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Lee en exclusiva un extracto del primer capítulo de 'Canaris. El espía y confidente de Franco'

Con motivo de la publicación del libro 'Canaris. El espía y confidente de Franco', de David Casado, te mostramos en exclusiva un extracto del primer capítulo.

Lee en exclusiva un capítulo de 'Canaris, el espía y confidente de Franco'

Wilhelm Canaris fue un almirante alemán, responsable de la Abwehr, el servicio de inteligencia del ejército alemán, desde enero de 1935 hasta febrero de 1944. 

Pero su figura, enigmática y sorprendente al mismo tiempo, va mucho más allá de su papel como espía. Supo acercarse a España y entablar relaciones con quienes, luego, fueron protagonistas de la insurrección que situó a Francisco Franco en el poder tras el final de la Guerra Civil. Y, a partir de ese momento, pasó a convertirse en su confidente.

¿Quién fue realmente? ¿Qué se esconde tras la figura del que llegó a ser considerado como "maestro de espías nazi"? 

Aprovechando la publicación del libro Canaris. El espía y confidente de Franco (Pinolia, 2023), escrito por David Casado Rabanal, te descubrimos en exclusiva un extracto del primer capítulo.

La guerra en la mar se hace submarina

La Revolución que sacudió México a lo largo de la llamada Decena Trágica (1912-1923), liderada por Emiliano Zapata y Pancho Villa, sumió al país en el caos político y social. Se sucedieron distintos Gobiernos, a cual más efímero o sangriento, debido a las varias facciones políticas enfrentadas entre sí. Todo se precipitó tras el derrocamiento en 1911 del presidente Porfirio Díaz y el asesinato de su sucesor, el presidente Francisco Madero (1911-1913), seguido del golpe de Estado encabezado por Victoriano Huerta, un mandatario que impuso una dictadura personal en el país hasta su huida de la capital federal el 14 de julio de 1914, forzado por el avance de las huestes de Pancho Villa. Esta debacle mexicana coincidía con el ambiente prebélico que se respiraba en Europa por el atentado en Sarajevo contra el archiduque Francisco Fernando de Austria, heredero al trono del Imperio austrohúngaro y su mujer, la duquesa Sofía Chotek, ambos asesinados el 28 de junio de 1914 por los disparos del joven nacionalista bosnio Gavrilo Princip.

La inestabilidad que atravesaba México en ese trágico verano era la razón de la presencia en sus costas de varios navíos estadounidenses y europeos, encargados de salvaguardar los intereses de sus naturales afincados en el país de los aztecas. Y, existiendo dos significativas colonias de alemanes residentes en Veracruz y Tampico, la Deutsche Kaiserliche Marine (Armada Imperial Alemana) había enviado al crucero ligero SMS Dresden —de cuatro mil doscientas toneladas y ciento dieciocho metros de eslora—, al mando del capitán de fragata Erich Rudolf Köhler2 desde su base de Kiel, a orillas del Báltico, al golfo de México para velar por la seguridad de los mismos. En Tampico la situación era dramática e insostenible, al estar asediada la ciudad por las tropas de Villa enfrentadas a las gubernamentales, imperando el desorden y el peligro de saqueo. Alarmados por ese estallido de violencia, los colonos germanos tomaron la decisión de entregar al comandante del navío alemán todo su dinero, joyas, oro y objetos de valor, para ponerlos a buen recaudo en algún banco al regreso del buque a su patria. A esta iniciativa se sumaron otras familias de extranjeros e incluso algunos mexicanos acaudalados, contribuyendo así a la leyenda posterior del tesoro del Dresden y su búsqueda hasta nuestros días.

