hambre”.
Quince meses después, los numantinos aceptan la rendición incondicional. Una parte de la población prefirió suicidarse a vivir como cautivos de Roma y ser vendidos como esclavos. Muchos fueron los que destruyeron todas sus posesiones. Escipión solo encontró ruinas y cadáveres cuando entró en Numancia.

Yacimiento arqueológico de Numancia. Soria. iStock.
Así se construye un mito
Todo lo contado está basado en las fuentes. De hecho, tenemos muchos documentos antiguos que nos hablan del asedio y rendición de Numancia. Aunque no hayamos tenido la suerte de conservar ninguna fuente contemporánea a los hechos, como los textos de Polibio, que presenció en persona el asedio, disponemos de un grupo importante de autores. Apiano, Valerio Máximo, Floro, Diodoro, Veleyo, Plutarco, Livio, Eutropio y Orosio. Todos ellos hablaron de la Guerra Numantina y el duro asedio que sufrió la ciudad. Todas estas fuentes se centran en la actuación individual de un reducido número de políticos y militares romanos. Sobre todo, la victoria y los honores recaen en Escipión, que soluciona el despropósito que sus predecesores habían dejado en Numancia. Si hubiese sido otro y no el afamado destructor de Cartago quien hubiese puesto fin a Numancia, ¿habríamos tenido tanta información sobre un enclave tan poco destacado? ¿Es posible que solo estemos ante una idealización más de las fuentes romanas para exaltar a un solo hombre? El asedio de Numancia pudo venderse por entonces como mera propaganda, tan importante en la política y la guerra como las propias victorias.
“Es por eso por lo que el paso de Escipión por Celtiberia, que no deja de parecerse a una absurda expedición de exterminio, exenta de ingenio militar, y llevada a cabo mediante una aplastante superioridad numérica y técnica por un experimentado verdugo, es presentado por las fuentes como una loable gesta”.
Y, claro, para poner a la altura requerida a Escipión, Numancia debió ser una resistencia propia de gestas que pasan a la historia tal y como estamos comprobando aquí más de veinte siglos después. Es la participación de Escipión lo que condicionó la óptica de los hechos contados sobre Numancia. Escipión y Numancia se convirtieron en mito. Y desde luego no es un caso aislado. Si analizamos la visión de los historiadores antiguos, la expansión de Roma no fue más que una epopeya tras otra protagonizada por sus hombres más destacados.
Referencias:
- Barceló, P y Ferrer, J. J. 2011. Historia de la Hispania romana. Alianza.
- Ortiz, S. 2022. El asedio de Numancia en las fuentes literarias grecolatinas (una aproximación). Círculo Rojo.