¿En qué consistió el 'complot de los cabos'?
Fue uno de los intentos de asesinato de Francisco Franco. En esta ocasión, ideado por dos militares de convicciones republicanas.
Hablemos sobre el intento conocido como “el complot de los cabos”. Todo comenzó al filo de la medianoche del 17 de julio de 1936, momento en que empezaron a darse los primeros pasos para llevar a cabo la sublevación militar. En la ciudad de Ceuta, al Batallón de Cazadores de Serrallo número 8 se le ordenó participar en la toma del control de la ciudad norteafricana. A él pertenecían los cabos veteranos José Rico y Pedro Veintemillas, soldados de profundas convicciones republicanas.
Los dos suboficiales patrullaban por las calles de la ciudad, cumpliendo con las órdenes recibidas de sus superiores, cuando observaron cómo grupos de falangistas armados detenían a civiles y asaltaban sedes de organizaciones políticas y sindicatos, mientras pegaban en las paredes pasquines con el bando firmado por Franco que establecía el estado de guerra, la disolución de los partidos y la prohibición del derecho de reunión.
Al amanecer del 18 de julio, Rico y Veintemillas regresaron al cuartel. Indignados por lo que habían visto, se reunieron con los también cabos Anselmo Carrasco y Pablo Frutos y entre los cuatro estuvieron discutiendo sobre qué podían hacer para frustrar la sublevación militar que estaba en marcha contra la República. Ante el alcance que empezaban a tomar los acontecimientos, ese mismo día celebraron un segundo encuentro en el que José Rico se ofreció para matar a Franco, en un intento desesperado por detener el golpe en la ciudad norteafricana.
El plan de Rico era simple: disparar a bocajarro contra el general cuando estuviese pasando revista a las tropas formadas en el patio central de la comandancia. Cometido el atentado, los soldados liderados por los cabos implicados en la trama reducirían al resto de la guarnición, apuntando con sus fusiles desde las ventanas del primer piso del acuartelamiento e impidiendo así cualquier intento de resistencia. Con Franco eliminado, un segundo grupo de soldados amotinados contra los golpistas recorrería la ciudad para informar de su muerte y recabar el apoyo de la población.
Decididos a todo, la tarde del 18 de julio Rico solicitó estar de guardia en la entrada principal del cuartel con la intención de ser el primero en enterarse de la llegada de Franco y avisar al resto de implicados. Durante la guardia compartió vigilancia con el cabo Rodríguez, compañero de armas que desconocía sus intenciones. En su testimonio ante el consejo de guerra que procesó a los que participaron en el intento de atentado, éste último declaró que “(...) José Rico me preguntó qué me parecía el Movimiento. Le contesté que llevaba dos días de servicio y que no me había informado, y él respondió que éste Movimiento iba contra el Gobierno, y que si nosotros fuéramos hombres deberíamos ponernos a favor de ellos e ir contra nuestros oficiales y jefes. Añadió que ya había implicado a los seis centinelas de la guardia. Y en el momento en que empezaran los disparos me tenía que poner a las órdenes de Anselmo Carrasco y Pedro Veintemillas”.
Los cabos y soldados que participaron en el complot lo tenían todo planeado. Sabían que Franco aterrizaría en Tetuán a bordo del famoso avión Dragon Rapide y que en pocas horas se presentaría en la comandancia de Ceuta. Sin embargo, la tensión que atenazaba a los jóvenes soldados de reemplazo por la trascendencia que podía tener el atentado provocó que uno de ellos fuese a ver al coronel al mando para contarle el plan trazado por los cabos fieles a la República. Alarmado por lo que acababa de escuchar, el coronel ordenó la detención de todos los implicados antes de la llegada de Franco, frustrando así el atentado.
El 20 de julio los detenidos fueron trasladados a la prisión militar del Monte Hacho en Ceuta. El día 26 se dio inicio al procedimiento para someterlos a un consejo de guerra. En la madrugada del 21 de enero de 1937, cuando aún no se había celebrado éste, un grupo de falangistas entró en la prisión y con total impunidad sacó de sus celdas a los cabos Veintemillas y Marcos. Horas después, sus cuerpos sin vida aparecieron en el depósito de cadáveres del cementerio con un tiro en la cabeza. Los cuerpos acabaron siendo enterrados en una fosa común.
Dos meses más tarde tuvo lugar el consejo de guerra contra los que seguían en prisión. El juez de la causa, el teniente coronel Buesa, dictaminó el veredicto de culpabilidad acusándoles de traidores a la patria. En la madrugada del 17 de abril de 1937 fueron fusilados el sargento Garea, los cabos Rico, Carrasco y Lombau, y el soldado Navas, en el exterior de la prisión de Monte Hacho por un pelotón de regulares de Ceuta.