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El negocio de las reliquias en la Edad Media

Una intensa devoción por los restos de santos generó un comercio lucrativo.

Fran Navarro

En la Europa medieval existió un intenso interés por las reliquias religiosas. Cuerpos enteros, parte de ellos, telas y los objetos más diversos relacionados con las vidas de los santos de la Iglesia fueron venerados como objetos sagrados a los que se atribuían el poder de curar enfermedades. Desde las grandes catedrales a la ermita más humilde de cualquier rincón de la cristiandad, todas las sedes religiosas mostraban con orgullo alguna reliquia. El fervor masificado hacia estos objetos se acabó convirtiendo en un lucrativo negocio plagado de fraudes y tráfico de reliquias robadas. Se dieron situaciones absurdas debido a una demanda desmesurada que, aunque más sosegada, sigue presente hoy día con la venta de reliquias por internet.

Santificados sean tus huesos

La iglesia del Santo Sepulcro se levantó donde supuestamente Cristo fue enterrado. La Catedral de Santiago, la basílica de San Pedro o la de San Marcos en Venecia dan cobijo a los restos de los apóstoles que nombran sus respectivos templos. Siguiendo esta dinámica podríamos enumerar infinidad de ejemplos en toda Europa. La posesión de los restos de un santo durante la Edad Media, aseguraban la atracción de peregrinos y donaciones, por lo que las reliquias empezaron a tomarse como un escaparate necesario para cualquier santuario cristiano que quisiera prosperar.

Entre los siglos XI y XVI, Europa asistió a un apogeo del culto a las reliquias. Los feligreses ya no solo acudían a rezar ante las representaciones artísticas de sus santos, sino que presenciaban restos directos de los personajes sagrados a quienes dirigían sus plegarias. En palabras de Javier Ramos:

“Al hacer presente al santo de una manera más directa e inmediata que su propia imagen, las reliquias ofrecían garantías al creyente medieval y satisfacían mejor sus ansias de proteccionismo espiritual, al tiempo que le ayudaban a afianzar y consolidar su fe”.

En semejante contexto, además de su carácter sagrado, las reliquias eran objetos de poder. Un comercio internacional se desplegó en toda Europa para satisfacer la altísima demanda de reliquias, al punto de que la situación requirió de un ajuste por parte de las autoridades eclesiásticas para frenar lo que se había convertido en un lucrativo y abusivo negocio.

Un desmadre divino

El IV concilio de Letrán quiso frenar en 1215 la veneración de reliquias falsas, advirtiendo que solo eran sagrados aquellos objetos con “certificado de autenticidad”. En la actualidad, el Vaticano cuenta con un organismo para aprobar reliquias de primer nivel. Porque sí, existe una clasificación que diferencia las reliquias en insignes, notables y mínimas según el santo (y la parte del santo) con el que se relacionen.

Era de esperar que las críticas más duras hacia esta actividad viniesen del lado protestante. Calvino publicó en 1543 su “Tratado de las reliquias” para señalar lo fraudulento y absurdo que llegaba a ser el fervor a huesos y telas:

“Un hueso de ciervo que pasaba por el brazo de san Antonio, una esponja que se adoraba como si fuese el cerebro de san Pedro, e incluso la huella de las nalgas de Jesús”.

El humanista Alfonso de Valdés también escribió escandalizado por el asunto:

“El prepucio de Nuestro Señor yo lo he visto en Roma y en Burgos, y también en Nuestra Señora de Amberes, y la cabeza de san Juan Bautista en Roma y Amiens. Pues apóstoles, si los quisiésemos contar, aunque no fueron sino doce y el uno no se halla y el otro está en las Indias, más hallaremos de 24 en diversos lugares del mundo. Los clavos de la cruz escribe Eusebio que fueron tres... y ahora hay uno en Roma, otro en Milán y otro en Colonia, y otro en París y otro en León y otros infinitos. Pues de palo de la cruz dígoos de verdad que si todo lo que dicen que hay della en la cristiandad se juntase, bastaría para cargar una carreta”.

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Dibujo de un cadáver


Entre lo inocente y lo macabro

Oro, plata y piedras preciosas se utilizaron en grandes cantidades para fabricar relicarios que contenían todo tipo de objetos. Fragmentos óseos, restos de carne, vísceras como el corazón de Santa Teresa o secreciones como leche de la Virgen. Se veneraron incluso telas que habían estado en contacto con algún santo, instrumentos de tortura utilizados con algún mártir y hasta arena del Coliseo donde éstos murieron.

Las autoridades religiosas tuvieron que vigilar de cerca sus reliquias debido a los constantes robos que se sucedían. La obsesión por estos objetos puede tener entre sus máximos exponente al rey Felipe II. Del monarca español se señaló una “avaricia santa” por llegar a reunir una colección de más de 7 000 reliquias en el palacio de El Escorial.

En 2017 y debido a un aluvión de reliquias católicas ofrecidas como objetos en venta en diversas plataformas de internet, la Santa Sede publicó una normativa que prohibía la venta y exposición desautorizada de dichos objetos. Más de ocho siglos después, la Iglesia sigue insistiendo en que se necesita un certificado de la autoridad eclesiástica para garantizar la autenticidad de la reliquia.

Referencia:

Callejo, J. Reliquias. El comercio sagrado de la Edad Media. Historia National Geographic 163, 106-121.

Ramos, J. 2020. La España Sagrada. Historia y viajes por las reliquias cristianas. Arcopress.

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