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Atanasio Kircher, creador del primer museo

El jesuita Atanasio Kircher creó en Roma el que se considera el primer museo del mundo.

Erica Couto

Atanasio Kircher, un personaje singular

Filósofo e inventor, historiador y científico: el jesuita Atanasio Kircher (1602-1680) fue considerado en su época un visionario, un sapiente y un excéntrico. Poliédrico en sus intereses, lo denominaron maestro de cien artes. Propuso un método para descifrar la escritura jeroglífica egipcia, se dedicó a la vulcanología, el magnetismo y la astronomía, y hasta pergeñó un singular Katzenklavier o piano de gatos, en el que los felinos, golpeadas las colas con los martillos que hacen vibrar las cuerdas en los instrumentos comunes, debían componer las tonadas con sus maullidos. Por si todo esto no fuese suficiente, también creó el que quizás sea el primer museo europeo.

Nacido en la ciudad turingia de Geisa, en 1633 Atanasio Kircher se trasladó a Roma para ejercer como maestro de matemáticas, física y lenguas orientales en el Colegio Romano de la ciudad. Fue allí donde Kircher pudo cultivar sin cortapisas su interés por el mundo antiguo que desembocó en la fundación de su muestrario de maravillas.

El Museo Kircheriano nació como Wunderkammer, es decir, un gabinete de curiosidades como los que los pudientes atesoraban de manera privada para su edificación intelectual, entre los que se incluían objetos considerados inusuales, desde fósiles y monedas antiguas hasta huesos e ingenios mecánicos. Kircher concibió la colección como un theatrum mundi, una síntesis del arte y la cultura de la antigüedad, pero también de las ciencias y la técnica, un punto de encuentro entre lo clásico y lo innovador, capaz tanto de sorprender como de revelar el orden de lo creado.

La colección de maravillas

Imagen: Wikicommons

Museo KircherianoImagen: Wikicommons

La colección kircheriana surgió de la fusión de los fondos privados de Kircher con los objetos procedentes de la donación que, en 1651, el noble Alfondo Donnini hizo al Colegio Romano de su colección de curiosidades. Atanasio Kircher se encargó de gestionar tal donación y de agrandarla a mayores con piezas de su interés. Estaba constituido por piezas arqueológicas procedentes de la antigüedad clásica, de Oriente y de las Américas, pero también por ejemplares del mundo natural, instrumentos musicales y máquinas creadas por el propio Kircher. Además, el sacerdote consiguió nuevas incorporaciones para la colección gracias a sus contactos con otros jesuitas que, instalados en países dispares, lo proveían de adquisiciones insólitas.

Aunque el Museo Kircheriano se desmanteló parcialmente tras la muerte del jesuita y muchos de los objetos que constituían originalmente la colección abandonaron el Colegio Romano, conocemos sus fondos gracias al catálogo que Georgius de Sepibus, ayudante de Kircher, elaboró en 1678. Además de presentar por escrito las maravillas kircherianas, también ilustró parte de ellas. Entre los objetos que constituían el museo, se hallaban una bola de cristal en cuyo interior se podía admirar la resurrección de Cristo, varios obeliscos traídos de Egipto y un ingenio mecánico en forma de pájaro que vomitaba líquido por el pico.

Entre el repertorio de la colección, además, se hallaban piezas etruscas como la escultura de bronce del labrador de Arezzo y la Cista Ficoroni, un joyero en cobre de exquisita factura, hoy considerados objetos arqueológicos clave para comprender la historia de las civilizaciones prerromanas. También albergaba la estela funeraria de Licinia Amias, que porta una de las primeras inscripciones cristianas conocidas.

Kircher también había instalado salas con espejos que creaban ilusiones ópticas, varias reproducciones del planetario de Arquímedes y más de una decena de creaciones mecánicas que operaban a través de las fuerzas magnéticas. Kircher, de hecho, sentía una enorme fascinación y curiosidad científica por los imanes y el magnetismo. El jesuita gustaba de presentar sus invenciones mecánicas como creaciones mágicas, una estrategia que le permitía mantener en secreto la ciencia tras la maravilla, pero que, al mismo tiempo, posibilitaba mostrar, a través de ellas, el funcionamiento de las leyes naturales y sus misterios.

Mientras los gabinetes de curiosidades acostumbraban a ser privados, la colección del Colegio Romano estaba abierta a los visitantes que frecuentaban el centro de instrucción, siempre con el permiso de Kircher, que ejercía de guía. Este hecho le ha valido el título de primer museo del mundo. En la actualidad, parte de la colección original puede visitarse en el Museo di Villa Giulia y el Museo Nazionale de Roma.

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