Después de embarcar a los cientos de civiles que deseaban poner agua de por medio, el crucero zarpó de Tampico el 20 de julio, haciendo escala en Puerto México (Veracruz), tanto para desembarcar a los civiles como para cumplir la orden que habían recibido de recoger al depuesto presidente Huerta y su vicepresidente Aureliano Blanquet, acompañados por sus familias, para ponerlos a salvo en Jamaica, donde el Gobierno británico les había concedido asilo. Desde abril de 1914 Veracruz había sido ocupada por las tropas estadounidenses enviadas por el presidente Woodrow Wilson, para defender sus intereses y proteger a la población norteamericana. De ahí que el buque partiera de nuevo con destino al puerto de Kingston, a donde arribó tras cinco jornadas de navegación. Allí les llegaron a los alemanes las noticias procedentes de Europa, que empeoraban cada día y el comandante Köhler recibió la orden de reunirse lo antes posible con su relevo, el crucero SMS Karlsruhe en Puerto Príncipe (Haití). Este navío venía al mando del capitán de fragata Emil Fritz Lüdecke, de cuarenta y tres años, quien tenía órdenes de cambiar su puesto con Köhler en el Dresden y, después de cargar el buque con los víveres y el carbón necesarios para la travesía del océano, poner rumbo hacia Alemania a toda máquina.

Sin embargo, el 28 de julio comenzaron las hostilidades en Europa y el 31 de julio les llegó la contraorden de preparar el buque para la Handelskrieg (guerra del corso) en el Atlántico. Al día siguiente, 1 de agosto, el káiser Guillermo II de Alemania, el monarca más temido de Europa, declaró la guerra a la Rusia zarista y en apenas unas jornadas el conflicto se extendió por el continente, enfrentando los imperios centrales de Alemania y Austria a los Imperios ruso, francés y británico, que se coaligaron contra los germanos en la llamada Triple Entente. Pero si el Ejército alemán resultaba un bastión en tierra, no sucedía lo mismo con la Marina imperial. El inicio de la contienda sorprendió a muchas de sus grandes unidades —la Hochseeflotte (Flota de Alta Mar)— navegando en destinos remotos, sin posibilidad de recibir apoyo de sus bases y aisladas por el bloqueo naval impuesto por las Marinas de los aliados y en especial la Royal Navy, entonces la armada más poderosa del mundo. Para todos esos navíos alemanes no había más opción que luchar con sus propios medios, de ahí que el almirante Hugo von Pohl (1855-1916), jefe del Estado Mayor de la Armada Imperial, otorgara a sus comandantes plena libertad de movimientos con la única consigna de emprender la guerra naval por su cuenta.

Haciéndose a la mar con sigilo y dispuesto a cumplir su misión corsaria, el comandante Lüdecke puso rumbo hacia la isla de Trinidad y Tobago y las costas del Brasil, donde sabía que el tráfico comercial era muy intenso, recibiendo en la noche del 4 al 5 de agosto la confirmación de la declaración de guerra entre el Reino Unido, Francia y Alemania, lo que le autorizaba a hundir los navíos aliados que se cruzaran en su derrota. Alcanzada la desembocadura del Amazonas, se topó con un mercante inglés cuyo capitán, después de rendirse, le aseguró que no sabía nada de la entrada en guerra de sus respectivos países, por lo que en un gesto cortés y en consonancia con las reglas de las dos Conferencias de La Haya, suscritas en 1899 y 1907, el alemán le permitió continuar su travesía. Peor suerte corrieron el vapor británico Hyades y el carbonero Holmwood, capturados a mediados y finales de agosto. Después de evacuar en botes a las tripulaciones de ambos barcos y apropiarse del carbón de este último, Lüdecke ordenó echarlos a pique.

En su derrota por el Atlántico sur, el Dresden siguió capturando y hundiendo algunas presas, hasta que recibió la orden de dirigirse a la isla de Pagán, en el archipiélago de las Marianas, para reunirse con la escuadra del vicealmirante Maximilian Graf von Spee (1861-1914). Al comienzo de la guerra, la marina germana contaba con apenas una docena de navíos en ultramar y además de las Carolinas, Marianas y Palaos, archipiélagos en el Pacífico central cedidos por España al Imperio alemán en 1899, una de sus principales bases en el Extremo Oriente era el puerto chino de Tsingtao (Quingdao, península de Shandong), entonces colonia alemana de la que partió el conde Von Spee al mando de tres buques de la llamada Escuadra de Asia Oriental, para hostigar a las flotas británicas que podían operar en las costas de Sudamérica y donde resultaría más fácil proveerse del carbón necesario para alimentar sus calderas.

