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Todo empezó con Homero. Conjuras en la era de la posverdad

Las teorías de la conspiración no se empezaron a estudiar específicamente hasta que el Holocausto nazi probó hasta dónde llega el uso de complots inexistentes

Las conspiraciones han existido, al menos, desde el siglo VIII a.C. Los héroes de las obras de Homero son seres humanos que intentan huir de un mundo ya organizado, de las tramas tejidas por los dioses. Así que la cosa viene de muy lejos. “¿Acaso Caín no pretendía transformar el orden establecido al asesinar a su hermano Abel y rebelarse ante Yavé? ¿O Eva, su madre, con el complot de la manzana”, plantea el historiador Josep Antoni Borrell, quien concluye que, “desde un principio, conspirar ha estado unido a las más bajas pasiones humanas”. Con el tiempo, los dioses grecolatinos cayeron en desgracia y conspiradores de carne y hueso, tan malvados como poderosos, ocuparon su lugar: templarios, cátaros, brujas, masones... Ellos parecen ser los causantes de los males que sufrimos.
Pese a su largo recorrido, las teorías de la conspiración no se empezaron a estudiar específicamente hasta que el Holocausto nazi probó hasta qué límites podía llegar el uso de complots inexistentes. Los protocolos de los sabios de Sion, los supuestos planes judíos para dominar el mundo, salieron a la luz en Rusia en 1905 en un texto falsificado. La imagen del judío avaro y diabólico que daban se extendió por el mundo. Tanto, que Henry Ford, el magnate estadounidense de la industria automovilística, puso dinero de su bolsillo para que se publicasen.
En Europa tuvieron un gran eco social, cuajando especialmente en Alemania en general y en un joven amante de los discursos incendiarios, llamado Adolf Hitler, en particular. Que los protocolos fueran una farsa, un plagio de un pretendido complot de Napoleón III que alguien adaptó para culpar a los judíos de todas las desdichas de sus congéneres, no evitó que legitimaran al Führer y sus secuaces en su discurso antisemita y la aplicación de la Solución Final. Es hasta hoy la teoría de la conspiración de mayor calado: una mentira orquestada, un fake malintencionado que dio alas a una idea enfermiza que costó la vida a más de seis millones de judíos y que sigue siendo un referente para algunos grupos neonazis. Como señala el psicólogo Miguel Perlado, experto en sectas, “hay mezcolanza entre las conspiraciones y la extrema derecha, las conspiraciones y la New Age, que hacen aún más complejo el fenómeno”.
¿Por qué tantos alemanes de los años treinta se creyeron los protocolos? ¿Por qué algunos terrícolas del tercer milenio aceptan las disparatadas conjeturas sobre el coronavirus, carentes de la mínima base científica? ¿Son experiencias equivalentes? Aquí, Perlado y López-Borrull coinciden. Para el primero, “hay muchos factores atrayentes en las teorías conspirativas, pero uno suficientemente significativo es que nos ofrecen respuestas, por inverosímiles o fantásticas que pudieran parecer, a situaciones complejas. Y eso nos tranquiliza en un primer momento, aunque luego su propia naturaleza puede introducir otro elemento más de inquietud y ansiedad”. Ante una realidad cada vez más ininteligible, “una respuesta simple como ‘nos están engañando’ tranquiliza a la corta. Puedes convivir con un porcentaje de gente negacionista, pero cuando el 40% de la población no se quiere vacunar tienes un problema”, apunta López-Borrull.
Si el proyecto para acabar con un poder establecido triunfa, se habla de proceso histórico inevitable, como en el caso de la toma de la Bastilla y el fin del Antiguo Régimen en 1789. Si fracasa, se habla de revuelta y sus promotores son acusados de sedición y traición. “¿Qué diferencia hay entre las revueltas rusas de 1905 y la de 1917? ¿Y entre la reforma religiosa de los cátaros en el siglo XIII y la de Lutero en el XVI?”. Que, como afirma Josep Antoni Borrell, “las primeras fracasan y las segundas tienen éxito. Cada época tiene sus métodos, pero para que una conjura triunfe debe reunir ciertos ingredientes: secretismo, una buena organización, una clara suma de intereses y alianzas entre los impulsores y una buena comunicación de la insurrección”.
¿Tienen la conspiración para matar a Julio César y la del asalto al Congreso de los incondicionales de Trump puntos en común? Según Borrell sí, más aún en tanto que ambas fracasaron. “El triunfo republicano en 1931, la caída del Muro de Berlín en 1989, la victoria electoral del PSOE tras el 11-M..., ¿fueron fruto de conspiraciones? El problema ante determinadas propuestas de transformación social o política es la etiqueta que a veces lleva implícito cada intento no consolidado, que definimos peyorativamente como conspiración”, explica.
Aun así, a medida que el mundo se hace más y más complicado, las tramas conspirativas van in crescendo. “Han sido un ruido constante de fondo durante al menos los últimos 100 años”, asegura el profesor Joe Uscinski, autor de American Conspiracy Theories. En el marco de la cultura del espectáculo en la que vivimos, conceptos como conspiración, complot o conjura nos remiten a organizaciones e intentos de cambio social y político excesivamente marcados por su secretismo y su apariencia: la masonería, ciertas organizaciones terroristas, el Opus Dei, el Club Bilderberg, la Internacional comunista... Quien esté libre de caer en las garras de una teoría conspirativa, que tire la primera piedra. Para Borrell, “estamos en la era de la posverdad y creemos que gracias a la tecnología hemos alcanzado el sueño de los ilustrados: el saber total, que nos permite superar las supuestas manipulaciones de las élites. Nada más lejos de la realidad”. Aunque la manera de conspirar no ha variado mucho, sí lo ha hecho la de acercarnos a esas conspiraciones, por su presencia en los medios de comunicación supuestamente serios y su hiperventilación en las redes. De ahí el éxito social de los negacionistas de las vacunas. Hoy, cuando hay sociedades alfabetizadas al 99,99%, nos creemos libres de la manipulación, pero no es así. “La diferencia es que, ahora, quien quiera ser verdaderamente crítico y pretenda profundizar en un determinado tema tiene unas posibilidades de las que sus abuelos jamás dispusieron y que van mucho más allá de un simple clic de Internet”, opina Borrell.
En nuestra mano está parar de lanzar, sin más, la pelota de la culpa al tejado ajeno y admitir nuestra parte de responsabilidad en cómo va el mundo. Abandonar la simplista dicotomía entre malvados en la sombra y buenos que dan la cara. El doctor No es un personaje de ficción y el agente 007 también.

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