John Dee, mago y científico en la corte de Isabel I
Matemático, geógrafo y mago, John Dee fue una de las figuras más extraordinarias del período isabelino.
¿Pueden la magia y la ciencia ir de la mano? Durante el Renacimiento, ambas áreas recorrían las vías de un mismo camino: el de la búsqueda de conocimiento a través del estudio. Intelectual del período isabelino y consejero de la mismísima reina, John Dee (1527-1608) fue, quizás, el mejor exponente de la unión de lo espiritual y lo intelectual, del conocimiento práctico y la intuición de lo sobrenatural.
Fue tal su fama en vida, que se considera que William Shakespeare se inspiró en él para crear el personaje de Próspero en la obra teatral La tempestad. Dee se formó en sedes universitarias tan prestigiosas como el Trinity College de Cambridge. Fue un destacado matemático, geógrafo y traductor. Sus conocimientos astrológicos, que practicó también en beneficio de la reina Isabel I, le valieron el arresto domiciliario en 1555. Predijo, a través de la astrología, que el reinado de María I de Inglaterra, la monarca que entonces ocupaba el trono británico, no tardaría en caer. Las cartas en las que informaba de esto a Isabel, aspirante a la corona, fueron interceptadas por los espías al servicio de la reina y Dee pagó viéndose privado de su libertad.
Un sabio al servicio de la monarquía

Dee Elizabeth
En 1558, año de la coronación de la reina, las tornas cambiaron. John Dee fue nombrado consejero real, responsable de asesorar a la monarquía en un gran número de materias, desde la geografía a la medicina. El trabajo del sabio, que se había formado con cartógrafos como Pedro Núñez y Gerardus Mercator, fue esencial para programar varios de los viajes de exploración geográfica, como las que se realizaron en Canadá bajo Martin Frobisher a la cabeza, que la corona auspició.
Colaboró, además, en la creación de los servicios secretos de la corona. Entre los cometidos de esta unidad se contaban proteger a la reina de confabulaciones, del espionaje y las traiciones que podían surgir del enfrentamiento entre españoles e ingleses, y recabar información útil para vencer en la guerra marítima contra el poder de los españoles, entonces una potencia global.
John Dee, por otro lado, gozó de gran renombre por su rica biblioteca personal, que superaba los 4000 volúmenes entre libros impresos y manuscritos. Fue una de las más vastas de su época e incluía obras sobre ciencias, filosofía, óptica, astronomía y alquimia. En los márgenes de estos volúmenes, Dee añadió anotaciones, observaciones y diagramas nacidos de un estudio intenso y continuado. El tesoro del bibliófilo, sin embargo, recibió un duro golpe cuando parte de la biblioteca fue vendida por su cuñado Nicholas Fromond. Por si esto no bastase, otras figuras anónimas se dedicaron a robar volúmenes aprovechando el largo viaje que John Dee emprendió por Europa en 1583.
Las prácticas mágicas de John Dee en la Inglaterra de los Tudor

Dee Kelly
John Dee concebía la naturaleza como una expresión de lo divino. Todo estaba interrelacionado, los cielos y la tierra, y en lo visible se manifestaba lo invisible, el poder del Dios creador y la unidad de la naturaleza. Desde esta perspectiva, a través de lo empírico, de lo concreto y lo minúsculo podía llegarse a la divinidad. Así, Dee defendió la utilidad de las matemáticas tanto en los asuntos cotidianos como en aquellos de mayor trascendencia. Sostenía que, a través del saber matemático, podían revelarse los misterios de lo divino.
Las ciencias, la religión y la magia, por tanto, eran caminos igualmente válidos para acercarse a Dios, y John Dee los recorrió todos. En su intento por desvelar los secretos de la creación, Dee se dedicó a invocar ángeles con la intermediación del médium Edward Kelly, se interesó por la filosofía hermética y por encontrar la piedra filosofal.
Afirmaba poder comunicarse con los ángeles a través de instrumentos como los espejos. El análisis de laboratorio de uno de los espejos de su colección, fabricado en obsidiana y actualmente conservado en el Museo Británico, ha demostrado su origen azteca. Dee también usó bolas de cristal (según palabras del propio Dee, una de ellas le fue entregada por el ángel Uriel en 1582) y un espejo de Claude, originalmente utilizado por pintores. El mago científico usó todos estos globos para practicar el scrying o cristaloscopia, una técnica adivinatoria que se basa en la observación fija de una esfera de cristal hasta que se manifiesten imágenes susceptibles de ser interpretadas.
Ese interés poliédrico e ilimitado por el conocimiento abocó a John Dee al fracaso. Su personalidad compleja, movida por una voluntad total de conocimiento y por el deseo de revelar las conexiones íntimas entre magia y ciencia, pecó de cierta credulidad y pagó las consecuencias. Como el frenético polímata que era, intentó encontrar en el mundo material la revelación de lo espiritual utilizando, para ello, todos los medios a su disposición.