Después de recalar en la isla de Pagán el 12 de octubre, el vicealmirante completó su escuadra que quedó formada por los dos acorazados de línea (Linienschiffe) SMS Scharnhorst —buque insignia de once mil seiscientas toneladas y 144,6 metros de eslora— y su gemelo SMS Gneisenau, sumados a los tres cruceros ligeros SMS Leipzig —procedente de México—, Nürnberg y Dresden, enviando a un cuarto, el SMS Emden, al océano Índico. A continuación, estas cinco unidades hicieron escala en la isla de Más a Tierra (hoy Robinson Crusoe), del archipiélago chileno de Juan Fernández, para avituallarse de agua potable y frutas, arribando al puerto de Valparaíso el 30 de octubre. Dos días más tarde, en la festividad de Todos los Santos, se enfrentaron a la flota británica, que les salió al encuentro al mando del almirante Christopher Cradock (1862-1914). La batalla naval que tuvo lugar frente a la bahía de Coronel, a unas cincuenta millas de la costa chilena, al atardecer del 1 de noviembre, resultó una masacre para los británicos. Estos habían menospreciado a la flota enemiga pensando que sus dos acorazados HMS Good Hope —de catorce mil cien toneladas y 162,6 metros de eslora— y HMS Monmouth —de nueve mil novecientas cincuenta toneladas y ciento cuarenta y un metros de eslora—, contando con el respaldo de los cruceros ligeros HMS Glasgow y Otranto, bastaban para cerrarles el paso a los alemanes.

El intenso y preciso cañoneo de los buques germanos, más estables con la mar arbolada que condicionó la batalla, dio buena cuenta de los dos acorazados enemigos, que al anochecer se hundieron sin remedio, al tiempo que la flota se dispersaba por la huida de los dos cruceros ligeros. La victoria de Graf von Spee fue apabullante, ocasionando la muerte del almirante Cradock y de otros 1654 hombres frente a solo tres heridos propios, quedando el alemán como dueño de esas aguas. El golpe al orgullo de la Royal Navy resultó durísimo y en Londres no recordaban una derrota tan humillante desde 1741, a manos del almirante español Blas de Lezo, tras el fracasado asalto de lord Vernon a Cartagena de Indias. Eufóricos en Berlín por el resultado de esta batalla, el almirante Hugo von Pohl mandó un efusivo telegrama de felicitación para toda la escuadra al consulado alemán en Valparaíso.

Sin embargo, el vicealmirante Von Spee no supo aprovechar su triunfo y navegó triunfante por los puertos chilenos, luciendo su pabellón y disfrutando de los agasajos y el buen clima propio de la primavera austral. Esta demora en su ataque a las islas Malvinas, bastión del poder naval británico en el Atlántico sur, le iba a costar la vida, al dar tiempo a sus enemigos para rehacer su flota. El 11 de noviembre, el almirante John Arbuthnot Fisher (1841-1920), más conocido como el viejo Jackie Fisher y uno de los jefes más cualificados del Almirantazgo, ordenó al vicealmirante Frederick Doveton Sturdee (1859-1925) que partiera de inmediato desde Montevideo al mando del enorme crucero de batalla HMS Invincible —de diecisiete mil quinientas toneladas y ciento setenta y tres metros de eslora—, formando escuadra con los cruceros blindados HMS Inflexible y HMS Kent, poniendo rumbo a las Malvinas. Diez días después alcanzaban Puerto Stanley, donde se les unieron los buques HMS Bristol, HMS Carnarvon, HMS Cornwall, HMS Glasgow y el viejo acorazado HMS Canopus, mientras los alemanes seguían celebrando su éxito en Valparaíso.

Ignorando la presencia de los poderosos buques dispuestos para combatirlos, la flota de Graf von Spee abandonó Chile con la moral de las tripulaciones muy alta por su aplastante victoria en Coronel. En su travesía, capturaron al velero británico Drummuir, cargado de antracita, por lo que permanecieron tres días más en la isla Picton, donde se reunieron con los carboneros que les traían combustible. Confiado, el vicealmirante pensaba dar su golpe de gracia a la flota británica con base en las islas Malvinas, aunque su oficialidad le hizo ver que en la batalla de Coronel ya habían gastado la mitad de los proyectiles de 210 mm. Aun así, el 25 de noviembre la escuadra germana rodeó el cabo de Hornos y accedió así al océano Atlántico con rumbo a ese archipiélago austral. El plan de ataque consistía en desembarcar una avanzadilla de infantes de marina en la isla Soledad para apoderarse de la estación telegráfica y bombardear luego las instalaciones y los buques que encontraran en Puerto Stanley, la capital. Sin embargo, nada más llegar a las proximidades de este enclave, los alemanes divisaron las numerosas columnas de humo procedentes de los navíos anclados en los muelles, dándose cuenta de la encerrona.

