No te pierdas el primer capítulo del libro 'Maquis y otras resistencias antifranquistas'
Te ofrecemos en exclusiva el primer capítulo de Maquis y otras resistencias antifranquistas, un libro coordinado por Rubén Buren y publicado por la editorial Pinolia.

Miembros del maquis
La implacable represión contra cualquier tipo de disidencia en el franquismo garantizó la pervivencia de un sistema político marcadamente punitivo. Así cabe entender que, finalizada la Guerra Civil, continuara el funcionamiento de ámbitos represivos al margen del Derecho, con el protagonismo en el ordenamiento penal de la justicia militar en detrimento de la civil. Un Estado coercitivo y violento que no pudo evitar movimientos democráticos de oposición y resistencia armada. Una primera etapa de esas iniciativas guarda relación directa con la evolución de la Segunda Guerra Mundial y, especialmente, su final favorable a las potencias antifascistas. Una doble vertiente opositora se impuso en esa coyuntura. Por un lado, las actividades del movimiento de oposición armada al franquismo representado por el maquis; por otro, la acción política identificada con la formación en México, en agosto de 1945, del primer gobierno de la República en el exilio presidido por el republicano José Giral. Ambas experiencias fueron pioneras en esta incipiente resistencia al régimen, en un contexto internacional que abría esperanzas de cambio político en España.
En relación a la actividad guerrillera, sus orígenes se remontan a la Guerra Civil, cuando algunos republicanos que no quisieron marchar al exilio ni ser víctimas de la represión franquista buscaron refugio en las cumbres de los macizos montañosos próximos. A sus protagonistas se les va a conocer como “huidos” y a ellos se fueron uniendo, ya en la posguerra, colectivos como el formado por presos que lograron huir de la cárcel. Buena parte de las sierras que componen el relieve peninsular contaron con la presencia de estos grupos, que buscaron la unión en el monte guiados por un instinto de supervivencia más que por su adscripción ideológica. Esta experiencia fue prácticamente extensible a la mayor parte de las regiones españolas en la posguerra, aunque sus pautas de comportamiento operativas y temporales no fueron coincidentes. Así lo ponen de manifiesto iniciativas como la registrada en las proximidades a Ponferrada, en la primavera de 1942, de crear la Federación de Guerrillas de León-Galicia, una organización que, por su estructura y funcionamiento, se convertiría un bienio después en el modelo a seguir por las agrupaciones guerrilleras. Sin embargo, en otras zonas del país apenas se registraban actividades contra la dictadura ante las dificultades que suponía sobrevivir en la sierra.
Agrupaciones guerrilleras
Este escenario sufrió un sustancial cambio a medida que nos acercamos a los años centrales de esa década de los cuarenta, ante las esperanzas de cambio político en España por la evolución del contexto bélico internacional. La derrota de las tropas del Eje empujó a la oposición al franquismo, tanto en el interior como en el exterior, a reivindicar un cambio político que diera fin a la dictadura e implantara un sistema democrático en el país. Previamente, el Partido Comunista de España (PCE) en el exilio organizó una invasión de España por los Pirineos en octubre de 1944, que fracasó ante la contundente respuesta por parte del ejército y las fuerzas del orden franquistas. Fue una experiencia fallida en sus objetivos, que no en su deseo de desestabilizar el país mediante el fomento de la resistencia armada.
Desde entonces, fueron entrando en España guerrilleros comunistas que habían luchado en Francia contra la ocupación alemana, que comenzaron a ser conocidos como maquis, palabra con claras connotaciones lingüísticas del país galo (maquisards).
Su misión era reforzar las estructuras organizativas y efectividad combativa de los hasta entonces grupos de huidos refugiados en el monte, proceso controlado por un PCE que no ocultó su deseo de capitalizar este movimiento de oposición en el interior de España. No obstante, también hubo miembros de la guerrilla pertenecientes a otras formaciones políticas como la socialista y anarquista, que con frecuencia mostraron su rechazo a obedecer las directrices comunistas.
Su estructura se articuló en torno a una serie de agrupaciones guerrilleras repartidas por todo el país: Levante-Aragón, Andalucía, Extremadura-Centro, Asturias-León, Cantabria y Galicia. También tuvo significativa presencia urbana, sobre todo en Madrid y Barcelona, territorios en que realizaron operaciones contra intereses franquistas con numerosos actos de sabotaje, atracos, secuestros, incursiones en poblaciones, enfrentamientos armados y asesinatos de agentes del orden y de personas identificadas con el régimen. En estas actuaciones contaron con el apoyo de enlaces en las zonas en que materializaban sus operaciones, indispensables para cubrir necesidades tan perentorias como obtener suministros, conseguir cobijo fiable y, sobre todo, facilitarles información. Ante el temor de ser detenidas por las sospechas que recaían sobre su comportamiento, algunas de las mujeres participantes en esta función se integrarían en las partidas.
