Allariz, la ciudad del rayo asesino
En 1902 en Allariz, un municipio de la provincia de Orense, un rayo entró en el interior de una iglesia abarrotada y acabó con la vida de 25 personas, hiriendo a más de un centenar.

La existencia de la localidad orensana de Allariz se remonta al siglo VI, cuando Galicia estaba dominada por el pueblo germánico de los suevos, que entraron en la península ibérica en el 409 junto con vándalos y alanos. Su situación estratégica junto al Arnoia hizo que Alfonso VI hiciera construir un castillo y murallas en el siglo IX. La vida sonrió a esta ciudad que Alfonso VII convirtió en Villa Real y Sancho IV la nombró Llave del Reino de Galicia. Allí se educó Alfonso X el Sabio, donde aprendió gallego, que luego utilizaría en algunas de sus famosas cantigas.
A comienzos del siglo XX la Villa vivía un momento dulce, con una población de casi 10.000 habitantes y una boyante industria del lino. Pero en el verano 1902 sucedió algo extraordinario, que la prensa de la época llamó la Catástrofe de Allariz.

Un caluroso día de verano
Era la mañana del 24 de junio y la iglesia románica de San Salvador de Piñeiro estaba a rebosar pues se celebraba una misa funeral por el alma de uno de sus feligreses. Era un día cálido de verano, uno más de un sofocante calor similar al que llevaban padeciendo desde hacía varios días. Eran las diez y media de la mañana cuando de repente una tormenta empezó a descargar con fuerza sobre el pueblo. En pocos minutos un rayo entró por la cruz de la iglesia, que se partió en dos y arrancó la piedra sobre la que descansaba. Según contaron los testigos “llegó a dar dos vueltas al templo, saliendo después por la ventana de la sacristía”. Y se desató el infierno: según la prensa de la época, el balance final fue de 25 muertos (13 hombres y 12 mujeres) y 108 heridos, algunos de gravedad. En un principio la prensa lo achacó todo a un deslizamiento de tierra provocado por un rayo, pero finalmente se descubrió que los verdaderos culpables del siniestro fueron el extraño relámpago y el terror que anidó en el corazón de los asistentes. El hecho de que las puertas estuvieran cerradas para protegerse de la tormenta hizo que la desesperación de los vecinos se agravara, con un fatídico resultado final. Según los forenses por culpa del rayo solo murieron 12 personas; el resto de muertos y heridos fue por aplastamiento y asfixia. Y los más sorprendente de todo: no murió ninguno de los seis sacerdotes que se encontraban concelebrando la eucaristía.

Las labores de asistencia se vieron complicadas por la espectacular tormenta, que siguió descargando durante todo el día, con relámpagos continuos e incluso granizo. En ocasiones fue tan intensa que quienes estaban prestando ayuda tuvieron que refugiarse debajo de los vehículos que habían acudido para trasladar a los heridos.
Los sacerdotes se salvaron
Para Cid Rumbao, autor de Historia de Allariz: Villa y Corte Románica, los seis sacerdotes salvaron sus vidas porque la seda de sus casullas les proporcionó el aislamiento necesario. Según cuenta el historiador Arturo R. Vispo se hizo una colecta por toda España “promocionada en todas las revistas del país, que se inició con la aportación de 3000 pesetas del obispo y 5000 del rey Alfonso XII, y de tal forma exitosa que sacó de la miseria a muchas de las familias de las víctimas, y todavía alcanzó para erigir el monolito cuyo texto dice: ‘La caridad erijio (sic) este modesto monumento a la memoria de las víctimas de la catástrofe ocurrida el 24 de junio de 1902’”.

La iglesia derruida
Pero la capilla de San Salvador de Piñeiro, tenía los días contados. Todos los vecinos del pueblo tenían miedo de acercarse. Y así, en 1922 fue demolida sin motivo alguno y las piedras los lugareños las usaron para levantar los cercados de sus fincas. Solo se salvó la portada que hoy está integrada en el lateral sur de la iglesia de San Pedro de Allariz, y del rayo solo queda el monumento que se erigió en memoria de la catástrofe.
Para los habitantes de Allariz lo ocurrido fue un castigo divino, y no faltó quien dijera que la Villa era un lugar en el que pasan cosas. Y una de ellas fue el juicio al primer asesino en serie conocido de la historia, Manuel Blanco Romasanta, también conocido como sacamantecas, que fue capturado en Nombela (Toledo) y juzgado en Allariz en 1852. Se le acusó de asesinar a sus víctimas y sacarles la grasa para venderla: así nació la leyenda del Sacamantecas.