Los británicos, que a su vez habían detectado la presencia del Gneisenau y el Nürnberg, dispusieron con rapidez la salida del Kent para hacerles frente, al ser el único navío con las calderas encendidas en ese momento, pero cuando el crucero ya rebasaba la salida del puerto y los buques alemanes tenían listos sus cañones para recibirlo, les llegó la orden de su almirante de rehusar el combate, perdiendo así la única ventaja que les quedaba tras haber sido descubiertos. Un par de horas después, los navíos ingleses estaban listos para iniciar la persecución de la flota enemiga, que duró más de siete horas. Al mediodía del 8 de diciembre, los tres cruceros acorazados, Invincible, Inflexible y Carnarvon, dieron alcance a los gemelos Scharnhorst y Gneisenau, iniciándose así esta dura batalla, al tiempo que los navíos Kent, Glasgow y Cornwall perseguían a los tres cruceros alemanes más ligeros.

Al cabo de tres horas seguidas de zafarrancho de combate, destrozada su cubierta y con muchas vías de agua, la nave insignia de Graf von Spee comenzó a hundirse a partir de las tres de la tarde y, atrapados en ella, el vicealmirante y los ochocientos sesenta hombres de su tripulación se hundieron con su navío en aquellas gélidas aguas. Una hora después también el Gneisenau zozobró y se fue a pique. Se salvaron ciento ochenta hombres de los ochocientos veinte que componían su tripulación, pereciendo con todos ellos el segundo hijo del almirante, el joven teniente Heinrich Reichsgraf von Spee, de solo veintiún años. En su informe oficial Frederick Doveton Sturdee escribió: «El SMS Gneisenau, incluso consumido por las llamas y sometido a las incesantes andanadas de tres de mis navíos emplazados en tres puntos diferentes, no cesó de disparar con cuanta munición y armamento quedaba a su alcance, hasta el extremo de acertar hasta tres proyectiles sobre el HMS Invincible, mi buque insignia... Su comandante Otto Maerker y todos sus hombres lucharon de un modo magnífico, con una disciplina que debió de haber sido soberbia».

Aunque Lüdecke combatió al principio de la batalla, el conde Von Spee pronto les ordenó a él y a los comandantes Haun y Karl von Schönberg, al mando respectivo del Leipzig y el Nürnberg, que abandonaran la formación y se pusieran a salvo para poder actuar como corsarios contra los mercantes británicos. Gracias a sus modernas turbinas de vapor y cuatro hélices, el Dresden podía alcanzar una velocidad de veintiocho nudos, bastante superior a la de sus enemigos, pero ese no era el caso del Leipzig, el más lento de los tres que fue alcanzado con rapidez por los cruceros Glasgow y Cornwall. Ambos navíos se abalanzaron sobre su presa cañoneando al buque alemán con tanta contundencia que lograron incendiarlo. Aun así, su tripulación no se rindió y respondió al fuego enemigo hasta consumir toda su munición, sufriendo más de doscientas bajas. Ese fue el momento elegido por el capitán de fragata Haun para ordenar el abandono de la nave y la apertura de válvulas para hundirla. De los trescientos ochenta tripulantes a bordo, apenas se alinearon en la cubierta de proa ciento cincuenta hombres, pero, como no arriaron su bandera de combate, los británicos abrieron fuego sobre ellos con sus ametralladoras, lo que provocó una carnicería. Cuando al final vieron ondear un trapo blanco, solo quedaban dieciocho marinos con vida.