El miedo a resultar descubiertos estaba justificado ante la implacable represión practicada por las fuerzas del orden contra los maquis y también contra todo aquel sospechoso de ayudarles, incluidos los familiares, que recibían constantes amenazas; prácticas violentas que venían avaladas por unos mandos interesados en no hacer detenidos y acabar con la vida de los del monte, aunque hubiera que recurrir para ello a la funesta ley de fugas. Los consejos de guerra y sus sentencias «ejemplarizantes» hicieron el resto contra aquellos que resultaban apresados. Además, en su estrategia para combatir la guerrilla, los guardias civiles fomentaron prácticas como las contrapartidas, con indudables beneficios a la hora de capturar colaboradores, y desarrollaron con profusión y excelentes resultados la captación de delatores entre las filas guerrilleras.
El canto del cisne de la guerrilla se produjo allá por 1948, cuando el PCE ordenó a sus militantes en el interior de España realizar sus labores de oposición al franquismo desde las fábricas y centros urbanos. Desde entonces, los supervivientes de la mayoría de las agrupaciones buscaron una salida a su situación antes de resultar detenidos, que en no pocos casos fue la marcha al exilio.
«Los orígenes de la actividad guerrillera se remontan a la Guerra Civil, cuando algunos republicanos que no quisieron exiliarse ni ser víctimas de la represión franquista buscaron refugio en las cumbres de las montañas próximas»
Acción sindical y terrorismo
A la par que se registró este pionero movimiento de resistencia armada, en el exterior se produjo un acercamiento entre las organizaciones políticas republicanas españolas ante el esperanzador final de la conflagración mundial y el desenlace de las Conferencias de San Francisco y Potsdam, en 1945. Las Cortes de la República se reunieron en México en agosto de 1945, y poco después José Giral, presidente de Izquierda Republicana, formaba Gobierno; un ejecutivo que desde sus inicios trató de sacar a la República del aislamiento internacional, que suponía una seria limitación en sus gestiones, aunque no cercenó la necesaria labor diplomática del gabinete, que se dirigió hacia la recién creada Organización de Naciones Unidas (ONU). Hasta este organismo logró llevar el «pleito español», que fue objeto de tratamiento en la Asamblea General celebrada en Nueva York, que el 12 de diciembre de 1946 aprobaba una resolución de condena del régimen franquista y una serie de recomendaciones, como la inmediata retirada de Madrid de los representantes diplomáticos. Un claro éxito para el Gobierno republicano, que hizo surgir esperanzas de cambio político en España. Estos deseos pronto se desvanecieron, al sufrir el Gobierno de Giral una fuerte división interna que llevó a la salida de los ministros socialistas y condujo a su presidente a presentar la dimisión antes de finalizar enero de 1947. Y aunque se sucedieron diversos gabinetes, ningún otro acaparó tantas esperanzas de cambio en el país como este. El posterior apoyo internacional de los países anglosajones al «centinela de Occidente» hizo el resto.
Pero, regresando al interior de España, es preciso indicar que el paso de los años introdujo nuevos escenarios en el panorama opositor al franquismo. Uno de ellos hace referencia al movimiento obrero y la acción sindical, que tuvo uno de sus puntos culminantes en la huelga minera de Asturias en 1962, que sería fuertemente reprimida. Las «comisiones de mineros» constituyeron el embrión de un nuevo sindicalismo de clase, representado en este caso por Comisiones Obreras (CC OO), controlada por el PCE. La Universidad constituyó otro enclave de resistencia contra el régimen franquista. Ya en los años cincuenta fue escenario habitual de la defensa de las libertades y de protestas contra la dictadura. Esas reivindicaciones se intensificaron en la década de los sesenta, con unas facultades que eran centro de agitación permanente pese a la constante presencia policial, y continuaron hasta el final del franquismo.
Dentro de ese cuadro opositor cabe incluir al terrorismo, y más concretamente el protagonizado por ETA. Los orígenes de esta organización se remontan a finales de los cincuenta, y en un principio su actividad se limitaba a difundir octavillas y realizar pintadas contra la dictadura. No fue hasta avanzada la década siguiente cuando comenzó a materializar acciones violentas, con atentados tan significativos como el asesinato, en el verano de 1968, del jefe de la Brigada Político-Social de Guipúzcoa. La dialéctica subversión-represión fue haciendo crecer la violencia en el País Vasco e implicó a una parte importante de su población. Cuatro años después dieron muerte en Madrid al presidente del Gobierno, Carrero Blanco, lo que supuso extender sus atentados al resto de España, una violencia que no cesó con la muerte de Franco en 1975 y que estuvo muy presente en los años de la democracia.
En el tardofranquismo surgieron otros grupos terroristas, como el Frente Revolucionario Antifascista y Patriótico (FRAP), organización comunista radical que tenía como objetivo principal desestabilizar la situación política en España y que, con ese fin, perpetró atentados contra fuerzas del orden y militares. También, los denominados Grupos Revolucionarios Armados Primero de Octubre (GRAPO), una extraña organización terrorista, brazo armado del PCE (Reconstituido), que pese a carecer de apoyo social demostró especial violencia en sus actuaciones. Estas eran respondidas con contundencia desde el Gobierno, respuesta que se veía seguida por la realización de nuevas acciones terroristas. Esta espiral de violencia caracterizó los últimos meses de existencia de un régimen franquista que tuvo que hacer frente desde sus comienzos a movimientos de oposición y resistencia armada.

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'Maquis y otras resistencias antifranquistas'
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