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Así surgieron las lenguas romances en la Península Ibérica

La formación de las lenguas romances ibéricas dio inició con la romanización y culminó en la Edad Media.

Erica Couto

Se conocen como lenguas romances aquellas derivadas del latín, como el portugués, el rumano o el sardo y, en el caso ibérico peninsular, el gallego, el catalán y el español castellano. En la Península Ibérica, el proceso de formación de los idiomas derivados del latín comenzó con la romanización. A finales del siglo III a.C. y en el contexto de las Guerras Púnicas, destacamentos militares procedentes del Imperio de la República romana comenzaron la lenta ocupación del territorio peninsular. A una fase inicial en la que se produjeron enfrentamientos bélicos con las poblaciones locales, siguieron otras en la que se produjo una paulatina integración de las comunidades locales en la organización imperial del territorio.

Según sostienen los estudiosos, la adopción del latín, la lengua de los conquistadores, por parte de los colonizados se realizó de forma progresiva y sin aparente oposición. Es a partir de la aceptación de la lengua de los romanos como idioma propio que las hablas romances comenzarán a forjarse. Las lenguas romances ibéricas derivan del latín vulgar o popular, la forma oral de la lengua que se utilizaba cotidianamente para comunicarse dentro del propio entorno familiar y vecinal.

A decir de algunos latinistas, el latín hablado en la península habría estado fuertemente influenciado por los sustratos lingüísticos prerromanos, en los que se incluían formas idiomáticas vinculadas al griego, el íbero y el fenicio, y de las que derivan lenguas como el vasco. Esta riqueza preexistente a la llegada de los romanos habría continuado una vez iniciado el proceso se romanización. Las hablas peninsulares ya mostraban una gran variabilidad geográfica que, una vez adoptado el latín, se habría expandido gracias a las distinciones estilísticas y de registro de la lengua. Los idiomas derivados del latín que acabarían desembocando en las lenguas romances, por tanto, se conformaron en un proceso lento marcado por la oralidad. Es decir, las lenguas desarrollaron sus rasgos gramaticales, lexicales y sintácticos fundamentalmente mediante la práctica activa del habla.

Imagen: Wikicommons

Martín CódaxImagen: Wikicommons

Cuando los visigodos llegaron a la península y la ocuparon, adoptaron el latín como lengua propia. Las inscripciones latinas que se conservan de este período muestran un conocimiento culto de la lengua, al menos por parte de las elites políticas y religiosas. Más complicado resulta, sin embargo, valorar la lengua que hablaba el común de la población. Parte de la comunidad científica sostiene que, en época visigoda, ya se habría hablado un idioma protorromance y que, durante los primeros siglos de la Edad Media, existía una diferenciación clara entre el latín culto utilizado en el registro escrito y el latín vulgar, próximo ya a las posteriores lenguas romances, cuya oralidad cultivaba el gruedo de la población. Con la conquista de la Península Ibérica por los árabes en el año 711, el panorama peninsular, ya complejo de por sí, experimentó un nuevo viraje en lo que respecta a lo político, lo cultural y lo lingüístico.

En el siglo XI, la Península estaba dividida entre los territorios de Al-Ándalus, fruto de la conquista árabe, y los territorios cristianos del norte. Esta escisión neta entre las dos áreas propició que se formasen en los territorios de dominio cristiano varias lenguas romances derivadas de aquel latín o protorromance practicado por los visigodos. Surgieron como variantes el catalán, el navarroaragonés, el asturleonés y el gallegoportugués, al que se sumó el mozárabe o romance andalusí que, pasado por el tamiz del árabe, hablaban los cristianos de los territorios islámicos. En este período, la distancia entre el latín culto y las lenguas vulgares o vernáculas se demuestra en lo estipulado durante el Concilio de Tours en 1163: la recomendación de traducir los sermones al vulgar para que los fieles puedan comprender con facilidad su mensaje demuestra ya un hiato lingüístico significativo entre el latín y el romance.

La expansión del castellano como lengua romance por los territorios peninsulares se explica, en gran medida, por el creciente poder político de Castilla y su papel en el proceso de Reconquista frente al poder islámico. El avance de la corona castellana hacia el sur, el este y el oeste, y la integración de territorios bajo la corona acabó por imponerse y desplazar a otras lenguas como el mozárabe, el navarroaragonés y el leonés.

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