El pasaporte, historia de un documento
Los pasaportes contemporáneos tienen antecedentes en el mundo bíblico y medieval.
El pasaporte es un documento que, emitido por las distintas autoridades nacionales, prueba la nacionalidad de la persona que lo exhibe. Quien lo posee, en ocasiones en combinación con el visado, dispone de autorización para realizar desplazamientos internacionales y cruzar fronteras. El formato estandarizado que conocemos actualmente, sin embargo, tiene un origen reciente. La idea de un documento de identificación que fuese reconocido por todas las naciones del mundo surgió tras los nuevos equilibrios internacionales nacidos al calor de la Primera Guerra Mundial.
Del salvoconducto al pasaporte

Paiza mongola
El término «pasaporte» deriva de la expresión tardomedieval passe y port. Hacía referencia al documento que permitía a los comerciantes transportar mercancías a través de las puertas de las ciudades fortificadas. Sin embargo, la antigüedad de los documentos que autorizaban el cruce de los confines geográficos y la libre circulación por territorios extranjeros se remontan a la antigüedad.
El salvoconducto era un documento que autorizaba a una persona extranjera a moverse dentro de las fronteras del país y le garantizaba su incolumidad. Solían exhibirlos los diplomáticos y personalidades políticas y militares responsables de llevar a cabo tratativas con un poder enemigo y, en general, podían emitirlos monarcas, gobernadores e incluso sacerdotes. Ya en el libro bíblico de Nehemías se testimonia cómo el rey persa Artajerjes entregó a Nehemías una carta oficial para que pudiese viajar por Judea bajo el amparo de la figura real.
Otros documentos que identificaban a la persona como servidor o representante del rey se encuentran atestiguados a lo largo de la historia. Marco Polo, en sus descripciones de la corte de Kublai Kan, dejó constancia de las paizas de los mongoles. Se trataba de tablillas que llevaban los oficiales y nobles mongoles y que los identificaban como miembros de la elite de poder. Quienes las poseían, estaban autorizados a exigir bienes y servicios de la población común.
A partir del siglo XVIII, algunos reinos y monarcas, como Federico Guillermo I de Prusia, decidieron crear pasaportes para controlar y limitar el vagabundeo y la libre circulación de personas. A través de estos documentos, las autoridades podían poner freno al éxodo del campo a la ciudad o impedir que grupos considerados peligrosos por las elites en el poder, desde revolucionarios a partidarios de determinadas facciones polñiticas, pudiesen abandonar el país. Es a partir de este momento que las autoridades nacionales, con el rey a la cabeza, son las únicas capacitadas para expedir pasaportes.
Un tratado firmado en 1850 entre los estados alemanes proveyó documentos estandarizados que permitían la libre circulación dentro de los países que integraban la Confederación Alemana. Solo los pudientes, con riqueza suficiente para cubrir sus gastos y necesidades, podían aspirar a tener uno de estos pasaportes. Algunas décadas después y al calor de las grandes olas migratorias en dirección a América, en 1901, Italia aprobó una ley que obligaba a los migrantes italianos a disponer de un pasaporte que acreditase su identidad. Las políticas de los distintos países, sin embargo, basculó entre el control y la relajación hasta que la Primera Guerra Mundial obligó al establecimiento de nuevas reglas internacionales.
La creación del pasaporte tras la Primera Guerra Mundial

Pasaporte Japón
Durante las grandes migraciones de los siglos XIX y principios del XX hacia el continente americano, bastaba el registro en el momento de llegada al país de destino, un control médico y, si se estimaba necesario, un período de cuarentena antes de ser admitido. En 1914, Gran Bretaña emitió el primer pasaporte moderno de las islas. Constaba de un folio doblado en ocho, con una cubierta de cartón y una validez de dos años. En él se especificaban los datos de identificación de la persona, como el nombre y los rasgos físicos, y se acompañaba de una foto.
La Gran Guerra obligó a las distintas potencias a forjar un equilibrio que facilitase la armonía política y evitase en el futuro enfrentamientos fatales. La Sociedad de las Naciones fue la encargada de impulsar la creación de un tipo de pasaporte que pudiese ser fácilmente reconocible por los distintos poderes nacionales. El pasaporte sirvió, además, para controlar de una manera mucho más rígida la inmigración y los movimientos de población, un control que acabó pesando sobre los cepos sociales más desfavorecidos.