Por su parte, agotada la munición de sus baterías y acorralado por el Kent, un crucero de mucho mayor porte, al capitán de navío (Kapitän zur See) Schönberg, al mando del pequeño Nürnberg, de solo 3 754 toneladas, no le quedó más opción que ordenar embestir a su enemigo. El capitán inglés J. D. Allen dejó que se acercara su rival y, cuando lo tuvo a media milla de distancia, le bombardeó con todo su poder artillero hasta lograr detener su marcha. Minutos después, el barco hundía su proa y poco después se iba a pique sin remedio. De una dotación de trescientos cuarenta y ocho hombres, solo pudieron sobrevivir siete, ahogándose o quemándose los demás, como el hijo mayor del almirante, el teniente Otto Reichsgraf von Spee, de veinticuatro años, al igual que el comandante Schönberg. Tras este enorme desastre, solo el Dresden consiguió evadirse con algunos daños y varios heridos a bordo, contemplando desde lejos la agonía del Nürnberg. Los británicos del Kent echaron un bote de salvamento al agua, pero solo consiguieron rescatar con vida a esos siete hombres. En su informe sobre la batalla, el capitán Allen escribió: «Quiero dejar constancia de mi admiración por el muy gallardo y arrojado modo como ha combatido la Marina Imperial de Alemania. El coraje y la disciplina de los oficiales y tripulantes que emprendieron tan excelente batalla debe quedar fuera de toda duda».

En efecto, nadie dudó del valor de los alemanes, pero sí quedó claro para la prensa de la época que la batalla de las islas Malvinas había sido una represalia brutal de la Royal Navy contra la Kaiserliche Marine. Pese a su rivalidad, antes de desatarse la Gran Guerra las dos armadas se admiraban entre sí, e incluso habían colaborado en esas misiones coloniales en las que mostrar el pabellón formaba parte esencial de la influencia política y económica de las potencias europeas en ultramar. El balance de aquella funesta jornada resultó, por tanto, desolador: unos dos mil doscientos marinos alemanes muertos o desaparecidos y cuatro cruceros hundidos, que dejaban el mar abierto para la marina del Imperio británico en el océano Pacífico y el Atlántico sur. En Berlín, el único consuelo fue redoblar sus esfuerzos en la guerra submarina y convertir al vicealmirante de origen danés Maximilian Graf von Spee, nacido en Copenhague, en un héroe nacional, puesto que el marino había peleado con valor y sin rendirse nunca al enemigo. Otro tanto hicieron los británicos con el almirante Christopher Cradock, víctima de la autocomplacencia del Almirantazgo. Lo irónico del asunto es que ambos rivales habían sido amigos y se tenían mucho respeto entre sí. Cuando en Valparaíso el cónsul alemán agasajó a Von Spee por su éxito y le entregó el telegrama de Von Pohl, este brindó «por la memoria de un gallardo y honroso enemigo».

La paradoja fue que Cradock ya había intuido el desastre, denunciando sin éxito al Almirantazgo que «la artillería, los proyectiles y los torpedos británicos son inferiores a los alemanes... Que tampoco hay minadores eficaces y las minas son detonadores tan poco fiables, que más bien representan un peligro para quienes las colocan que para quienes chocasen con ellas... Que los polvorines y las torretas de los nuevos cruceros rápidos están escasamente protegidos... Y la artillería naval, además de resultar imprecisa, carece del equipamiento necesario para entablar combates nocturnos, y los navíos tampoco cuentan con un mínimo armamento antiaéreo». Por lo que a las tácticas se refiere, bastantes almirantes británicos seguían combatiendo como en los tiempos de Nelson, y nada se había hecho en la Royal Navy para luchar frente a dos nuevos y relevantes factores que iban a cambiar la guerra en la mar: la eficacia de los sumergibles alemanes y el empleo de minas y torpedos, unos elementos que iban a colocar a los acorazados británicos a la defensiva, por más que Churchill urgiese a un estrecho bloqueo de los puertos del Reich. La situación llegó a ser tan apurada como se demostró con el ataque de los U-Boote a la base naval de Scapa Flow (islas Orcadas), la mayor de Gran Bretaña y que hasta entonces se consideraba inexpugnable. Aunque la incursión de los sumergibles no produjo graves pérdidas, resultó un aviso que sembró el miedo respecto al poder ofensivo de estas unidades.

Canaris, el espía y confidente de Franco

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