¿Cómo eran los harenes en la realidad?
El harén sigue evocando imágenes de sensualidad, placer y sometimiento sexual de las mujeres. ¿Qué hay de cierto en todo ello?
Un paraíso de odaliscas tendidas sobre grandes cojines perfumados que esperan la llegada del sultán. Un lugar celado a la mirada hecho de belleza y sensualidad. La falsa mitología del harén todavía sigue muy presente en la cultura occidental. No es raro escuchar de un hombre que trabaja rodeado de mujeres que tiene un harén a su disposición. Esto mismo se decía de las computadoras de Harvard, el equipo de astrónomas del Harvard College de Cambridge que contribuyó a cambiar el modo en el que se clasificaban las estrellas. Se las conocía como el Pickering’s harem, el harén de Charles Pickering, responsable del proyecto.
Aún pervive la imagen del harén como un espacio cerrado dentro de las casas de la tradición islámica que, poblado por mujeres jóvenes y bellas, estaba reservado al placer del hombre. Esta construcción que la imaginación occidental ha hecho del harén deriva, en gran medida, de una perspectiva orientalizante que convierte en exótico cualquier expresión cultural procedente del exterior de la propia cultura de pertenencia. Esta percepción subjetiva se ha visto alimentada por la literatura y el arte, por la recreación artística de los palacios y la corte del Sultanato Otomano, y por novelas como Las desencantadas de Pierre Loti. La idea del harén como espacio de subyugación sexual de las mujeres, permanentemente vigilado para asegurar su integridad, por tanto, resulta tendenciosa y responde, más bien, a un deseo occidental.
¿Qué es un harén?

Harén Trípoli
El harén es una realidad histórica cambiante que ha mutado en el espacio y en el tiempo. El término deriva del término árabe ḥarām, que se asocia a los significados «prohibido», «protegigo» y «sagrado». Este concepto mutable puede hacer referencia tanto al espacio que, situado dentro de la unidad doméstica islámica, se reserva a las mujeres de la familia como al grupo humano constituido por las mujeres — esposas, concubinas y familiares— que habitan ese espacio.
Disponer de un harén era un signo de estatus que indicaba la pertenencia a la elite social. Reunía a mujeres de varias generaciones, tanto esposas y esposas secundarias como ancianas, además de niños y niñas y personal doméstico. Constituía una pieza de un engranaje familiar, económica y social mayor, mucho más complejo. Se conocen los casos históricos de Bizancio, al-Andalus y, de manera especialmente influyente en la formación del imaginario occidental, el Imperio Otomano, entre muchos otros. El vocablo «harén» también se ha aplicado a realidades socioculturales previas al advenimiento del islam, como en el caso de la Mesopotamia antigua, y esto trae problemas.
El caso de los 'harenes' de la Mesopotamia antigua

Mujeres terracota
Aunque la escuela asiriológica francesa ha popularizado el uso del término en los estudios sobre Mesopotamia, quizás no sea apropiado utilizar «harén» para denominar fenómenos históricos que anteceden al islam. Usar un vocablo semánticamente tan cargado como este, aunque resulte práctico, nos lleva a proyectar automáticamente al pasado una realidad cultural distinta. En los textos sumeroacadios, el término original que suele traducirse por «harén» es e2-munus «casa de las mujeres», una expresión que se atestigua al menos desde el 2500 a.C.
Estas «casas de las mujeres» o «residencias de las mujeres» eran espacios reservados a las mujeres en las estructuras palaciales mesopotámicas de ciudades como Mari, Nimrud y Nínive. Estaban formados por las mujeres ligadas a la figura del rey. La práctica de la poligamia tenía una función eminentemente política y las uniones matrimoniales servían para establecer alianzas políticas con otros poderes y reinos. Las mujeres del e2-munus, además, también podían convertirse en botín de guerra. No era infrecuente que los reyes vencedores en un conflicto bélico se apropiaran de las inquilinas y las integraran en sus propios harenes: en el siglo XVIII a.C., lo hizo Zimri-Lim de Mari con el harén de Yasmah-Addu.
Las casas de las mujeres constituían unidades económicas de cierta entidad. En ellas se empleaban artesanos, trabajadores y personal doméstico, incluso a centenares. Las mujeres de las elites que las habitaban poseían joyas, piedras preciosas y otros bienes que manifestaban su estatus. Gestionaban propiedades, alimentos y otras mercancías que entraban en la unidad doméstica, y podían ocuparse de ciertos aspectos del culto. Estos espacios eran núcleos de poder político y entre sus paredes podían forjarse alianzas o tramarse intrigas. De hecho, a menudo avivaron las tensiones entre la esposa principal y las esposas secundarias. La correspondencia cuneiforme de Mari, por ejemplo, nos descubre situaciones como la de Inib-šarri, la hija del rey de Mari Zimri-Lim. En una de las misivas que escribió a su padre, se quejaba de la infelicidad de su vida matrimonial con el rey de Ašlakka —una unión de puro interés político—, pues su marido se resistía a renunciar a la esposa principal.
Referencias
Durand, J.-M.; Margueron, J. 1980. La question du Harem Royal dans le palais de Mari. Journal des Savants 4: 253-280.
Solvang, E.K. 2006. Another Look ‘Inside’: Harems and the Interpretation of Women, en S.W. Holloway (ed.), Orientalism, Assyriology and the Bible, pp. 374-398. Hebrew Bible Monographs, 10. Sheffield: Sheffield Phoenix Press.
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