El clima, destructor de imperios
Oímos hablar de que un imperio destruyó a otro, o que un país derrotó a su vecino. Pero no somos conscientes que el verdadero destructor de imperios es alguien totalmente ajeno al ser humano pero que condiciona nuestra vida: el clima.

En el año 553 apareció la niebla seca más densa y persistente que Europa, el sudeste de Asia y China hayan conocido. Nevó en Mesopotamia, los cultivos del sur de Irak se agostaron, China sufrió una terrible sequía donde, según las crónicas, “llovió un polvo amarillo”. Todos los científicos apuntan a que se produjo una enorme erupción volcánica y aunque nadie es capaz de señalar con el dedo al culpable, todo apunta que el candidato más probable es el volcán El Chichón, en México. Las bajas temperaturas coincidieron con un periodo en que la Oscilación del Atlántico Norte se volvió loca: la presión atmosférica era alta sobre Islandia y baja en las Azores, lo que instaló un tiempo seco en Europa seguido de una sequía que llegó hasta Asia. Entre 536 y 538 asoló China y se desplazó hacia Mongolia y Siberia, lo que hizo que los pueblos nómadas buscaran otras tierras. Entre ellas estaban los Ávaros, que se trasladaron hacia el oeste, hacia Europa. A golpe de espada y cabalgada los Ávaros ya controlaban la cuenca baja del Danubio y las estepas al norte del Mar Negro para 562. Siguieron avanzando hasta crear un imperio nómada que en su punto álgido se extendía desde Alemania hasta el Volga, y desde el Báltico a las fronteras de Imperio Romano de Oriente.

La caída de civilizaciones precolombinas
Pero este cambio climático también afectó a América. En el norte de la costa peruana se encontraba la civilización precolombina Moche, que toma su nombre de un pequeño río de la zona. Los Moche vivían en las ya por sí áridas costas peruanas, y a pesar de tener una gran dependencia del riego para mantener la agricultura, supo mantenerse y levantar grandes poblaciones durante muchos siglos. La civilización Moche poseía una sofisticada metalurgia, desarrolló una fina cerámica que era muy apreciada y construyó monumentales estructuras de adobe: en su capital se alzó la construcción de adobe más grande del Nuevo Mundo, la Huaca del Sol. Pero tanto la capital como las ciudades a las que servía fueron abandonadas abruptamente: la evidencia arqueológica muestra que los principales canales de riego fueron invadidos por dunas de arena. Sus habitantes lo abandonaron todo y emigraron hacia el interior, cerca de la confluencia de los ríos de las tierras altas que drenan las estribaciones andinas, en busca de un clima y una tierra donde poder cultivar.
Pero igual que el clima te lo quita, también te lo da, y para el año 900 la frontera entre el clima mediterráneo y el continental se desplazó hacia el norte de Europa provocando durante cuatro siglos el llamado Óptimo Climático Medieval. Fue una época de abundancia: hasta los viñedos prosperaron en el centro y sur de Inglaterra. Pero mientras en Europa eran días de ensueño y abundantes cosechas, en América fueron tiempos de sequía, hambrunas y guerras desde la costa de California hasta el lago Titicaca: 500 años de aridez acabaron con el Impero Maya y Tiwanaku.

La caída del imperio maya
Hasta el año 900 d.C., los mayas dominaron la parte sur de América Central, construyendo ciudades grandiosas, como Copán, Palenque, Tikal. Pero un día ese imperio se desmoronó, los pobladores abandonaron sus ciudades y la memoria de esas urbes se perdió en la bruma de la historia hasta que fue recuperada a mediados del siglo XIX. Los mayas levantaron una civilización avanzada: no solo sabía lidiar con las habituales sequías o las lluvias torrenciales, sino que desarrollaron una red comercial por toda Mesoamérica, construyeron impresionantes en la selva y fueron brillantes en matemáticas y astronomía: su famoso calendario es más preciso que el que utilizamos nosotros hoy en día.
Esta civilización se derrumbó cuando estaba en la cima de su desarrollo cultural, entre 750 y 900 d.C. Los historiadores han dado muchas razones para el colapso, como la sobrepoblación, la deforestación y la erosión del suelo, la agitación social, la guerra o las enfermedades, pero la primera prueba de que realmente se debió a un cambio climático se obtuvo del estudio de las conchas de los ostrácodos, una clase de crustáceos muy sensibles a los cambios ambientales que viven en los lagos. De su estudio se dedujo que la región estuvo sujeta a varias sequías prolongadas: una entre 475 y 250 a.C., otra desde 125 a.C hasta 210 d.C. -que coincidió con el apogeo de una de las primera ciudades mayas, El Mirador- y la tercera, más severa, entre 750 y 1025 d.C. En esos 200 años la densidad de la población de las tierras bajas disminuyó desde 200 personas/km2 en el pico de su esplendor a menos de 100 en el año 900, y el abandono de muchas cuencas hidrográficas en 1500. Pero no solo los mayas colapsaron
La increíble Tiwanaku
Más al sur, en la frontera entre Perú y Bolivia, floreció una peculiar cultura, Tiwanaku, que prosperó durante casi 1500 años (de 300 a.C. a 1100 d.C.) en torno al lago Titicaca, a 4000 metros de altura. Mediante un uso ingenioso del cultivo en altitud, que promovía un reciclaje eficiente de nutrientes y un uso de los canales de riego para proteger los cultivos de las heladas, Tiwanaku sostuvo una urbe con una población estimada de casi medio millón de personas que fue la capital de una cultura que dominó las regiones que llegan hasta el desierto costero peruano. Pero alrededor de 1100 d.C., Tiwanaku y los campos elevados fueron abandonados abruptamente debido a una pertinaz y dura sequía: los núcleos de sedimentos del lago Titicaca documentan una caída de 10 m en el nivel del lago.

No estamos preparados
A la vista de todo esto podemos estar tentados en pensar que nosotros, con nuestra capacidad tecnológica, podríamos enfrentarnos a un desastre climático. No somos conscientes de que durante el siglo XIX murieron al menos 20 millones de personas a causa del hambre y las epidemias que acompañaron al fenómeno de El Niño durante ese siglo, ni que más de 200 millones de personas viven en zonas con un gran estrés ambiental como el Sahel sahariano, Etiopía... Si se produjera un deshielo del ártico como el que provocó el Dryas Reciente que mandara a toda Europa a una vida bajo cero, ¿qué haríamos? No tendremos la opción de migrar a otros lugares: esos lugares ya están llenos de personas. Y al igual que los habitantes de Ur, un desplome de la agricultura derivaría en una hambruna mundial de proporciones inimaginables. Tampoco somos conscientes de que cuanto más compleja es una civilización, más vulnerable es al cambio. Los pequeños los puede amortiguar, los grandes bastante menos, pero los gigantescos... Y el cambio climático es, como hemos visto, de ese orden de magnitud.
Más vale que nos pille preparados.