¿Cómo se planeó y ejecutó el asesinato de Julio César?
El asesinato del dictador romano (que no emperador, ojo con esto) Julio César, es quizás uno de los magnicidios más conocidos de toda la historia. Sin embargo, el plan que terminó con el famoso conquistador de las Galias masacrado a puñaladas por, incluso, alguno de sus familiares, tuvo una serie de detalles y motivaciones, sobre todo, de índole político que quizás no conocías y que sin duda, merece la pena descubrir.
Para poner las cosas en contexto, hay que decir que tras una larga guerra civil contra su antiguo compañero Pompeyo que duró cuatro años, a finales de julio de 46 a.C., César regresó victorioso a Roma. Un triunfo que le otorgó un poder enorme. Tanto, que el Senado legitimó su posición nombrándolo dictador por tercera vez por un plazo sin precedentes de diez años. Tras esto, César, para ganarse su simpatía y apoyo, se mostró benevolente y amnistió a los senadores que se le habían opuesto durante el conflicto contra Pompeyo. Algo que con el tiempo se reveló como un gigantesco error, pues la gran mayoría de los sesenta implicados en su muerte estuvieron entre los perdonados.
Curiosamente hasta principios del año 44 a.C., el dictador había contado con la protección de una experimentada escolta de auxiliares hispanos. Sin embargo, como demostración de confianza y normalidad política, decidió licenciarlos y “liberarlos” automáticamente de su tarea.
Según se cree, aunque esto no está documentalmente probado, la causa que motivó la conspiración estuvo en que muchos senadores empezaron a ver cómo el poder adquirido por el general podría terminar con el establecimiento por su parte de un sistema autocrático parecido a una monarquía. Algo que, sin duda, acabaría por liquidar la República y de esta forma, diluir totalmente el poder real y los privilegios que el Senado tenía en la vida política de Roma.
Por ese motivo, durante los llamados “idus de marzo" (el día 15 de dicho mes) del ya mencionado 44 a. C., un grupo de senadores, liderado por Servilio Casca, Cayo Casio Longino y Marco Junio Bruto, hijo adoptivo del dictador, convocaron a César al Foro con el pretexto de leerle una carta de peticiones, entre las que estaba el devolver todo el poder efectivo a esa institución. Según cuentan las crónicas, Marco Antonio, íntimo amigo de Julio, al que le habían llegado rumores de un posible complot, temiendo lo peor, se dirigió al lugar donde habían citado al propio César e intentó pararlo, sin éxito, en las escaleras antes de que entrara a la reunión con los senadores.

Julio César cuadro Camuccini
Ya en el interior, un grupo de conspiradores condujo a César a una habitación apartada donde uno de ellos, Tulio Cimber, le entregó la petición. Cuando este comenzó a leerla, el propio Tulio tiró de su túnica, provocando que César le gitrase “Ista quidem vis est?” (¿Qué clase de violencia es esta?). Acto tras el cual, el propio Casca, sacando una daga, le provocó un profundo corte en el cuello, llevando de nuevo a César a exclamar, tapándose la herida “¿Qué haces Casca? ¡villano!”. Y es que conviene recordar que era un sacrilegio portar armas dentro de las reuniones del Senado.
El agresor, asustado por el grito acusatorio de César, exclamó: “¡Socorro, hermanos!”, y, en respuesta, todos los conjurados se abalanzaron violentamente sobre el dictador, incluido su hijo adoptivo Marco Junio Bruto. De esta forma, gravemente herido, intentó salir del edificio para pedir auxilio, pero, debilitado por los cortes, tropezó y cayó al suelo.
Los conspiradores continuaron apuñalándole sin piedad mientras yacía indefenso en las escaleras del pórtico. De acuerdo con los historiadores Eutropio y Suetonio, al menos 60 senadores participaron en el magnicidio, recibiendo un total de 23 puñaladas, de las que, si aceptamos la narración del propio Suetonio, solamente una, la segunda, fue mortal. Las últimas palabras de César, sobre las que se ha escrito mucho, la verdad es que no están claras, siendo la versión más famosa la que asegura que exclamó retóricamente: “¿tu también Bruto?”, refiriéndose a su hijo.
Tras el asesinato, los conspiradores huyeron, dejando el cadáver de César a los pies de una estatua de Pompeyo. Allí lo recogieron tres esclavos que lo llevaron a su casa, lugar donde Marco Antonio lo recogió y se lo mostró al pueblo, que quedó conmocionado.
Después de este traumático acontecimiento volvió a estallar una virulenta guerra civil entre su sobrino-nieto César Augusto, a quien en su testamento había nombrado heredero, y el propio Marco Antonio, que culminaría con la caída de la República y el nacimiento de una especie de sistema monárquico, que se conoció como Principado.
Irónicamente, la conspiración y el magnicidio se revelaron a la postre inútiles porque en vez de evitar la llegada de un sistema plenamente autocrático, provocaron lo contrario, el establecimiento de uno bien firme que llegaría a dominar durante varios siglos casi todo el mundo conocido por aquel entonces: El Imperio Romano.
Referencias:
Holland, T. (2005). Rubicón: Auge y caída de la República romana. Planeta. Cap 10-11.
Goldsworthy, A. (2011). César - La biografía definitiva. La esfera de los libros. Cap 5-6.