Belzoni y el descubrimiento de Egipto
Con su fuerza y astucia, Giovanni Battista Belzoni penetró en tumbas selladas durante milenios.
Giovanni Battista Belzoni, un personaje singular
Fue explorador, viajero e ingeniero hidráulico, pero también un forzudo artista de circo y un estudioso apasionado de la antigüedad. Mucho antes de que la egiptología existiera como disciplina académica, el paduano Giovanni Battista Belzoni (1778-1823) descubrió algunas de las estructuras más emblemáticas de la antigüedad egipcia y las documentó para su posterior publicación.
Nacido en el seno de una familia modesta, su pasión fervorosa por viajar lo llevó de Roma a París, de Holanda a Inglaterra y, finalmente, de Londres a Egipto y Etiopía. Su porte revelaba ya la naturaleza extraordinaria que caracterizaría sus actividades en Oriente. Belzoni era un hombre corpulento y de gran fuerza física que superaba los dos metros de altura. En Gran Bretaña, de hecho, se ganó la vida como forzudo, exhibiéndose en teatros y circos bajo el nombre artístico de Patagonian Samson. Durante su espectáculo circense acostumbraba a sostener, con la ayuda de una estructura metálica, a una decena de personas sobre sus espaldas.
Fue durante una de sus actuaciones en Malta, en el curso de una gira, cuando conoció a un oficial del pachá egipcio Mehmet Ali. El representante le informó que en el país pronto daría inicio un programa de renovación agrícola para intentar paliar los efectos de la sequedad del terreno. Belzoni, que había estudiado ingeniería hidráulica en Roma, vio en esta noticia una posibilidad profesional imperdible y, en 1815, puso rumbo a la tierra de las pirámides para probar suerte.
De Abu Simbel a la pirámide de Kefrén

Pirámide Giza
Cuenta Belzoni en su libro Viajes en Egipto y Nubia (1825) que, cuando desembarcó en Egipto, se enamoró de las planicies arenosas y de los vestigios monumentales que la salpicaban. En el momento en el que el aventurero puso pie en el país, la grandeza de la civilización faraónica ya había sido redescubierta y popularizada en Europa a través de las acciones militares de las tropas napoleónicas durante la campaña de 1798-1801. Fue durante esta campaña francesa cuando se descubrió la piedra de Rosetta que daría las claves para descodificar la escritura jeroglífica y Giovanni Battista, con el descubrimiento de varias piezas inscritas, contribuiría a facilitar la tarea del desciframiento.
Aunque sus proyectos de ingeniería no llegaron a buen puerto, Belzoni encontró una propuesta todavía más interesante con la que poner a prueba sus capacidades. Durante su primer viaje en 1816, recibió el encargo de trasladar el gigantesco busto de Ramsés II desde el Ramesseum de Luxor hasta Alejandría ayudándose de un trineo y de un equipo de unos ochenta trabajadores. Tras quince días de fatiga y una vez alcanzado el objetivo, la estatua del faraón se trasladó al Museo Británico en barco. Durante este primer viaje y antes de regresar a Europa, además, Giovanni Battista se dedicó a excavar en Karnak y el Valle de los Reyes, donde descubrió la tumba del faraón Ay, el sucesor de Tutankamón.
Las increíbles dotes físicas de Belzoni le permitieron entrar en templos y tumbas que habían permanecido inviolados durante milenios. Fue el primero en adentrarse en el templo de Abu Simbel, que se había resistido a otros viajeros. También descubrió la tumba de Seti I, un espectacular espacio decorado en lapislázuli y oro, que recibió el nombre de Tumba Belzoni en su honor. Se infiltró en la pirámide de Kefrén que, hasta entonces, se había tenido por un espacio privado de cualquier tipo de acceso. En el interior de la cámara sepulcral inscribió su nombre como testimonio de su descubrimiento.
Además de recoger sus hazañas y descubrimientos en varias publicaciones, elaboró mapas de las tumbas y realizó calcos de los relieves. Sin embargo, sus descubrimientos le proporcionaron más gloria que dinero y jamás llegó a recuperar la inversión con la que había financiado sus empresas en Egipto. En estas fases incipientes de estudio de las antigüedades, de protoarqueología, si se quiere, los exploradores se aproximaban más al cazador de tesoros que al estudioso de biblioteca. Con frecuencia, se buscaban piezas imponentes, suntuosas o de materiales ricos, que pudiesen contribuir a comprender mejor las civilizaciones del pasado, pero que también fuesen ejemplos de la belleza y el esplendor del pasado y, sobre todo, que pudiesen proporcionar pingües beneficios mediante su venta a coleccionistas y museos.