Vanitas, el arte de la fugacidad de la vida
Popular en el Barroco, la vanitas es un motivo artístico que reflexiona sobre la caducidad vital.
Una vida de tránsito
La vanitas es la pintura de las ruinas, del humo y de las velas apagadas. Estas composiciones pictóricas que florecieron especialmente durante el período del Barroco, con su abundancia de calaveras y naturalezas muertas, evocaban la fragilidad de la existencia. Estos motivos se cultivaron en una variedad de soportes y medios, desde frescos y grabados hasta lienzos e incluso objetos como copas, colgantes y abalorios. El mensaje que transmitían no admitía dudas: la muerte iguala a ricos y pobres.
Sin embargo, en ese recordatorio de la transitoriedad de la vida, se invitaba a disfrutar de sus placeres como ya los romanos hiciesen con la larva convivialis y el motivo del esqueleto copero. La vanitas también bebe de las danzas macabras medievales que enfatizaban la proximidad de la Negra Señora y de los triunfos de la muerte, en los que se mostraba la ruindad de los actos de los hombres y la futilidad de los placeres terrenales.
Vanidad de vanidades, ¡todo es vanidad!

Steenwicjk Vanitas
En la vanitas se incluyen motivos como las pompas de jabón, las mariposas y los cuchillos, las calaveras desdentadas y los ramos de flores para transmitir su mensaje. La vida frágil e interrumpida habla de la frivolidad, de la vanidad inútil y de los pecados a los que sucumbe el ser humano: el orgullo, la avaricia, los celos. El mundo en esta tierra es vano y pasajero frente a las promesas de vida eterna y las recompensas espirituales.
El motivo de la vanitas trata fundamentalmente tres tipos de mensaje. Por un lado, explora la vanidad de los objetos, que simbolizan los placeres, la riqueza y el poder. La suntuosidad de las joyas y los bienes de prestigio, de los libros, las jarras y las copas evocan la vida en sus vertientes contemplativa, práctica y voluptuosa. El segundo mensaje de la vanitas aborda la transitoriedad de la vida humana, y lo hace a través de los esqueletos, las clepsidras y las flores marchitas. La tercera de las vertientes trata la noción cristiana de la resurrección y, para ello, utiliza símbolos ligados a la vida eterna como las mariposas, las cruces y los laureles.
Los objetos que se incluyen en las representaciones de la vanitas muestran, además, un carácter fuertemente alegórico que enfatizan el tema del vacío. Vanitas, de hecho, deriva del latín vanus «vacío». A veces, los cuadros se acompañan de leyendas como sic transit gloria mundo («así pasa la gloria del mundo») y memento mori («recuerda que vas a morir»). La vanitas también puede incluir representaciones humanas, especialmente niños que hacen pompas de jabón o putti que sujetan una calavera. Con la vida, parecen decir, uno se acerca a la muerte.
Disfruta el momento

Peeters Autorretrato
La vanitas manifiesta un significado ambiguo. Si, por un lado, recomienda encomendarse a lo espiritual, rechazando los placeres de la vida por el camino, al enfatizar la fugacidad de la existencia parece invitar a que se abracen los deleites mundanos hasta sus últimas consecuencias.
En el ámbito protestante en el que floreció, la vanitas se convirtió en un motivo que apelaba tanto al ámbito religioso como al laico. Los motivos propios de la vanitas se incluyeron en obras de temática tanto religiosa y profana, así como en retratos en los que, junto al retratado, se representan relojes de arena como imagen de la vida que pasa.
La vanitas se cultivó, sobre todo, entre los siglos XV y XVIII, un período convulso signado por hambres, pestes y guerras, de vida frágil sitiada por constantes amenazas. Sus ecos, sin embargo, llegan al siglo XXI. En el período contemporáneo, la fotografía, el collage y el videoarte han adaptado el motivo a nuevas formas estéticas para presentar las oscuridades del presente. Una evolución de la vanitas se encuentra en el decadentismo del siglo XIX, con su profusión de esqueletos y mujeres jóvenes, en la vanitas cubista que Picasso pintó en 1946 y en «Carcasa de carne y ave de rapiña», la obra de Francis Bacon, que retoma una tradición pictórica cultivada ya por Rembrandt en «El buey desollado». Los animales muertos, cazados o despellejados reflejan el destino que le espera al ser humano.