Letrinas y alcantarillas: una sucia historia
Agua limpia y saneamiento siempre han ido de la mano, pero mantener limpias de nuestras ciudades, alejadas de la suciedad y la porquería, no ha sido siempre una prioridad de sus ciudadanos.

En un principio fueron los pozos de agua protegidos en el Neolítico, que permitió a los seres humanos tener siempre agua clara disponible. En 4000 a.C., en Babilonia, encontramos la primera y más longeva instalación de saneamiento: el pozo negro. No era algo que exigiera unos grandes conocimientos de arquitectura o ingeniería: bastaba con hacer un agujero en el suelo. Y como era una civilización que dependía de la gestión del agua de los ríos Tigris y Éufrates habían desarrollado un sistema hidráulico básico para el transporte de agua. Entonces aplicaron sus conocimientos a la conducción de las heces a los sumideros mediante el lavado con cubos de agua y las primeras tuberías de arcilla.
Agua limpia y saneamientos siempre han ido de la mano, y así lo demostró la Cultura del valle del Indo hacia el año 3000 a.C., cuando introdujeron por primera vez en sus ciudades tanto el suministro público de agua como el saneamiento. En Mohenjo-Daro, por ejemplo, encontramos los primeros edificios con letrinas conectadas a un sistema de alcantarillas. Los ciudadanos lavaban sus letrinas con agua y el sistema de alcantarillado recogía estas aguas residuales y las llevaba a un sumidero... o al río Indo.

Y en ausencia de grandes ríos donde verter las aguas residuales, éstas se usaron para fertilizar los campos. Esto sucedió en la antigua Grecia: el sistema de alcantarillado conducía las aguas residuales a las afueras de la ciudad hacia un vertedero y desde allí, a los campos de cultivo mediante un sistema de tuberías.
Los avanzados romanos
En Roma se produjo el mayor avance del saneamiento en el mundo antiguo separando las aguas residuales mediante un sistema de alcantarillado urbano. Por desgracia, la población continuó tirando las excretas a la calle hasta el año 100 a.C., cuando un decreto obligó a conectar a todos los hogares al sistema de alcantarillado. A lo que hay que añadir que el uso de la letrina se generalizó y su diseño se hizo más cómodo de usar: se pasó de defecar en cuclillas a sentado. También se dio un paso más adelante: separaron lo que hoy llamamos aguas grises -el agua residual de baños y baños termales- de las aguas residuales, que se reutilizaron para lavar las letrinas públicas. Ahora bien, aunque los romanos tenían claro el concepto de higiene aún estaba lejos el de desinfección. Las aguas residuales se evitaban principalmente debido a su mal olor, pero no había conciencia de su insalubridad. Para darnos cuenta de eso tuvieron que casi 2000 años.

La Edad Media de la mugre
Con la llegada de la Edad Media la cultura de la limpieza desapareció. Las ciudades de toda Europa se fueron llenando de suciedad, de heces, contaminando el agua y con una tradición prácticamente desconocida de mantener la higiene personal. La propagación de epidemias y enfermedades como la tuberculosis, el cólera o la viruela causó un rápido descenso en la esperanza de vida que llegó a ser menor de 30 años. El estoque final fue la terrible peste negra que comenzó en 1438 y en tres años acabó con uno de cada tres europeos.
Pero si esto sucedía en la Europa cristiana, en la España musulmana las cosas eran distintas. Las ciudades como Córdoba o Granada separaban tres tipos de agua: el agua de lluvia, esencial para la vida; aguas grises, que se originan en actividades domésticas, y aguas residuales. La cultura árabe, nacida en un clima de sequedad extrema, valoraba el agua de lluvia como si fuera divina y la conducía cuidadosamente a cisternas para su uso posterior. El agua gris doméstica se eliminaba de los patios de las casas a través de desagües subterráneos o tuberías en la superficie, mientras que las aguas residuales tenían una tubería independiente hacia los pozos negros.
Las ciudades apestan
La llegada del Renacimiento y la Ilustración, con lo que significó de revolución para las artes y la ciencia, no fue de la mano con el saneamiento: la inmundicia y el olor en casi todas las ciudades europeas durante el siglo XVII era insoportable. La defecación al aire libre era habitual, los pozos negros estaban saturados, los ciudadanos continuaban arrojando sus excretas a las calles donde las alcantarillas, que en esencia eran zanjas abiertas, las llevaban a duras penas a los ríos. Los avances en las técnicas de recolección y distribución de agua no se aplicó al saneamiento. París es el ejemplo perfecto de aquella gran paradoja: mientras la ciudad alcanzaba los niveles más altos de inmundicia a mediados del siglo XVII, se instalaban las famosas fuentes y estanques en los jardines del palacio de Versalles, que no tenía ni un mísero retrete.

La situación en Londres era muy similar: la ciudad apestaba y muchos pozos negros se filtraban en diferentes vecindarios. La introducción del retrete, que reemplazó a la bacinilla, incrementó el volumen de vertido a los pozos negros que rebosaban hacia los desagües de las calles. Estos estaban diseñados para recoger el agua de lluvia, no las aguas residuales, con lo que un flujo de aguas residuales recorría las calles transportando no solo excretas sino también los vertidos de fábricas, mataderos..., antes de descargar en el Támesis. Para 1830 la situación se volvió insoportable. A la fetidez que emanaba de la ciudad (que culminó con el famoso episodio del Gran Hedor que vivió la capital inglesa en el verano de 1858) se unieron varias epidemias de cólera. Durante una de ellas, en 1847, un médico inglés, John Snow, que había dedicado su vida al estudio de las epidemias, llegó a la conclusión de que la causa del cólera era el agua potable contaminada con aguas residuales. Unos años más tarde, Louis Pasteur demostraba que los microorganismos presentes en las aguas residuales eran causantes de las enfermedades, destronando de una vez por todas la teoría del miasma, que defendía que eran transmitidas por 'malos aires'. Como resultado de este conocimiento, se modificó la legislación, y el saneamiento pasó a ser un tema central en la política de las ciudades.